Esto que quiero compartir, empezó hace muchos años atrás. Empezó con un sueño. Un sueño que me llamaba, que se repetía, que lo llegué a considerar parte de mí, que lo llegué a considerar como una premonición que la compartí con mi esposo, Juan. Un sueño que en un momento dado, años más tarde, lo llegué a tolerar como algo simpático pero que no tenía importancia.
Llevo quince años de matrimonio y junto a mi esposo tenemos casi catorce de observancia de las Siete Leyes Noájidas, justamente la edad de mi hijo mayor, Daniel.
Poco después de que nació mi hija Keren, que hoy tiene once años, tuve un sueño que se repetía cada cierto tiempo, en el cual yo era madre de otro hijo. Parecía una locura pues mi esposo aún realizaba estudios doctorales y cada fin de mes llegábamos con la cuenta bancaria casi en cero. De hecho, mediante el control de fechas empecé a cuidarme para no quedar embarazada…
Cuando lo soñé por primera vez, mi hermana Giovanna todavía no tenía hijos. Yo tenía años orando muchas veces para que el Eterno la bendijera a ella y a su esposo con un hijo, pues habían pasado muchos años desde que se casaron y todavía Dios no les daba esa bendición…
Mi esposo obtuvo su grado de PhD en la Universidad de Chile e inmediatamente empezó un postdoctorado. No mucho después recibió una oferta para realizar un segundo postdoctorado en el Technion, Israel. En aquel tiempo recibimos con gran alegría la noticia de que mi hermana estaba embarazada. Le llamé por teléfono a Ecuador para felicitarle y me comentó que ya hasta le habían comprado una pelota de fútbol, que iba a tener un varón. No pude evitarlo y le dije que yo había soñado que iba a tener una mujercita; ella me dijo que no, que era varón, así que decidí contarle mi sueño…
El sueño sigue en mi mente con toda la claridad posible. En él, mi hermana, su esposo y yo llegamos a un lugar en donde había una casa muy antigua, parecida a un castillo. Junto a la casa había un portón grande como de garaje. La puerta se abrió y el lugar parecía estar lleno de nubes y había muchos bebés ahí. Mi hermana entró primero, después su esposo y por último entre yo. En ese momento se me acercó un bebé y a pesar que sólo le vi el rostro supe que era un varón. Me vino a abrazar y me dijo “mamá”, a lo que yo le contesté: “Todavía no es tiempo, no vengo por ti. Venimos a buscar a la hija de Giovanna”.
Este fue un sueño que se repitió algunas veces, incluso después de que ya nació la hija de mi hermana.
No mucho después de nuestra llegada a Israel, Juan estableció contacto con Rabí Yirmeyahu Bindman cuyo libro “Los Siete Colores del Arco Iris” había traducido al castellano.[1] Entre otras cosas, el Rabino le dijo, “Nadie viene a Israel por nada”…
La frase del Rabino parecía tener poder. Unos días después tuve que salir de una clase de hebreo (estudiaba en un ulpán de la ciudad de Haifa) pues me sentía terrible. Para mi sorpresa la doctora que me atendió me informó que estaba embarazada y comentó, “Siempre les pasa a las parejas jóvenes pues aquí en Israel es normal que la mujer quede embarazada aún si se cuida”.
Pensamos que tendría ese niño varón que yo había soñado varias veces. Pero no fue así. El Eterno nos bendijo con una niña, Jaya.
Después de concluido el postdoctorado de mi esposo regresamos a Ecuador, con nuestros tres hijos. Pero el sueño de que yo era madre de un varón nuevamente se repetía.
Cuando Jaya tenía 4 años nuevamente quedé embarazada, pero este embarazo no prosperó y tuvieron que hacerme un legrado (véase https://jmayorga.wordpress.com/2013/03/20/no-asesinar/). Mi salud después de esto quedó afectada y el médico me recomendó ya no tener más hijos; así que, después de analizarlo bien decidí que debía hacerme la ligadura.
Busqué un médico especialista para que realizara esta intervención. Producto de los exámenes rutinarios ordenados por él, para mi sorpresa, se descubrió que tenía un problema de hipertiroidismo que estaba afectando mi corazón. Por esta razón la ligadura debía esperar hasta solucionar ese problema. El tratamiento involucró una pequeña dosis de yodo radiactivo y el médico indicó que no podía tomar ningún anticonceptivo.
Me preparé durante tres meses para el tratamiento con yodo. Después de tomar el yodo tuve que permanecer aislada diez días. Hasta saber que el yodo había provocado el efecto deseado, lo cual tomaría unos tres meses, no podía tomar otros medicamentos; así que, para no quedar embarazada, durante este tiempo use el método de control de fechas fértiles para prevenir un embarazo.
Luego de dos meses recibí con gran alegría la noticia de que el problema de mi tiroides estaba resuelto. Comencé a asistir a un gimnasio con una amiga noájida para mejorar mi salud hasta que llegara el día de hacerme la ligadura…
Pasó un mes más y Juan me pidió que le acompañe en un viaje de trabajo. Cuando regresamos me dio una infección intestinal muy fuerte que atribuí a algún alimento pasado que podría haber ingerido durante el viaje. Producto de los exámenes médicos, llegó una noticia como balde de agua helada: nuevamente estaba embarazada, y ya era un mes de embarazo. El problema está en que, de acuerdo con las cuentas, el tiempo no era el pertinente para que una mujer que haya pasado por el tratamiento de yodo radiactivo pueda quedar embarazada – lo recomendable era esperar por lo menos seis meses. El cuadro era tan complicado que estuve hospitalizada una semana, teniendo muy claro que la probabilidad de perder el bebé era extremadamente alta…
Después de lo que calificó mi médico ginecólogo como un verdadero milagro, el embarazo continuó. Acudí tan pronto como fue posible a una cita médica con mi endocrinólogo, quien hizo sus estudios de especialidad en Israel, con miedo e inquietud de que el tratamiento con yodo pudiera haber afectado de alguna manera a mi bebé. Sin embargo, con sus aproximadamente cuarenta años de experiencia, me dio ánimo y me dijo que hace poco había tenido un caso similar y que el niño había nacido bien, “así que confíe en que todo va a salir bien”.
En aquel tiempo, yo veía preocupada como se me habían presentado tantas dificultades pero en realidad eran milagros tras milagros. Una secuencia de causas y efectos que salvaron mi vida, que salvaron a mi bebé. Pero la secuencia no había terminado…
En uno de los exámenes rutinarios, ordenados por mi ginecólogo, aparecieron indicios de que nuevamente algo no andaba bien con mi tiroides. Al abordar el caso con mi endocrinólogo apareció un problema mayor pues me detectaron cáncer, un nódulo cancerígeno que debía ser extraído lo más pronto posible. De hecho, si no hubiera estado embarazada, la intervención se la hubiera realizado inmediatamente. La operación se programó para el tiempo en que yo estaría finalizando el cuarto mes de embarazo ya que, por el cuadro, era lo más recomendable – teniendo en mente que la probabilidad de perder el bebé era altísima pues sería necesaria anestesia general.
Fueron momentos muy duros y fue el tiempo en que tuve que recargar mi cabeza con todas las enseñanzas que había aprendido durante mi vida como noájida: los consejos que había leído en artículos de Fulvida, AishLatino, Jabad, JudaismoHoy, los cds y libros que había oído y leído de Breslev, la fortaleza que me daba mi esposo, etc.
Ya más fortalecida llegué al día de la operación. Duró cuatro horas. Gracias al Eterno sacaron todo el cáncer y yo me encontraba bien. El cirujano me dijo que se oían latidos del corazón del bebé, pero que no me podía asegurar nada hasta que pase un tiempo prudencial y sea evaluado por un especialista. En la noche del mismo día llegó el especialista con todo su equipo para revisar al bebé en mi vientre y para su sorpresa el bebé estaba vivo, con su corazón funcionando de forma normal. Al parecer las cuatro horas que duró la operación no le afectaron en nada. Mi familia y yo lloramos de alegría y le dimos las gracias Dios.
En medio de todo esto recuerdo que mi ginecólogo, cuando supo lo del cáncer, me dijo, “Me saco el sombrero delante el cirujano que le va a operar porque en la mayoría de los casos, el médico no le opera si no se provoca un aborto antes”. Y también me dijo, “si su niño sobrevive a la operación es porque Dios quiere hacer algo grande con él”.
Mi embarazo continuó. Fue milagro tras milagro.
Por mi misma situación, al final del embarazo me dio preclamsia y fue muy duro el parto. A mi bebé lo llevaron a la unidad de neonatología, el pasó ocho días allí. A mí me dieron el alta a los cinco días.
Pero los milagros nunca pararon. Dentro de mi hospitalización requerí dos pintas de sangre en una madrugada. Juan fue al Banco de Sangre, para recibir las dos últimas pintas allí disponibles de mi tipo de sangre, AB+.
Mi cuarto hijo, el bebé soñado, se llama Jaim Gamliel y tiene tres meses. No toma ningún medicamento si bien requiere un control mensual de un urólogo pediatra pues tiene un pequeño problema que en muchos casos se resuelve por sí mismo durante el primer año de vida. Por mi mente nunca se me hubiera ocurrido circuncidarle a mi hijo, pues tengo bien claro que soy noájida y no judía, pero el urólogo tuvo que realizarla para evitar posibles infecciones.
Respecto a mi salud: como parte del tratamiento para el cáncer me dieron una nueva dosis de yodo radiactivo, mucho más potente que la vez anterior. Todo esto lo estoy escribiendo en estos 15 días de aislamiento que tengo que pasar. Creo que compartir esta historia con ustedes es una forma de agradecerle al Eterno por todo lo bueno y por todo lo aparentemente malo que nos ha sucedido.
Ahora he comprobado en mi vida que todo está en manos del Creador, que Él tiene el control y que cada cosa que nos sucede tiene un propósito. Este es el mayor de los conocimientos que haya podido vivenciar.
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Notas.
[1] Para este tiempo, a más del libro de Rabí Bindman, Juan había traducido “El Camino del Gentil Justo” (Clorfene & Rogalsky) y “¿El Verdadero Mesías?” (Kaplan).
carmen, un saludo cariñoso para ti y los tuyos.
que te recuperes pronto y plenamente, mucha salud, bienestar y bendicion.
felicidades por el bebe! que este bien.
a seguir poblando el mundo con noajidas plenos.
Que increible historia Carmen, pero con un final feliz, espero que esté mejor de salud y el bebé creciendo fuerte.
Gracias Yehuda y Ale, principalmente gracias al Eterno, recibí los primeros examenes médicos después del tratamiento y en principio ya no hay indicios de cáncer. El bebé creciendo bien. Y ahora con nuevas fuerzas para trabajar y seguir llenando el mundo con noajidas plenos como dice Yehuda.