¿Qué puede usar el EGO para dar aires de poder a su huésped?
Ya habíamos mencionado las creencias erróneas de considerarse mejor dotado de lo que realmente se está. Si uno se ve a sí mismo como un súperman, cuando no es más que un debilucho Clark Kent, tarde o temprano se termina recibiendo las bofeteadas de la realidad. A no ser que se esté en continua huida, escondiéndose, alejándose de los que pudiera ser un reto que terminara por demostrar el real poder y alcance.
Así estamos, enroscándonos en fantasías. Algunas nos ilusionan con ser poderosos, otras nos permiten excusarnos con disculpas más o menos hábilmente urdidas.
Ponte a considerar cuantas veces te evaluaste con más fuerzas de las que realmente tenías. Cuántas usaste excusas para no admitir sus fallos. Cuántas echas culpas. Cuántas seguiste encerrado en tu celdita mental, en tu limitada zona de confort, esa que te brinda una calma aparente, pero que es mejor que la tormenta temida que te puede hundir –o llevar al éxito-.
El EGO se hace experto en encontrar también sustitutos para tus deficiencias e inseguridades, tales como el acaparar, lo que se ha dado en llamar modernamente “consumismo”.
Pero, no es cosa de nuestras épocas.
Ya desde el comienzo la persona tuvo la creencia de que obteniendo aquello que considera le falta para ser feliz, alcanzará ese estado paradisíaco y elusivo.
Eva, al codiciar la fruta que le estaba prohibida, ¿hizo algo diferente?
Están todas esas cosas para adquirir, pequeñas o grandes, materiales o inmateriales, que parecen eternas y las que no duran más que un parpadeo, las que cuestan dinero y las que cuestan más caro, por las que nos desvivimos y por las que no vivimos, comprar, consumir, acaparar, llenarnos, delirar con el poder…
Una interesante observación, quizás al margen, quizás central: el primer hijo de humano, Caín, (inventor de la religión y del asesinato), su nombre proviene del verbo “liknot” que significa hacer, pero también adquirir o comprar.
¿Qué te parece?
La misma mujer que deseo el fruto prohibido, porque supuso que le daría aquello que le faltaba, es la que al “tener” a su primer hijo usó ese verbo para llamarlo.
Otra observación al margen: ¿se tienen los hijos?
Volviendo al consumo, también están los trofeos, los títulos, la fama, los likes en redes sociales, y todo lo otro que vamos acaparando o afanándonos por conseguir.
El EGO también se aprovecha de la diversión, de las distracciones, de las banalidades, de todo lo que se nos presenta para procastrinar, perder el tiempo en nada.
Entonces, nos pasamos juntando figuritas para el álbum del mundial, y compramos una tele gigante para ver el partido, o hacemos hasta lo imposible para ir al campeonato del mundo a hinchar por nuestra selección, porque “nosotros jugamos”… ¿nosotros? Hablamos de fútbol hasta dormidos, nos sabemos de memoria las fichas técnicas de los jugadores y datos estadísticos muy fundamentales para traer shalom al mundo, sin dudas que sí. Nos agarramos a las trompadas con el del otro cuadro, nos burlamos del que es del equipo perdedor, gastamos dinero y tiempo en diversión hueca, pero como si nos sintiéramos poderosos, importantes, queridos, parte de algo que nos diera sentido.
Y así con cualquiera de las otras nadas con las que desperdiciamos nuestro tesoro irrecuperable: el tiempo, que es vida.
Así pareciera que tiene sentido nuestra vida.
Con esas medallas, esos goles gritados, la montonera de zapatos desperdigados que nos pertenecen, las personas con las cuales tuvimos/tenemos sexo, los libros leídos, los viajes realizados, las calificaciones obtenidas en los estudios, los grados en la logia, y todo lo que se va amontonando, empolvando, convirtiendo en pesada roca en nuestra mochila, pero que de alguna manera creemos nos hace felices, o al menos brinda elogio, o por lo menos una sensación de tener es poder.
Consumir, para consumirnos en el tiempo.
Irnos quemando, como velas, que irradian una luz oscura, tambaleante, ineficaz.
Llenarnos de aire para engrosarnos como globos, para que nos vean, para que nos envidien, para que nos aplaudan, para que nos feliciten, para que nos acaricien y digan que buenitos que somos.
Sumamos al Yo Vivido caretas y otras máscaras, o reforzamos las que ya tenemos hasta convencernos que eso es lo que somos, porque eso es lo que tenemos.
Pero, es todo lo mismo: EGO.
A todo esto, allí está el fruto permitido, esperando a que lo comas, que te daría vida, placer, eternidad.
¿Por qué no lo haces?
Quizás porque no te das cuenta, quizás porque te parece aborrecible, ¿tú lo sabes?