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Ajaré mot y Pesaj, una conexión

Publicado en serjudio.com y compartido aquí.

Leyendo la parashá Ajaré mot me encuentro con el siguiente pasaje:

"No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual habéis habitado.
Tampoco haréis como hacen en la tierra de Canaán a la cual os llevo.
No seguiréis sus costumbres."
(Vaikrá / Levítico 18:3)

Es fácil seguir la lectura sin encontrar nada extraño en esta frase, porque, evidentemente es un versículo claro, sin cuestiones confusas, sin mística, sencillo de comprender.
¿No?
Dios no quiere que los judíos se comporten como los egipcios ni como los canaaneos, que se abstengan de seguir las costumbres de los habitantes de esas regiones.
¿No es así?

¿Cuántas veces habré recorrido estas palabras sin advertir nada llamativo?
Muchas, supongo.
Hasta el otro día, no sé cómo ni porqué una pregunta brotó por sí sola…
¿Era necesario especificar al hablar de Egipto “en la cual habéis habitado”?
¿Acaso no sabían que a la tierra de Canaán eran llevados por el Eterno?
Entonces, ¿cuál es el motivo para que aquí se especificara esto?
¿Aporta algo al texto?
¿Detalla de alguna manera la orden del Eterno?
¿Cuál podría ser la enseñanza de esta información a primera vista redundante?
Porque, se nos ha dicho que no hay ni siquiera una letra en exceso, ni reiteraciones que no aportan alguna clarificación.
Así pues, ¿cuál sería la enseñanza?
(Si se te ocurre, si la conoces, si la leíste, te agradezco que la compartas en la sección de comentarios. Gracias).

Una de las varias quizás la encontremos al estudiar al exégeta Rashi, en donde podemos asumir que los lugares de residencia de los hebreos en Egipto y allí donde morarían en Canaán eran lo peor de lo peor.
Esto es, ellos tenían experiencias con los extremos más bajos en la escala moral y ética, no se les estaba hablando de teoría, sino de una realidad conocida personalmente por los hebreos. Ellos estuvieron mezclados en ese ambiente vicioso, y luego del pasaje por el desierto volverían a entreverarse en el caos. Salieron de una oscuridad, para entrar en otra.
El viaje intermedio debiera servir para entrenamiento que les fortaleciera en virtudes, en su identidad sagrada, para que así no se afiliaran a las costumbres asquerosas de los canaanitas, ni se apropiaran de las máscaras ajenas para tapar con ellas sus rostros.

En ocasiones, el conocer de primera mano las cosas posibilita estar más precavido y atento para no caer en los errores; pero otras, se puede contaminar de cierta manera, adquirir modos y costumbres, que se han convertido en hábitos, se han automatizado, son una segunda naturaleza, de tal forma que pasan inadvertidas.
Uno se comporta como ha aprendido al estar en contacto con los que se comportan así.

Entonces, hay que estar atento a la propia conducta, a los hábitos, hacerlos conscientes, ver como nos comportamos, evaluarnos con sinceridad para descubrir qué hacemos en nuestra vida, hacia donde estamos dirigiendo nuestra existencia.

Pero, ¿somos capaces de juzgarnos correctamente?
Encerrados en la celdita mental de nuestras creencias, ¿tenemos la visión atinada como para darnos cuenta de lo qué hacemos y qué nos motiva?
Y, si alguien con bondad y justicia nos señala nuestros errores, nuestros hábitos perjudiciales, ¿tenemos la capacidad para admitir, aceptar y corregir?
¿Es posible salir de Egipto y no morar en Canaán cuando vimos que allí estamos hundidos?

Sabemos que hay personas que no solamente no aceptan estos esclarecimientos, sino que se empecinan en el error, se aferran a él, disparan excusas y agresiones para no cambiar y en todo caso empeorar.
No le pasa a otros, me pasa a mí pero también a ti.
Parece como más fácil enceguecerse y actuar con terquedad, que evaluar y corregir la propia existencia.

Porque, ¿cuántos están dispuestos a mirar para dentro, alumbrar los puntos oscuros, recogerlos, limpiarlos y aprender nuevas conductas para que se conviertan en mucho más saludables hábitos?
Como se hace antes de Pesaj, en la bedikat jametz, que se recorre el hogar con una lámpara y una pluma, buscando los residuos de jametz, el producto prohibido para los judíos en la festividad. Ya se hizo una metódica y profunda limpieza, pero se hace el último repaso, rebuscando en los rincones, descubriendo donde no es evidente, inspeccionando incluso lo que está a simple vista y por ello puede pasar desapercibido.
Se enfoca con una mirada diferente, deseosa de encontrar lo prohibido para extirparlo y llenar ese lugar con luz.
El ojo pasó por allí varias veces, quizás, sin admitir lo erróneo, ahora es el momento de cambiar, de encontrar lo negativo para sincerarse y sacarlo de nuestro interior.

Podemos y debemos hacer un viaje de reflexión, de introspección, de mirar nuestro ser y cómo vivimos.
Darnos cuenta de nuestros aciertos y errores en el plano físico, emocional, social, mental y espiritual.
Ver en los rincones, inspeccionar sin miedo y sin excusas, para dar cuenta de esas migajas que nos pesan y corrompen, ese material extraño que se aloja en nuestro hogar y que debemos quitar para nuestro crecimiento multidimensional.

Entonces, probablemente iremos conociendo y dando nombre a las máscaras que componen el Yo Vivido y que nos ocultan de nuestro Yo Auténtico, en vez de representarlo dignamente.
Allí podría estar el yo vengativo, el yo rencoroso, el yo quejoso, el yo agresivo, el yo lujurioso, el yo mendigo, el yo víctima, el yo seductor, el yo temeroso, el yo religioso, el yo sabiondo, el yo presumido, el yo bochinchero, el yo rebuscado, el yo enfermizo, el yo avaro, el yo bombero, el yo ansioso, el yo dependiente, el yo malhumorado, el yo cabalistero, el yo celoso, el yo envidioso, el yo perezoso, el yo mandón, el yo gruñón, el yo cuerpo atractivo, el yo cuerpo defectuoso, el yo rico, el yo pobre, el yo traidor,el yo seudo judío mesiánico, el yo confundido, el yo estudioso, el yo gimnasta, en fin… los cientos o miles de yoes que son máscaras, que se interponen entre tu Esencia Espiritual y su manifestación en la realidad.

Algunas de esas caretas podrían sintonizar con tu esencia, representarte.
Pero, lo común es usar las máscaras que nos impusieron, que asumimos, que nos dejan en impotencia, que nos ofuscan el encuentro con nuestra real identidad.

Saber que salimos de Egipto, saber que estamos en camino a una tierra igualmente corrupta.
Saber que en nuestro interior se alojan yoes que formamos, compramos, tomamos, nos implantaron, creemos que somos eso.
Saber que en lo más profundo se encuentre el Yo Esencial, que nos conecta sin pausa y sin cortes con el Eterno y todo lo creado.
Saber que esa esencia sagrada es lo que somos realmente, eternamente.
Entonces, asumir el trabajo de tomar conciencia, vernos, delimitar lo que no es provechoso, controlar lo que se puede controlar.
Hacer el trabajo necesario para cambiar hacia lo mejor.
En palabras del profeta:

El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.
(Ieshaiá / Isaías 9:2)

Con la ayuda de rezos, con el esfuerzo personal, recurriendo a profesionales que entrenan y tonifican la multidimensionalidad del ser, asumiendo que tenemos la tarea de descubrir nuestra esencia y hacerla relucir entre los escombros que llamamos “yo”.

Quiera el Eterno que podamos hacerlo, comer la matzá en Pesaj y no encontrar más jametz.

Imagen en el espejo

Ansiedad, angustia, confusión, inseguridad, sin paz, sin alcanzar la felicidad, insatisfacción, sentirse víctima, enojo, amargura, malestar, vivir pendiente de otro, buscar venganza, guardar rencor, miedos, adorar ídolos, encerrarse en creencias… ¿te suenan conocidos?

Aquellos que viven pendientes del pasado, quejándose por lo que no fue, volviendo a frustrarse con lo que ya fue frustrante, culpando y culpándose, añorando con lamentos un soñado esplendor de otras épocas.
O, fugar hacia el futuro, llenarse de esperanzas mágicas, posponer hasta que las condiciones sean propicias, acurrucándose con miedo a lo que podría suceder, anhelando otra vida sin llevar a cabo acciones concretas para marcar una diferencia.
Gente que no vive en este momento, que dejan escurrir las arenas del tiempo entre sus dedos, atrapados por culpas del pasado y/o ansiedades del futuro.
Son como sombras, que pasan pero no dejan su rastro ni marcan una huella.
Son como guerreros de pesadilla que luchan contra fantasmas, sin poder eliminar lo que no tiene existencia.
Son prisionero en celditas mentales.
Se desgastan en sus huidas sin salir jamás hacia la zona de felicidad.

Entonces, probablemente se desesperen por el aplauso de afuera, por el reconocimiento, por ser algo para alguien.
En sí mismos no encuentran gozo, ni tampoco en el altruismo (hacer algo bueno por alguien sin esperar nada a cambio).
Para recargar sus baterías emocionales precisan prenderse a cualquiera que les dé un poco de aliento, aunque sea falso e hipócrita.
No importan las propias metas, ni planificar para realizar lo que es mejor y beneficioso para uno y otros; lo que importa es acatar el mandato externo, para recibir esa caricia dada como por lástima, pero al menos se la recibe.
Deja de lado su Yo Auténtico para calzarse a la fuerza sus máscaras, aquellas que le sirvan para complacer a los demás.
Por supuesto que esto no le reporta satisfacción ni calma, sino resentimiento y ansias.
Está enojado consigo mismo, quemándose por dentro con la hoguera del conflicto.
Está enojado con los otros, porque de cierta forma son los que le mantienen en ese estado de impotencia, de debilidad, de necesidad angustiante.
Sufre, y entonces aumenta su huida hacia pasados imaginarios o futuros de ensoñación.

Prueba a narcotizarse, a despojarse de su sensibilidad, desconectarse de la realidad.
Estar parado en su situación le duele, entonces, además de la huida temporal intenta el escape de la realidad.
No evalúa correctamente, confunde los valores, duda afanosamente, llega a confundir el bien con el mal, la luz con la oscuridad.
Cree, o le hacen creer, que tiene algún tipo de poder místico, tal como si con el pensamiento pudiera crear universos, o que con palabras pudiera acarrear el éxito o el fracaso. No dice cáncer, para no enfermar. Se esfuerza en tener pensamientos positivos, para que las cosas le salgan bien. Reza y pacta con sus dioses, para manipularlos y obtener victorias supersticiosas. Confunde su impotencia con un poder más allá de lo natural. Sí, está en desfasaje con la realidad.
Pero, al menos le sirve para no darse cuenta de su estado calamitoso… ¿será está una solución o no es más que otra confusión que le sumerge aun más en el malestar?

Se paraliza y solidifica en algún estatuto, en reglas fijas, o en la mirada dura de algún líder despótico.
Es parte de una masa de fieles, sea en agrupaciones religiosas, políticas, militantes, mafiosas, etc.
Son reglas de muerte y no de vida.
Pero, con ellas pareciera encontrar una cierta seguridad, un piso firme sobre el cual apoyarse.
No se da cuenta de que su seguridad tiene la consistencia de una pompa de jabón, está a la deriva aferrado a un tronquito putrefacto, pero delirando con ser amo de un imperio poderoso.

Y negocia para conseguir algún sorbito de poder.
Pero su meta no es “yo gano porque tú ganas”, sino obtener ventajas a como dé lugar.
Y se fabrica excusas y justificativos para su inacción, su inoperancia, su falta de dignidad.
Hace cálculos retóricos, echa culpas, miente, engaña, manipula, pretende comprar a los dioses y los hombres con espejitos de colores.
Pero sigue sintiendo el pesado vacío que lo carcome, el miedo que no le deja solo.

Así, cada vez más impotente y confundido, separa las cosas en buenas y malas, todo y nada, yo y otros, te amo y te odio, sin puntos medios.
Debe endurecerse en una posición, pero no por razonada consecuencia de una evaluación racional meditada, sino para protegerse de la duda, para sentirse seguro de alguna forma.
Sí, es el mismo tronquito que lo mantiene a flote en un inmenso océano.

Y, sin conciencia, se da cuenta de alguna forma que no influye en nada, que no decide nada, que es un corchito flotando.
Está en manos de otros, de dioses, demonios, jefes, padres, amigos, cónyuges, etc.
No decide, no hace, no se planta y ejerce su poder.
Como si no tuviera consistencia, como si fuera transparente pero opaco al mismo tiempo.
Depende, de hunde, huye, se ahoga, se enoja, se angustia, lleva a mayor altura su impotencia.

¿Tiene alguna salida?
¿Hay posibilidad de que disfrute, se libere, emprenda un camino de bendición?

¿Lo que vale es la intención?

Muchas veces oí aquello de: “no importa el regalo, sino la intención”.
Sí, tal vez, podría ser, quién sabe.
El hecho es que, solemos suponer que al actuar movidos por buenas intenciones ya debiera ser suficiente para satisfacer a los demás.

Entonces, ¿por qué se queja el hipertenso cuando le ofrecimos comida saturada de sal?
¿O el diabético cuando lo único que había en el menú eran azúcares y harinas?
¿O el judío respetuoso de la kashrut al no tener nada para llevar a la boca, quizás tan solo agua?
¿No es acaso la intención lo que vale?

Y, si al pobre le damos ropa cuando está angustiado por conseguir alimento o medicación, ¿es suficiente?
¿O si regalamos sabiondos consejos a quien solamente anhela ser escuchado y tal vez comprendido?

Sí, nadie puede negar las buenas intenciones, si es que allí están, pero, ¿son eficientes y efectivas?
¿No sería mejor tomar en consideración las necesidades del receptor de nuestras acciones, evaluar de acuerdo a su perspectiva o expectativa, cimentar la buena intención con grandes dosis de conocimiento y atención?

Si la buena intención se quedara solamente en una chispa que inicia un movimiento, en lugar de ser también la mecha, la flama y la explosión, ¿no sería mejor?
Integrar la multidimensionalidad, en equilibrio, para andar balanceadamente y alcanzar una meta dichosa y agradable, quizás fuera más provechoso que actuar impulsado simplemente por la buena intención.

Así, emplear la Comunicación Auténtica debiera resultar un paso necesario siempre.
Incrementar el conocimiento y la comprensión, reducir la ansiedad y los manejos del EGO.
Tomar en cuenta al otro, en su complejidad multidimensional, y no hacerlo receptor de nuestras fantasías, deseos, manipulaciones.

Para esto, es necesario un baño de sincera humildad, de reconocimiento.

Ajarei mot 5774

Publicado originalmente en SERJUDIO.com.

Unas semanas atrás, en la parashá Sheminí (Vaikrá/Levítico 10) habíamos leído acerca de la accidental muerte de Nadav y Abihu, hijos de Aarón haCohen, cuando elevaron en el santuario una ofrenda de incienso que no había sido requerida por el Eterno. 
Hay un antiguo dicho, de autor y origen desconocido, que viene al caso: “El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”.
Por favor, no lo tomemos literalmente, sino como lo que es, una metáfora, una inteligente reflexión que nos enseña que, la acción basada solo en buenas intenciones pero falta del conocimiento adecuado, acostumbra a producir consecuencias inesperadas e indeseadas.
Por su parte, nuestra sabia Tradición acuñó hace muchos siglos la frase: “sof maasé vemajashabá tejilá” – “la finalidad es la acción, pero antes el pensamiento”, que la cantamos alegremente cada viernes en el Lejá Dodí del Kabalat Shabat.
Sí, la acción es imprescindible, pero acompañada por el sano juicio, la evaluación, el estudio, el conocimiento apropiado que lo antecede y hace del acto un promotor de bienestar y no lo contrario.

Pero, muchas veces nos dejamos llevar por las impresiones, las creencias, las suposiciones, la buena onda, los mandatos que suenan inspiradores, los arrebatos pasionales, el qué dirán, manejos políticamente correctos, el deseo de que las cosas salgan bien, sin ejercer un verdadero acto de pensamiento reforzado por conocimiento. Entonces, en vez de abrir los ojos, corazón y mente, podemos cegarnos detrás de ideas sin fundamento, dejarnos llevar a zonas oscuras y así resultar perjudicados.
Como ocurrió exactamente con los jóvenes sacerdotes que no pretendían ofender al Eterno, ni asumir roles impropios, por el contrario, ellos estaban motivados por un ardiente deseo “religioso”, tan incandescente que al final concluyó en la tragedia que los incineró.

¿Qué hubiera sido mejor?
Tal vez, al sentir esa pasión, esa necesidad, ellos pudieran haberse darse cuenta de la buena intención para cotejarla con la sabiduría, evaluarla con calma y conocimiento, no apurarse en hacer lo que parecía sino actuar de acuerdo a una decisión calculada.
No siempre hacemos así. A veces porque no nos damos cuenta, otras porque suponemos que no tenemos el tiempo, otras porque confundimos creer-querer con pensar, y nos quedamos con las acciones motivadas solo por buenas intenciones.

Pero, que el tanto cavilar no impida llegar a una determinación, que la acción no se vea siempre obstaculizada por una evaluación demasiado precavida.
En palabras del sabio: "El que observa el viento no sembrará, y el que se queda mirando las nubes no segará" (Kohelet / Predicador 11:4). Excusas para no hacer, siempre podemos encontrar o inventar. Miedos para paralizarnos, son fáciles de señalar. Es importante tampoco pasarse al otro extremo, aquel que de tanto procesar mentalmente las cuestiones buscando la perfección, deja de hacer lo que es necesario.

Te lo resumo en una fábula del genial Esopo:
Una mujer viuda tenía una gallina que ponía un huevo todos los días.
Le pareció que si le daba más cebada pondría dos huevos, así que aumentó su ración.
Pero la gallina engordó y ya no pudo ni poner una vez al día.

Si la señora hubiera tenido conocimiento, ¿qué hubiera hecho?
¿Es tiempo perdido aquel que usamos para adquirir conocimientos apropiados?
¿Redunda en beneficio si nos detenemos el tiempo necesario para evaluar correctamente antes de actuar?
¿Cuándo sería el momento para dejar de pensar y pasar a la acción?

En nuestra parashá, para que una tragedia similar a la de los hijos de Aarón no ocurriera nuevamente y para que los servicios rituales continuaran realizándose, es que encontramos reglas precisas de conducta en el Templo. Por ejemplo, solamente el cohén gadol (sumo sacerdote, o primer ministro) podía ingresar al Kodesh haKodashim –Santo de los Santos-, el lugar más sagrado del Templo, un día al año, en Iom Kipur, para ofrendar el ketoret –incienso-ante el Eterno. Debía ir preparado física, emocional, mental y espiritualmente, enfocado en el encuentro sagrado, sin permitir la más mínima distracción.
Por supuesto que hay numerosas reglas de conducta en toda la Torá y es un sello distintivo del judaísmo tradicional, porque en buena medida este marco brinda seguridad al mismo tiempo que deja espacio para el disfrute.

Los hipersensibles

Hay personas que son muy sensibles, en el sentido que por casi cualquier cosa reaccionan desmedidamente.
Están nerviosas, preocupadas, en alerta, siempre listos para una respuesta emocional, que por lo general no ayuda a la comunicación auténtica, a la comprensión, a la construcción de shalom. Saltarán hechos una furia, con gritos, rezongos, palabrotas, quejas, suspiros parecidos a bufidos, llantos, gimoteos, convulsiones de sus miembros, golpes, marchas forzadas, exigencias, extorsiones, mentiras, acusaciones, cualquiera sea la forma de atraer la atención, de victimizarse, de atacar a quien culpan de sus lesiones.

Si uno se cuida mucho para no rozarlos, se enojan porque uno toma tantas precauciones. Tal vez el enojo se manifiesta como impaciencia, poca tolerancia, apuros, hastío, en agresiones pasivas, que no por ello dejan de ser ataques.
Si uno los trata de manera “normal”, sin cautela especial, también se enojan porque no se sienten el centro de atención y cuidados. ¡Ellos no son como los demás y se merecen un tratamiento distintivo!
O responden de manera directamente agresiva, porque es difícil que no se sientan violentados de una forma u otra, todo les amenaza.
Hagas lo que hagas, digas lo que digas, como nada les viene bien todo será usado en tu contra.
Hay negatividad, sufrimiento, culpabilidad, vulnerabilidad, impotencia… mucha impotencia, tanto del hipersensible como de quien lo padece.

Entrar en su juego, al responderles de manera agresiva, no sirve para zafar de esta manipulación.
Rogar perdón por un pecado que no se ha cometido, no ayuda a solucionar nada.
Evitar el contacto con ellas, no siempre se puede, ni es una verdadera resolución.
Exigirse mayor cautela, cuando uno ya está al borde de la exasperación, no resulta saludable.
Todo parece fútil, inútil, estéril, porque por cada acción tuya de su parte no habrá una devolución pacífica, sino la hipersensibilidad que agota.

¿Qué hacer?
No es fácil, nada fácil.
El EGO está a tope en estas personas, al punto que ni siquiera satisfaciéndoles sus caprichos encuentran calma y bienestar.
Apabullarlos con atenciones, será tomado como un acto violento. Rechazarlos, también. Hundirlos en una real impotencia, incrementa su inseguridad. Darles el poder, ¿para qué?

Pareciera ser un callejón sin salida.
¿Qué hacer?
No del lado del hipersensible, sino de quien trata con él/ella.
Te repito: ¿qué hacer?
Quizás puedas aportar tus conocimientos al respecto, y tal vez hayas encontrado en los textos que tenemos a disposición (categorías EGO y CTERAPIA) algunas herramientas útiles.
Quedo a la espera de tus comentarios.

Pueblo del Libro

Hubo un tiempo mítico en el cual la gente leía libros.
Sí, parece un cuento, hasta un delirio, pero hubo una época en que la gente tomaba entre sus manos un libro.
¿Cómo?
¿Que no sabes lo que es eso?
Bueno, era un objeto formado con hojas de un material llamado papel, a veces ese extraño objeto tenía tapas más duras que permitía mantenerlo con cierta comodidad. Las hojas estaban impresas, o a veces escritas, con líneas de caracteres y espacios que formaban palabras y frases. Podían acompañarse por gráficos, imágenes, etc. 
La gente los leías, para aprender, para distraerse, para llenar su mente de idioteces, para librarse de prejuicios, para disfrutar, para comunicarse con otra gente ya fallecida o distante en el espacio.
Digamos, era en cierta forma como los aparatos lectores modernos, o unas tablets rústicas que no hacían consumo de energía luego de estar terminados.
Sí, es una cosa bastante rara a nuestros ojos, pero no por ello anormal o desquiciado para ellos.
(Sin contar los libros aún más anticuados, que eran en forma de rollo extenso, hechos a mano, sobre una materia orgánica, carísimos, delicadísimos… en fin, otras épocas).

Esos primitivos ancestros pasaban las hojas del libro, se suponía que tras pasar la hoja ya no había necesidad de volver para atrás.
Uno continuaba, generalmente, de manera secuencial la lectura.
Hoja tras hoja, hasta completar toda la obra.
Podían ser 3 páginas, 100 o 500, el asunto era avanzar.

Cierto es que había gente que volvía a revisar algo ya leído.
Sería por inseguridad, por mala memoria, para confirmar algo, por placer, ¡que sé yo!
Pero, lo común era seguir para adelante.

Otros, bastantes picarones, salteaban hojas para leer el final, por lo general en obras de misterio o con cierto suspenso.
Esa trampa era permitida, supongo, pues no había penalizaciones para el que infringiera el sentido unilateral de lectura.

Estaban aquellos eruditos, que subrayaban, etiquetaban, comentaban en los márgenes, elaboraban sus propias ideas a partir de lo impreso.
Probablemente volvieran en su relectura.

Había algunos que se dejaban llevar por suposiciones al ver el diseño de tapa, (porque te cuento que en una época se incluyeron gráficas, tipografías, etc., para dar realce a la obra a través del impacto visual externo), o por cómo resonaban las palabras del título. Una subcategoría eran los que leían las primeras frases, o salteando aquí y allá, para producir una impresión subjetiva con la cual catalogaban el texto.

Gente que usaba los libros, sin haberlos leído, para darse pátina de inteligente, cultos, cosmopolitas.
Y los que los empleaban para otros menesteres, tales como pata de la mesa de luz, encender fogatas, lanzárselo por la cabeza a alguna suegra, entre otras.

Sí, también eran objeto de culto para algunos, así como para obsequiar en cumpleaños, aniversarios, etc.
Otros hacían sus negocios, legales y no con ellos, como los autores, distribuidoras, editoriales, librerías, pero también fotocopias que tanto decían perjudicar la industria.

Se arrumbaban en anaqueles enormes, pesados, polvorientos.
A veces eran cena para bichitos ansiosos por su materia más que por su contenido.

Seguramente hay mucho más para compartir, pero nos quedamos en esta remembranza breve, esquemática.

Ah, los libros, ese mundo pasado…

Lista de buenas intenciones

Quizás te ha pasado personalmente, o conoces a alguien que así suceda: te llenas de buenas intenciones, proyectas grandes obras, o tal vez sea comenzar a ordenar tu armario, pero te quedas en eso. En pensamientos, en sueños, en ideales, en cuestiones que se van sumando a la lista de pendientes que va creciendo sin encontrar una resolución.
Desde lo pequeño a lo grande, asuntos de importancia o meras banalidades, de todo puedes encontrar en esa lista de tareas inconclusa o sin empezar.
Cúmulo caótico de buenas intenciones, de deseos de superación, de pensamiento positivo sin más.
Allí quedaron las páginas sin estudiar; los libros que ibas a ordenar, los otros que ibas a escribir en el verano; enseñar a tus hijos tal arte o pericia; visitar a aquel viejo familiar; retomar esa antigua amistad; conversar con tu cónyuge de temas poco trascendentes pero que hacen a la sustancia de la pareja; y todo lo otro que tú sabes ocupa espacio en ese listado y que difícilmente vayas a tildar como tarea cumplida y llevada a buen término. O una pantalla llena de post-it, de mensajitos coloridos desparramados por todos lados, que son lápidas de ideas y programas nunca tramitados.
¿No?

Y puede ser que para año nuevo, el universal o el gregoriano, prometas cambiar para mejorar.
Bajar de peso, hacer ejercicio, comer “sano”, dejar el vicio, cumplir con tal o cual tarea y sin darte cuenta ya estamos nuevamente en el año nuevo y nuevamente lo único que tienes son promesas para no volver a cumplir.
Y puedes repetir este formalismo vacío y cansino también para tu cumpleaños, sea el universal o el gregoriano, con todo el ímpetu y la buena onda que le quieras imprimir. Sabemos, cero o nada es lo que llevarás al puerto deseado.
¿No?

Todo cuesta.
El tiempo se encarga de solucionar las cosas.
Que sea Dios quien lo resuelva.
Yo no empecé, ¿por qué lo voy a terminar?
Los que logran sus objetivos son pocos, ¿por qué habría de presionarme para ser como ellos?
Hasta ahora funcioné así, ¿tengo motivo para cambiar?
Aunque quiero cambiar, no puedo, no sé, me faltan energías, soy torpe, no me enseñaron, otros tienen la culpa de mis males…
Excusas que acompañan a la lista de pendientes, y la fortalecen.

La impotencia que reina, esa es la conclusión.
Y, allí donde hay impotencia, o se la siente, automáticamente se dispara el EGO con sus respuestas instintivas y las que se suman a éstas (llanto, grito, pataleo y desconexión de la realidad con todos los derivados).
Siempre y cuando no haya sido el EGO el causante de tales sentimientos de impotencia.

No puedo.
Soy incapaz.
Esa lista lo demuestra.
El llenarme de esperanzas, de expectativas, de ilusiones, de buenas intenciones sin sustancia, me hunde más en el sentimiento de fragilidad e inutilidad.
Sí, me tengo que confesar inepto, ineficaz, bueno para nada, indolente, perezoso, fracasado, con mala estrella, marcado por el destino para ser un perdedor…
Es mejor cargar la etiqueta de “looser” que hacer lo necesario para desprenderse de las cadenitas del EGO… ¿en serio? ¿Es mejor?

Y puedes argumentar que eres lento, que cada uno tiene su propio ritmo, que todo te cuesta, que nadie te ayuda, que estás solo o mal acompañado, que no te sobran las energías, que nunca te capacitaron, que los demás te ponen escollos, que algún dios es sádico contigo y siempre te hace remar contra la corriente, que tus sueños son demasiado importantes como para alcanzarlos.
Excusas, más desconexión de la realidad.
Quejas, que son derivados del llanto.
Echar culpas o desmerecer, que son derivados del grito,
Enojarte y agredir, activa o pasivamente, que son derivados del pataleo.
Y en esa rosca mortal te quedas atrapado.

La zona de confort te limita.
Conoces las paredes de tu prisión mental, tienes contados los barrotes de su puerta, te sabes de memoria el sabor del fracaso.
Sí, a veces te amargas, también sufres y hasta te angustias.
Pero, supones que es mejor eso, malo conocido, que vaya uno a saber qué cosa desconocida podrías encontrar fuera de la celdita mental.
Entonces, te quedas en tu zona de confort, a gusto en el disgusto, tratando de explicar como tus buenas intenciones nunca se convierten en buenas acciones, y para peor, suelen terminar en espantosos resultados.

Te propongo salir de tu inseguridad haciendo cosas.
Aunque sean poco interesantes, aunque parezcan sin valor, aunque lo hagas lento, aunque tengas dudas, aunque no tengan siquiera parecido a esas enormes ambiciones que proponías en tus sueños de grandeza.
Sal de tus límites confortables, que no son otra cosa que las paredes de tu ataúd que te encofra en vida.
Haz.
Actúa.
Comparte.
Aunque vaciles, aunque te dé un poco –o mucho- de temor, haz tu parte, algo de aquello que puedes controlar.
Créeme que puede costarte, tal vez te equivoques, seguramente al principio estés con nervio y prefieras huir o quedarte en tu oscuro lugarcito, pero si no te dejas seducir por el EGO y por el contrario actúas según tu poder, estarás avanzando en una lista de logros, en el camino de la superación y el éxito.

Ahí nos vemos.

Metzorá: poder de vida y muerte

Esta semana para la nación judía corresponde leer la sección de la Torá llamada Metzorá מצורע, que es la quinta del tercer tomo de la Torá, el sefer Vaikrá  ספר ויקרא, conocido en español como "Levítico".

Comienza con el tratamiento de la enfermedad que se denominaba tzaraat צרעת, la cual algunos traducen como “lepra”, aunque tal parece que no era exactamente ese padecimiento.
Según sabemos, el agente patógeno de ésta es una bacteria baciliforme llamada Mycobacterium leprae, la cual, dadas determinadas condiciones, provoca la enfermedad con sus úlceras cutáneas desfigurantes, daño neurológico periférico y debilidad progresiva.
En su manifestación externa pudieran ser idénticas, tzaraat y lepra, e incluso en su noxa biológica; sin embargo, según nuestra Tradición, tzaraat era originada como resultado de alguna grave conducta pecaminosa de la persona que la padecía. Por lo general, aunque no exclusivamente, se asocia como terrible consecuencia del lashón hará -habladuría, murmuraciones, chismes-, que es cuando hablamos de gente, cosas ciertas o que no lo son, estando presentes ellos o no y que no hay real necesidad de ser dicho/escuchado. (Recordemos, entre otras halajot, que hablar lo necesario, bueno y justo para evitar el perjuicio del inocente es lo correcto, aunque lo dicho pudiera ser negativo acerca de alguien).

Chismear pudiera parecernos de poca importancia como para provocar tan espantosa enfermedad, porque, ¿quién no habla de otros? Es una conducta bastante habitual, por lo cual no nos damos cuenta de su tremendo impacto perjudicial, por ello es bueno tomar conciencia de que: “…es peor que una flecha filosa, porque mata a quien va dirigida, a quien la escucha y a quien la dice… incluso a gran distancia…” (Talmud, Arajín 15b).
Es que, de cierta forma a través del chisme, de las habladurías, de llevar cuentos de otros de un lado para el otro, las personas pueden resultar gravemente dañadas, se producen peleas, distanciamientos, rencores, separaciones, desconfianza, malos entendidos, entre otros efectos lesivos. Es por ello de suma importancia conocer la gravedad del lashón hará para evitarla al máximo posible.

El mecanismo prescrito por la Torá en nuestra parashá para luchar contra el tzaraat, incluye el estar en cuarentena, aislado y fuera del contacto con otras personas. Así el afectado tiene tiempo para reflexionar acerca de la conducta negativa que le llevó a esa triste situación. En este obligatorio recapacitar solitario se puede aprender acerca del valor que tiene la palabra, ya que una sola palabra es capaz de destruir una vida entera, de liquidar socialmente a una persona intachable, de provocar daños más allá de los imaginados.
Al contrario también es cierto, ya que una palabra bendita es capaz de aportar luz, salud, alegría, vitalidad a los días de la persona.

Como leemos de la inspirada pluma del sabio Shlomó/Salomón: "La muerte y la vida están en el poder de la lengua, y los que gustan usarla comerán de su fruto." (Mishlei / Proverbios 18:21), sea éste amargo y mortal, o dulce y bendito. ¿Qué eliges?
Aquel que se entretiene con el lashón hará, pone su vida y salud en riesgo, así como la del prójimo; al respecto, con gran sabiduría expresa el salmista David: "¿Quién es el hombre que desea vida? ¿Quién anhela años para ver el bien? Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela." (Tehilim / Salmos 34:13-15).

De acuerdo a la Tradición, desde hace siglos ya no enferma la gente de tzaraat (aunque sí de lepra).
Pero, se continúa haciendo lashón hará, así como las otras conductas nocivas que también producían antaño esta triste enfermedad.
¿No te parece que podríamos hacer algo para cambiar esto?

Si tuviéramos que pensar que lleva a hacer lashón hará, ¿tú que mencionarías?
¿Cuáles pudieran ser tus reacciones si te encuentras en una conversación en la cual se la está haciendo?
¿Qué podríamos des-aprender y aprender para evitarla?
¿De qué se hablaría si el tema no fuera otras personas?
¿Cómo se entiende el funcionamiento de la justicia divina cuando la consecuencia del lashón hará era el tzaraat?

Será interesante conocer tu punto de vista, y si está acompañado por reflexión y fuentes te agradeceré doblemente.

De niño me opongo, de adulto, propongo o…

Por: Daniel López

De niño me opongo, de adulto, propongo o…

Desde que era pequeño, en ocasiones recuerdo haberme opuesto a conductas que mis mayores tenían, las cuales, algunas de ellas yo no comprendía, no reconocía, no aceptaba (dentro de mis pensamientos) e  inclusive en muchas ocasiones llegaba a rechazar de alguna manera.

Con el pasar de los años, algunas de las conductas de este tipo formaron parte de mi vida. Algunas con diversa intensidad, en distintas etapas y diferentes niveles según el tipo de conducta. Pero estuvieron ahí (o están), han sido parte del trayecto que me trajo hasta el momento en que escribo todas estas líneas.

Algunas trajeron disfrute, deleite, placer, alegría (temporal) como también angustias, cansancio, hastío, disgustos, tristeza…
Ahí estuvieron… están… o seguirán estando.

Pero de seguro que cuando eran aquellos tiempos de niño, antes de que estos hábitos fuesen “conocidos” para mí, no sabía que estos serían algún tipo de compañía, real o imaginaria. No había idea de que terminaría haciendo aquello que no me gustaba o haciendo que lo que no me gustaba, me terminara por gustar. De seguro que manifestaba que yo sería diferente, que no me pasaría lo mismo, que para mí la vida significaba otra cosa.

Hoy, es cierto que conscientemente también soy capaz de oponerme  a conductas que otros tienen o incluso a algunas que, desde la tendencia a hacer las cosas equivocadas, quieran hacerse presentes a través de mis actos.  En algunos planos lo he logrado hacer, en otros, aún tengo mucho por trabajar según me he ido percatando.
He estudiado también de que la llave que libera la cadena que me ata a cualquiera de estas prácticas, puede estar en gran medida mis propias manos y que esto es una de las tantas tareas que se permiten realizar en esta realidad, aunque también hay otras cadenas que necesitan de ayuda externa (en la forma que corresponda)

Mi dilema hoy en día está reflejado en la dificultad para desligarse de la práctica que “siento” que me trae provecho,  y  que, aunque vea que lo trae, el sólo hecho de sentir que ésta sea buena o no, al parecer no debería terminar siendo el factor fundamental para terminar haciéndolo…

Puedo estar equivocado, puedo no ayudar a nadie con esto, si quiera a mí.
Pero escribir me da un poquito de orden a la ensalada de pensamientos que en ocasiones llega a confundir y  a colmarme de dudas sobre cómo es realmente la manera que me reflejo en esta realidad.

Quién desee acotar algo, estaré atento, mi escrito no es alguna conclusión definitiva, es sólo una lluvia de ideas que quise acomodar para exponer cierto tema, de una manera particular.

Mar de dudas, navegamos?

Por Daniel López.

Mar de dudas, navegamos?

Llenarse en un mar de dudas cuando te das cuenta que lo que haces o lo que piensas, puede ir en contra de lo que Dios quiere para ti. Puede despertar una angustia, al menos así me pasa a mí.

Peor aún  y si a Él no le importa y aquellos miedos sólo están para limitar en vano.
O…

Quizá no lo sea y es sólo el instinto hacia lo destructivo, aquel que ha sido alimentado desde la infancia y hoy ya ha pasado a formar parte de las herramientas básicas que configuran el existir. Si, el EGO, esta famosa inclinación que nos acompaña desde que respiramos en este mundo o quién sabe inclusive desde antes.
O es la sociedad con su diversidad de puntos de vista y han logrado realmente imponer sus engaños a las personas y acercarlos cada día más a los hábitos dudosos, dañinos, placenteros (placer, en sus diversos planos).
O es realmente saludable, pues, se es consciente de los beneficios de esto en la vida…
O es que todo esto que realmente sea esto parte del proceso…
¿Habrá algo más?
¿Estará bien la costumbre de quedarse haciendo de los días y de la vida algo que se “sienta bien”?
¿Y si sólo se trata quizá de no poder contigo?
¿De no poder y/o  no querer aceptar una realidad diferente?
De no querer aprender que sí se puede escoger bien e influir donde creo que no hay necesidad de intervenir en dimensión alguna?

Y si, verdaderamente es un caso diferente (como la gran mayoría) y esta vez, al ser un humano con diversas funcionalidades es recomendable la actitud y todo lo anterior no es más que miedos y ansiedades sin resolver con las cuales me “ayudo” a enfocar mi atención donde me es innecesario, ni cerca de donde el Creador sabe que sería lo mejor ha decidir y cumplir .