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Aprender a pedalear

El relato central de la parashá es el envío de los doce exploradores (los famosos “merraglim”) a recorrer la Tierra Prometida.
Luego de alrededor de dos años de travesías por los desiertos el pueblo hebreo se aproxima al destino final de su trayecto. Habían recibido la palabra del Eterno de que sería una tierra buena, provechosa, que los acogería con abundancia y bienestar. A un paso estaba su tierra nacional, con ventajas materiales (agrícolas, ambientales) similares a las que se conseguían en Egipto, pero con el beneficio de no continuar bajo la dominación de extraños, sino siendo autónomos y responsables por su felicidad. Sin dudas, también se toparían con desafíos y retos, que les posibilitaría a los judíos desarrollar sus capacidades y alcanzar a plenitud la libertad. Ese hogar nacional y su actitud en ella era la meta, el trofeo.

 

Pareciera que esta invitación a tomar el manubrio de sus vidas y a pedalear con sus propias fuerzas para avanzar atemorizaba un poco, hacía brotar dudas, sospechaban que algo podría fallar, tal vez no tenían el suficiente poder, o las dificultades sobrepasarían lo soportable.
¿Quién sabe lo que trae cada cambio? ¿Tal vez algo peor a lo actual?
¿Qué es más fácil de imaginar: un desastre, la derrota, o que se alcanzará el éxito con relativa sencillez? Depende, ¿no?; solo recuerda, ellos habían sido extranjeros durante más de dos siglos y esclavos por casi uno, y el reciente par de años de libertad en los desiertos estuvieron protegidos y mantenidos por el Eterno, sin verdaderos retos a los cuales enfrentarse.
Tomemos en cuenta la tendencia a quedarse en la zona de confort, en lo que uno más o menos conoce, y que se acepta como escaso y no muy satisfactorio, pero al menos tiene sabor agridulce.
Según cuenta la parashá: “Y se decían unos a otros: -¡Nombremos un jefe y volvámonos a Egipto!” (Bemidbar / Números 14:4). ¡Cómo si allí fuera un paraíso y la vida les hubiera sonreído!

Ellos (así como todos) tenían que aprender a ser libres, y es precisamente éste el tema de fondo de nuestra parashá, aunque a simple vista no lo parezca. Nuestra Tradición nos ayuda a hacerlo. Por ejemplo, con los SHALOSH REGALIM, las tres festividades de la peregrinación:

  • Pesaj: libertad de la esclavitud material, en el sentido de haber roto las cadenas físicas y salido de la prisión. Es el inicio de un proceso. Enseña a que es necesario apartarse de lo que perjudica.

  • Shavuot: libertad cultural y espiritual, porque los judíos se comprometieron a cumplir un código de vida de origen divino, que los afirmaba en algo propio y no solamente alejarse de las costumbres y conductas habituales de los egipcios y de los esclavos. Por primera vez se apropiaban de algo que les pertenecía y les servía como espejo para conocer su identidad. Enseña a encontrar lo que es bueno y aprenderlo a fondo.

  • Sucot: libertad en todas las dimensiones, al tomar posesión de su tierra, habitarla, hacerse cargo de su propio destino sin depender de milagros o de las órdenes que provienen de otros y ajenos. Enseña a hacer el bien y a disfrutar de lo permitido.

Entrenarse para ser libre es una gran tarea y sabemos que se conquista un enorme premio. Es como aprender a andar en bicicleta.

En este aspecto, ¿cómo les fue a los hebreos en la parashá?

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Publicado originalmente en serjudio.com, compartido aquí por tener relevancia para la vida noájica.
¿Puedes decirnos cómo se aplica al noájida?

Creer en dioses y poderes mágicos

¿Qué lleva a la gente a creer en dioses, en santos, en gurús poderosos, en entidades metafísicas con facultades paranormales?

Una respuesta es que Dios, el Uno y Único existe, es el Creador y Sustento del universo completo.
Cada ser humano porta (realmente debiéramos decir: “es”) una conexión directa con el Padre, que es su neshamá, espíritu al que también denominamos Yo Esencial.
Como hemos explicado en otras ocasiones, sobre el Yo Esencial se va acumulando de forma natural máscaras, personajes que nos inventamos o asumimos, mandatos sociales o grupales, creencias, ideas, sentimientos, que nos van exilando de nuestra verdadera y eterna identidad. Llegamos a creernos que somos el personaje que estamos actuando, que por lo general no guarda mucha afinidad con nuestro Yo Esencial, o a veces es un muy pálido reflejo casi indefinido. Sí, nos olvidamos quien somos para identificarnos con la careta que estamos siendo. El Yo Vivido se considera el único “Yo”.
Pero, la neshamá no se extingue, no muere, no dejamos de serlo.
Su voz, apagada y silenciosa, casi está perdida para siempre entre los tumultos del Yo Vivido; pero no se pierde en realidad, allí está, susurrando sin pausa y sin cansancio. Nos ilumina con su poder, que parece inexistente.
Nos mantiene en constante conexión con el Eterno, aunque racionalmente nos parezca imposible y las pruebas científicas no se presenten.
Es como un imán que nos atrae, sin que podamos percibir o medir en modo alguno las fuerzas magnéticas que operan sobre nosotros.
Ocurre.
Estamos alienados de su presencia, pero la sentimos, en sueños, en premoniciones, en aspiraciones éticas, en acciones de bondad genuina, en aspiraciones de grandeza altruista, en buscar a ese ser que intuimos pero no podemos mostrar ni demostrar (Dios, el verdadero). Pero, estamos sumergidos en ignorancia. Porque, no conocemos ni sabemos de la neshamá, y por tanto no tenemos consciencia de nuestra identidad espiritual. Entonces, llenamos la oscuridad con lo que tenemos a mano, que por lo general son las creencias de nuestro entorno, de nuestra cultura, de nuestra familia, de nuestro grupo de pertenencia. Así, pasamos a tener fe en lo que los demás nos dicen que es dios o dioses, entidades místicas, maestros ascendidos, santos de bendición, imágenes sagradas, amuletos, supersticiones (ya hasta la fe de la religión científica, si te interesa lee este link).
Es decir, por buscar a ese Dios que sentimos –de algún modo- terminamos encontrando a los dioses y otras farsas.

A esto sumemos a nuestro EGO, que se entroniza como nuestro primer salvador y luego se perpetúa como si fuera nuestra divinidad.
No hablaré más sobre este punto porque ya lo he hecho, te recomiendo si te interesa este link: “El origen de los dioses” y “El origen de la idolatría” y no te pierdas “La fe del EGO”.

Así pues, tenemos la necesidad de Dios, como el sediento del agua. Tal como cantara el salmista:

"Mi alma tiene sed de Elokim, del Elokim vivo. ¿Cuándo iré para presentarme delante de Elokim?"
(Tehilim / Salmos 42:3)

"¡Oh Elokim, tú eres mi Elokim! Con diligencia te he buscado; mi alma tiene sed de ti. Mi cuerpo te anhela en tierra árida y sedienta, carente de agua."
(Tehilim / Salmos 63:2)

"Extiendo mis manos hacia Ti; mi alma te anhela como la tierra sedienta."
(Tehilim / Salmos 143:6)

Si tenemos la capacidad que tuvo el patriarca hebreo Abraham de romper con las creencias de su entorno y por propios medios encontrar el camino racional, y luego emocional, al Eterno, ¡qué bueno! Pero la mayoría no alcanzamos a quebrar el mandato social en ese tramo de nuestra existencia, lo “religioso”, que es el sucedáneo de la espiritualidad.
Los que se abren de las religiones y pasan al agnosticismo o al ateísmo, cada uno de ellos a su modo siguen buscando al Dios, aunque se opongan a la idea, aunque demuestren con cien afirmaciones racionales que ellos nada tiene que ver con dioses o creencias espirituales. En el fondo, al no desarraigarse del EGO, y al seguir siendo neshamá, la sed se mantiene inalterable. Podrán no caer nuevamente en las torpezas idolátricas, ni aferrarse a tonterías supersticiones, cosa que es bienvenida, pero no dieron el paso del ENCUENTRO, de la reconciliación con lo más puro y eterno que es de ellos.

Entonces, nos queda una alternativa, que por el momento implica a mucho menos del 1% de la humanidad: nacer dentro de una familia comprometida con el Eterno, sea judía o noájida.
En ese entorno es más probable que la sed sea llenada con agua, más o menos próxima al Agua.
Se nos instruirá en la existencia del Uno y Único, se nos alertará acerca de los falsos dioses (sean uno o muchos), se nos darán herramientas para mantenernos en la senda correcta, al menos en la parte “teológica”.

En ocasiones la persona se encuentra en un medio de religiones o de negaciones de Dios, pero su impulso lo lleva al Eterno, y solo a Él.
Entonces, deja de lado las creencias y “hace teshuvá”, si es judío.
O se despoja de todas las máscaras y disfraces religiosos para reconocer su sagrada identidad como noájida, si es gentil.
Y a veces, vaya uno a saber el motivo, el gentil prefiere convertirse al judaísmo para vivirlo con todos sus rigores, y de la manera estricta judía servir al Eterno.

Si somos criados de manera apropiada, o de grande aprendemos acerca de nuestra identidad y del Eterno, entonces no precisamos adorar hombres (ni siquiera “rabinos” que bendicen), ni animales, ni entidades, ni alienígenas, ni Santa Claus, ni el multimillonario, ni el dictador de turno, ni el líder de la secta, ni el jefe del partido, ni salvadores colgados, ni fuerzas de la naturaleza, ni objetos, ni conceptos científicos.
Dejamos de lado las piruetas religiosas, descubrimos la vanidad de los rituales rebuscados, no precisamos más de caretas de seudo espiritualidad: somos libres, construimos shalom con acciones de bondad Y justicia.

A alguien se le podrá ocurrir una pregunta interesante: ¿cómo sabemos que Dios no es otro invento cultural, tal como el resto de los dioses?
¿Podrías tú dar alguna respuesta satisfactoria y que no implique la “fe”? Gracias por tus palabras y por haber leído hasta aquí.

Ser integrado

Muchas veces nos esforzamos en tapar alguna característica personal que evaluamos como negativa o mala. Dedicamos mucha energía a aparentar lo que no somos ni sentimos. Tratamos de que los demás no nos descubran. Damos cientos de vueltas y hacemos muchos malabares intentando dar una imagen diferente, presumimos que mejorada.
Y al final resulta que los otros te han descubierto hace rato, y aunque no te han dicho nada, se han dado cuenta de tus piruetas y lo que mal esconden.

Queremos ser parte de algún grupo, por lo que buscamos con desespero que los demás nos aprueben.
Aunque eso nos cueste enormes sacrificios y caminar en contra de lo que sabemos/sentimos es la senda correcta.
Incluso si nos llenamos de caretas y disfraces que nos separan de nuestra identidad, pareciera como si no importara, en tanto alguien nos aplauda, alguno se acuerde de nosotros, nos presten atención, nos acepten para ser parte de un “algo”.
Dejamos la autenticidad a cambio de figurines.
Somos simuladores, engañando a otros, engañándonos, al punto de creernos nuestras propias farsas.
Es triste que estemos perdidos en esos carnavales, cuando los otros quizás ya saben que es todo una fantasía, menos nosotros, que nos empecinamos en mantener el show en marcha.

Puede ocurrir que los otros no se da cuenta de la charada, o prefieren no hacerlo, o tal vez les convenga no decir nada.
Entonces estamos convencidos con gran fe que somos esos personajes que actuamos.
Cada vez más lejos de nuestra identidad, asumiendo diferentes identidades, de acuerdo a lo que nos acomode a ese grupo al que anhelamos pertenecer.

¿Valdrá la pena ser aceptado por lo que no somos, o mejor ser rechazado por lo que somos?
Al actuar una vida ficticia, ¿no estamos fuera del mundo, desconectados de la realidad?
Porque si formamos parte de un grupo al tener que despojarnos de nuestro ser, no vivimos en verdad.
Si estamos excluidos por ser leales a nuestra identidad, ¿cómo desplegar nuestro potencial social?

Aprendamos a integrar TODO nuestro ser, sus cinco dimensiones: física, emocional, social, intelectual y espiritual.
Tomemos en cuenta nuestras virtudes como también los defectos, somos ambas colecciones.
No tratemos de negar lo negativo, porque eso solamente nos devora energías y fortalece los rasgos oscuros. Admitamos nuestras faltas, pero no accionemos a partir de ellas. Mejor es que a partir de esto avancemos hacia otro estado de conciencia, de nuestro ser, y de maneras de actuar en la realidad. En un verdadero proceso constante de TESHUVÁ, que es esencial.
Usemos nuestras máscaras del Yo Vivido para que sintonicen con nuestro Yo Auténtico y sirvan como vehículos de éste, y no como intento de engaño a otros y a nosotros mismos.
No tengamos miedo de nuestros miedos, pero tampoco hagamos de cuenta que no existen o que se irán simplemente por el paso del tiempo. Tenemos a nuestra mano herramientas para crecer, incluso en lo que parece impotencia.
Si negamos lo que existe y por ello no realizamos las tareas necesarias para integrar y mejorar, ¿estaremos mejor?
Si nos hacemos los distraídos, ¿las cosas se solucionarán por sí mismas?
Si nos disfrazamos para ser aceptados y terminamos viviendo una vida amargada, detrás de máscaras de risotadas y de ser buenos, ¿qué estamos sembrando y qué cosechando para deleite aquí y en la eternidad?

Construir shalom en todo momento, interno y externo.
¿Cómo?
Apartándose de lo negativo y haciendo lo bueno Y justo.
Disfrutando de lo permitido, sin aferrarse a nada.
Seguramente que hay altibajos, retrocesos, inconvenientes, es una tarea que no tiene más que instantes de calma; porque estamos como en un fuerte río, el cual no deja de fluir. Si dejamos de remar, nos lleva la corriente. Si lanzamos el ancla, nos quedamos paralizados. Si remamos sin pausa, nos agotamos. Tenemos que construir shalom, eso es todo.

Dejar de llorar, gritar y violentar físicamente, y/o desconectarse de la realidad (o cualquiera de sus derivados).
Porque ante las impotencias pequeñas y grandes, diarias y constantes, no obtenemos poder actuando de la manera instintiva irracional.
Es momento de integrar nuestras cinco dimensiones, haciendo que la unidad interna se expresa en unidad externa.

Es todo un reto, pero que vale el esfuerzo vivir.

Salmo 39

"(TEH. 39:1) [Al músico principal. A Jedutún. Salmo de David]
(2) Yo dije: ‘Cuidaré mis caminos para no pecar con mi lengua. Guardaré mi boca con freno, en tanto que el impío esté frente a mí.’
(3) Enmudecí, quedé en silencio; me callé aun respecto de lo bueno, pero mi dolor se agravó.
(4) Mi corazón se enardeció dentro de mí; fuego se encendió en mi suspirar, y así hablé con mi lengua:
(5) Hazme saber, oh Eterno, mi final, y cuál sea la medida de mis días. Sepa yo cuán pasajero soy.
(6) He aquí, has hecho que mis días sean breves; mi existencia es como nada delante de ti. De veras, sólo insignificancia es todo hombre en su gloria. [Selah]
(7) En la oscuridad deambula el hombre; de veras, en vano se inquieta por acumular, y no sabe quién lo recogerá.
(8) Ahora, oh Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti.
(9) Líbrame de todas mis rebeliones; no me pongas por burla del insensato.
(10) Enmudecí; no abrí mi boca, porque tú eres quien lo hizo.
(11) Aparta de mí tu plaga; por el movimiento de tu mano soy consumido.
(12) Con castigos por el pecado corriges al hombre, y deshaces como polilla su hermosura. Ciertamente insignificancia es todo hombre. [Selah]
(13) Escucha mi oración, oh Eterno; oye mi clamor y no calles ante mis lágrimas. Porque forastero soy para ti, un advenedizo, como todos mis padres.
(14) Aparta de mí tu mirada, de modo que me alegre antes que me vaya y deje de ser."
Tanaj: Tehilim / Salmos 39 (Español)

Parece que cansamos un poco enseñando acerca del EGO (Ietzer haRá), pero nos parece que en realidad reiteramos poco (y con necesidad) y añadimos datos y conocimiento en cada post relativo al tema.
Esperemos que en esta oportunidad también sumemos luz a la luz.

Lee el salmo un par de veces, o las que precises hasta que te hagas una idea general de su tema y contenido.
Si ya tienes conocimiento de la temática EGO, empléalo como una llave que abrirá las puertas a mayores conocimientos que este texto tiene reservado para ti.

Comencemos.
Cuando las cosas no salen como quieres o esperas, si estás sometido a un estado o situación de impotencia, o es lo que sientes, las reacciones primitivas de tu cerebro automáticamente se disparan en forma de grito, llanto y/o pataleo (y/o sus derivados); y de no resultar alguno de ellos en la obtención de satisfacción, entonces la persona se desconecta de la realidad. Así opera el EGO, funcionamiento normal y natural para el bebe de pocos días de vida, o para cuando la persona está realmente en situaciones extremas de impotencia que hacen peligrar su vida; pero que se convierte en comportamiento trastocado en las otras oportunidades. Lamentablemente el comportamiento trastocado es lo habitual en la mayoría de las personas. Vivimos a la sombra del EGO.
Aquel que va aprendiendo los caminos para librarse del yugo del EGO, o que trata de hacerlo, necesariamente se topa con la Comunicación Auténtica. Con ella la intención es encontrar el acuerdo incluso en el desacuerdo. Por ello en ocasiones uno calla ciertas cosas, no con la finalidad de mentir o perjudicar, sino para no echar combustible a un fuego de la discordia que no es necesario ni bueno que esté encendido. Así es como, en teoría, se debe responder ante agresiones verbales, con silencio, o con las palabras justas y medidas. No devolver insulto con palabrota, ni bajeza con otra. Por el contrario, esmerarse en hablar con fineza, aplomo, poder. Y cuando es mejor guardar silencio, hacerlo. Porque, no es más inteligente, ni fuerte, ni tiene la razón el último que hizo uso de la palabra, ni aquel que gritó más fuerte, o agravió con mayor violencia.
El viejo truco de contar hasta diez, o de salir un rato para despejar la mente, son buenas medidas, aunque no las únicas.
En el salmo, es lo que parece indicar David como su primera reacción ante las andanzas de los que hacen mal.
Sin embargo, David nos deja ver un posible error en su conducta, al decir: “me callé aun respecto de lo bueno”. ¿Es provechoso no mencionar lo bueno, cuando eso podría destrabar un conflicto? ¿Es perjudicial reconocer lo que es favorable, aunque haya sido obra de alguien que actúa mal?
Pero además, una cosa es no aumentar el conflicto con palabras iracundas, pero algo bien diferente es exponer de manera auténtica aquello que no nos agrada. Esto es, no callarse y hacer como que no pasa nada. No es ocultar la verdad ni mentirnos la manera para alcanzar el shalom. Si tenemos algún problema con alguien, en el momento apropiado es menester manifestarlo, usando la Comunicación Auténtica, buscando el acuerdo aun en el desacuerdo. Tapar un problema y hacer de cuenta que no existe no lo resuelve, así como el paso del tiempo por sí mismo tampoco remedia nada.
¿Una conducta de tu pareja no te hace sentir bien? ¡Díselo! Habla de tus sentimientos, de la manera correcta en el tiempo apropiado. Y no digas que cuando se den las condiciones lo harás, porque tal vez nunca se lleguen a esas condiciones.
Por este error su enojó aumentó, señal de que caía en mayor impotencia.
Lo no dicho seguía ahí, escondido, agazapado, succionando su energía vital, obstaculizando su desarrollo y disfrute.
No encontraba una salida, no sabía por cual “terapia” incursionar para remediar sus conflictos, para construir shalom interno y externo.
En una palabra, sufría.
El EGO estaba venciendo y manteniéndose como rey en su vida, con toda la oscuridad que eso conlleva.

El salmista rezó. Por supuesto que no pidió bendiciones mágicas a algún gurú o maestro iluminado, porque ese no es el camino judío, ni del noájida.
Hizo lo que una persona espiritual hace, conversar con el Padre directamente.
Desde su impotencia se conectaba con su poderío ilimitado, en busca de consuelo, de solución, de crecimiento, de shalom.
El reconocer sus limitadas capacidades, al tiempo que admitía y se gloriaba en el poder del Padre, le ayudaba a centrarse y concentrarse.
No deliraba con palabras místicas que de alguna forma controlaran la Voluntad Divina, ni pretendía ordenar al Rey lo que Éste debiera hacer.
Simplemente al rezar se conectaba con Él, a través de conectarse con su identidad esencial, su neshamá.
Admitir su debilidad es una forma de ser fuerte.
Saber que todo lo que hace tiene un final, menos su neshamá, su Yo Esencial, es una forma de trascender los problemas que nos asfixian como si fueran eternos.
En cierta forma es poner las cosas en su lugar.
Al afanarse por las cosas temporales como si fueran a perpetuidad, se está desenfocado, en constante derrota.
Mejor es aprender a gozar de lo permitido, sin aferrarse a nada.
Disfrutar en su tiempo, y apartarse de lo prohibido.
Vivir a pleno el aquí y ahora, sin por ello comprometer el futuro.
No amargarse por lo temporal, aunque tampoco negar lo que uno siente.
Todo esto, sin convertir el placer en la única meta de la vid, aunque es una muy importante, ya que se disfruta aquí y se resguarda el buen recuerdo para la vida tras la muerte terrenal.
En síntesis, llevar una vida espiritual (que no es lo mismo que religiosa, y en ocasiones hasta es su completa antípoda).

El salmista también reconoce sus errores, no todo es culpa de otros.
De hecho, el estar buscando constantemente a quien echar la culpa es una señal de que algo no está bien en uno.
Sí, el salmista admite haber errado, desviado los senderos, y cada acción tiene sus repercusiones.
De lo que le corresponde por su conducta, lo asume, y por ello recorre el camino del crecimiento llamado TESHUVÁ.
¿Cómo no se habrá de equivocar el hombre, si es tan limitado y ahogado en impotencias?
Por lo cual, hace bien en no delirar con ser un súper héroe, o suponerse un “tzadik” intocable que no está sometido a las penurias como el resto de los mortales. Mejor es reconocer el fracaso pero no quedar atrapado por él. Ya lo viste, te diste cuenta que no es lo mejor o bueno para ti, entonces cambia la senda y camina por una que te lleve a la superación.
Pero, si te empecinas en considerarte justo, acertado, nunca en error, bajo el paraguas de tu santo gurú, vas directamente al “infierno” (metafóricamente).

Así el salmista está aprendiendo a no seguir en su celdita mental, a no ser más servil del EGO.
Se pone en manos del Eterno y comienza un trabajo de TESHUVÁ.
Hace TEFILÁ, se conecta en oración con el Eterno.
Ahora solamente hace falta que viva la senda espiritual, evitando caer nuevamente en las trampas del EGO.
Ya lo ves, hasta el gran rey David tenía sus momentos de oscuridad, de tropiezo, de vacilación, de debilidad, de sometimiento al EGO. ¿Acaso tú no?
Y a pesar de esto no se quedó en la celdita mental, no puso excusas, no exigió milagros de bendición místicas, no recurrió al “tzadik” para que le bendijera y no tuviera que hacer su parte. Nada de superstición, nada de EGO para supuestamente eliminar al EGO.
Sino, el camino del AMOR.
Podemos aprender de él, ¡hagámoslo!

¿Poder sectario para ser bendito?

Cada uno ha sufrido el tremendo impacto de la impotencia del nacimiento, que es la más espantosa pesadilla que se puede vivir en este mundo.
No quedan registros en la memoria simbólica, porque nuestro sistema nervioso aún no desarrollado no lo permite, pero además no tenemos concepto internalizado del símbolo como para hacerlo. ¡Gracias a Dios por ello! Porque de ser accesible como un recuerdo “común”, sería muy poca agraciada nuestra vida, plagada de terrores incontenibles.
Por ello, queda como un registro somático, enclavado en lo más oscuro y profundo de nuestra memoria corporal. Esto no es precisamente una buena noticia, puesto que permanece con nosotros incambiada, hasta nuestro último suspiro. No hay manera de expresarla con el lenguaje, no tiene representación exacta posible, y tampoco una “cura”. Allí está, y se manifiesta en diferentes formas, tales como miedos, fobias, temores, terrores, temblores, etc.

Gracias a nuestro EGO pudimos sobrellevar el primer impacto.
El EGO, que es un activo natural y saludable del ser humano, sirve como sistema de alerta y de pedido desesperado de auxilio. Es una alarma, con procedimientos primitivos y toscos, pero que sirven a su propósito específico.
El EGO nos hizo gritar, llorar y patalear (o desconectarnos de la realidad si no alcanzaba satisfacción a su necesidad) para que algún adulto nos atendiera, nos diera aquello que nuestro organismo precisaba para no sucumbir.
El EGO nos asistió muchísimas veces en nuestros primeros tiempos, y luego se fue enclavando ya no solo como un mecanismo natural de supervivencia, sino también como un hábito, una conducta compleja adquirida, que iba conquistando terrenos para los cuales no es apropiado ni necesario.
En nuestro esponjoso y sediento cerebro se fue marcando una huella antigua y profunda, un hábito, que nos lleva a gritar, llorar, patalear o desconectarnos de la realidad para obtener satisfacción.
Sí, claro; también aprendimos conductas más acordes a personas civilizadas, pero en la base, en lo recóndito, en el arsenal más primario y veloz, está el llorar, gritar y patalear (con sus derivados) para alcanzar lo que se desea o precisa, para obligar a algún otro a moverse y proveernos de lo que nos hace falta.

En parte por ello es que alzamos nuestros ojos a los cielos cuando clamamos por auxilio divino, o suponemos en las alturas su trono.
Porque nos habituamos a esperar que de arriba, de lo alto, de alguien con más poder que nosotros, venga la asistencia.
Que ese otro poderoso nos alzara, nos acunara, nos diera cobijo, nos satisficiera.
Entonces, elevamos plegarias, alzamos las manos, miramos para arriba, esperamos que venga Dios o un dios a auparnos, cual bebitos en impotencia pero con suficiente fuerza como para llamar la atención con berrinches, o con astucia para manipular y así obtener alguna gratificación.

Sí, porque tal como manipulamos a los adultos, pretendemos hacerlo con Dios o algún dios (inexistente, por cierto).
Esperamos que ante nuestras quejas la divinidad nos haga los mandados.
Si le ordenamos por medio de rezos, ¿cómo no nos va a dar lo que queremos?
¿Cómo se atreve esa deidad a no satisfacer nuestra minúscula existencia, si nosotros hemos ofrendado al líder religioso, o pactamos alguna cosita, o ayunamos un día, o cualquier otra cosa que se nos ocurre (o nos dicen) tiene el poder de mover a la divinidad a esclavizarse a nuestro antojo?

¿No es ridícula esta creencia y conducta?
El hombre, limitado e impotente, fantasea que tiene la capacidad para decretar cosas sobre Dios, el Todopoderoso.
En su necedad cree que el Rey vendrá a darle lo que quiere, a cambio de rezos, pactos, decretos que uno impone, o lo que fuera.

Muchas veces se inventa sus propias liturgias y mejunjes mágicos, con el pensamiento infantil marchando a toda máquina.
Pero, suele caer en las garras de traficantes de fe.
Piratas dispuestos a cualquier cosa para obtener sorbos de poder, en forma de dinero, de fama, de adulación de masas, de cualquier cosa que les haga sentir poderosos.
Así, habrá gente que se siente impotente siguiendo a otra gente que se siente impotente pero que se considera poderosa.
Trucos, imaginería, necedad, abismo, caos, muerte en vida.

Se dirige a un supuesto hombre iluminado para que le venda ese polvo mágico, esa receta supersticiosa que le dará poder sobre el Todopoderoso.
Por supuesto que el tal hombre iluminado, o quienes le rodean, se hacen una fiesta con esto. Venden productos irrisorios, inútiles, a precios de oro y agua en el desierto. Posan con imposturas de santidad. Se rodean de lisonjeros y matones, unos para que aplaudan y conquisten a los que dudan; los otros para que amenacen, presionen, amilanen, liquiden a los que se atreven a declarar la falsedad y nulidad del supuesto hombre superior.
Se forman sectas de fieles, se organizan cacerías de enemigos, se establecen reglas estrictas y asfixiantes, se sumerge más y más a la gente en sentimiento de impotencia, para que recurran con urgencia a los ansiados amuletos y rituales que solamente provee el gurú del grupo.
Llanto, grito, violencia física, mucha manipulación, ingente desconexión de la realidad… ¿no te suena conocido?
Es solo EGO, total EGO, carente de sentido espiritual, sin relación con el Eterno, sin pan para el alma…

Sí, a la gente le encanta adorar cosas, a personas, a entidades fantaseadas, a cosas por el estilo, porque se pretende que todo ello tiene el poder para satisfacer lo que el hombre no puede por sí mismo.
Se rodea de encantamientos, de amuletos, de foto de supuestos “tzadikim”, de palabritas mágicas, de libritos escritos por supuestos “sabios”, de medallitas, cintitas, idolitos, cualquier cosa que le entregue una cuota de imaginario poder sobre la realidad, para que así mágicamente se resuelvan sus cosas.
Como una droga, se convierte en una pasión enfermiza, en una obsesión, en un doctorado en infelicidad, en amargura, en esclavitud, en celditas mentales.

Está bien que si uno quiere algo rece a Dios, al Uno y Único, y solamente a él.
No a otros dioses, ni a ángeles, ni a santos, ni a hombre alguno.
El rezo dirigido solamente al Eterno.
Como una forma de diálogo, de confesión, de pedido humilde, de reflexión poderosa; pero NO como extorsión, ni manipulación, ni orden, ni decreto que Él deba acceder, ni supuesta fórmula mágica que obligatoriamente dará resultado.
Rezar para crecer uno, para reconocer el camino correcto, para andar por él, para encontrarLo a Él, sin esperar nada, solamente poder salir de la celdita mental que impone el EGO.

Sí, está bien que la persona pida ayuda a un sabio para que le dé una mano, no para rezar en su lugar, no porque el sabio o tzadik tenga algún poder especial y diferente, no porque Dios escucha al santo que debe ejercer como intercesor obligatorio en la relación.
La persona puede pedir ayuda al sabio, para que éste le enseñe a rezar apropiadamente, por ejemplo sin supersticiones, por ejemplo son desplantes ante el Rey.
Para que además le ayude a pensar mejor su situación, su real lugar, lo que en verdad precisa y necesita, lo que le podría servir y lo que no.
Porque el sabio puede funcionar como un espejo claro y limpio, que devuelva la imagen que la persona precisa mirar y aprender de ella.
Porque el sabio puede servirle como modelo.

Pero, cuando nuevamente el EGO entra en funcionamiento, entonces se cree que el tzadik es el que bendice, el que intercede, el que tiene un rezo que es escuchado por Dios y Lo somete a su deseo.
Entonces, nuevamente se entra en el ciclo supersticioso, vicioso, terrible, de esclavitud. Se pierde el sentido, se rechaza la conexión con Dios, para llenarla de creencias, de fe, de adoración a hombres, de enojo, de odio, de manipulación, de quejas, de negación, de ignorancia, de todo a lo que el EGO acostumbra…
Lo vemos a diario, lo padecemos.

Cuando, el maestro es simplemente un inteligente y preparado guía del camino, que muestra el paisaje, pero no lo crea, no lo modifica, y no lo puede ver o caminar por ti.
Si te confundes, y se confunde el maestro, terminan esclavizados en roles místicos, carentes de poder pero llenos de fantasías del EGO.

El tzadik, el verdadero, es como un instructor te enseña a conducir tu auto.
Sabe más, tiene conocimiento, adquirió experiencia, por algo es un instructor, pero no por ello él es quien conducirá por ti.
Eres tú el que debe aprender a conducir, a cumplir con las reglas objetivas, a andar con responsabilidad, a avanzar hasta recorrer tu camino.
Eres tú el que maneja tu auto, no el supuesto o real tzadik.

Eres tú quien debe vivir tu vida, no otros.
Tú puedes aprender, debes aprender, y qué mejor que gente sabia, preparada, cultivada, con poder, para servirte de instructores.
Pero, eres tú el que vive tu vida, o te dejas recluir en celditas mentales.

Eres tú quien se debe comunicar con el Padre, de manera simple, sincera, directa, sin vueltas, sin rituales complejos, sin malabarismos.
Claro, para los judíos existe el libro de rezo, por algo está, para que lo uses, si eres judío. Pero eso no quita el recurso saludable, beneficioso, bendito de la conversación franca con tu Padre, sin intercesores, sin metiches con supuestos poderes mágicos que son solo piratas de la fe.

Recuerda la lección, compártela, des-aprende, aprende, vive, disfruta la bendición constante que llueve sobre ti.

Del caos al muy bueno

Pregunta: ¿Qué es el mal?
Respuesta: La ausencia del bien.

Pregunta: ¿Qué motiva al hombre a actuar mal?
Respuesta: El Ietzer haRá (tendencia natural del hombre hacia del “mal”), al que nosotros solemos denominar EGO (que no se debe confundir con el Ego del psicoanálisis, o el ego como sinónimo del Yo, ni con concepciones místicas-orientales del mismo).

Pregunta: ¿Qué hace sufrir a la gente?
Respuesta: El no tener el control. La impotencia, o el sentimiento de la misma.

Pregunta: ¿Qué hace dichosa a la gente?
Respuesta: El ejercer el poder.

Pregunta: Cuando se usa el poder para hacer algo malo (que disminuye el bien), como por ejemplo hacer sufrir a alguien, o engañarlo, o llevarlo por la senda del error, o aprovecharse de su ingenuidad o necesidad, ¿no da placer a quien lo provoca, porque está teniendo algún tipo de control?
Respuesta: El uso de la fuerza (física, del ingenio, por medio de manipulación, cualquier manifestación de fuerza) no es idéntico a tener poder.
El poder es real cuando se emplean loas recursos en construir shalom por medio de obras de bien y justicia, tal en su faceta expansiva. En su faceta contractiva sirve para repeler, o contener, lo que conlleva caos y confusión (esta posición contractiva también es de construcción de shalom, aunque el ojo no preparado no sepa reconocerlo).

Pregunta:
Respuesta:

Resplandece con tu reflejo

Aquel que es consciente de la actividad de su EGO (Ietzer haRá) y le permite realizar su función específica, pero no adueñarse de su vida completa, y por ello construye shalom al obrar con bondad y justicia, siendo leal, entonces resplandece con la Luz que emana constantemente desde su neshamá (espíritu, Yo Esencial).

Al respecto, una muy interesante anécdota del mundo midráshico, que podemos encontrar en el “Sefer Yuhasin hashalem” (aquí te dejo el link por si te interesa leerlo), y cierto parecido en TB Guittin hacia el final de 58a:

ומצאתי בספר הגדה שהיה מר עוקבא בעל תשובה שנתן עיניו באשה אחת והעלה לבו טינא ונפל בחולי ואשת איש היתה לימים נצרכה ללות ממנו ומתוך דוחקה נתרצית לו וכבש יצרו ופטרה לשלום ונתרפא וכשהיה יוצא לשוק היה נר דולק בראשו מן השמים ועל שם כך קרי ליה ר’ נתן צוציתא במסכת שבת (דף נו:) הכא נמי להכי כתבו ליה הכי . על שם האור שהיה זורח עליו:

Te lo cuento con mis palabras, mientras mecho entre líneas algunas ideas y preguntas para que vayamos pensando juntos.

La historia trata de un hombre que no era muy observante de los preceptos conocido como Don Ukbah (también mencionado como Ukban hijo de Nejemia), quien luego hiciera un giro en su vida para ser apegado a los preceptos e incluso hacerse un lugar como uno de los grandes maestros y líderes comunitarios.
¿Qué fue lo que pasó?
Quedó perdidamente enamorado de una mujer casada, al punto de enfermar literalmente de pasión.
Moría por ella, estaba desesperado por gozar de su compañía, pero aunque no era observante de los preceptos igualmente respetaba la ley de no tener relaciones con una mujer casada.
Pero, tanto era su deseo, su anhelo, que vaya uno a saber cómo terminaría la cosa si hubiera ocasión y oportunidad… ¡la cual precisamente ocurrió!
Resulta que la pareja estaba necesitada con urgencia de una fuerte suma de dinero, era una cuestión que llevaba a la angustia, tal vez a extremos que de manera regular uno no admitiría. Al punto que la mujer fue a pedir un préstamo a Don Ukbah.
Sí, pareciera como si la ovejita se introdujera mansamente a las fauces del lobo, quien sin dudas se aprovecharía de las circunstancias.
¿No?
¿Quién se enteraría?
¿Quién diría algo?
Todo quedaría sellado en el secreto de la miseria humana.
Unos por humillación, vergüenza, necesidad económica; el otro por la vileza que otorga la lujuria, la excusa del “amor” (en verdad deberíamos decir “enamoramiento”). Como sea, la cosa quedaría allí, solo ellos y Dios estarían al tanto…
¿Qué harías tú? ¿Si fueras él? ¿Si fueras ella?
¿Qué crees que hizo Don Ukbah?
¿Le perdonarías a la mujer la “infidelidad”, probablemente consentida por el marido?
¿Ella tendría reparos, siendo que el hombre adinerado la trataría con cariño y no la llevaría a sentirse abusada, sino mimada y admirada por un pretendiente poderoso?
¿Juzgarías duramente a Don Ukbah por querer satisfacer su amor, concretar su anhelo tan buscado, aquello que llegó hasta a enfermarle por no poseerlo?
A fin de cuentas, ¿quién se perjudica, si parece que todos son adultos y saben lo que hacen?
Sí, claro, hay mandamientos divinos que condenan el hecho, pero bueno… tú sabes, el EGO sabe inventar lindas excusas, y aquí se mezcla lo que parece amor, enfermedad, necesidad, miseria, rescate económico milagroso, nadie sale lastimado, en fin, lo que el EGO quiera expresar para tratar de blanquear el asunto.
Don Ukbah conquistó su EGO, no se dejó llevar por la pasión, ni dribleó las reglas con barajas tramposas, simplemente rechazó lo que no era admisible.
Dio el dinero en préstamo sin una palabra, un gesto, una alusión, nada que le hiciera desbarrancar.
La mujer salió como había entrado, solo que con una bolsa de monedas extra.
Pero Don Ukbah salió totalmente cambiado de ese encuentro.
Ya no era el mismo, o en verdad, por fin era ÉL mismo. Había dejado las máscaras del Yo Vivido, al servicio del EGO, para encontrarse con su neshamá.
La dolencia física que le había acometido a causa de su pasión, se esfumó.
Su pensamiento por fin estaba claro.
Había conseguido dar el pequeño paso que lo liberaba de su celdita mental.
¿Cómo?
Dejando correr al EGO sin subirse a ese carro que lo llevaba por caminos oscuros y perjudiciales.
Él escogió lo correcto, lo que desde la perspectiva del EGO era un fracaso, pero realmente era EL éxito.
Triunfó y obtuvo su merecido premio.
Cuentan que cuando salía a la calle la gente lo veía y era como si una flama resplandeciera sobre su cabeza, era todo brillante, una luz que provenía de su Luz interior (la que recibe y refleja el Yo Esencial).
Sí, algo había cambiado en Don Ukbah, pero no meramente un cambio imperceptible o subjetivo, sino que era evidente para todo aquel que pudiera verlo y admitirlo.
Por esa Luz celestial que le acompañaba le llamaban Tzutzita (ver en TB Shabbat final de 56b), aparentemente por las nitzotzot –chispas- de luminiscencia que se desprendían de él.
Este hombre retorno de la oscuridad, hizo teshuvá, y se transformó en lo que potencialmente podía llegar a ser.
Fue incluso Resh Galuta, es decir, exilarca en su momento.
Sí, por haber estado en contacto con su parte más terrible y no transformarse en ello, sino aprender a ser Él mismo, el reflejo de su Yo Esencial.
Las llamas que lo podían haber consumido y devorado, así como haber incinerado a una mujer inocente junto a su marido, ahora ya se habían canalizado, para emplear toda ese impetuosa energía en hacer la voluntad del Eterno.

Tienes mucho material en este sagrado hogar para ayudarte a ser tú también Tzutzita, a ser tú mismo y no más alguien en las penumbras del EGO.
Te invito a recorrer, encontrar, leer, estudiar, des-aprender, aprender, compartir, agradecer, crecer juntos.

Hasta luego, luminoso día para ti y los tuyos.

Sin cremas ni maquillajes

"La sabiduría del hombre iluminará su rostro y transformará la dureza de su semblante."
(Kohelet / Predicador 8:1)

Es posible interpretar de variadas formas este pasaje, compartiré una de ellas.
Cuando el hombre comprende que el EGO forma parte de su vida, que tiene una función y que ella es útil, necesaria, indispensable;
y por ello no permite que ocupe otros lugares, ni ejerza otras funciones, ni se convierta en el rey cuando solamente es un servidor;
y ya no hace lo que viene haciendo desde el nacimiento, actuar como títere del EGO, sino que ahora es la neshamá (Yo Esencial) la que reina, el intelecto el que dirige y todo marcha en orden y armonía dinámica;
entonces se puede decir que es un hombre con sabiduría.

Quizás no sepa muchas cosas de ciencias, artes, conocimiento general,
tal vez no sea instruido ni asombre con los datos que maneja,
hasta podría ser declarado ignorante en cuestiones académicas y formales,
pero, ciertamente es un sabio.
¿En qué?
En vivir.

Su rostro está iluminado,
¿por qué?
Porque no se amarga por cuestiones que no tienen solución, acepta su impotencia y no lucha en vano.
Hace su parte.
Aporta su poder.
Realiza.
Crea.
Controla lo que está bajo su dominio, pero no intenta controlar lo que no es de su incumbencia.
No manipula ni permite ser manipulado.
No avasalla, ni insulta, ni agrede, ni se ofende por cuestiones nimias, no miente, no engaña, no es vanidoso, no vocifera, no usa la violencia.
Es poderoso, y cuando hay que destruir, destruye, siempre que sea para construir shalom.
Hace lo bueno y lo justo, es leal.
¿Cómo no habría de estar iluminado su rostro, si la Luz del Eterno que irradia desde su neshamá vigoriza cada una de sus partículas?
Su Yo Vivido refleja a su Yo Esencial, no lo oculta, ni lo tergiversa, ni obstaculiza su conexión.

La dureza que el EGO impone en el semblante, se desdibuja.
No en una máscara de falsa amistad, ni en lisonja traicionera, ni en palabrería manipuladora, ni en la amistad y paz de los profetas del mal.
Sino que realmente se quita del rostro, del corazón de la existencia.
Porque no es el EGO quien controla, entonces no se recurren a sus primitivas herramientas para llamar la atención y arañar un poco de algo que se pretende poder.

Seguramente habrán momentos dramáticos, tristeza, sentimientos de impotencia, situaciones de real amargura,
y el sabio los vivirá con entereza, estando triste, amargado, reconociendo su impotencia, admitiendo su error, reconociendo el fracaso,
¡claro que sí!
Para luego emprender el camino a su superación, allí en donde sea posible y como sea posible.
Siempre con la consigna de construir shalom, con acciones buenas y justas.

¿Tu rostro resplandece?
Sin cremas ni maquillajes, sino simplemente con sabiduría…

Confort y crisis

Estamos cómodos, aún dentro de la situación precaria, inestable, con altibajos (más bajos que altis, en realidad).
Ya sabemos cómo es, tenemos alguna idea de cómo manejarnos en las dificultades.
Entonces, nos mantenemos en esa zona.

Suponemos que luego de un cambio, probablemente estemos mejor.
Pero, conjeturamos acerca de conflictos, problemas, riesgos, insatisfacciones, frustraciones, fracasos, situaciones inesperadas y desagradables,
entonces,
las fantasías de cambio para crecer se quedan allí,
en amargura, en ensoñaciones, en proyectos imaginados pero jamás intentados.

Es que el confort que tenemos, esa comodidad limitada es nuestra vieja compañera, nuestra seguridad, nuestro sorbo de cierta potencia.
Siquiera pensar en abandonarlo nos angustia, nos atemoriza.

Como dice el viejo dicho: “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
Y así, perduramos en lo que nos va acabando, consumiendo, quitando de la vida.

Pero a veces hacemos un gesto de cambio, como si fuéramos a dar un primer paso en la dirección anhelada.
Y hasta nos atrevimos a darlo.
Y allí, pueden ocurrir algunas cosas:
– que algo nos atraiga gratamente nuevamente a la zona de confort, y entonces digamos: “¿para qué arriesgarnos si en definitiva no estamos tan mal?”;
– que las piedras en el camino nos abrumen, para correr desesperados al amargo refugio que conocemos atrás de nosotros;
– que nada negativo suceda, pero nos amilanemos por el sorbo del éxito, entonces volvemos con la cola entre las patas a la zona de confort;
– que sigamos caminando y creciendo y fortaleciéndonos, incluso a nuestro pesar.

¿Te resulta conocida alguna de estas opciones?
En relaciones de pareja, en tus estudios, en el trabajo, en el lugar que vives, con tus vecinos, aquí o allá…
¿Te pasó algo así?
¿Algo diferente?

Entonces, la zona de confort es como un poderoso imán que nos mantiene pegados, atrapados, encarcelados,
sí, en celditas mentales,
endebles, con barrotes debiluchos sin ninguna potencia,
pero que sin embargo alcanza para tenernos sometidos, en impotencia, a merced del EGO.

A veces, “con suerte”, surge la crisis.
Un momento de cambio inesperado, no provocado conscientemente.
Hay un quiebre de la realidad anterior.
Es como un caos súbito que viene a reemplazar ese caos que teníamos organizado como orden en nuestras creencias.
La crisis irrumpe, con más o menos fuerza, avisando con voz poderosa o no.
Y allí ya la zona de confort no existe.
Estamos obligados a acompañar el cambio, como subiéndonos a nuestra tabla de surf para jinetear la ola; o podemos atarnos al ancla que nos mantiene en el sitio y situación que creemos conocer y dominar, para ser sumergidos, revolcados, atragantados y difuntos (perdiendo la vida allí o mucho tiempo más adelante).

La crisis puede ser nuestra mejor amiga.
Podría serlo.
Hay que ser consciente. Darse cuenta de los sentimientos y las emociones. Verlas, reconocerlas, admitirlas pero no dejar que nos controlen.
Apreciar nuestro lugar y rol, pero no admitir que sean otros los que decidan lo que es nuestra decisión.
Dar a la conciencia el timón para que podamos navegar el mar de cambios y llegar a un mejor puerto.

No poseemos el control total, tan solo dominamos un poquito de nuestro ser y entorno. Es en esa porción en la que debemos desplegar nuestra capacidad.

Podemos estar en la zona de confort y ser arrastrados en la crisis.
Podemos generar los cambios favorables.

Enójate para que todo marche mejor

Enójate, seguramente que así las cosas marchan mejor.
¿Cómo?
¡Qué no es así!
¿Qué dices?
Ahora que lo ves con una mirada más calma, desde otro lugar, te das cuenta que si te enojas te complicas aún más que antes… ¿no es así?
Vamos, mira bien, ¿reconoces que con tanta pasión, furia, bochinche, gesticulaciones y todo el resto de agresiones la situación se torna asfixiante, peligrosa, o extrañamente silenciosa –como si el rencor fuera atesorado para explotar en alguna otra oportunidad? ¿Te das cuenta?

Ah, pero a veces con tus gritos, amenazas, golpes, insultos, malos modos, gestos obscenos provocas que ese a quien va dirigido te haga caso… ¿no?
Puede ser tu cónyuge, hijo, empleado, amigo, colega, extraño o hasta la misma deidad a la que tú adhieres. No interesa el destinatario, siempre y cuando tu acritud y espasmos logren su cometido.
Es que así manipulas a alguien para que te sentirte de alguna forma importante, o poderoso, o que tienes la razón… solamente porque te expresas de manera, porque gritas más, porque el otro te teme, o ya saben que no vale la pena intentar dialogar contigo (o no pueden/quieren abandonarte).

Puedes sentirte victorioso, ya que tus berrinches han conseguido aquello que deseabas.
¿Cuánto costó?
¿Qué pierdes? ¿Qué pierde el otro?
Evaluando con razonamiento y mesura, ¿es un buen negocio?

Ah, dices que no te interesan todas esas cosas, sino solamente ser el que tiene la última palabra, el que manda, aquel que es satisfecho en sus necesidades.
Como un bebito, como un niñito chiquito, pero eso nada importa, siempre y cuando te satisfagas a costa de algo…

Y, ¿cuándo te enojas contigo?
¿Te pasa o pasó alguna vez?
¿Fue hacia ti que dirigiste las palabrotas, los golpes, las amenazas?
¿Es algo frecuente?
¿Qué logras con ello?

Enójate, seguramente que así las cosas marchan mejor.
¿No?