¿Qué lleva a la gente a creer en dioses, en santos, en gurús poderosos, en entidades metafísicas con facultades paranormales?
Una respuesta es que Dios, el Uno y Único existe, es el Creador y Sustento del universo completo.
Cada ser humano porta (realmente debiéramos decir: “es”) una conexión directa con el Padre, que es su neshamá, espíritu al que también denominamos Yo Esencial.
Como hemos explicado en otras ocasiones, sobre el Yo Esencial se va acumulando de forma natural máscaras, personajes que nos inventamos o asumimos, mandatos sociales o grupales, creencias, ideas, sentimientos, que nos van exilando de nuestra verdadera y eterna identidad. Llegamos a creernos que somos el personaje que estamos actuando, que por lo general no guarda mucha afinidad con nuestro Yo Esencial, o a veces es un muy pálido reflejo casi indefinido. Sí, nos olvidamos quien somos para identificarnos con la careta que estamos siendo. El Yo Vivido se considera el único “Yo”.
Pero, la neshamá no se extingue, no muere, no dejamos de serlo.
Su voz, apagada y silenciosa, casi está perdida para siempre entre los tumultos del Yo Vivido; pero no se pierde en realidad, allí está, susurrando sin pausa y sin cansancio. Nos ilumina con su poder, que parece inexistente.
Nos mantiene en constante conexión con el Eterno, aunque racionalmente nos parezca imposible y las pruebas científicas no se presenten.
Es como un imán que nos atrae, sin que podamos percibir o medir en modo alguno las fuerzas magnéticas que operan sobre nosotros.
Ocurre.
Estamos alienados de su presencia, pero la sentimos, en sueños, en premoniciones, en aspiraciones éticas, en acciones de bondad genuina, en aspiraciones de grandeza altruista, en buscar a ese ser que intuimos pero no podemos mostrar ni demostrar (Dios, el verdadero). Pero, estamos sumergidos en ignorancia. Porque, no conocemos ni sabemos de la neshamá, y por tanto no tenemos consciencia de nuestra identidad espiritual. Entonces, llenamos la oscuridad con lo que tenemos a mano, que por lo general son las creencias de nuestro entorno, de nuestra cultura, de nuestra familia, de nuestro grupo de pertenencia. Así, pasamos a tener fe en lo que los demás nos dicen que es dios o dioses, entidades místicas, maestros ascendidos, santos de bendición, imágenes sagradas, amuletos, supersticiones (ya hasta la fe de la religión científica, si te interesa lee este link).
Es decir, por buscar a ese Dios que sentimos –de algún modo- terminamos encontrando a los dioses y otras farsas.
A esto sumemos a nuestro EGO, que se entroniza como nuestro primer salvador y luego se perpetúa como si fuera nuestra divinidad.
No hablaré más sobre este punto porque ya lo he hecho, te recomiendo si te interesa este link: “El origen de los dioses” y “El origen de la idolatría” y no te pierdas “La fe del EGO”.
Así pues, tenemos la necesidad de Dios, como el sediento del agua. Tal como cantara el salmista:
"Mi alma tiene sed de Elokim, del Elokim vivo. ¿Cuándo iré para presentarme delante de Elokim?"
(Tehilim / Salmos 42:3)"¡Oh Elokim, tú eres mi Elokim! Con diligencia te he buscado; mi alma tiene sed de ti. Mi cuerpo te anhela en tierra árida y sedienta, carente de agua."
(Tehilim / Salmos 63:2)"Extiendo mis manos hacia Ti; mi alma te anhela como la tierra sedienta."
(Tehilim / Salmos 143:6)
Si tenemos la capacidad que tuvo el patriarca hebreo Abraham de romper con las creencias de su entorno y por propios medios encontrar el camino racional, y luego emocional, al Eterno, ¡qué bueno! Pero la mayoría no alcanzamos a quebrar el mandato social en ese tramo de nuestra existencia, lo “religioso”, que es el sucedáneo de la espiritualidad.
Los que se abren de las religiones y pasan al agnosticismo o al ateísmo, cada uno de ellos a su modo siguen buscando al Dios, aunque se opongan a la idea, aunque demuestren con cien afirmaciones racionales que ellos nada tiene que ver con dioses o creencias espirituales. En el fondo, al no desarraigarse del EGO, y al seguir siendo neshamá, la sed se mantiene inalterable. Podrán no caer nuevamente en las torpezas idolátricas, ni aferrarse a tonterías supersticiones, cosa que es bienvenida, pero no dieron el paso del ENCUENTRO, de la reconciliación con lo más puro y eterno que es de ellos.
Entonces, nos queda una alternativa, que por el momento implica a mucho menos del 1% de la humanidad: nacer dentro de una familia comprometida con el Eterno, sea judía o noájida.
En ese entorno es más probable que la sed sea llenada con agua, más o menos próxima al Agua.
Se nos instruirá en la existencia del Uno y Único, se nos alertará acerca de los falsos dioses (sean uno o muchos), se nos darán herramientas para mantenernos en la senda correcta, al menos en la parte “teológica”.
En ocasiones la persona se encuentra en un medio de religiones o de negaciones de Dios, pero su impulso lo lleva al Eterno, y solo a Él.
Entonces, deja de lado las creencias y “hace teshuvá”, si es judío.
O se despoja de todas las máscaras y disfraces religiosos para reconocer su sagrada identidad como noájida, si es gentil.
Y a veces, vaya uno a saber el motivo, el gentil prefiere convertirse al judaísmo para vivirlo con todos sus rigores, y de la manera estricta judía servir al Eterno.
Si somos criados de manera apropiada, o de grande aprendemos acerca de nuestra identidad y del Eterno, entonces no precisamos adorar hombres (ni siquiera “rabinos” que bendicen), ni animales, ni entidades, ni alienígenas, ni Santa Claus, ni el multimillonario, ni el dictador de turno, ni el líder de la secta, ni el jefe del partido, ni salvadores colgados, ni fuerzas de la naturaleza, ni objetos, ni conceptos científicos.
Dejamos de lado las piruetas religiosas, descubrimos la vanidad de los rituales rebuscados, no precisamos más de caretas de seudo espiritualidad: somos libres, construimos shalom con acciones de bondad Y justicia.
A alguien se le podrá ocurrir una pregunta interesante: ¿cómo sabemos que Dios no es otro invento cultural, tal como el resto de los dioses?
¿Podrías tú dar alguna respuesta satisfactoria y que no implique la “fe”? Gracias por tus palabras y por haber leído hasta aquí.