Sanidad espiritual y total (¿o santidad?)

Pasamos mucho tiempo en nuestras celditas mentales.
Pequeñitas cajitas oscuras, en las que a veces penetra la Luz.
Encerrados allí, quizás viendo con desanimo desde los barrotes hacia fuera.
Creemos estar condenados a sufrir, en soledad, un destino cruel.
Por ahí si moviéramos la puerta nos daríamos cuenta de que no está cerrada con llave, que simplemente escogemos mantenernos esclavos, amargados, amarrados a creencias, a traumas, a recuerdos, a fantasías, a esperanzas, a sentimientos, a la impotencia.
Sí, eso es lo que suele suceder, somos nosotros los que decidimos ser nuestros propios carceleros y torturadores.
¿Suena extraño?
Probablemente que sí, pero es la triste verdad.
La creencia de que te mereces ese sufrimiento, la insistencia en tus quejas desde la impotencia, la amargura de rodearte de miedos, el consuelo de imaginarte otras vidas para luego aterrizar (con suerte) y golpearte contra el muro de la realidad.
Sí, escogemos la celdita mental, a veces de manera voluntaria y activa, otras dejándonos llevar y quedándonos allí.
No te estoy hablando de cuestiones metafísicas, no hay nada místico, no son complicadas fórmulas científicas para develar tu existencia, es una sencillita descripción de lo que nos suele pasar a la mayoría de los humanos.

Aprendimos a quedarnos en la celdita.
Nos da miedo imaginarnos fuera de ella.
Preferimos esa zona confortable pero dolorosa, la de lo “malo conocido”. ¿Para qué aventurarse a sufrir aun más? Entonces, nos justificamos en nuestra impotencia, nos fortalecemos en nuestra parálisis, nos enojamos si alguien nos muestra alguna alternativa más saludable, negamos e inventamos con tal de protegernos del miedo. Mientras tanto, somos consumidos en nuestra debilidad pudiendo disfrutar de lo permitido que está a nuestro alcance.

Llámalo traumas infantiles, recuerdos de sucesos –reales o no- que sientes te han marcado, llámalo como quieras, porque el nombre no importa sino la función que cumplen esas creencias. Las de someterte al EGO, las de mantenerte encerrado en la celdita mental.

Date cuenta, así como tienes tú el poder de quedarte atrapado allí, eres tú también quien tiene el poder para darte la libertad.
¿Cómo dices?
¿Que si fuera tan fácil ya lo habrías hecho?
Bueno, por ahí no es tan fácil.
Por ahí lo es, pero tú imaginas que no entonces deja de serlo.
Todo depende de cómo valoras tu situación.

Si entiendes que solamente puedes controlar aquello que está bajo tu dominio, y dejas de desgastarte por pretender controlar lo que no controlas, quizás descubras hasta donde llega tu fortaleza y en qué radica tu debilidad.
Si aceptas y agradeces tu porción, y la disfrutas con deleite, sin por ello negarte a trabajar por algo mejor para mañana, ¿estás perdiendo el tiempo y malgastando tu bienestar?
Si comprendes que el otro es otro, con su completa otredad, y la brecha suele ser enorme, por tanto, poco y nada puedes hacer para controlarlo, ¿dejarás de manipular, de amargarte, de quejarte, de buscar que el otro cambie para que te sientas mejor?
¿Estás entendiendo la propuesta?
¿No?
Bueno, entonces sigue en tu celdita mental… si eso es lo que eliges, ¡está bien, es tu decisión!
¿Cómo?
¿Que entiendes pero te cuesta poner en práctica estas ideas tan geniales?
¡Sí, estás en la senda correcta, para lograrlo!

Si te quedas en la celdita, con los mismos miedos, algunos más activos, otros más adormecidos, no esperes que tu vida cambie por un acto de magia.
Tampoco creas que el tiempo todo lo soluciona.
El tiempo es una función del movimiento, no tiene una sustancia propia.
Si no hay movimientos de cambio hacia el bienestar, difícilmente las cosas mejoren.
Ni tampoco el pensamiento positivo solamente, o plegarias cargadas de adoración idolátrica, ni supersticiones varias, ni terapias alternadas, mientras no salgas de la celdita, o al menos des algunos pasitos hacia la puerta y la abras, no habrá bienestar…
¿Cómo?
¿Que otros pueden hacer algo para ayudarte?
¡Claro que sí, que bueno que exista gente solidaria y altruista!
Pero, ¿dónde queda tu poder en ello?
¿Quieres comer el pan de la vergüenza solamente, o estás dispuesto a hornear tu propio pan de la dignidad?
Son opciones, lo que te deje feliz y no perjudique a nadie, está bien. A nadie, lo que te incluye a ti…

Sí, puedes llamar la atención, como el niñito pequeño, para que un adulto cuidador te alce en brazos y te cuide.
Claro que puedes hacerlo, de eso se encarga el EGO.
Hasta puedes creer que tienes tanto poder que obligas a otros a hacer lo que tú podría estar haciendo con independencia y salud.

Entonces, sé libre, sé espiritual.
Unifica tus dimensiones, actúa guiado por la Luz que se esparce desde tu Yo Esencial (neshamá o espíritu). Esto no significa vestir de manera graciosa, ni llenarte de rituales, ni repetir palabras en arameo o hebreo, o saberte cada frase genial de sabios, o estar con el “amén” en la boca todo el tiempo. Sino, explorar tus capacidades, descubrirlas, desarrollarlas, y con ello unir el cielo con la tierra, unificar tu Yo Auténtico con tu Yo Vivido. Ser pleno.
Lo que te lleva a vivir en constante construcción de shalom, es decir, desde la bondad y la justicia. En cada uno de tus planos.
Seguirán los miedos existiendo, las dudas, la impotencia así como los trucos del EGO. Por supuesto que sí, porque es condición humana, normal, natural. Todo en su justa medida.
Pero, tú ya no estarás atrapado en tu celdita, sino que podrás decidir lo que es bueno y justo, leal a los mandamientos, manifestación de lo divino en lo terrenal.
Tal es la vida de santidad.
Así es una vida de AMOR.

Un comentario sobre “Sanidad espiritual y total (¿o santidad?)”

  1. Como un pajarillo que se encuentra la jaula abierta pero no quiere salir por miedo a volar libre. Muchos fuimos pajarillos en el umbral de la jaula, y un día, después de mucho pensar, echamos a volar, descubriendo esa parte de nosotros que sabíamos que existía, pero que nos negabámos a aceptar, por miedo a cambiar. Una vez alzado el vuelo, ves que ese miedo era infundado, pues eso que temias, es tu otra mitad, y que es buena.

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