De esas cosas seudo espirituales que la gente difunde por Facebook y similares, y que no tienen empacho en usar la voz DIOS, como si supieran de qué o quién están hablando, y por ello ya ameritan que la gente responda “amén”, “alelusha”, “alabado sea el dios de moda”, “BH hermana”, “Chalón chaverín” y cosas por el estilo.
“No temas al tiempo, nadie es eterno…
No temas a las heridas, te hacen más fuerte…
No temas al llanto, te limpia el alma…
No temas a los retos, te hacen más ágil…
No temas equivocarte, te hace más sábio…
y no le temas a la soledad, Dios está contigo siempre.”
Lo copie tal cual, con las faltas incluidas.
No sé el motivo ni la finalidad, pero unas humildes reflexiones de mi parte.
Temer, no hay que temer a nada.
Pero, el temor surge forma espontánea y natural.
Es totalmente normal.
Es una reacción típica ante cualquier cosa que nos produce expectación de impotencia.
Ordenar a alguien que “no tengas miedo”, es como decirle “no dilates tu pupila cuando la luz impacte tu ojo”.
El miedo se siente, punto.
Qué hacemos con el miedo, esa es la gran cuestión.
Y luego, cómo hacemos para mitigar sus efectos, así como el nivel en que nos puede afectar.
Pero, obviamente, el miedo siempre estará, en tanto estemos vivos y con algo de conciencia de nuestro entorno.
Yo no sé si le temo al tiempo.
Es algo que ni siquiera me planteo.
Hasta donde conozco, y es bastante poco lo confieso, el tiempo es una función del espacio y del movimiento.
En tanto hay espacio y movimiento, hay tiempo.
No depende de mi voluntad, ni de tu deseo.
Ni siquiera el tiempo es fijo, ya que como “profetizó” don Einstein, el tiempo es relativo a la velocidad en la cual nos estemos moviendo (lo cual en modo alguno quiere decir el disparate aquel de “todo es relativo”).
Si me equivoco en conceptos de física, por favor acepto ser corregido.
Así que, yo en lo personal creo que no, definitivamente no le temo al tiempo.
Lo que sí puede angustiarme, quizás y tal vez, es cómo vaya a envejecer, la manera en que mi cuerpo se desgaste, las funciones que pueda ir perdiendo. Digamos, al deterioro, la enfermedad, los achaques, la impotencia que implica ser humano.
El no haber aprovechado el irrecuperable tiempo, también.
Entonces, más que obligarme a no temer, mejor me pongo en campaña para hacer que mi vida tenga sentido, y cuando eventualmente mi cuerpo marche diferente/peor, ya veremos entonces cómo me arreglo. Mientras tanto, a cuidarme, comer saludable, descansar, hacer ejercicio, controlar las variables que están más o menos al alcance dominar, fomentar relaciones sociales, construir SHALOM a cada momento.
Parece buen prospecto, en lugar de meramente ordenarme no temer al tiempo, y además dar como excusa “nadie es eterno”.
Porque, este… hmmm… ¡sí somos eternos!
Nuestra NESHAMÁ, que es lo más auténtico que somos, es eterna. No perece con la muerte en este mundo, ni tampoco desecha las buenas memorias de esta vida.
Entonces, mejor lleno mi valija de eternidad con recuerdos que ameriten ser nombrados así.
Es decir, nuevamente: ¡Construir SHALOM aquí y ahora!
Sí, ciertamente esto me suena mucho más verídico, profundo, trascendente y espiritual que la somnífera, cursi y atrevida “No temas al tiempo, nadie es eterno”.
Yo sí sé absolutamente que no quiero heridas, de ninguna clase.
De hecho, Dios me ha ordenado que me cuide mucho, en todas mis dimensiones de existencia, y que no provoque daños innecesarios a mi organismo.
Y, hasta donde sé, las heridas no fortalecen a nadie; cuando cicatrizan, y si es que lo hacen, el daño ya está causado. No es lo mismo una piel marcada por una cicatriz, a una tersa y sin fracturas. Algo parecido, supongo, ocurre con los huesos. ¡Y qué decir cuando las heridas son a nivel emocional!
Si ando errado, por favor en mis suposiciones que algún médico me corrija, será bienvenido.
No, la verdad que no supongo que las heridas me ayudarán en algo a crecer; más bien, todo lo contrario. Me dejarán de lado en mi entrenamiento por un cierto tiempo, ese que decidí aprovechar a full. Me dolerán. Y hasta incluso lleguen a dejarme incapacitado, o disminuido.
Sí, prefiero evitar al máximo las heridas.
Claro que para aprender a andar en bici, o a patinar, dicen que hay que caerse, para levantarse y así aprender. Cierto, probablemente funciona porque uno adquiere cierta confianza. Sé que si me caigo, me duele, me avergüenzo, pero tengo el poder de levantarme y seguir para adelante. A eso le dicen los inteligentes actuales “resiliencia”. Y me encanta la idea.
Igualmente, prefiero eludir las heridas, si me dan la opción para elegir. Prometo tratar de agarrar confianza a través del compromiso, de la responsabilidad, de enfocarme en la tarea, de disfrutar de hacer lo que estoy haciendo sin entorpecerme con creencias de heridas fortalecedores o catástrofes redentoras.
¿Puedo?
¡Gracias!
¿Temer al llanto? ¡Cada cosa hay que escuchar hoy día!
Para algunas culturas se ha vedado el llanto para los hombres, como si fuera signo de debilidad. ¡Cosa contraria a la razón! Pero bueno, así es como funciona el EGO a cargo de manipular con tal de obtener apariencia de poder.
El llanto tiene su utilidad, pero seguramente no la de limpiar el alma.
El alma no se limpia, tampoco se ensucia, porque el alma es la manera antigua de denominar la energía que nos permite realizar los procesos biológicos que sostienen la vida.
Así pues, alma es energía vital.
Seguramente que no se obtiene una energía más poderosa a través de las lágrimas, sino con ejercicio, nutrición adecuada, descanso reparador, seguridad y todo aquello que provea al organismo para su sustento y estabilidad.
Pero, el llanto sí puede servir, a veces, como mecanismo para disminuir presiones emocionales; pero solo a veces. Porque, el llanto es usado perversamente, como mecanismo de manipulación, y no precisamente para estar menos congestionado emocionalmente.
Entonces, temer al llanto… ¡seguro que no! Pero absolutamente ser precavido para no usarlo para manosear relaciones interpersonales, ni ser usado abusivamente con la excusa de “he llorado” o “me haces llorar”.
¿Los retos hacen más ágil?
¿Ágil?
Yo pienso que cuando uno se esfuerza, y a través del esfuerzo se supera algún obstáculo, es entonces que uno obtiene mayor fuerza, poder, control, confianza, y por ahí tal vez también agilidad. Pero no creo que sea la primera ni más importante opción.
Si me caigo de la bici, pero me levanto, me vuelvo a subir y comienzo a pedalear, no he ganado en agilidad, ni creo haber bajado dos gramos de mi eterna pancita; pero seguramente he obtenido un certificado interior de autoconfianza. Siento que a pesar de la caída, es posible levantarse y avanzar cada vez con mayor seguridad.
Entonces, bienvenido sea el reto, pero cuando estamos preparados para atravesarlo, aunque sea con dificultades; porque, sin preparación y con tan solo buena voluntad es como se termina fracasando estrepitosamente, provocando mayores traumas, impidiendo el crecimiento. Como el que tiene lesionado un músculo de la pierna y pone toda la buena onda para seguir corriendo, lastimando más gravemente su carne de esa forma. Tal vez llegue a la meta, pero será solamente esa vez; puesto que el cuerpo se negará a continuar en esa tortura sin sentido. Claro, se podrá decir que emocionalmente se ha vencido un tremendo reto, que se cruzo la línea de llegada a pesar del padecimiento infernal del músculo destrozado; ¿y cuál es la ganancia de ello? Cuando nos topamos con muros reales, contra los cuales no tenemos modos para cruzarlos, lo sabio no resulta seguir rompiéndose la cabeza una y otra vez, sino parar y analizar las opciones apropiadas y acordes, para entonces ponerlas en práctica.
En resumen, el reto en sí mismo es una oportunidad para evaluar si estamos en condiciones de hacer algo o no.
Si no tenemos un trabajo interno previo, de confianza, de autovaloración, podremos seguir enfrentándonos como necios al reto una y otra vez, que seguramente no llegaremos a superarlo, pero sí a sumergirnos más y más en impotencia y dolor.
Por supuesto que hay que tener cuidado para no equivocarse, porque los errores pueden ser terribles, incluso provocar la muerte o daños incluso mayores.
No, no se aprende de los errores.
Porque si ese dicho superficial y mentiroso fuera cierto, no tropezaríamos más de una vez con la misma piedra. Estaríamos en un paraíso terrenal, pero es evidente que no lo estamos.
La sabiduría no proviene del error.
Por supuesto que en el camino al conocimiento (que no es lo mismo que sabiduría), habrá tropezones, contratiempos, desvíos, malos entendidos, aburrimiento, falta de cordura, todo lo que afecta el entendimiento y nubla la razón. Lo sabio no está en no temer al error, sino en advertirlo, reconocerlo, y a pesar de él recuperarse para volver a una senda de mejoramiento y crecimiento.
Si llegamos al conocimiento sin errores, qué bueno que así sea, pero no es lo habitual en el humano.
Entonces, para ser sabio debemos estudiar de los que supieron y compartieron, o saben y comparten.
Si queremos conocimiento, debemos estudiar lo que acontece, analizar, evaluar, razonar, preguntar, investigar, descubrir, repasar, reparar, corregir, volver a investigar, en un proceso casi sin fin.
Si queremos entender, debemos suspender el prejuicio, dejarnos llevar mentalmente por los postulados que se nos presentan, sin aferrarnos a ninguno, hasta que encontremos la respuesta que congenia a la situación expuesta.
Aunque es cierto que Dios es una presencia constante, eso no evita que tengamos necesidad de contacto con otras personas. Es parte de nuestra naturaleza, así nos diseñó ese mismo Dios.
Somos seres construidos por lo social, y que lo construimos.
Por tanto, aquel que padece la soledad, no tiene que avergonzarse, ni tampoco fantasear que por estar Dios presente está pecando por sentirse solo.
La compañía de Dios no sirve, ni vale, para desplazar la compañía de otras personas.
Entonces, obviamente que no hay que temer a la soledad, pero tampoco negarla con la presunta frase espiritual (que es solamente un malabarismo religioso): “Dios está contigo”.
E n resumidas cuentas, se nos plantea un absurdo tras el otro.
Un manual de autoayuda reducido, que más que ayudar embota y enferma.
Con la apariencia de espiritualidad y sabiduría, simplemente nos dan recetas de cocina que no tienen valor.
Eso sí, ponen de manifiesto alguna de las impotencias que nos suelen aquejar:
a la muerte, a la decrepitud, a la enfermedad, a la lesión, a la debilidad, a la contrariedad, al error, a la locura, a la ignorancia, a la soledad, al dolor.
Impotencia.
Pero, la respuesta mágica que brindan, son solamente trampas del EGO, para seguir atrapados en las redes de la impotencia, negando la realidad, ignorando el camino verdaderamente espiritual y de vida plena.
No dan la clave de construir SHALOM, por medio de acciones de bondad y justicia.
Sino solamente la habitual droga de las religiones y otras manifestaciones del EGO.