Los postulantes se presentaron ante el llamado público del rey como pretendientes al cargo de “Primer Consejero del Reino”, contrato jugoso, prominente y de primerísimo nivel que era codiciable hasta por el más humilde.
Alguno trajo su Currículo Vitae, ese vino cargado de cartas de recomendación, aquel portaba con orgullo su apellido, esotro se decía perito en tal difícil materia de gobierno, y así unos y otros fueron atraídos por el ofrecimiento de engrandecimiento.
Pero el rey no entrevistó a ninguno, ni eligió “a dedo” o por altisonancia de nombres, ni encargó la selección a los caros expertos en recursos humanos que oficiaban en sus filas; sino que personalmente dio una semilla con la consigna de que en tres meses él elegiría a aquel que cultivará la mejor.
Pasado el lapso, algunos (pero no todos) regresaron a las salas palaciegas, cada uno con la esperanza de hacerse acreedores al reconocimiento y el premio anhelados.
Cada uno de los presentes se mostraba orgulloso de la hermosa planta que había logrado cultivar en tan breve tiempo.
Pero, allí al fondo, como perdido ente los dichosos y envidiosos contendientes, se encontraba un joven sencillo, que en silencio acarreaba una maceta vacía.
No faltaba el jactancioso que aprovechaba para burlarse del muchacho y su feraz obra.
El joven no se apenaba por ello, ni daba excusas, ni evitaba la crítica, sino que honestamente admitía su fracaso, pues, por más que había procurado criar una lozana planta, nada había germinado de la tierra de su maceta.
Se abrió la puerta y entró majestuoso el rey.
Paseó rápidamente su mirada por entre las macetas tupidas y fragantes, sobre el festival de colores y aromas que hábilmente habían elaborado los pretendientes.
Hasta que se detuvo en aquel tiesto deshabitado.
El rey preguntó al joven qué había ocurrido, por qué no había planta para mostrarle.
A lo que el muchacho respondió con humilde sinceridad que en ese tiempo había aprendido mucho sobre jardinería y acerca de leyes de la naturaleza, pero mucho más sobre virtudes humanas tales como la paciencia, el respeto y la perseverancia. Pero, por más destreza que esgrimiera, de la maceta no había conseguido arrancar vida. A pesar de lo cual, igualmente se sentía en deuda con el rey, por lo que vino a presentar su escaso éxito, sin desertar a la competencia.
El rey agradeció al muchacho y continuó inspeccionando en silencio y con celeridad el resto de las macetas.
Llegado el momento del veredicto, el rey anunció: “Deben saber que me sorprende vuestros resultados, pues a todos sin excepción se les entregó una semilla infértil.”
Se oyeron murmullos, alguna tos nerviosa, pies iniciando un fugaz escape.
El rey continuó: “Muchos no volvieron, supongo que por escasa tolerancia al fracaso. Otros, ustedes, los aquí presentes, han intentado engañarme presentándome resultados falsos, pretendieron ocultar con trampas sus frustraciones.”
Aquí alguno intentó una tímida excusa, creo que fue el que se creía merecedor del cargo por ser hijo y nieto de tal apellido… como sea, el monarca obtuvo de inmediato el silencio para proseguir: “Solamente uno fue lo suficientemente honesto y valiente como para presentarse ante mí con el real resultado de su tarea: una maceta vacía, pero un corazón lleno de valores y una mente fértil en nuevos conocimientos.”
De más está añadir que el rey confirió el importante cargo al joven de la maceta vacía.
Preguntas para reflexionar
1. ¿En qué áreas eres especialmente competente?
2. ¿Sabes potenciar tus dones naturales?
3. ¿Cómo reaccionas ante las frustraciones?

El Eterno hizo saber a Rivcá que de los hijos que llevaba en su seno: "…el mayor servirá al menor" (Bereshit / Génesis 25:23).
Dios le dijo a Itzjac (Isaac), el segundo patriarca de los hebreos, que sería bendito y de bendición "porque Avraham [Abraham] obedeció Mi voz y guardó Mi ordenanza, Mis mandamientos, Mis estatutos y Mis Torot [instrucciones]." (Bereshit / Génesis 26:5).
Escuché rumorear por ahí que murmuran maliciosamente diciendo que FULVIDA no es espiritual, pues no aturde con rezos, ni enseña bailoteos con banderitas y trompetas, no se barbotean palabrejas en jeringoso seudo cabalístico, no se realizan volteretas y malabarismos para acomodar los textos a gustos del consumidor, no se reclama diezmos y otras ofrendas para engrosar el ego de algún maestro, no se citan textos bíblicos cada media frase, no se amenaza ni decretan maldiciones y padecimientos en el infierno y no se dice “amén levanta tu mano derecha que en nada serás avergonzado” para causar efectos intimidatorios en la audiencia.
El Eterno anunció al patriarca hebreo Avraham que pronto sobrevendría la destrucción sobre las perversas ciudades del valle del Mar Muerto.
Me preguntó un conocido qué era ese lema que usaba tan frecuentemente “construir shalom”, pues no captaba su significado.
Shalom,