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Consumir el fruto permitido

¿Qué puede usar el EGO para dar aires de poder a su huésped?
Ya habíamos mencionado las creencias erróneas de considerarse mejor dotado de lo que realmente se está. Si uno se ve a sí mismo como un súperman, cuando no es más que un debilucho Clark Kent, tarde o temprano se termina recibiendo las bofeteadas de la realidad. A no ser que se esté en continua huida, escondiéndose, alejándose de los que pudiera ser un reto que terminara por demostrar el real poder y alcance.
Así estamos, enroscándonos en fantasías. Algunas nos ilusionan con ser poderosos, otras nos permiten excusarnos con disculpas más o menos hábilmente urdidas.
Ponte a considerar cuantas veces te evaluaste con más fuerzas de las que realmente tenías. Cuántas usaste excusas para no admitir sus fallos. Cuántas echas culpas. Cuántas seguiste encerrado en tu celdita mental, en tu limitada zona de confort, esa que te brinda una calma aparente, pero que es mejor que la tormenta temida que te puede hundir –o llevar al éxito-.

El EGO se hace experto en encontrar también sustitutos para tus deficiencias e inseguridades, tales como el acaparar, lo que se ha dado en llamar modernamente “consumismo”.
Pero, no es cosa de nuestras épocas.
Ya desde el comienzo la persona tuvo la creencia de que obteniendo aquello que considera le falta para ser feliz, alcanzará ese estado paradisíaco y elusivo.
Eva, al codiciar la fruta que le estaba prohibida, ¿hizo algo diferente?
Están todas esas cosas para adquirir, pequeñas o grandes, materiales o inmateriales, que parecen eternas y las que no duran más que un parpadeo, las que cuestan dinero y las que cuestan más caro, por las que nos desvivimos y por las que no vivimos, comprar, consumir, acaparar, llenarnos, delirar con el poder…
Una interesante observación, quizás al margen, quizás central: el primer hijo de humano, Caín, (inventor de la religión y del asesinato), su nombre proviene del verbo “liknot” que significa hacer, pero también adquirir o comprar.
¿Qué te parece?
La misma mujer que deseo el fruto prohibido, porque supuso que le daría aquello que le faltaba, es la que al “tener” a su primer hijo usó ese verbo para llamarlo.
Otra observación al margen: ¿se tienen los hijos?
Volviendo al consumo, también están los trofeos, los títulos, la fama, los likes en redes sociales, y todo lo otro que vamos acaparando o afanándonos por conseguir.

El EGO también se aprovecha de la diversión, de las distracciones, de las banalidades, de todo lo que se nos presenta para procastrinar, perder el tiempo en nada.
Entonces, nos pasamos juntando figuritas para el álbum del mundial, y compramos una tele gigante para ver el partido, o hacemos hasta lo imposible para ir al campeonato del mundo a hinchar por nuestra selección, porque “nosotros jugamos”… ¿nosotros? Hablamos de fútbol hasta dormidos, nos sabemos de memoria las fichas técnicas de los jugadores y datos estadísticos muy fundamentales para traer shalom al mundo, sin dudas que sí. Nos agarramos a las trompadas con el del otro cuadro, nos burlamos del que es del equipo perdedor, gastamos dinero y tiempo en diversión hueca, pero como si nos sintiéramos poderosos, importantes, queridos, parte de algo que nos diera sentido.
Y así con cualquiera de las otras nadas con las que desperdiciamos nuestro tesoro irrecuperable: el tiempo, que es vida.

Así pareciera que tiene sentido nuestra vida.
Con esas medallas, esos goles gritados, la montonera de zapatos desperdigados que nos pertenecen, las personas con las cuales tuvimos/tenemos sexo, los libros leídos, los viajes realizados, las calificaciones obtenidas en los estudios, los grados en la logia, y todo lo que se va amontonando, empolvando, convirtiendo en pesada roca en nuestra mochila, pero que de alguna manera creemos nos hace felices, o al menos brinda elogio, o por lo menos una sensación de tener es poder.

Consumir, para consumirnos en el tiempo.
Irnos quemando, como velas, que irradian una luz oscura, tambaleante, ineficaz.
Llenarnos de aire para engrosarnos como globos, para que nos vean, para que nos envidien, para que nos aplaudan, para que nos feliciten, para que nos acaricien y digan que buenitos que somos.
Sumamos al Yo Vivido caretas y otras máscaras, o reforzamos las que ya tenemos hasta convencernos que eso es lo que somos, porque eso es lo que tenemos.
Pero, es todo lo mismo: EGO.

A todo esto, allí está el fruto permitido, esperando a que lo comas, que te daría vida, placer, eternidad.
¿Por qué no lo haces?
Quizás porque no te das cuenta, quizás porque te parece aborrecible, ¿tú lo sabes?

¿Libertad?

Una alumna muy lúcida me realizó una pregunta brillante: “Si Pesaj es la fiesta de la libertad, ¿por qué se nos prohíbe comer jametz? Se supone que si somos libres podemos hacer lo que queramos.”.

Ante este planteo la respuesta tradicionalmente judía es: “somos libres cuando nuestra voluntad se sintoniza con la Voluntad de nuestro Creador. El cumplimiento de los mandamientos nos libera, a pesar de que nos limita en muchísimos aspectos. ¿Esto por qué es así? Porque somos responsables de nuestros actos y escogemos de manera consciente y voluntaria un camino en particular, en vez de dejarnos llevar por pasiones, modas, opiniones, cuestiones intrascendentes y del momento. Es decir, somos libres cuando estamos en paz con las leyes del Eterno y no hundidos en libertinaje. ¿Qué tan libre es una persona que está prisionero de sus deseos?”.

No sé si quedó satisfecha la joven alumna con esta respuesta, cosa que me parecería genial, así continúa investigando, analizando, creciendo.
¿A ti qué te parece esta manera de proponer la libertad?

¿Se asemeja o distancia de la definición que nos trae el diccionario (lee aquí si gustas)?
¿Cuál es tu opinión?
¿En qué te basas para sustanciar tus ideas?

Por mi parte, busqué las palabras del gran maestro, el Rav Avraham Itzjac Kook, y hallé un interesante texto que podría sorprenderte, al mismo tiempo que confirmarte nuevamente las enseñanzas que compartimos de manera habitual acerca del EGO.

Parafraseo al maestro que explica (Ma’amerei HaRe’iyah, “Celebración del Espíritu”, pp. 141-143):

El tema central de la festividad de Pesaj, indudablemente, es la libertad. Pero debemos comprender de que se trata la libertad. ¿Refiere solamente al final de la esclavitud en Egipto? ¿Es una libertad política, un lujo que eludió al pueblo judío la mayor parte de sus casi 4000 años de existencia?

Verdad para nuestro Esencia Interior

La diferencia entre un esclavo y una persona libre no es meramente cuestión de posición social. Podemos encontrar un iluminado esclavo cuyo espíritu es libre, así como a un hombre libre que mentalmente es esclavo.

La verdadera libertad es aquella que eleva el espíritu del individuo –así como la de la nación como un todo- y le inspira a mantenerse leal a su esencia interior, con el atributo espiritual de la imagen Divina que está en su interior. Es esta cualidad la que nos permite sentir que nuestra vida tiene valor y sentido.

Una persona con la mentalidad de esclavo vive y abriga emociones que están enraizadas no en su propia esencial espiritual natural, sino en aquello que atrae y es bueno a los ojos de otros. Así, está dominado por otros, sea físicamente o por convenciones sociales.

Derrotados y en exilios, hemos sido oprimidos por cientos de años por amos crueles. Pero nuestro espíritu interior está imbuido por el espíritu de la libertad. Si no fuera por el maravilloso regalo de la Torá, concedido a nosotros (judíos) cuando salimos de Egipto para una eterna libertad, el exilio habría reducido nuestros espíritus al modo de pensamiento del esclavo. Pero, en la fiesta de la libertad, nosotros abiertamente demostramos que somos libres en nuestra verdadera esencia. Nuestros nobles anhelos por lo que es bueno y santo son un genuino reflejo de nuestra naturaleza esencial.

Hasta aquí el parafraseo del maestro.

¿Puedes advertir el mensaje?
¿Comprendes cómo queda definida la libertad?
¿Te das cuenta del rol del EGO, así como la función del Yo Vivido con sus máscaras y cáscaras?
¿Te queda claro el papel del Yo Auténtico y del Yo Esencial en el disfrute de la libertad?
¿Es posible ser libre cuando se deja de lado los mandamientos para vivir de acuerdo a los golpes de timón del EGO?
La religión, cualquiera de ellas, ¿permite encontrar el sendero de la libertad o es otra muralla que nos impide disfrutar de nuestra esencia espiritual?
¿Sabes cómo hacer para verte al espejo del espíritu y poder reconocer tu verdadera identidad, aquella que es la neshamá?

Me agradaría leer tus respuestas y quizás una síntesis que quisieras hacer de este importante tema.
Muchas gracias por hacerlo, o al menos por leer hasta aquí.

Great pretender

great pretenderYa sabemos que el EGO (sin ser un ángel, ni un demonio, ni una entidad mística, ni un personaje inmaterial, sino una función natural y primitiva de nuestro sistema nervioso) es mentiroso, entre sus herramientas cuenta con el engaño para someternos a la impotencia.

Así a veces nos creemos súperman cuando a duras penas contamos con fuerzas. Nos llenamos de aires de grandeza, de humo la cabeza, nos hinchamos a más no poder, cuando a ciencia cierta no tenemos nada para sostenernos en nuestra impostura. Pero, al EGO le sirve esa fantasía de engrandecimiento, pues la caída será segura y estrepitosa. Cuanto más alto creemos estar, más duro nos golpea la realidad al despertar. Las bofetadas con nuestras limitaciones pueden ser esporádicas, ocasionales, o bastante frecuentes. Son muy, muy dolorosas. Pero, tal vez nos las ingeniamos para engañarnos también en esto, porque inventamos excusas, echamos culpas, o lisa y llanamente negamos la realidad. Como sea, la impotencia se siente, muy hondo calando hasta lo íntimo.
Sí señor, el engañarnos para hacernos creer que somos algo que no somos, es típicamente una manifestación del EGO, otra manera de mantenernos encerrados en celditas mentales.

Otra veces la imagen que tenemos es que somos debiluchos, que no podemos, nada sabemos, todo nos supera, no tenemos suerte, el destino se ha ensañado con nosotros, somos estirpe de perdedores. Es la máscara antagónica del que mencionamos recién. Éste ni siquiera se atreve a soñar con ser súperman, no sea que algo malo le ocurra por desear imposibles. Con esa autoevaluación pesada y cansina anda por la vida, arrastrando sus penas, gimiendo en los rincones, seguramente envidiando y maldiciendo por lo bajo a quienes le superan. Como no intenta hacer algo diferente, como no aplica esfuerzo ni ingenio, como nada prueba para comprobar su poder, se mantiene herrumbrado, arrumbado en oscuras ideas, abrumado. Así el EGO le mantiene en impotencia también, su caída es constante y el sufrimiento no se agota. La vida es injusta y la gente es mala, todo es como una pesadilla que no tiene un despertar.
Sí señor, si nos creemos perdedores, ya nos fracasados de demostrar que lo somos.

Puedes engañarte y hacer de cuenta que todo está en paz, cuando el conflicto es el pan diario. Puedes mirar para otro lado y hacer de cuenta que nada pasa, pero algo está pasando. Puedes creer que las aguas están calmadas, porque no quieres/puedes reconocer los turbios remolinos que convulsionan por doquier, bajo o sobre la superficie.
Está en ti ser cómplice y partícipe del engaño, y por ello la víctima culpable. O puedes hacer lo posible para jugar con las cartas que te da la vida, y encontrar la manera de triunfar con las herramientas que tienes a disposición o puedes elaborar/adquirir con bien y justicia.

La finalidad: construir shalom en toda ocasión.

¡Vale la Pena!

 

Esta pequeña  historia suelo recordarla  y siempre que tengo  oportunidad la cuento,  pero hoy cobra un sentido diferente para acompañar las palabras de éste post.

“-Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo.

-Permiso denegado. No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto. Replicó el general.

 Desobedeciendo la prohibición, el soldado salió y una hora más tarde regresó gravemente herido transportando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso: -¡Le dije que había muerto! Dígame, ¿¡valía la pena ir allí para traer un cadáver!?

 Y el soldado moribundo respondió: -Claro que sí, señor. Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme «ESTABA SEGURO DE QUE VENDRÍAS».”   Autor: Anthony De Mello

Mientras redactaba las líneas que a continuación comparto,  por alguna razón recordé la historia anterior, espero puedas encontrar una relación entre ambas historias.


 

 (El texto que cito a continuación está basado en un diálogo real, paso hace casi dos años)  

Entonces él,  refiriéndose a ella me dijo:

– Eli, ¡No vale la pena!-

No supe exactamente lo que ocurrió en mí en ese instante, hallaba sabiduría en esas palabras, sin dudas era el producto de un análisis  que bien precisaba mi atención, sin embargo casi que instantánea e instintivamente respondí con una pregunta y  una afirmación a la vez.

-¿Será?…  Yo creo que sí.-

Hubo seguridad en mi respuesta, un total convencimiento y certeza que en realidad no sé de dónde provenía.

Pero él, moviendo su cabeza en señal de negativa, volvió a repetirme que no, acompañando esta vez su respuesta con algunas descripciones o ideas que bien la soportaba, lo recuerdo exactamente, siendo sinceros  esas palabras de mi querido amigo eran obvias para mí, ciertas y sensatas en ese momento, en realidad me percataba de la validez de ellas, claro… no está de más  aclarar aquí que ese  ¡No vale la pena!  era el resultado de un diálogo anterior, y que no hacía referencia al valor de las personas, pues mi amigo sin dudas sí que sabe valorarlas.  

Aun así mi nueva respuesta sonó un tanto esperanzada, con una aparente seguridad de que los seres humanos no somos estáticos, como con una extraña certeza de que tampoco son casuales los encuentros, y que siempre aprenderemos algo si elegimos hacerlo; pero ahora que lo veo nuevamente mis palabras sonaban tal vez a las de alguien  obnubilada totalmente por el ego que insistía en ver lo que quería y deseaba, aunque  en realidad no me era muy claro.

Quizás no pude haber mostrado en ese momento  un mayor estado de testarudez de mi parte con esas respuestas que ofrecería luego. Finalmente,  aquella tarde concluyo con esas palabras  nuestro diálogo en relación a esa persona.

Por un lado la expresión en el rostro de afecto de mi amigo, le hacían “parecer” satisfecho de alguna forma por mis respuestas,(eso fue lo que quise ver) su mirada y sonrisa me decían que ahí estaba yo pintada, su rostro me hacía comprender algo de eso que tal vez  apreciaba de mí,  quizás yo tenía una  esperanzadora mirada cargada de buenos deseos, sin reparamientos, y aunque a veces egoísta intentando siempre reconocer  lo bueno y rescatarlo,  …quizás;  

Por otro lado quedaría en el aire mi firme intención de mostrar que en realidad: sí valía la pena, como si fuese un reto personal,   en el que solo  precisaba  de tiempo.

Hoy  sale ese diálogo  nuevamente del baúl de mi memoria, ha pasado desde entonces  casi ya dos años,  y esas palabras recobran la validez del momento,  pero el tiempo  también ha dado cierto valor  a las mías, porque ya no hablo para defender u opinar  sobre  alguien, para justificar mi deseo primitivo manifiesto en las respuestas instantáneas, mis respuestas toman validez  en eso que me es propio y natural, y porque de alguna manera fue algo que  también pude trabajar en éste tiempo, lo hice y ahora lo siento así, el reto fue para mí,  y no hay dudas de que  ese : -¡No vale la pena!-  merece una nueva  respuesta:   

– Vaya que sí,   ¡sí que valió la pena para mí!-


¿Por qué comparto parte de éste pequeño episodio en mi vida hoy contigo?, bueno te brindo una idea, y espero sirva para que también puedes agregar tus opiniones o conclusiones.

No estamos exentos  de la influencia de nuestro Ego.

En algunos casos nuestras respuestas casi que instantáneas e  instintivas, parecerán la gran mayoría de las veces  lógicas, valientes, atrevidas, dotadas de amor por el otro,  incluso inspiradoras,  aunque en realidad la mayoría de las veces,  oculten objetivos primarios y propios del Ego.

Pero finalmente también podemos aprovechar los beneficios de tener a nuestro Ego, porque gracias a él (nuestro amigo – enemigo) estaremos frente a la oportunidad de  aprender y crecer, y esto sólo  lo haremos cuando podamos reconocerle, cuando trabajamos por  aprender en realidad algo de nosotros y elijamos responder sin su influencia,

Podemos hacerlo ese Faraón no tiene un poder más grande de aquel que le hemos otorgado, da un paso entonces para alcanzar tu libertad, que sea ese un reto personal  ¡aún es tiempo!

Y quizás sea una buena manera de acompañar a nuestros hermanos judíos en la celebración de la fiesta de la libertad que por estos días  se celebra.

¡Un abrazo y que elijamos construir shalom!

En el andén de la vida

Al aferrarte a culpas (reales o imaginarias) que siempre están en el pasado
o
a angustias (casi siempre imaginarias) del futuro,
desperdicias tus energías,
malgastas tu tiempo,
dejas de vivir el presente.

Caso 1.
El tren ya partió y no lo tomaste,
¿sirve de algo tu enojo y molestia?
¿Volverá atrás?
¿Estás disfrutando del andén en el cual te encuentras?
¿Estás elaborando alguna solución para tu insatisfacción?
Simplemente culpas, te enojas, te quejas, lloras, gritas, pataleas, te evades del presente para vivir una realidad alternativa y dolorosa.
El tren ya se fue y no lo tomaste… quizás para bien, quizás no… ¿lo puedes evaluar con el conocimiento que tienes aquí y ahora?
¿Valen de algo tus reacciones primitivas, propias del EGO?
¿Te ganas amigos y apoyo de esa manera?
¿Demuestras raciocinio o inteligencia?
¿Volverá el tren a buscarte?
¿Recuperarás el tiempo perdido?
¿Estás mejor al descargar tu impotencia así?
Te estás aferrando a dolores del pasado que en nada benefician tu existencia, por el contrario, te roban vitalidad, te desgastan, te nublan el entendimiento para elaborar soluciones creativas y provechosas.
Entonces, ¡tú escoge!

Caso 2.
El tren no ha partido, pero te angustia la idea de perderlo.
Preparas todo tu equipaje varios días antes.
Te aseguras que nada pueda perturbar tu encuentro con el tren, por lo cual despueblas tu agenda de toda actividad que pudiera retrasarte.
Respondes exasperado, estás como ausente, tu idea está solamente fija en un asunto: no perder el tren.
Mientras, las cosas pasan a tu alrededor, aquellas que son urgentes, pero también las importantes. Sin embargo, entre tus temblores y miedos nada te aportan, por el contrario se suman al equipaje pesado de cosas no resueltas, cuestiones pendientes, insatisfacciones que vas dejando en tu mochila cada vez más pesada.
Por ahí alcanzas a tomar el tren a tiempo, luego de horas y horas de espera en el andén. Horas que perdiste en nervios, observando el reloj a cada rato, preguntando en la ventilla quinientas veces si había algún inconveniente, molestando a diestra y siniestra para que todos tengan en claro cual es tu tren y cómo te preocupas para ser puntual. Estás encerrado en una idea fija, nada más ocupa tu atención, por lo que dejas de atender lo que es realmente necesario.
Sí, tal vez abordas a tiempo el tren, nunca lo podremos asegurar porque hay infinitud de elementos que no controlas ni puedes controlar, aunque te angusties mil veces más de lo que ya estás haciendo. Aunque llores, grites, patalees o inventes realidades alternativas con la pretensión de controlar lo incontrolable.
El tren no depende de ti, y quizás a pesar de tu inhumano esfuerzo finalmente se aleje abandonándote con millones de culpas en el andén.
Entonces, ¡tú escoge!

¿Qué nos enseña la festividad de Matzot, también conocida como Pesaj, para salir de nuestras celditas mentales?

¿Pan de la pobreza?

Es un texto escrito para serjudio.com, pero creo que tiene un gran mensaje para los noájidas deseosos de servir al Eterno con plenitud, con alegría, con pureza.

Sabemos que la matzá se come en la primera noche de Pesaj (y segunda en la diáspora) porque la masa no fermentó, en el apuro por salir de Egipto.
Eso es lo que encontramos en la tradición, lo que sabios repiten, aunque otros (Rambán, por ejemplo) disienten en esa interpretación del verso:

"No comerás con ella [la ofrenda de Pesaj de las generaciones posteriores a Egipto] ninguna cosa que tenga levadura. Durante siete días comerás con ella pan sin levadura, el pan de aflicción [de la pobreza], para que te acuerdes todos los días de tu vida del día en que saliste de la tierra de Egipto. Pues con prisa saliste de la tierra de Egipto."
(Devarim / Deuteronomio 16:3)

Se dice que, en el apuro por salir de Egipto, la masa no fermentó, por tanto no se formó el pan inflado que comemos habitualmente, el que es jametz; sino que la masa quedó “pobre”, sin henchir, finita, como si fuera una pita (el pan “árabe”).
Pero, pensemos un poco; los judíos sabían que saldrían esa noche, tuvieron varios días para preparase.
¿No tendrían las viandas listas, siendo que el pan era el alimento fundamental de todas las dietas en aquella época y en varias otras?
Lo cierto es que el apuro está referido al modo en el cual fueron echados por Faraón, no a la premura por amasar a último tiempo su alimento.

Resulta que, ANTES de la salida encontramos el siguiente pasaje, en donde el Eterno ordena a los judíos el preparativo para el sacrificio pascual y estar listos para la salida vertiginosa de la tierra de opresión:

"Aquella misma noche comerán la carne, asada al fuego. La comerán con panes sin levadura y con hierbas amargas."
(Shemot / Éxodo 12:8)

Sí, los judíos ya conocían la matzá ANTES de Pesaj, ya la comían, era necesario comer la carne asada junto a matzá y maror, ANTES de salir de Egipto sin tiempo para que la masa leude y sea cocida sobre las espaldas de los judíos.
Por tanto, esa explicación habitual, que reitero es también repetida por sabios (aunque otros disienten), pareciera que tuviera su razón, pero no es el motivo que abarca TODA la explicación del asunto.

¿Se entiende?
Los judíos comieron matzá y maror, acompañando el korbán Pesaj original, ANTES de que Pesaj existiera, ANTES de que se le atribuyera el simbolismo de pan fabricado a las apuradas junto a hierbas que representan la amargura de la esclavitud.

De hecho, la familia judía (y allegados), al igual que el resto de los nómadas de la antigüedad comían habitualmente matzot.
NO en Pesaj.
No como ritual.
No como símbolo.
No para oponerlo al jametz, que pasaría a representar al EGO.
Lo comían porque ese era el alimento habitual para su forma de vida en continuo movimiento, en desapego a cuestiones materiales territoriales.

Como leemos, al respecto de Lot cuando recibió la visita de los enviados del Eterno que antes habían pasado por la morada del tío Abraham:

"Pero él [Lot] les insistió mucho; así que fueron con él y entraron en su casa. Él les preparó un banquete; hizo panes sin levadura y comieron."
(Bereshit / Génesis 19:3)

Es que, ESE era precisamente el pan que ellos conocían y consumían habitualmente.
No el pan que nosotros llamamos así, sino el pan sin levadura era el de todos los días.
Tal como el pan de pita sigue siendo principal entre las culturas de medio oriente actualmente.

Un pan sencillo, pobre, como si fuera afligido, que se prepara en poco tiempo, sin complicaciones, que no precisa de grandes hornos ni de paciencia para que leude, ser amasado, vuelta a leudar.
¡NO! Es simple, es presuroso (como la salida de Egipto, ¿recuerdas?).
Un puñado de harina, otro de agua (o aceite), un par de palmaditas para que tome consistencia, se lanza sobre una chapa caliente (o similar) y en pocos momentos queda cocido.

Como en éste ejemplo:

"Entonces Avraham [Abraham] fue de prisa a la tienda de Sara y le dijo: -Toma rápidamente tres medidas de harina fina, amásala y prepara unas tortas."
(Bereshit / Génesis 18:6; profundizar con Bereshit Rabá 48)

¿Ves la premura, la facilidad?
O aquí:

"Entonces [Eliahu/Elías] se levantó y se fue a Sarepta. Cuando llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí recogiendo leña. Él la llamó y le dijo: -Por favor, tráeme un poco de agua en un vaso, para que beba.
Cuando ella iba a traérsela, la llamó y le dijo: -Por favor, tráeme también un poco de pan en tu mano.
Ella respondió: -¡Vive el Eterno, tu Elokim, que no tengo pan cocido! Solamente tengo un puñado de harina en una tinaja y un poco de aceite en una botella. Y he aquí que estaba recogiendo un par de leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, a fin de que lo comamos y muramos.
Entonces Elías le dijo: -No tengas temor. Ve, haz como has dicho; pero de ello hazme a mí primero una torta pequeña y tráemela. Después harás para ti y para tu hijo."
(1 Melajim / I Reyes 17:10-13)

Pero, en Egipto la cultura sedentaria, de opulencia, de tomarse las cosas con parsimonia, era la clave.
Ellos eran los lords y los popes.
Allí se despreciaba a los pastores de ovejas, a esos pobres hombres sin cultura sofisticada, sin rituales complejos, sin pan horneado, esponjoso, humeante.
Lo que para Egipto representaba su poder, el pan, para los pastores representaba esclavitud.
Era dejar los amplios territorios sin dueño para afincarse en parcelitas, para encerrarse en paredes, para llenarse de riquezas materiales que hacen perder de vista lo realmente importante.
Egipto es el símbolo de la opresión, porque unos pocos ricos se aprovechaban de los bienes de la tierra y del trabajo fatigoso de las mayorías.
Porque el autoritarismo, la apariencia de poder, no dejaba ver la real impotencia de monarcas, sacerdotes y eminencias.

En esto se marca la diferencia, en apreciar el momento, en disfrutar de lo permitido, en no pretender controlar lo que no se puede ni debe controlar.
En gozar del simple pan sencillo, que se realiza en un par de movimiento, tanto como el más suntuoso pan engordado.
Agradecer la rica confitura tanto como la modesta fruta.
Allí está la libertad.
No en la riqueza, pero tampoco en la pobreza, sino en el disfrutar de lo permitido de acuerdo al aquí y ahora de cada uno.

¿En qué se equivocó Egipto?
En pretender que la nada era un dios.
En asumir que el que más grita más sabe.
En aceptar que el que pega más fuerte tiene el poder.
En hacer de cuenta que el dinero compra la felicidad, o al menos tapa mejor los hoyos que deja el sentimiento de impotencia.
En no agradecer por lo simple, en el anhelo nunca satisfecho por una porción más.
En depender de la opresión, en vez de disfrutar de la libertad.
En poner al EGO como amo y señor, dejando el AMOR relegado a una celdita mental.
¿Se te ocurren más cosas, que no sean “religiosas”, por favor?

Creo que este sencillo mensaje de Pesaj viene bien en este momento.
¿Tú qué opinas?

(Para más información, muy interesante y valiosa, te recomiendo este link, está en inglés, que me ha nutrido bastante para este artículo).

Ajaré mot y Pesaj, una conexión

Publicado en serjudio.com y compartido aquí.

Leyendo la parashá Ajaré mot me encuentro con el siguiente pasaje:

"No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual habéis habitado.
Tampoco haréis como hacen en la tierra de Canaán a la cual os llevo.
No seguiréis sus costumbres."
(Vaikrá / Levítico 18:3)

Es fácil seguir la lectura sin encontrar nada extraño en esta frase, porque, evidentemente es un versículo claro, sin cuestiones confusas, sin mística, sencillo de comprender.
¿No?
Dios no quiere que los judíos se comporten como los egipcios ni como los canaaneos, que se abstengan de seguir las costumbres de los habitantes de esas regiones.
¿No es así?

¿Cuántas veces habré recorrido estas palabras sin advertir nada llamativo?
Muchas, supongo.
Hasta el otro día, no sé cómo ni porqué una pregunta brotó por sí sola…
¿Era necesario especificar al hablar de Egipto “en la cual habéis habitado”?
¿Acaso no sabían que a la tierra de Canaán eran llevados por el Eterno?
Entonces, ¿cuál es el motivo para que aquí se especificara esto?
¿Aporta algo al texto?
¿Detalla de alguna manera la orden del Eterno?
¿Cuál podría ser la enseñanza de esta información a primera vista redundante?
Porque, se nos ha dicho que no hay ni siquiera una letra en exceso, ni reiteraciones que no aportan alguna clarificación.
Así pues, ¿cuál sería la enseñanza?
(Si se te ocurre, si la conoces, si la leíste, te agradezco que la compartas en la sección de comentarios. Gracias).

Una de las varias quizás la encontremos al estudiar al exégeta Rashi, en donde podemos asumir que los lugares de residencia de los hebreos en Egipto y allí donde morarían en Canaán eran lo peor de lo peor.
Esto es, ellos tenían experiencias con los extremos más bajos en la escala moral y ética, no se les estaba hablando de teoría, sino de una realidad conocida personalmente por los hebreos. Ellos estuvieron mezclados en ese ambiente vicioso, y luego del pasaje por el desierto volverían a entreverarse en el caos. Salieron de una oscuridad, para entrar en otra.
El viaje intermedio debiera servir para entrenamiento que les fortaleciera en virtudes, en su identidad sagrada, para que así no se afiliaran a las costumbres asquerosas de los canaanitas, ni se apropiaran de las máscaras ajenas para tapar con ellas sus rostros.

En ocasiones, el conocer de primera mano las cosas posibilita estar más precavido y atento para no caer en los errores; pero otras, se puede contaminar de cierta manera, adquirir modos y costumbres, que se han convertido en hábitos, se han automatizado, son una segunda naturaleza, de tal forma que pasan inadvertidas.
Uno se comporta como ha aprendido al estar en contacto con los que se comportan así.

Entonces, hay que estar atento a la propia conducta, a los hábitos, hacerlos conscientes, ver como nos comportamos, evaluarnos con sinceridad para descubrir qué hacemos en nuestra vida, hacia donde estamos dirigiendo nuestra existencia.

Pero, ¿somos capaces de juzgarnos correctamente?
Encerrados en la celdita mental de nuestras creencias, ¿tenemos la visión atinada como para darnos cuenta de lo qué hacemos y qué nos motiva?
Y, si alguien con bondad y justicia nos señala nuestros errores, nuestros hábitos perjudiciales, ¿tenemos la capacidad para admitir, aceptar y corregir?
¿Es posible salir de Egipto y no morar en Canaán cuando vimos que allí estamos hundidos?

Sabemos que hay personas que no solamente no aceptan estos esclarecimientos, sino que se empecinan en el error, se aferran a él, disparan excusas y agresiones para no cambiar y en todo caso empeorar.
No le pasa a otros, me pasa a mí pero también a ti.
Parece como más fácil enceguecerse y actuar con terquedad, que evaluar y corregir la propia existencia.

Porque, ¿cuántos están dispuestos a mirar para dentro, alumbrar los puntos oscuros, recogerlos, limpiarlos y aprender nuevas conductas para que se conviertan en mucho más saludables hábitos?
Como se hace antes de Pesaj, en la bedikat jametz, que se recorre el hogar con una lámpara y una pluma, buscando los residuos de jametz, el producto prohibido para los judíos en la festividad. Ya se hizo una metódica y profunda limpieza, pero se hace el último repaso, rebuscando en los rincones, descubriendo donde no es evidente, inspeccionando incluso lo que está a simple vista y por ello puede pasar desapercibido.
Se enfoca con una mirada diferente, deseosa de encontrar lo prohibido para extirparlo y llenar ese lugar con luz.
El ojo pasó por allí varias veces, quizás, sin admitir lo erróneo, ahora es el momento de cambiar, de encontrar lo negativo para sincerarse y sacarlo de nuestro interior.

Podemos y debemos hacer un viaje de reflexión, de introspección, de mirar nuestro ser y cómo vivimos.
Darnos cuenta de nuestros aciertos y errores en el plano físico, emocional, social, mental y espiritual.
Ver en los rincones, inspeccionar sin miedo y sin excusas, para dar cuenta de esas migajas que nos pesan y corrompen, ese material extraño que se aloja en nuestro hogar y que debemos quitar para nuestro crecimiento multidimensional.

Entonces, probablemente iremos conociendo y dando nombre a las máscaras que componen el Yo Vivido y que nos ocultan de nuestro Yo Auténtico, en vez de representarlo dignamente.
Allí podría estar el yo vengativo, el yo rencoroso, el yo quejoso, el yo agresivo, el yo lujurioso, el yo mendigo, el yo víctima, el yo seductor, el yo temeroso, el yo religioso, el yo sabiondo, el yo presumido, el yo bochinchero, el yo rebuscado, el yo enfermizo, el yo avaro, el yo bombero, el yo ansioso, el yo dependiente, el yo malhumorado, el yo cabalistero, el yo celoso, el yo envidioso, el yo perezoso, el yo mandón, el yo gruñón, el yo cuerpo atractivo, el yo cuerpo defectuoso, el yo rico, el yo pobre, el yo traidor,el yo seudo judío mesiánico, el yo confundido, el yo estudioso, el yo gimnasta, en fin… los cientos o miles de yoes que son máscaras, que se interponen entre tu Esencia Espiritual y su manifestación en la realidad.

Algunas de esas caretas podrían sintonizar con tu esencia, representarte.
Pero, lo común es usar las máscaras que nos impusieron, que asumimos, que nos dejan en impotencia, que nos ofuscan el encuentro con nuestra real identidad.

Saber que salimos de Egipto, saber que estamos en camino a una tierra igualmente corrupta.
Saber que en nuestro interior se alojan yoes que formamos, compramos, tomamos, nos implantaron, creemos que somos eso.
Saber que en lo más profundo se encuentre el Yo Esencial, que nos conecta sin pausa y sin cortes con el Eterno y todo lo creado.
Saber que esa esencia sagrada es lo que somos realmente, eternamente.
Entonces, asumir el trabajo de tomar conciencia, vernos, delimitar lo que no es provechoso, controlar lo que se puede controlar.
Hacer el trabajo necesario para cambiar hacia lo mejor.
En palabras del profeta:

El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.
(Ieshaiá / Isaías 9:2)

Con la ayuda de rezos, con el esfuerzo personal, recurriendo a profesionales que entrenan y tonifican la multidimensionalidad del ser, asumiendo que tenemos la tarea de descubrir nuestra esencia y hacerla relucir entre los escombros que llamamos “yo”.

Quiera el Eterno que podamos hacerlo, comer la matzá en Pesaj y no encontrar más jametz.

Imagen en el espejo

Ansiedad, angustia, confusión, inseguridad, sin paz, sin alcanzar la felicidad, insatisfacción, sentirse víctima, enojo, amargura, malestar, vivir pendiente de otro, buscar venganza, guardar rencor, miedos, adorar ídolos, encerrarse en creencias… ¿te suenan conocidos?

Aquellos que viven pendientes del pasado, quejándose por lo que no fue, volviendo a frustrarse con lo que ya fue frustrante, culpando y culpándose, añorando con lamentos un soñado esplendor de otras épocas.
O, fugar hacia el futuro, llenarse de esperanzas mágicas, posponer hasta que las condiciones sean propicias, acurrucándose con miedo a lo que podría suceder, anhelando otra vida sin llevar a cabo acciones concretas para marcar una diferencia.
Gente que no vive en este momento, que dejan escurrir las arenas del tiempo entre sus dedos, atrapados por culpas del pasado y/o ansiedades del futuro.
Son como sombras, que pasan pero no dejan su rastro ni marcan una huella.
Son como guerreros de pesadilla que luchan contra fantasmas, sin poder eliminar lo que no tiene existencia.
Son prisionero en celditas mentales.
Se desgastan en sus huidas sin salir jamás hacia la zona de felicidad.

Entonces, probablemente se desesperen por el aplauso de afuera, por el reconocimiento, por ser algo para alguien.
En sí mismos no encuentran gozo, ni tampoco en el altruismo (hacer algo bueno por alguien sin esperar nada a cambio).
Para recargar sus baterías emocionales precisan prenderse a cualquiera que les dé un poco de aliento, aunque sea falso e hipócrita.
No importan las propias metas, ni planificar para realizar lo que es mejor y beneficioso para uno y otros; lo que importa es acatar el mandato externo, para recibir esa caricia dada como por lástima, pero al menos se la recibe.
Deja de lado su Yo Auténtico para calzarse a la fuerza sus máscaras, aquellas que le sirvan para complacer a los demás.
Por supuesto que esto no le reporta satisfacción ni calma, sino resentimiento y ansias.
Está enojado consigo mismo, quemándose por dentro con la hoguera del conflicto.
Está enojado con los otros, porque de cierta forma son los que le mantienen en ese estado de impotencia, de debilidad, de necesidad angustiante.
Sufre, y entonces aumenta su huida hacia pasados imaginarios o futuros de ensoñación.

Prueba a narcotizarse, a despojarse de su sensibilidad, desconectarse de la realidad.
Estar parado en su situación le duele, entonces, además de la huida temporal intenta el escape de la realidad.
No evalúa correctamente, confunde los valores, duda afanosamente, llega a confundir el bien con el mal, la luz con la oscuridad.
Cree, o le hacen creer, que tiene algún tipo de poder místico, tal como si con el pensamiento pudiera crear universos, o que con palabras pudiera acarrear el éxito o el fracaso. No dice cáncer, para no enfermar. Se esfuerza en tener pensamientos positivos, para que las cosas le salgan bien. Reza y pacta con sus dioses, para manipularlos y obtener victorias supersticiosas. Confunde su impotencia con un poder más allá de lo natural. Sí, está en desfasaje con la realidad.
Pero, al menos le sirve para no darse cuenta de su estado calamitoso… ¿será está una solución o no es más que otra confusión que le sumerge aun más en el malestar?

Se paraliza y solidifica en algún estatuto, en reglas fijas, o en la mirada dura de algún líder despótico.
Es parte de una masa de fieles, sea en agrupaciones religiosas, políticas, militantes, mafiosas, etc.
Son reglas de muerte y no de vida.
Pero, con ellas pareciera encontrar una cierta seguridad, un piso firme sobre el cual apoyarse.
No se da cuenta de que su seguridad tiene la consistencia de una pompa de jabón, está a la deriva aferrado a un tronquito putrefacto, pero delirando con ser amo de un imperio poderoso.

Y negocia para conseguir algún sorbito de poder.
Pero su meta no es “yo gano porque tú ganas”, sino obtener ventajas a como dé lugar.
Y se fabrica excusas y justificativos para su inacción, su inoperancia, su falta de dignidad.
Hace cálculos retóricos, echa culpas, miente, engaña, manipula, pretende comprar a los dioses y los hombres con espejitos de colores.
Pero sigue sintiendo el pesado vacío que lo carcome, el miedo que no le deja solo.

Así, cada vez más impotente y confundido, separa las cosas en buenas y malas, todo y nada, yo y otros, te amo y te odio, sin puntos medios.
Debe endurecerse en una posición, pero no por razonada consecuencia de una evaluación racional meditada, sino para protegerse de la duda, para sentirse seguro de alguna forma.
Sí, es el mismo tronquito que lo mantiene a flote en un inmenso océano.

Y, sin conciencia, se da cuenta de alguna forma que no influye en nada, que no decide nada, que es un corchito flotando.
Está en manos de otros, de dioses, demonios, jefes, padres, amigos, cónyuges, etc.
No decide, no hace, no se planta y ejerce su poder.
Como si no tuviera consistencia, como si fuera transparente pero opaco al mismo tiempo.
Depende, de hunde, huye, se ahoga, se enoja, se angustia, lleva a mayor altura su impotencia.

¿Tiene alguna salida?
¿Hay posibilidad de que disfrute, se libere, emprenda un camino de bendición?

¿Lo que vale es la intención?

Muchas veces oí aquello de: “no importa el regalo, sino la intención”.
Sí, tal vez, podría ser, quién sabe.
El hecho es que, solemos suponer que al actuar movidos por buenas intenciones ya debiera ser suficiente para satisfacer a los demás.

Entonces, ¿por qué se queja el hipertenso cuando le ofrecimos comida saturada de sal?
¿O el diabético cuando lo único que había en el menú eran azúcares y harinas?
¿O el judío respetuoso de la kashrut al no tener nada para llevar a la boca, quizás tan solo agua?
¿No es acaso la intención lo que vale?

Y, si al pobre le damos ropa cuando está angustiado por conseguir alimento o medicación, ¿es suficiente?
¿O si regalamos sabiondos consejos a quien solamente anhela ser escuchado y tal vez comprendido?

Sí, nadie puede negar las buenas intenciones, si es que allí están, pero, ¿son eficientes y efectivas?
¿No sería mejor tomar en consideración las necesidades del receptor de nuestras acciones, evaluar de acuerdo a su perspectiva o expectativa, cimentar la buena intención con grandes dosis de conocimiento y atención?

Si la buena intención se quedara solamente en una chispa que inicia un movimiento, en lugar de ser también la mecha, la flama y la explosión, ¿no sería mejor?
Integrar la multidimensionalidad, en equilibrio, para andar balanceadamente y alcanzar una meta dichosa y agradable, quizás fuera más provechoso que actuar impulsado simplemente por la buena intención.

Así, emplear la Comunicación Auténtica debiera resultar un paso necesario siempre.
Incrementar el conocimiento y la comprensión, reducir la ansiedad y los manejos del EGO.
Tomar en cuenta al otro, en su complejidad multidimensional, y no hacerlo receptor de nuestras fantasías, deseos, manipulaciones.

Para esto, es necesario un baño de sincera humildad, de reconocimiento.

Los hipersensibles

Hay personas que son muy sensibles, en el sentido que por casi cualquier cosa reaccionan desmedidamente.
Están nerviosas, preocupadas, en alerta, siempre listos para una respuesta emocional, que por lo general no ayuda a la comunicación auténtica, a la comprensión, a la construcción de shalom. Saltarán hechos una furia, con gritos, rezongos, palabrotas, quejas, suspiros parecidos a bufidos, llantos, gimoteos, convulsiones de sus miembros, golpes, marchas forzadas, exigencias, extorsiones, mentiras, acusaciones, cualquiera sea la forma de atraer la atención, de victimizarse, de atacar a quien culpan de sus lesiones.

Si uno se cuida mucho para no rozarlos, se enojan porque uno toma tantas precauciones. Tal vez el enojo se manifiesta como impaciencia, poca tolerancia, apuros, hastío, en agresiones pasivas, que no por ello dejan de ser ataques.
Si uno los trata de manera “normal”, sin cautela especial, también se enojan porque no se sienten el centro de atención y cuidados. ¡Ellos no son como los demás y se merecen un tratamiento distintivo!
O responden de manera directamente agresiva, porque es difícil que no se sientan violentados de una forma u otra, todo les amenaza.
Hagas lo que hagas, digas lo que digas, como nada les viene bien todo será usado en tu contra.
Hay negatividad, sufrimiento, culpabilidad, vulnerabilidad, impotencia… mucha impotencia, tanto del hipersensible como de quien lo padece.

Entrar en su juego, al responderles de manera agresiva, no sirve para zafar de esta manipulación.
Rogar perdón por un pecado que no se ha cometido, no ayuda a solucionar nada.
Evitar el contacto con ellas, no siempre se puede, ni es una verdadera resolución.
Exigirse mayor cautela, cuando uno ya está al borde de la exasperación, no resulta saludable.
Todo parece fútil, inútil, estéril, porque por cada acción tuya de su parte no habrá una devolución pacífica, sino la hipersensibilidad que agota.

¿Qué hacer?
No es fácil, nada fácil.
El EGO está a tope en estas personas, al punto que ni siquiera satisfaciéndoles sus caprichos encuentran calma y bienestar.
Apabullarlos con atenciones, será tomado como un acto violento. Rechazarlos, también. Hundirlos en una real impotencia, incrementa su inseguridad. Darles el poder, ¿para qué?

Pareciera ser un callejón sin salida.
¿Qué hacer?
No del lado del hipersensible, sino de quien trata con él/ella.
Te repito: ¿qué hacer?
Quizás puedas aportar tus conocimientos al respecto, y tal vez hayas encontrado en los textos que tenemos a disposición (categorías EGO y CTERAPIA) algunas herramientas útiles.
Quedo a la espera de tus comentarios.