Nacemos sin sentimientos negativos, vengativos o autodestructivos; pero tampoco sin sentimientos de unidad, valoración o construcción.
No traemos programados sentimientos en el ADN, aunque se comienzan a formar ni bien estamos por entrar al mundo.
No nacemos con odio, no nacemos para odiar tampoco.
Por el contrario, nacemos por amor y para el amor, porque nuestra dimensión espiritual, nuestro Yo Esencial, es nexo con Dios y el cosmos, canal de amor, unidad sin fracturas. Tal esencia, que es AMOR, es nuestra existencia.
Ten en cuenta que cuando nuestro ropaje terrenal (nuestra conducta que son actos, palabras, actitudes, emociones) no se encuentra en armonía con el espíritu, estamos en exilio, experimentamos el fracaso, somos apartados del amor, aunque hablemos de espiritualidad, amor y cosas que suenan bonitas.
Nacemos y nuestro estado es puro; libre de toda mala intención; nadie nace para ser un hombre malo, todos nacemos para actuar con bien y justicia, para ser emisarios del AMOR.
Esa esencia permanece pura, la neshamá (espíritu) no se altera ni afecta ni por el paso del tiempo, ni por accidentes, ni por enfermedades, ni por experiencias, ni por el entrenamiento.
El “pecado” no afecta en modo alguno al espíritu ni la santidad intrínseca de la persona.
Pero, alrededor de la neshamá se forma como una costra endurecida, oscura, que tapa la irradiación espiritual, silencia la voz de la conciencia universal, nos obstruye nuestro encuentro con nuestro verdadero ser. Nos hace vivir en estado de apariencia, como actores en un mal teatro, como payasos amargados, como personajes sin más presencia que la máscara que representa.
Tal es el “pecado”, que es la desviación de la senda, el andar por caminos alternativos que nada tienen que ver con la majestuosa carretera que está preparada a nuestros pies.
Sin embargo, por más acciones perversas, por más cáscaras que nos esconden de nuestra identidad esencial, allá en el fondo permanece inalterada la neshamá.
Es nuestro Yo Esencial que resiste a todo cambio, que no muta, que no se vende al precio de la necesidad ni de la pasión.
Estamos destinados para el AMOR.
Entonces, ¿cómo comprender tanto odio, enojo, malestar, enfermedad, destrucción, violencia, acciones despiadadas, sentimientos falsos, sufrimiento? (Inquirimos sobre lo que el hombre provoca con sus acciones y omisiones, no por lo que son avatares de la naturaleza o accidentes reales).
¿Dónde está la falla?
¿Dónde se origina la ruptura?
¿Qué es lo que nos mantiene en el exilio de nuestro ser, alejados de nuestra verdadera identidad y sentido?
¿Por qué estamos inmersos en el caos, si estamos destinados al AMOR?
¿Por qué seguimos esclavizados, traumatizados, dañando y dañándonos si nuestra esencia nos impulsa a ser buenos y justos?
Al nacer nos acompañan unas funciones instintivas alojadas en el cerebro primitivo del hombre que sirven para sobrevivir a la indefensión natal.
Procuran llamar la atención para que el recién nacido reciba satisfacción a sus necesidades.
Es el grito, el llanto y el pataleo. Que alarman y anuncian la impotencia del infante, su rústico pedido de auxilio, de rescate, de anhelo por supervivir.
Cuando la atención no es alcanzada, el sistema se desconecta de las percepciones, para no seguir padeciendo y para ahorrar energía (más adelante también para fantasear o delirar con haberse sobrepuesto a la impotencia y haber satisfecho la necesidad).
Estas funciones básicas e instintivas las podemos denominar Ietzer HaRá, o también EGO.
El EGO, nuestro primer amigo que está listo para proveernos de salvación, para servir de intermediario en la satisfacción de necesidades, para aparecer como el que resuelve los miedos y aleja la impotencia.
Qué bueno es contar con el EGO en ese momento, y en los inmediatos subsiguientes (hasta alcanzar cierta maduración neurológica y aprendizajes, como para responder de manera alternativa y asertiva), así como en las ocasiones de impotencia real y cuasi absoluta, cuando estamos impedidos de elaborar alguna respuesta a las crisis o eventos peligrosos que nos ocurren.
Pero, el EGO se establece como patrón, en lugar de quedar en las sombras como último mecanismo de supervivencia.
Es oportuno esclarecer el modo por el cual el EGO se hace intruso perenne en la conducta y percepción del hombre.
Los hábitos se forman por la repetición de conductas.
Un estímulo se asocia a una determinada acción, y esta asociación se va reforzando a través de la repetición, del entrenamiento.
Se crea así una nueva entidad neuronal, un patrón de conducta, un hábito, una naturaleza incorporada que se hace propia.
Del acto se pasa a la actitud, a una forma de percibir, comprender y reaccionar ante la vida.
El niño con los mecanismos del EGO obtiene atención y con ella satisfacción a sus necesidades.
El sentimiento, real o imaginario, de impotencia se ve por momentos adormecido gracias a la manipulación que produce el EGO en la conducta de los otros.
Las herramientas del EGO manipulan a la otra persona, la hacen actuar según el propio deseo.
El bebe se siente “poderoso” de esta manera, obtiene lo que desea, llama la atención, va formando un hábito.
Llanto y/o grito y/o pataleo dan como resultado que se la atienda, que se le satisfaga.
La repetición, una y otra vez, de esto crea el hábito.
El niño ha aprendido a manipular.
Aún ni siquiera reconocer que es otro, diferente a los demás; mucho menos identifica quien es el otro, si es mamá, papá o algún dios; pero sí va marcando profundamente la huella de su hábito, forjando su futuro a través del entrenamiento constante en la manipulación.
Si lloro, pataleo, golpeo y luego también finjo, entonces voy obteniendo un cierto poder, no es realmente mío, pero es como si lo fuera. Manejo las vidas de otros, me siento en control de todo, el mundo se confabula para calmar mis angustias, abrazar mis temores y consolar mis pérdidas. Sí, el EGO me induce a creerme el centro del universo, a que si solamente pienso y pienso con ganas, entonces todo el universo se orquestará para venir a satisfacerme.
Soy un gran bebe, impedido de todo, pero que se cree en control hasta de los mismos dioses (los padres, mayores, el dios familiar, etc.).
No lo hace por maldad, es así como se va entrenando, va ejercitando su área de influencia y poder.
Aprende que a los gritos, con llantos, con golpes, enmascarando la realidad es como se obtiene lo que se desea.
Así va luego actuando por la vida, movido por su EGO. Ese mismo que le hace sentir impotente, incluso allí en donde no lo es, pero le hace creer que es poderoso.
¿Y cómo no creerse poderoso, si desde chiquito ha manejado a los otros para que corran a satisfacerle?
Nuevamente, el bebe, así como el niño pequeño no lo hace por maldad, tampoco con sentido egoísta, simplemente lo hace.
Durante un cierto tiempo no tiene otros recursos.
Solo cuenta con el EGO para llamar la atención.
Luego, cuando zonas más sofisticadas del cerebro se van desarrollando y nuevas experiencias se van incorporando, igualmente el hábito negativo ya se ha implantado.
Ya aprendió a jugar con las reglas del EGO, no con finalidad malvada, sino porque es lo que se ha convertido en su naturaleza responsiva.
A esto sumemos la sensación de impotencia que atraviesa en cada circunstancia de la vida. En las cosas cotidianas y en las extraordinarias, en las relevantes y en las insignificantes. Una tapa de bebida es muchas veces un estorbo a nuestra potencia, el no poder dormir, alguna enfermedad pasajera, el tránsito atascado, el ascensor que paró en algún piso y no viene aunque insistimos en tocar el botón, el vecino que hace ruidos, la alarma del auto que se disparó y suena toda la noche, el mosquito, el huracán, la demora del vuelo, la azafata malhumorada, la esposa antipática, el marido indiferente, la suegra siempre presente, la enfermedad mortal, la sombra perenne de la muerte… todo, a cada rato, hasta en donde no somos consciente, allí está la impotencia, real o fantaseada. Es un compañero del cual no nos podemos despegar, el sentimiento de impotencia.
La primera reacción ante esto, la que es natural, la que ha sido además incorporada con el entrenamiento del hábito, es la reacción del EGO.
El enojo, el miedo, el deseo, la manipulación.
Crecemos y aprendemos a mejorar nuestras estrategias y técnicas de manipulación.
Nos volvemos más refinados en ese oscuro arte.
Se vuelve todo un juego de hilos de marioneta, mascaradas, antifaces, un ajedrez mortal y real.
A las reacciones directas, evidentes, visibles (llantos, golpes, gritos todos ellos con sus derivados), se les suman las que son sutiles: la agresión pasiva, el echar culpas, el pretender que otro se haga cargo, la queja indirecta, la amenaza que no es manifiesta sino velada que llena de miedo e irritación.
Sí, terrible el poder del hacer lo posible para que el otro siente culpa allí en donde no tiene responsabilidad; tal como dramático es mantener relaciones sostenidas en el miedo (recordemos viejas enseñanzas que ya hemos dado acerca de los cinco miedos básicos).
Pero… ¿dónde está el mal en todo esto?
Podemos admitir egoísmo (atender el propio interés sin importarle lo que ocurre con los demás o el entorno), egocentrismo (creerse el centro del mundo y despreciar lo que ocurre a los demás), egolatría (veneración religiosa de uno mismo) quizás, ¿pero maldad?
Esto no parece maldad, aunque las actitudes y conductas sean chocantes, deplorables, desprovistas de solidaridad.
En fin, no es lo mismo egoísmo y sus primos a maldad… ¿o sí?
De hecho, los sabios reconocen que hay un fondo de bien en la existencia del Ietzer HaRá, cuando al respecto dijeron: "En el Génesis (1:31) cuando dice "es bueno" hace referencia a la tendencia buena del ser humano, en tanto que cuando dice que "es muy bueno", hace referencia al Ietzer HaRá, para enseñarnos que si no fuera por esta inclinación, la persona no construiría su casa, no desposaría mujer, ni tendría hijos" (Kohelet Rabá 3:16).
Así pues, en la mirada de los Sabios no solamente es bueno para el niño pequeño que su cerebro reptiliano (base neurológica del EGO) esté activo, sino que es también necesario en la vida adulta. Tiene su función, si faltara estaríamos incompletos, puesto que nos permite ser completamente humanos, con nuestra lucha interna, con nuestras tendencias opuestas, con nuestro afán por satisfacer nuestras apetencias narcisistas naturales.
Entonces, ¿de dónde surge el mal en la persona?
Tal vez un aforismo de Michel de Montaigne nos dé una idea: "Ningún hombre esta exento de decir tonterías; la maldad consiste en decirlas deliberadamente.".
Es decir, el mal surge cuando escogemos actuar de acuerdo al EGO y/o causando daño injustificado a otro (u otros, o al ambiente).
Ser egoísta no es malo, tampoco es bueno. Pero cuando la actitud y/o acto egoísta me lleva a causar perjuicio innecesario, entonces es malo.
Querer mi propiedad, no tiene nada de malo; pero si para conseguirla robo, mato, lastimo, estafo, miento, etc., entonces ya pasa a ser un acto malo.
De aquí podríamos sacar numerosas conclusiones, algunas que podrían llevarnos muy lejos del camino ético, de construcción de shalom que proponemos para todas las personas sin excepción.
Por lo cual, debemos considerar un patrón de medición que no se vea alterado por el EGO, ni por el propio ni por el social.
Este patrón inalterable son los Siete Mandamientos Universales, que son la línea de base, la raíz, el piso indispensable para la vida moral y ética.
En realidad, son la enunciación divina de la ética espiritual que Él ha implantado en el corazón de cada persona.
No es un código impuesto desde fuera, no es algo ajeno a la persona, sino que es parte de nuestro “sistema operativo”, venimos de fábrica con la ética que se corresponde a los Siete Mandamientos.
El EGO, tanto el personal como el social, puede desdibujar la realidad y hacernos sentir al código noájico como “Ley” elaborada por rabinos, como normas de conducta “religiosas” que se nos insta u ordena cumplir, como otra forma más de “nueva espiritualidad”; pero ciertamente no son así.
Son parte de nuestra esencia espiritual, venimos con ellas en nuestro ser.
Al vivir de acuerdo a ellos (los gentiles) están encontrando el sendero a su verdadera identidad y no una máscara más que se recoge de fuera y se inyecta al interior y se la fuerza a ocupar el lugar del propio rostro.
Que se entienda, para el gentil el código noájico es el modo de recuperar su identidad, de evaporar las ataduras del EGO, de encontrar la armonía interna-externa, de sintonizar el Yo Vivido con el Yo Auténtico.
Tal sería la idea que está detrás de la afirmación legislativa de Maimónides, cuando expresa: "Todo gentil que reciba para sí el cumplimiento de los siete mandamientos y sea cuidadoso con ellos, es uno de los justos de las naciones del mundo, y tiene su porción en el Mundo Venidero. Esto es así siempre y cuando los reciba y los cumpla pues tal ordenó el Eterno en la Torá y manifestó a través de Moshé, nuestro maestro, que desde antiguo los benei Noaj (noájidas) estaban obligados a ellos. Pero, si los hace a causa de que les parece razonables (y no las asume como obligaciones de origen divino), entonces no se le puede considerar como justo de las naciones del mundo, sino un seguidor de sus sabios.” (Mishné Torá, Hiljot Melajim 8:11).
Si el noájida actúa éticamente, vive conforme al código noájico, pero sin admitir su origen divino, entonces está muy bien, es una gran persona, pero no logra alcanzar la cima de su nivel espiritual a la que podría arribar. No logra desplazar por completo su EGO y permitir que gobierne el AMOR. Porque vive la ética de los sabios, las instrucciones buenas y justas de los hombres que le precedieron y supieron enseñar modos de vida saludables. Sin embargo, para lograr la sintonía de su Yo Vivido con su Yo Auténtico, es menester que admita el origen divino del código noájico y lo viva a pleno. Cuando así hace, es un “justo de las naciones”, alguien que vive a través de su ética natural, originaria, que irradia de su esencia espiritual.
Entonces, vivir una vida ética sin admisión del origen divino, está bien, es algo meritorio y de inmenso valor.
Pero vivirlo la vida ética aceptando que es de origen celestial, entonces es dar un paso más, ascender más, perfeccionar su existencia más. Ojalá y fuera lo común para toda la humanidad.
Pero, lo común es manipular, es vivir a la sombra del EGO, en celditas mentales, temerosos, echando culpas, jugando jueguitos perversos, agrediendo, violentando, usurpando, disfrazándose, huyendo de la realidad (escapando de sí mismo).
Se tiene al EGO como un dios, como EL dios y como un redentor y salvador, como EL mesías.
Sobre estos temas ya hemos trabajado anteriormente, son muy importantes, por eso te invito a que busques, encuentres, leas, estudies, critiques, preguntes y lo incorpores a tu vida.
El EGO queda al mando de tu vida.
Vives sumergido en sentimiento de impotencia, manipulas, sientes miedo, escapas, disfrazas tu realidad, buscas dioses fuera, o líderes fuertes, cosas a las cuales aferrarte (supersticiones, religiones, partidos políticos, hinchadas deportivas, equipos deportivos, etc.) que te hagan mitigar tus pesadillas y angustias.
Tristemente nos recuerda el sabio proverbista: "Lo que el impío teme, eso le vendrá; pero a los justos les será dado lo que desean." (Mishlei / Proverbios 10:24).
Así es querido amigo, lo que el EGO te lleva a temer, suele ser lo que te sobrevendrá. Si te escapas de la soledad, manipulas para no estar solo, te escondes del aislamiento, terminarás tarde o temprano solo, aunque estés rodeado de gente. Aunque hagas cualquier sortilegio y fórmula mágica pretendiendo controlar a tu dios y de ese modo milagrosamente te sentirás controlando al universo, terminarás avasallado por las fuerzas que no puedes controlar… si ni siquiera puedes controlar lo que sientes, cómo te sientes, cómo te sometes al EGO…
Y así con cada pesadilla que se te cruce, tarde o temprano se hará realidad. A no ser que cambies la pisada, que evapores al EGO, que vivas de acuerdo al AMOR.
Espero que hayas entendido nuestro planteo de cómo funciona el deseo "religioso" en las personas, lo que los lleva a vincularse tóxicamente con sectas, adherirse a grupejos religiosos, someterse a religiones "oficiales", degradarse en todo tipo de extravíos.
Con ello, de manera retorcida, buscan el poder, poder para no angustiarse más con el sentimiento de impotencia, poder para controlar el destino, poder sobre la muerte, poder sobre sus dioses, y creen sinceramente (en muchos casos) encontrarlo. Pero es solo ilusoriamente, es mentira que nace de la desconexión con la realidad que produce el EGO. Es falso poder. Similar falso poder de los imperios que dominan por la fuerza de las armas, de las mafias que atormentan con su violencia, de los grupos de influencia que dictaminan orientaciones con manejos económicos, etc.
Detrás de todas estas máscaras de poder, detrás de todos estos uniformes de dominio, hay hombres débiles, paupérrimos, desgraciados, temerosos, incapaces de vencer a su EGO.
Gente pendiente de lo que otra gente ve, opina, juzga, critica, proclama, denuncia, reclama, ordena, manipula.
Un viene y va, jueguito recíproco de manipulaciones, en donde alternativamente podemos ser víctima, agresor o salvador. Y vamos dando tumbos, buscando salvadores, salvando o agrediendo y detrás de estas tres imposturas, siempre el EGO.
Ya lo dijo el enorme sabio, luz para su nación y las naciones, el Rav Kook: “hay gente libre que tiene alma de esclavo y hay esclavos que están sus almas llenas de libertad; quien confía en sí mismo es libre, en tanto que el que está pendiente de la aprobación y beneplácito de otros, es un esclavo.”
Todos nacimos para ser libres, solamente atados a los mandamientos del Eterno.
Pero allí, en medio, se interpuso el EGO. Éste nos lleva a buscar a quien manipular y por quien ser manipulado. Si viviéramos con confianza en nuestra misión sagrada, con amor y respeto por nuestra identidad, con aprecio a nuestro legado, entonces no estaríamos en derrota, en exilio, esclavizados. Pero, no confiamos, no amamos, no respetamos, no cuidamos, y por ello nos sometemos. Nos amparamos en dogmas y doctrinas, creencias y religiones, filosofías e idealismos, proponemos dar otras mejillas pero alzamos las armas, clamamos por paz pero estamos manchados de sangre, nos envolvemos con rituales pero carecemos de solidaridad. Es una imagen que se repite, una y otra vez, en cada época, en cada lugar. Desde antaño los profetas la denuncian y profetizan: "Dice el Eterno: ‘¿De qué Me sirve la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y del sebo de animales engordados. No deseo la sangre de toros, de corderos y de machos cabríos.
Cuando venís a ver Mi rostro, ¿quién pide esto de vuestras manos, para que pisoteéis Mis atrios?
No traigáis más ofrendas vanas. El incienso Me es una abominación; también las lunas nuevas, los shabatot y el convocar asambleas. ¡No puedo soportar iniquidad con asamblea festiva!
Mi alma aborrece vuestras lunas nuevas y vuestras festividades. Me son una carga; estoy cansado de soportarlas.
Cuando extendáis vuestras manos, Yo esconderé de vosotros Mis ojos. Aunque multipliquéis las oraciones, Yo no escucharé. ¡Vuestras manos están llenas de sangre!
Lavaos, limpiaos, quitad la maldad de vuestras acciones de delante de Mis ojos. Dejad de hacer el mal.
Aprended a hacer el bien, buscad el derecho, reprended al opresor, defended al huérfano, amparad a la viuda." (Ieshaiá / Isaías 1:11-17).
Así dice el profeta, dice Dios.
Basta de ritualismo, de religión, de rigidez falta de humanidad.
Seguir los mandamientos es lo correcto, tanto los que conciernen a la relación del hombre con Dios, como a los que son de relación entre personas.
No sirve hacer como aquellos dogmáticos, religiosos, que se ponen enfáticos en los mandamientos que vinculan con Dios, en las cosas rituales, que abruman con detalles y menudencias. Pero, a la hora de tratar con el prójimo, son descarados, vergonzantes, agresivos sin necesidad, maltratadores, etc.
Así no marcha la cosa, pues ambos modos de mandamientos son requeridos.
Pero el EGO, ah el EGO, ese astuto amigo de la infancia hace ver las cosas a través de su lente distorsionada.
Hace presumir de poder, hacer creer que se controla a Dios con sacrificios, cánticos e inciensos, como si a Dios se lo comprara con espejitos de colores.
El EGO que lleva a creerse el centro del universo, el amo de Dios.
Es el que nos hace despreciar al prójimo, vivir en desarmonía.
Y no, eso no sirve. Eso lleva al mal.
Tal como relata el profeta.
No el mal etiquetado por la sociedad, o el que uno valora como tal, ni el de los filósofos.
El mal según criterio de Dios y expresado en Su Torá y explicado por los maestros que tienen el conocimiento y la virtud para aprender y enseñar.
Así pues, hay que arrepentirse, es decir, volver a la senda correcta.
Dejar el pecado, que quiere decir desvío del camino correcto, cosa que produce el EGO.
El mismo Rav Kook, que ya mencionamos, instruye: “el primer arrepentimiento (o retorno) es que el hombre se perdone a sí mismo (o también: vuelva a sí mismo).”
Comencemos la construcción de Shalom por nosotros mismos, dejando de lado la identificación con las máscaras del Yo Vivido y encontrando el rumbo hacia nuestro Yo Auténtico.
Perdonemos, perdonémonos, aprendamos a vivir mirando el aquí y ahora con bondad y justicia, sin olvidar el pasado, sin vilipendiar el futuro, pero aprovechando a pleno este momento y este lugar. El presente es el único tiempo que existe, el único real, el único para disfrutar.
Gracias a Dios que el Noajismo no es una secta o religión, tampoco una filosofía o un compendio de leyes. Noajismo es la humanidad en su plenitud, en su integralidad.
(Tal como el judaísmo lo es para esa porción minúscula de la humanidad que se denomina Familia Judía).
Noajismo es el camino de regreso a casa. Es la herramienta sagrada para hacer de este mundo un paraíso terrenal. Es el modo que Dios ha dado para que cada uno salga del exilio espiritual y alcance su tierra prometida personal, la Era Mesiánica propia, el Mesías en su vida.
Con acciones concretas, absteniéndose del mal, haciendo el bien.
Pero también cultivando la interioridad, construyendo shalom desde dentro, dejando la discordia por la empatía.
Es triste saber que la inmensa mayoría de los humanos (gentiles y judíos) están desconectados de su esencia, en desequilibrio, realmente enfermos en su multidimensionalidad. Están abrumados por el EGO, alicaídos en sus emociones, corrompidos en sus creencias y anhelos, machacados por el miedo y el deseo que nace del EGO.
Es doloroso saberlo, porque son hermanos, gente cercana, hijos de la misma Familia.
Mientras estas personas están en el exilio espiritual, desconectados de su esencia, el Exilio se resiste a morir. No hay Era Mesiánica, porque tantos hijos están fuera de la senda, en caos, desafinando en la sinfonía cósmica.
Si bien nuestro propio EGO nos puede impulsar al enojo, al reclamo amargo, a la disputa inútil, a la agresividad innecesaria, así no se resolvería nada, sino que se acrecentaría el drama.
Por tanto, comencemos construyendo shalom en nuestro interior, admitiendo sus posturas, que aunque erróneas y lastimosas son las que ellos consideran válidas.
No respondamos desde el EGO, sino desde el AMOR.
Para ello debemos cultivarnos, trabajar en nosotros, romper el primado del EGO en nuestra vida, así podremos tender lazo de unificación con nuestros hermanos y con los extranjeros también.
Es el largo camino de regreso al hogar, de restablecer el paraíso terrenal como antaño, como nunca fue en la realidad.
En unidad, armonía, resplandor, amor.
Somos unidad, aunque la manifestación física nos haga separados y diferentes y hasta divergentes.
Encontrar el nexo que nos une, es el camino del AMOR, aquel que debemos estar dispuestos a andar.
Sin por ello olvidar que existen leyes, normas, mandamientos que no siempre son suaves, no siempre vienen con caricias, en ocasiones son severos y con penalidades duras. Es parte de la vida en Este Mundo, que hemos de aceptar y así trabajar por construir Shalom, con luz y con sombras. Pero siempre construyendo shalom.
Texto que aconsejo leer y estudiar con detenimiento: http://serjudio.com/cterapia/cab060808.htm