El error de creerse perdido sin religión,
es uno grave y demasiado común.
Está extendida la (errónea) creencia de que con religión o ritos religiosos
uno está «comulgando», «comunicando», «en conexión» con Dios;
cuando en realidad
es todo lo contrario.
Usted que sabe (o solía saber) la biblia de memoria
supongo que recuerda cuando el profeta de Dios dice
que Él no quiere ritos, ni sangre,ni sacrificios, sino obediencia a sus mandamientos.
Veamos:
«Entonces Samuel preguntó:
-¿Se complace tanto el Eterno en los holocaustos y en los sacrificios como en que la palabra del Eterno sea obedecida?
Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención es mejor que el sebo de los carneros.
Porque la rebeldía es como el pecado de adivinación, y la obstinación es como la iniquidad de la idolatría.
Por cuanto tú has desechado la palabra del Eterno, él también te ha desechado a ti«
(1 Shemuel / I Samuel 15:22-23)
Amigo mío, ¿sabe usted más que Dios para sentirse perdido y quejándose para seguir enfrascado en ritos y religión?
¿Acaso a Dios le agradan los sacrificios, el sebo, la sangre, el dolor, las misas, las prédicas, los clamores parroquiales, las «danzas mesiánicas», o a Dios en realidad agradan las acciones nobles y justas de cada uno?
Comprobemos y corroboremos con el profeta de la verdad:
«Dice el Eterno:
‘¿De qué me sirve la multitud de vuestros sacrificios?
Hastiado estoy de holocaustos de carneros y del sebo de animales engordados.
No deseo la sangre de toros, de corderos y de machos cabríos…
No traigáis más ofrendas vanas.
El incienso me es una abominación; también las lunas nuevas, los días de reposo y el convocar asambleas. ¡No puedo soportar iniquidad con asamblea festiva!
… Cuando extendáis vuestras manos, Yo esconderé de vosotros mis ojos.
Aunque multipliquéis las oraciones, Yo no escucharé. ¡Vuestras manos están llenas de sangre!
Lavaos, limpiaos, quitad la maldad de vuestras acciones de delante de mis ojos. Dejad de hacer el mal.
Aprended a hacer el bien, buscad el derecho, reprended al opresor, defended al huérfano, amparad a la viuda.
Venid, pues, dice el Eterno; y razonemos juntos: Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.
Si queréis y obedecéis, comeréis de lo mejor de la tierra.
Pero si rehusáis y os rebeláis, seréis consumidos por la espada; porque la boca del Eterno ha hablado.’«
(Ieshaiá / Isaías 1:11-20)
Es muy claro y concreto el pedido de Dios para ti: apártate del mal y vive obrando con bien y justicia, siendo en todo momento leal a Él.
Ni ángeles de la guarda, ni oraciones solemnes, ni cantos de alabanza, ni invocaciones, ni mediadores muertos para redimir de pecados, ni siquiera quiere tu fe… ¿o no es esto lo que podemos leer y atestiguar de las palabras que Dios profetizó a través de sus profetas?
No te pide comunidades de fieles reunidos para leer textos «bíblicos», ni cábalas, ni piruetas emocionales, ni seguir como ovejas a pastores de fe, ni escuchar a «gentiles justos» que desde los púlpitos te explican cuestiones proféticas que carecen de cualquier relevancia para la vida diaria.
El pedido, la orden, la fórmula sagrada es apartarse de lo que Dios ha declarado como malo y hacer lo que Él señala como bueno: la justicia y la bondad para con el prójimo.
No hay nada que pueda contradecir esta verdad absolutamente «bíblica».
Especialmente para el alma del gentil, para quien los rituales, sacrificios y otros quehaceres «religiosos» no fueron comandados por Dios, sino que fueron elaborados por la tradición de hombres a lo largo de las generaciones.
Él te exige la fidelidad a los Siete Mandamientos Fundamentales, y no que te dediques a explorar en religión, en Torá, en malabarismos de la fe, en cuestiones ajenas a tu sagrada misión en el mundo, que es la de constructor de Shalom.
Tú puedes inventar todas las excusas que quieras, creer lo que te parezca, dar mil y una justificación a tu actuar desviado de la senda marcada por Él.
Puede oponerte, hacerte el tonto, cambiar exprofeso, encontrar una mota de verdad que te sirva como argumento, escaparte de tu misión, pero la verdad no la cambiarás con tus infantilismos religiosos.
En lugar de creerte perdido sin religión, a ojos de Dios te estás encontrando y salvando cuando te apartas de las religiones.
Es un error vagabundear mendigando religiosidad, cuando lo que tienes por delante es un camino sagrado y real de fidelidad, bondad y justicia.
¿Quién se puede sentir bastardo y abandonado como huérfano por estar haciendo al fin lo que Dios le manda?
Seguramente quien confía en Dios y no se desprecia a sí mismo, no se sentirá así.
Sino que se sentirá cálidamente abrazado internamente por el sano orgullo, la autoestima adecuada, el aplauso del alma, que le expresa que no hay otra razón para la vida, más que servir a Dios tal y como Él demanda.
El que ha conocido el noajismo y se sigue quejando, reclamando por ritos, rituales, adornos de religión, es que ciertamente actúa con la típica conducta quejosa y enfermiza del adicto en proceso de rehabilitación.
Tal persona dice con plena creencia que la droga, el alcohol, el cigarro, las apuestas, etc., le hacían bien y que ahora sufre, cuando en realidad por fin su vida se está limpiando y hallando significado.
Es extraño que se añore lo que tanto mal hace a la persona y a la sociedad, en tanto se repudia lo que bendice y beneficia, el camino que Dios ha diseñado con amor y sabiduría para cada uno.
Así pues, amigo mío, es cuestión de que seas firme y no te dejes embaucar por la sinuosa voz del tentador, que te convencerá de que debes retornar a la religión, a ser una ovejita, a ser uno más de la iglesia, a prosperar entre la junta de los que se apartan de Dios pero se hacen llamar santos y benditos.
Sé fuerte y valiente, que ni bien encuentres tu rostro y confíes en ti y aprendas, estarás limpio de la maldición de la religión, de la droga que envilece aunque se disfrace de luces sagradas.