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Leyendo la parashá Ajaré mot me encuentro con el siguiente pasaje:
"No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual habéis habitado.
Tampoco haréis como hacen en la tierra de Canaán a la cual os llevo.
No seguiréis sus costumbres."
(Vaikrá / Levítico 18:3)
Es fácil seguir la lectura sin encontrar nada extraño en esta frase, porque, evidentemente es un versículo claro, sin cuestiones confusas, sin mística, sencillo de comprender.
¿No?
Dios no quiere que los judíos se comporten como los egipcios ni como los canaaneos, que se abstengan de seguir las costumbres de los habitantes de esas regiones.
¿No es así?
¿Cuántas veces habré recorrido estas palabras sin advertir nada llamativo?
Muchas, supongo.
Hasta el otro día, no sé cómo ni porqué una pregunta brotó por sí sola…
¿Era necesario especificar al hablar de Egipto “en la cual habéis habitado”?
¿Acaso no sabían que a la tierra de Canaán eran llevados por el Eterno?
Entonces, ¿cuál es el motivo para que aquí se especificara esto?
¿Aporta algo al texto?
¿Detalla de alguna manera la orden del Eterno?
¿Cuál podría ser la enseñanza de esta información a primera vista redundante?
Porque, se nos ha dicho que no hay ni siquiera una letra en exceso, ni reiteraciones que no aportan alguna clarificación.
Así pues, ¿cuál sería la enseñanza?
(Si se te ocurre, si la conoces, si la leíste, te agradezco que la compartas en la sección de comentarios. Gracias).
Una de las varias quizás la encontremos al estudiar al exégeta Rashi, en donde podemos asumir que los lugares de residencia de los hebreos en Egipto y allí donde morarían en Canaán eran lo peor de lo peor.
Esto es, ellos tenían experiencias con los extremos más bajos en la escala moral y ética, no se les estaba hablando de teoría, sino de una realidad conocida personalmente por los hebreos. Ellos estuvieron mezclados en ese ambiente vicioso, y luego del pasaje por el desierto volverían a entreverarse en el caos. Salieron de una oscuridad, para entrar en otra.
El viaje intermedio debiera servir para entrenamiento que les fortaleciera en virtudes, en su identidad sagrada, para que así no se afiliaran a las costumbres asquerosas de los canaanitas, ni se apropiaran de las máscaras ajenas para tapar con ellas sus rostros.
En ocasiones, el conocer de primera mano las cosas posibilita estar más precavido y atento para no caer en los errores; pero otras, se puede contaminar de cierta manera, adquirir modos y costumbres, que se han convertido en hábitos, se han automatizado, son una segunda naturaleza, de tal forma que pasan inadvertidas.
Uno se comporta como ha aprendido al estar en contacto con los que se comportan así.
Entonces, hay que estar atento a la propia conducta, a los hábitos, hacerlos conscientes, ver como nos comportamos, evaluarnos con sinceridad para descubrir qué hacemos en nuestra vida, hacia donde estamos dirigiendo nuestra existencia.
Pero, ¿somos capaces de juzgarnos correctamente?
Encerrados en la celdita mental de nuestras creencias, ¿tenemos la visión atinada como para darnos cuenta de lo qué hacemos y qué nos motiva?
Y, si alguien con bondad y justicia nos señala nuestros errores, nuestros hábitos perjudiciales, ¿tenemos la capacidad para admitir, aceptar y corregir?
¿Es posible salir de Egipto y no morar en Canaán cuando vimos que allí estamos hundidos?
Sabemos que hay personas que no solamente no aceptan estos esclarecimientos, sino que se empecinan en el error, se aferran a él, disparan excusas y agresiones para no cambiar y en todo caso empeorar.
No le pasa a otros, me pasa a mí pero también a ti.
Parece como más fácil enceguecerse y actuar con terquedad, que evaluar y corregir la propia existencia.
Porque, ¿cuántos están dispuestos a mirar para dentro, alumbrar los puntos oscuros, recogerlos, limpiarlos y aprender nuevas conductas para que se conviertan en mucho más saludables hábitos?
Como se hace antes de Pesaj, en la bedikat jametz, que se recorre el hogar con una lámpara y una pluma, buscando los residuos de jametz, el producto prohibido para los judíos en la festividad. Ya se hizo una metódica y profunda limpieza, pero se hace el último repaso, rebuscando en los rincones, descubriendo donde no es evidente, inspeccionando incluso lo que está a simple vista y por ello puede pasar desapercibido.
Se enfoca con una mirada diferente, deseosa de encontrar lo prohibido para extirparlo y llenar ese lugar con luz.
El ojo pasó por allí varias veces, quizás, sin admitir lo erróneo, ahora es el momento de cambiar, de encontrar lo negativo para sincerarse y sacarlo de nuestro interior.
Podemos y debemos hacer un viaje de reflexión, de introspección, de mirar nuestro ser y cómo vivimos.
Darnos cuenta de nuestros aciertos y errores en el plano físico, emocional, social, mental y espiritual.
Ver en los rincones, inspeccionar sin miedo y sin excusas, para dar cuenta de esas migajas que nos pesan y corrompen, ese material extraño que se aloja en nuestro hogar y que debemos quitar para nuestro crecimiento multidimensional.
Entonces, probablemente iremos conociendo y dando nombre a las máscaras que componen el Yo Vivido y que nos ocultan de nuestro Yo Auténtico, en vez de representarlo dignamente.
Allí podría estar el yo vengativo, el yo rencoroso, el yo quejoso, el yo agresivo, el yo lujurioso, el yo mendigo, el yo víctima, el yo seductor, el yo temeroso, el yo religioso, el yo sabiondo, el yo presumido, el yo bochinchero, el yo rebuscado, el yo enfermizo, el yo avaro, el yo bombero, el yo ansioso, el yo dependiente, el yo malhumorado, el yo cabalistero, el yo celoso, el yo envidioso, el yo perezoso, el yo mandón, el yo gruñón, el yo cuerpo atractivo, el yo cuerpo defectuoso, el yo rico, el yo pobre, el yo traidor,el yo seudo judío mesiánico, el yo confundido, el yo estudioso, el yo gimnasta, en fin… los cientos o miles de yoes que son máscaras, que se interponen entre tu Esencia Espiritual y su manifestación en la realidad.
Algunas de esas caretas podrían sintonizar con tu esencia, representarte.
Pero, lo común es usar las máscaras que nos impusieron, que asumimos, que nos dejan en impotencia, que nos ofuscan el encuentro con nuestra real identidad.
Saber que salimos de Egipto, saber que estamos en camino a una tierra igualmente corrupta.
Saber que en nuestro interior se alojan yoes que formamos, compramos, tomamos, nos implantaron, creemos que somos eso.
Saber que en lo más profundo se encuentre el Yo Esencial, que nos conecta sin pausa y sin cortes con el Eterno y todo lo creado.
Saber que esa esencia sagrada es lo que somos realmente, eternamente.
Entonces, asumir el trabajo de tomar conciencia, vernos, delimitar lo que no es provechoso, controlar lo que se puede controlar.
Hacer el trabajo necesario para cambiar hacia lo mejor.
En palabras del profeta:
El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.
(Ieshaiá / Isaías 9:2)
Con la ayuda de rezos, con el esfuerzo personal, recurriendo a profesionales que entrenan y tonifican la multidimensionalidad del ser, asumiendo que tenemos la tarea de descubrir nuestra esencia y hacerla relucir entre los escombros que llamamos “yo”.
Quiera el Eterno que podamos hacerlo, comer la matzá en Pesaj y no encontrar más jametz.
Cuando miramos nuestros puntos oscuros internos y no se corrigen por «pereza» , porque se busca alguna excusa «nadie es perfecto» . En fin. Es triste que se le de mas imoortancia a lo exterior que a lo interno.
Como cuando nuestra cicla , carro , tiene algun rayon. Lo vemos y decimos «mañana lo arreglo».
Gracias Morè.
gracias mi amigo