Podrías descubrir algo sorprendente si miras atentamente a tu alrededor, hay gente que parece gozar en sus relaciones personales dolorosas, parecieran estimularse al recibir palos e insultos, como satisfacerse de la vejación, disfrutar al estar sometidos a impotencia. Si bien podrían llorar, gimotear, gritar, quejarse, hacer algún gesto de reprobación, hay algo que deja ver lo contrario a esto, como si alcanzaran algún placer.
Y que te quede claro que no estoy pensando específicamente en los “masoquistas” al escribir esto, según los conocemos de relatos o películas, sino en gente corriente, que aparentemente no busca el dolor/humillación a propósito para obtener alguna extraña satisfacción sensual.
Todos pasamos por la terrible experiencia de la impotencia inmersiva del nacimiento. Todos fuimos aprendiendo a manejarnos de alguna manera con las privaciones, carencias, limitaciones, faltas, debilidades, contrariedades, heridas, pérdidas, etc. Sentimos el rechazo, la soledad, la confusión, el desamparo, la ingratitud, el aislamiento, la incomprensión, la culpa, la duda, el miedo. Sí, todos pasamos por ello, es parte normal y natural de la vida.
Recurrimos a las herramientas del EGO de manera automática, es lo que tenemos a disposición.
Fuimos reforzando nuestra dependencia a las mismas, al repetir una y otra vez las ocasiones de impotencia y el auxilio que nos proveía este ignoto salvador. Nos endurecimos en un set reducido de respuestas: llanto, grito, pataleo y desconexión de la realidad; con sus derivados. Con esto pedíamos que nos atendieran, conseguíamos manipular el entorno, recibíamos algo de lo que nos parecía (o sentíamos) nos estaba faltando o nos dañaba. Sí, eran herramientas muy útiles, aunque limitadas y limitantes. Porque, nos encerraban en una personalidad tosca, primitiva, predecible, carente de chispa y creatividad. A lo máximo se puede esperar ingenio para inventar excusas para no cambiar positivamente, para mantenerse en las celditas mentales que ya conocemos y nos angustian pero al mismo tiempo sentimos consoladoras.
Esto nos brinda apariencia de poder, porque obtenemos algo querido o necesario; pero al mismo tiempo provoca mantenernos limitados, paralizados, entumecidos, anestesiados, restringidos, en todos los planos: físico, emocional, social, mental y también en cómo vivimos lo espiritual.
La anestesia avanza por doquier, nos vamos haciendo insensibles, miramos pasivamente el dolor ajeno, nos hacemos cómplices de la malicia al no actuar en su contra. Miramos para otro lado, o damos un par de consejos fáciles, llenos de sentimentalismo y caradurismo. Tal vez colaboramos, pero no de manera integral, no por AMOR, sino motivados por alguna codicia inconfesable. Quizás la solidaridad que actuamos nos sirva de excusa para manipular al otro, o como un escudo mágico para no ser castigado por deidades místicas, o para adquirir parcelas en el paraíso, o como mecanismo para negociar compensaciones, por lo que fuera que implica el egoísmo y no la generosidad basada en la bondad y la justicia.
Y, ¿qué pasa cuando somos nosotros los que preciamos ayuda?
Probablemente nos den una mano, nos ayuden, pero sabemos que nos costará luego devolver el favor. Como somos son con nosotros. Así, andamos.
Incluso imaginamos a nuestras deidades de una forma parecida, a nuestra imagen y semejanza. Frívolas, carentes de trascendencia, negociadoras, terribles, ingratas.
Para compensar creencias que nos atormentan, podemos creer lo contrario a lo que en el fondo creemos. Hablamos de dioses amorosos que son capaces incluso de morir en cruces para salvarnos, sin darnos cuenta de que no precisaríamos ninguna salvación mística si esas deidades no nos impusieran reglas imposibles. Hacemos campañas por niñitos necesitados en regiones lejanas, cuando dejamos de atender como corresponde a los niñitos cercanos (¿hijos, hermanos, etc.?), en el nombre de religiones misioneras y dioses de máscara piadosa. Podemos dar más ejemplos, pero creo que está claro. ¿No?
¿Ves el patrón de conducta?
Al estar en estado de impotencia, recurrimos a herramientas y astucias que aprendimos para obtener lo que sentimos nos hace falta o queremos.
Si soy débil, alguien deberá ser fuerte para ayudarme.
Si soy víctima, alguien es el victimario y algún otro se hará cargo de mis desventuras y me salvará.
Si no puedo y lo confieso, alguien se apañará para hacerlo por mí, o me liberará de la obligación de hacerlo.
Si me dejo herir, sé que el otro me precisa (al menos para tener a quien maltratar), y no estoy solo.
Si el otro me controla, me descanso en la irresponsabilidad porque es el otro el supuestamente responsable.
Si tengo mala suerte, no soy yo el problema, es alguna deidad, un destino, alguna cuestión metafísica que no tengo cómo modificar.
Si fumo, tomo, me drogo, soy adicto a parejas tóxicas, adoro falsos dioses, ¡no es mi culpa!, es algo más fuerte que yo.
Si tengo miedos, entonces no hago nada para cambiar mi situación, y lloro, me quejo, la paso mal, pero es culpa de cuestiones emocionales irreparables.
Si soy pecador y todo depende de la gracia de la fe para mi salvación, no importa lo que haga, simplemente me dejo caer en la impotencia y dejo que las cosas pasen.
Si incumplo la ley y además mi conducta está ausente de ética, tal vez me enriquezco, tengo prevalencia sobre otros, alcanzo metas materiales, hasta disfruto de beneficios que otros no alcanzan siquiera a soñar; pero me desconectó de lo más auténtico y sagrado de mi identidad eterna, lo que me lleva a necesitar narcotizarme, idiotizarme, alienarme para dejar de sentir esa rotura interna profunda.
Si no debo ser responsable, ni debo construir activamente shalom por medio de actos concretos de bondad Y justicia, entonces sufriré de cualquier contratiempo que se me cruce lo que me libera de estrés del esfuerzo por crecer, aunque en el fondo inconfesado me siento vacío, inútil, ridículo, nada, muerto.
Sí, somos y nos sentimos impotentes, pero además nos esforzamos en mantenernos en esa situación; porque obtenemos migajas de ventajas, lo que nos permite seguir así.
Así, se disfruta de los palos e insultos.
Esto explica que tanta gente parece obtener placer del horror, de la limitación.
Porque se está en , o se siente la, impotencia, por lo cual ya sabemos que de alguna forma nos rebuscaremos para encontrar esas migajas de satisfacción. Seguiremos en el molde conocido, no abriremos la celdita mental y daremos pasitos fuera, sino que nos quedaremos en la fatídica zona de confort, tan segura y tan asqueante.
¿Te sientes identificado con alguna de estas cosas?
¿Lo percibes en tus actitudes, en tus sueños, en tus angustias, en tu flojeras?
¿Lo reconoces en la gente cercana a ti?
¿Ves cómo se repite este patrón, con sus obvias variantes, en infinitud de circunstancias que atraviesas a diario?
Veamos alguna alternativa.
En nuestro crecimiento también fuimos aprendiendo que hay otros métodos, porque nos dieron una cálida mano, nos atendieron, nos criaron con palabras y ejemplos personales, porque vimos a otros actuar de manera discorde al EGO. Cruzamos personas que actúan con bondad y justicia, o con una sin la otra, pero que intentan tener un andar diferente al del EGO.
Hubo ocasiones que dejamos de lamentarnos y esperar milagros, e hicimos lo que teníamos que hacer, y sentimos una satisfacción diferente, superior, que no la conseguimos de otra forma.
Supimos ser independientes, aunque sea un poco, y aunque tal vez tropezamos y caímos, procesamos el asunto para incorporarnos nuevamente y continuar. Esto nos motivó mucho más que seguir dando vueltas sin sentido de manera automática.
Sí, ocuparnos, ser responsables, comprometernos, hacer esfuerzos, alcanzar comprensión y accionar en consecuencia, no tratar de controlar lo incontrolable, dejar fluir lo indomeñable, tales cuestiones aprendimos e hicimos, lo que nos dio satisfacción mucho más plena, felicidad.
Puedes contactarte con tu Yo Esencial, esa chispa Divina que eres eternamente y que te vincula constantemente con Dios. Encontrar la fuerza que se encuentra dormida en tu ser. Reconocer el poder a tu alcance y aprovecharlo. Al mismo tiempo que dejas de perseguir vientos que jamás alcanzarás ni poseerás.
Conversa CON Dios, no para manipularlo, ni para pretender que El haga TU parte, sino para hallar la esencia de ti mismo y así ser una persona íntegra y leal a Él.
Verás que la vida tiene otro sentido, las opciones se abren, el poder se manifiesta, a través de AMOR.
En Corea del Norte se enseña desde que es niño que su lider es dios.
Si se esta en contra del gobierno se es conducido hacia campos de concentracion y cada prisionero junto con su decendencia deberan pagar hasta la tercera generacion.
Los que corren con menos suerte son utilizados junto con sus hijos en experimentos con armas biologicas hasta llegar a la muerte.
Aqui opera el Ego de los fuertes contra personas debiles.
No es nuestro caso. La mayoria residimos en paises democraticos , pero todo lo contrario. Vivimos como debiles dominados por nuestro Ego «fuerte».
Que esperamos para cambiar.
Gracias Morè.
Así les va a los coreanos del norte, mientras sus hermanos o familiares del sur (en muchos casos) disfrutan de un país libre y prospero.
No puedo evitar encontrar ciertos paralelismos entre regimenes como el coreano y sociedades como la egipcia de hace 4000 años. Estos regimenes tienen en común, que son finitos, mientras que los que vamos a mirar mas allá de idolatrías absurdas, gozaremos de libertad y dejaremos a generaciones venideras un mundo mejor