El ancla que nos lleva a la deriva

El EGO en su función primaria sirve para anclarnos a la realidad.
Para el recién nacido, para la persona en real estado de impotencia, el EGO sirve para llamar al atención y que se nos provea de lo necesario para satisfacer verdaderas necesidades, las cuales no estamos capacitados por nosotros mismos para satisfacer.
Sin EGO, difícilmente podríamos sobrevivir.

Es así nuestro primer salvador, totalmente natural y automático, elemento de nuestra presencia biológica.
El problema está en cuando se mantiene activado y en actividad en aquellas situaciones en las cuales no somos impotentes, pero nos sentimos así.
Recurrimos al servicio del EGO en lugar de hacer lo que nos corresponde.
Por pereza dejamos que el EGO nos domine, nos mantenga en estado de impotencia cuando solamente lo que tenemos es un sentimiento de no poder.

El otro problema está en que formamos el hábito, por la repetición abundante de las conductas egoicas, de llamar la atención con modales poco “civilizados”. Gritamos, pataleamos, lloramos, manipulamos para obtener la atención que nos provea de la satisfacción a nuestras necesidades (sean físicas, emocionales, sociales o mentales).

Y estamos desesperados por recibir, por obtener del mundo, por seguir siendo cuidados por madres todopoderosas (a los que solemos llamar dioses, ángeles, gurús, maestros ascendidos, etc.).
Porque es el EGO quien nos mantiene esclavizados, en impotencia, en fracaso pero delirando con que tenemos poderes sobrenaturales.
Como los niños esperando por sus mayores que les brinden lo que precisan.

Entonces, aquello que debe dispararse para cuidarnos y brindarnos auxilio, de pronto nos deja en situaciones de vergüenza, indefensión, cobardía, bravuconería, incomunicación, malestar, angustia, ira, reproches, malestar por doquier.
Es que, permitimos que el último de los siervos se transforme en el primero de los reyes.

Y no, el rey no debe ser el EGO. Ni su cargo es de el administrador, ni gerente, ni cadete, ni oficinista, sino solamente el encargado de los sistemas de alerta para llamar la atención en caso de real impotencia.
¡Qué mal nos va con el EGO dirigiendo esta empresa llamada “YO”!

Así, el EGO que nos sirve para anclarnos a la realidad termina llevándolos fuera de ella.
Construye una celdita mental, debilucha, sin barrotes fuertes, sin cerradura, y nos encerramos allí.
Somos prisioneros es esa pequeña celdita.
Con miedos y enojos, nos apartamos del mundo creando un mundo alternativo, que en apariencia es un refugio, pero en verdad es un asilo demencial.
Nos resistimos al cambio, porque lo llenamos de miedo, porque nos obliga a alterar el reinado del EGO al cual estamos acostumbrados/habituados.
Y, aunque no parezca, en verdad sí estamos cambiando, pero para peor, porque el ciclo tóxico se sigue cumpliendo. Las tenazas del EGO se aprietan más. Los miedos nos paralizan con mayor frecuencia y debilidad. Tanto huimos del cambio para no darnos cuenta de que estamos cambiando para empeorar.

¿La solución?
Tomar conciencia de esta realidad y luego…

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