Quizás te ha pasado personalmente, o conoces a alguien que así suceda: te llenas de buenas intenciones, proyectas grandes obras, o tal vez sea comenzar a ordenar tu armario, pero te quedas en eso. En pensamientos, en sueños, en ideales, en cuestiones que se van sumando a la lista de pendientes que va creciendo sin encontrar una resolución.
Desde lo pequeño a lo grande, asuntos de importancia o meras banalidades, de todo puedes encontrar en esa lista de tareas inconclusa o sin empezar.
Cúmulo caótico de buenas intenciones, de deseos de superación, de pensamiento positivo sin más.
Allí quedaron las páginas sin estudiar; los libros que ibas a ordenar, los otros que ibas a escribir en el verano; enseñar a tus hijos tal arte o pericia; visitar a aquel viejo familiar; retomar esa antigua amistad; conversar con tu cónyuge de temas poco trascendentes pero que hacen a la sustancia de la pareja; y todo lo otro que tú sabes ocupa espacio en ese listado y que difícilmente vayas a tildar como tarea cumplida y llevada a buen término. O una pantalla llena de post-it, de mensajitos coloridos desparramados por todos lados, que son lápidas de ideas y programas nunca tramitados.
¿No?
Y puede ser que para año nuevo, el universal o el gregoriano, prometas cambiar para mejorar.
Bajar de peso, hacer ejercicio, comer “sano”, dejar el vicio, cumplir con tal o cual tarea y sin darte cuenta ya estamos nuevamente en el año nuevo y nuevamente lo único que tienes son promesas para no volver a cumplir.
Y puedes repetir este formalismo vacío y cansino también para tu cumpleaños, sea el universal o el gregoriano, con todo el ímpetu y la buena onda que le quieras imprimir. Sabemos, cero o nada es lo que llevarás al puerto deseado.
¿No?
Todo cuesta.
El tiempo se encarga de solucionar las cosas.
Que sea Dios quien lo resuelva.
Yo no empecé, ¿por qué lo voy a terminar?
Los que logran sus objetivos son pocos, ¿por qué habría de presionarme para ser como ellos?
Hasta ahora funcioné así, ¿tengo motivo para cambiar?
Aunque quiero cambiar, no puedo, no sé, me faltan energías, soy torpe, no me enseñaron, otros tienen la culpa de mis males…
Excusas que acompañan a la lista de pendientes, y la fortalecen.
La impotencia que reina, esa es la conclusión.
Y, allí donde hay impotencia, o se la siente, automáticamente se dispara el EGO con sus respuestas instintivas y las que se suman a éstas (llanto, grito, pataleo y desconexión de la realidad con todos los derivados).
Siempre y cuando no haya sido el EGO el causante de tales sentimientos de impotencia.
No puedo.
Soy incapaz.
Esa lista lo demuestra.
El llenarme de esperanzas, de expectativas, de ilusiones, de buenas intenciones sin sustancia, me hunde más en el sentimiento de fragilidad e inutilidad.
Sí, me tengo que confesar inepto, ineficaz, bueno para nada, indolente, perezoso, fracasado, con mala estrella, marcado por el destino para ser un perdedor…
Es mejor cargar la etiqueta de “looser” que hacer lo necesario para desprenderse de las cadenitas del EGO… ¿en serio? ¿Es mejor?
Y puedes argumentar que eres lento, que cada uno tiene su propio ritmo, que todo te cuesta, que nadie te ayuda, que estás solo o mal acompañado, que no te sobran las energías, que nunca te capacitaron, que los demás te ponen escollos, que algún dios es sádico contigo y siempre te hace remar contra la corriente, que tus sueños son demasiado importantes como para alcanzarlos.
Excusas, más desconexión de la realidad.
Quejas, que son derivados del llanto.
Echar culpas o desmerecer, que son derivados del grito,
Enojarte y agredir, activa o pasivamente, que son derivados del pataleo.
Y en esa rosca mortal te quedas atrapado.
La zona de confort te limita.
Conoces las paredes de tu prisión mental, tienes contados los barrotes de su puerta, te sabes de memoria el sabor del fracaso.
Sí, a veces te amargas, también sufres y hasta te angustias.
Pero, supones que es mejor eso, malo conocido, que vaya uno a saber qué cosa desconocida podrías encontrar fuera de la celdita mental.
Entonces, te quedas en tu zona de confort, a gusto en el disgusto, tratando de explicar como tus buenas intenciones nunca se convierten en buenas acciones, y para peor, suelen terminar en espantosos resultados.
Te propongo salir de tu inseguridad haciendo cosas.
Aunque sean poco interesantes, aunque parezcan sin valor, aunque lo hagas lento, aunque tengas dudas, aunque no tengan siquiera parecido a esas enormes ambiciones que proponías en tus sueños de grandeza.
Sal de tus límites confortables, que no son otra cosa que las paredes de tu ataúd que te encofra en vida.
Haz.
Actúa.
Comparte.
Aunque vaciles, aunque te dé un poco –o mucho- de temor, haz tu parte, algo de aquello que puedes controlar.
Créeme que puede costarte, tal vez te equivoques, seguramente al principio estés con nervio y prefieras huir o quedarte en tu oscuro lugarcito, pero si no te dejas seducir por el EGO y por el contrario actúas según tu poder, estarás avanzando en una lista de logros, en el camino de la superación y el éxito.
Ahí nos vemos.