Intentaremos ver en este artículo la vacuidad y ceguera de la persona de fe.
Imagina que estás colgado en el aire, atrapado dentro de una red de pescador.
Mira en tu mente cómo tratas desesperadamente por zafar, como sacas un dedo, una mano, pero igualmente estás apresado.
Observa como te contorneas, haces giros, procuras eludir la soga mortal que te aprisiona, que te esclaviza, pero no haces más que dar vueltas, una y otra vez encarcelado por esas finas mallas que te cercan, que te niegan tu libertad.
Atiende bien a esa imagen, observa como eres impotente para salir, para construir otra realidad, porque estás atrapado, eres esclavo de la red.
Por más que tratas, nada puedes.
Te cansas, te agotas, te desanimas, pierdes la esperanzas, se te escapan las energías, todo parece ya perdido, a pesar de que estás casi al contacto con la libertad, sigues preso y sin poder salir.
Una imagen verídica de la fe, es la red de pescador que te atrapa, te inmoviliza y termina por provocarte la muerte; mientras insensiblemente miras sin ver el mundo allí al lado, tan cercano y vital, pero tan (aparentemente) imposible de alcanzar y de vivir.
Envuelto por la red de fe, el hombre de fe es indiferente al mundo, que supone que le es indiferente.
La red te rodea por todos lados, te hace sentir su opresión, te inmoviliza, te niega la posibilidad de ser libre, te atrapa, te lleva a la muerte.
La red, tan sutil y delicada, tan llena de espacios vacíos, pero al mismo tiempo tan fuerte en su misión de prohibirte ser tú mismo.
Esa imagen tormentosa, esa pesadilla terrible, es como podemos visualizar el poder que la fe tiene sobre la persona.
Sí, muchos consideran a la fe como algo positivo, un valor loable, un motor de vida, pero cuando nos detenemos un instante a pensar seriamente y con fundamentos, terminamos por reconocer que la fe es una densa red, que esclaviza, que niega la vida.
Veamos juntos cómo entenderlo.
Fe es suspensión de la razón.
Fe es desarticular la propia voluntad para depender de imaginarios poderes superiores.
Fe es admitir el absurdo aún a costa del sacrificio innecesario.
¿Por qué es así?
¿Por qué la costumbre de repetir la verdad de otros?
¿Por qué la necesidad de hallar sentimientos de seguridad en aquello que es mortal?
¿Por qué permitir hundirse en el vacío del sin sentido, teniendo la capacidad potencial de construir un mundo con sentidos?
Para comprender el poder negativo de la fe, tienes que advertir que sus raíces se sumergen en la oscuridad de los más primitivo del ser humano.
Allí, en nuestro origen a la vida en este mundo, en el momento del nacimiento, nos vemos sometidos a una espantosa tortura sensorial, somos víctimas impotentes de la avalancha de sensaciones desconocidas y desagradables, imposibilitados de reaccionar de cualquier forma asertiva, incapaces de dar sentido a las cosas, impedidos de organizar esa espantosa pesadilla caótica que es nuestro ingreso a este mundo.
Si bien la memoria “evolucionada” del hombre no está formada, sí contamos con otro tipo de memoria, pues en las bases más rudimentarias del cerebro primario, e incluso en la memoria somática, queda impreso el terror original, el sometimiento a la más fantástica vivencia de pavor impotente que podamos jamás volver a revivir.
Es ese momento espantoso el trauma original que marca el resto de la existencia.
Cada uno de los miedos, de las dudas, de las fantasías de esperanza, se vinculan con el terror primordial, con la impotencia original.
Así como también se reiteran los mecanismos originales de supervivencia: llanto, grito, pataleo, escape de la realidad. Todos ellos inconscientes, sin premeditación, involuntarios, pero programados en nuestro ser, en nuestro instinto de supervivencia.
Son estas herramientas primitivas las que dan origen a nuestro EGO, a nuestra forma de ser en el mundo.
A partir de allí nos vamos llenando de cáscaras y máscaras, vivimos de tal manera que creemos ser una o más personas, cuando en realidad estamos llamando “yo” a lo que es un personaje que nos sirve para ir sobreviviendo.
Para el recién nacido no hay orden, ni experiencias, ni lenguaje, ni historia, ni futuro, ni tiempo, ni recuerdos, ni otros, ni yo.
Hay dolor, puro dolor, dolor multidimensional.
Y hay recursos muy limitados, pobrísimos, pero que sirven al propósito de mantenerlo con vida al llamar la atención de algún otro que lo provea. Sin saberlo debe manipular a otro para no perderse en esa pesadilla que ni siquiera puede registrar o valorar o mitigar con “esperanza” o “fe”.
Allí nace el EGO, a lo que llamamos yo.
Allí nace la creencia en una deidad salvadora, a la cual someterse, a la cual esclavizarse, porque de no hacerlo, de tratar de vivir libre, entonces se volvería al abismo del dolor sin razón, a la muerte espantosa en vida.
Todas las religiones son subproductos del EGO.
Todas las religiones hacen suya y propia esa imagen interna de un dios salvador, del EGO que rescata de la impotencia torturante del comienzo. Cada dios, cada santo, cada mediador, cada ángel guardián, no es más que una representación externa y cultural de ese dios interno, de ese salvador mítico, del EGO al que se siente como el que ha rescatado al hombre de la impotencia, del infierno.
Por supuesto que Dios, el Uno y Único, NO es una de esas imágenes externas del EGO.
Pero, los que son religiosos se las arreglan para vestir sus creencias de EGO.
Son religiosos porque no son espirituales en su vida.
Entonces, toda religión, toda creencia religiosa, todo ateísmo religioso, tiene su base en el terror original, en la impotencia traumática del nacimiento, y en el EGO que aparece como salvador sin el cual la vida es imposible.
El EGO, con sus menoscabadas herramientas: llorar, gritar, patalear, escapar de la realidad. Con el paso del tiempo y las experiencias varía estas formas, pero no las abandona ni se aparta demasiado de ellas.
Entonces, no es extraño que en las religiones (deístas, teístas, ateístas, poli o monoteístas) se manipule a la gente, se pretenda modificar la realidad de acuerdo a las propias creencias, se violente, se amenace, se presione, se prometa infiernos a los pecadores y salvación especial a los que se someten al poder del dios salvador.
La religión hará cualquier cosa para seguir manteniendo la ilusión de poder, tal como el EGO hace desde el interior del ser.
Ni la religión ni el EGO salvan.
Ni uno ni otro tienen real poder, pero les damos poder al someternos a sus manipulaciones.
Ambos son impotentes, solamente capaces de reaccionas primarias, fácilmente eludibles por una persona organizada y equilibrada, pero sin embargo siguen prevaleciendo.
La mente se nubla, el corazón trastabilla, la palabra enmudece, el hombre es derrotado por sus dioses, por esos falsos dioses que no le permiten entrar en contacto con su esencia sagrada ni en conocimiento de que mantiene un vínculo constante con el Eterno.
La religión bloquea al hombre de reconocer su vínculo con Dios.
El EGO bloquea al hombre de reconocer su Yo Auténtico.
No te pido que me creas, menos que tomes mis palabras como verdaderas, pero te pido que tomes tu tiempo para reflexionar con seriedad, para releer, para evaluar estas palabras con lo que puedes constatar en los hechos.
Si ves que me equivoco, si te das cuenta de que acaso te quiero manipular, dímelo, lo aceptaré si es que lo demuestras con evidencias concretas.
Pero, si te das cuenta de que te estoy describiendo hechos, si te estoy alumbrando lo que sucede, también dímelo, y juntos veamos qué podríamos hacer para mejorar y mejorar a nuestro mundo.
¿Te animas a reflexionar ahora y a no seguir adelante hasta llegar a una idea más acabada a partir de lo que te estoy describiendo?
Gracias.
Porque no somos una secta, porque no nos interesa ser religiosos, porque no pretendemos dominarte, porque no queremos nada de ti para nosotros, es que somos libres de ponernos en el sitio de los que deben ser juzgados, para que aceptes porque compartes y no porque te sometes porque te estamos manipulando.
Ahora, sigamos.
La oscuridad, la falsedad, la ilusión es el campo de la fe.
Ya lo había advertido el profeta hace como 2500 años atrás: "¡Ay de los que se esconden del Eterno en lo profundo, encubriendo los planes! Realizan sus obras en las tinieblas, diciendo: »¿Quién nos ve?» y »¿Quién nos conoce?»" (Ieshaiá / Isaías 29:15).
Esos son los forjadores de la fe y sus esclavos.
A partir de estas raíces, la fe emplea los recursos más elementales y menos espirituales para proveerse de energías y herramientas de dominio.
Desde esa elementalidad salvaje despliega sus ramas, extiende sus hojas, se reproduce y domina.
Y promete, y hace creer, y se rebusca para afirmar que las necesidades primitivas están siendo mágica (milagrosamente) y omnipotentemente satisfechas.
El hombre de fe siente que su vida es plena, siendo que su plenitud radica en su imaginación y no en lo que los hechos demuestran. Siente que su hambre (de alimentos, o de espiritualidad) es saciada, pero es sólo un sentir vacío de contenido. (Aquí tienes el vacío de la fe: promesas e imaginación, nada más. Carencia de pensamiento pensante, de contenido trascendente, de respuestas coherentes, de preguntas adecuadas. Vacío de vida, de emotividad surgida del ser, de amor por el prójimo, de estima por uno mismo. Vacía de posibilidades, de alternativas, de descubrimientos, de acciones constructivas y renovadores.).
Paradójicamente siente que su natural hambre de Dios es saciada, pues la fe le impone falsos alimentos espirituales, le da ilusiones de santidad, le llena la vida de imágenes de lo sagrado, cantos de alabanza, rituales de purificación, señales para identificar a la hermandad de fieles, promesas de paraísos, relatos de milagros y amenazas de infiernos…
Con estas golosinas para el espíritu, el hambre de Dios es engañada, y el hombre de fe se siente satisfecho, repleto de gozo sagrado; y pobre… está tan desfalleciente de hambre que ni se percata de su situación mortal…
En tanto, algunos hombres de fe fanatizados o aprovechadores se encargan de silenciar brutalmente las voces que pueden despertar la conciencia del dolor, de la angustia, del vacío, de la soledad, de estar siendo abusados…
(Es cuestión de mirar a nuestro alrededor, la historia, quizás a nosotros y nuestros vecinos, y veremos -si podemos- tanto dolor que emerge de la fe…)
Es precaria la situación de la fe, ya que se sostiene en lo primitivo, y se apoya en las distracciones y máscaras.
Por lo cual, cuando surge alguna disensión, algo que pueda señalar la falsedad fáctica de la fe, ésta responde con un movimiento agresor que intenta extirpar aquello que demuestra su condición miserable.
Recuerda: el grito, el pataleo, la agresión pasiva, la huida de la realidad son sus herramientas básicas, así como las conductas perniciosas que se derivan de ellas.
Así verás que para tener fe es imprescindible amortiguar la reflexión, silenciar la duda, sepultar el raciocinio, acostumbrarse a andar hacia donde otro u otros señalan, mantenerse dentro de los marcos de la unidad de grupo, eliminar a lo distinto y distintivo, expulsar la idea de superación.
Evidentemente que hay personas intelectualmente brillantes que están sumergidos en la fe, en la idolatría, pero resulta que la superioridad intelectual no aplicada a criticar la propia fe, es un desperdicio de talento divino. Los que cultivan el intelecto así como la verdadera espiritualidad no temen en preguntar, cuestionar, dudar, criticar duramente. Te pido que leas cualquier página del Talmud, y comprueba si no encuentras alguna pregunta en esa página. El Talmud, que es fundamental en el judaísmo, se construyó con preguntas que respondían a otras preguntas, y así hasta llegar al límite de la capacidad humana para preguntar-respondiendo. Otro ejemplo lo tienes con Avraham, que fue el primer opositor a la fe; quien no hesitó en confrontar personalmente a Dios, en defensa de lo que él consideraba justo.
La fe es quietud, petrificación, la tranquilidad del cementerio.
La sonrisa inmutable de la estatua, el gesto inamovible del ídolo.
La fe es idolatría, pues es asumir que lo pasajero es eterno, y que lo falso suple con creces a la Verdad.
La fe habla el lenguaje de la culpa, pues aquel que no está con ella, es acusado de cargar un estigma que lo condena, que lo expulsa.
La fe habla el lenguaje de la falsa esperanza, de la ilusión, de la salvación mágica.
La fe habla el lenguaje de la amenaza, del infierno, del escarnio, de la presión, de la manipulación.
Piensa unos momentos en personas de mucha fe, esos que son fieles irrestrictos de alguna religión, secta, tendencia política, etc. ¿Son capaces de manifestar dudas acerca de las doctrinas de su fe? ¿Se atreven a plantear críticas a lo que es sostenido religiosamente como verdad? ¿Indagan por los motivos y finalidades de sus dogmas? ¿Se atreven a romper con la costumbre establecida? ¿Aceptan las divergencias? ¿Confrontan sus verdades con sus propios oídos, propios ojos, propios pensamientos, propias inseguridades? ¿Prometen la salvación eterna para los fieles y la total destrucción para los que no lo son?
Obsérvalos por favor, y verás que realmente están ciegos a todo lo que es ajeno a su fe, y ciegos ante su enorme ceguera.
Una cosa es la fe, que es ciega, que admite el absurdo, que manipula;
otra muy distinta es la creencia, el entrenamiento hasta alcanzar la convicción, el pensamiento balanceado por la emoción, el reconocimiento de las propias limitaciones, la aceptación del misterio que rodea a la divinidad.
Pero cuidado, que no se confunda fe con creencia.
Veamos un ejemplo en la Torá acerca de personas de mucha fe:
"Toda la tierra tenía un solo idioma y las mismas palabras.
…
Y dijeron: »Venid, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue al cielo. Hagámonos un nombre, no sea que nos dispersemos sobre la faz de toda la tierra.»"
(Bereshit / Génesis 11:1, 4)
Un mismo pensamiento.
Un mismo lema.
Un mismo motivo.
Un mismo cometido.
Unidad sin disputa.
Y, el miedo a desaparecer.
Y el miedo a dejar de ser.
Y el miedo que los mueve a actuar, a atacar.
Es la impotencia que está detrás de todo esto.
Es el EGO que se presenta como el único salvador.
Es el EGO que se hace religión.
Por lo cual, quieren elevarse por sobre su miedo construyendo una torre.
Una que sea tan poderosa y alta que les sirva de recuerdo, de lazo, de pegamento.
Una que alcance los cielos y desplace lo que allí tiene su lugar (en el pensamiento primitivo/infantil/alegórico el cielo es morada de Dios).
Una torre que se afiance en la tierra, en lo más bajo y erradique lo que es trascendente, superior.
En lugar de escribir libros, de promover la cultura, de entrenar personas en los caminos de la corrección; se recurrió al expediente de elevar piedras a los cielos, de erigir catedrales, de aquietar la vitalidad…
En lugar de atraer el Cielo a la tierra (elevándola, sublimándola, santificándola), se quiso conquistar los cielos y poblarlos con tierra…
En este breve relato encontramos a lo que la fe más teme, y desea hacer desaparecer de las conciencias: a Dios y por consiguiente a la espiritualidad, que es la búsqueda humana de Dios.
La espiritualidad es el polo opuesto a la fe, ya que la energía de la espiritualidad proviene de los más altos planos humanos, de aquello que lo conecta directamente con la eternidad.
¿Y qué es esto?
Pues, digamos que son tres elementos (que los podemos aprender del primer capítulo de Bereshit/Génesis):
El libre albedrío es el fundamento de toda duda, pues sólo aquel que tiene opción de elegir libremente entre lo bueno y lo malo, puede dudar. (Un perro salvaje no duda en robar un pedazo de carne, en comerse un niño. No duda, pues no está capacitado para elegir, ni ha sido condicionado para temer las consecuencias de sus acciones. Por su parte, el humano nace dotado con el potencial de elegir libremente, sólo que es común que la tenaz cultura lo entrene en acodarse tranquilamente en los establos de la fe.)
Al haber espacio para la duda, hay lugar para la creación, ya no es la reiteración la única respuesta.
Aquel que duda, crea.
Y cuando crea (o re-crea) está dominando su dimensión animal, y elevándola hacia el plano de lo espiritual. En lugar de que lo primitivo domine a la persona, enmascarándose como superioridad de la fe; lo trascendente eleva a lo inferior hacia más desarrolladas dimensiones. Cuando no es la fe la que conduce a la persona, lo primitivo es usado como combustible que eleva y perfecciona. Esto precisamente es trascender, hacer que lo inferior sea elevado, superar lo natural para pasar a un estrato más allá, estar a la búsqueda del Eterno en cada acto y situación.
Estas tres son facetas de una misma realidad, la espiritual, que es conectar nuestra esencia con la Voluntad de Dios.
Es hacer emerger la esencia espiritual que somos en cada acto de nuestra vida.
No son ritos ni lemas, no son palabras gastadas e incomprensibles, no son acciones carentes de razón, sino que es la manifestación de lo más sagrado que somos y que nos enlaza constantemente con Dios.
Para ayudarnos en la tarea de limar nuestras rudezas y construirnos como personas, el Eterno nos ha provisto de una guía insuperable denominada Torá (una para judíos y otra para gentiles), y de unos utensilios refinados denominados mandamientos (7 para los gentiles y otros 613 para el pueblo judío).
Y es nuestro deber ser fieles a la Torá, a la que nos compete sea como gentiles o judíos, así como ser cumplidores de los preceptos que Dios nos ha marcado como propios.
Pero, el mismo Dios que nos exige obediencia, nos ha otorgado libertad, y nos permite dudar, y nos insta a elegir razonadamente y no guiados por la confusión de la fe. Presta atención:
"Llamo hoy por testigos contra vosotros a los cielos y a la tierra, de que he puesto delante de vosotros la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tus descendientes, amando al Eterno tu Elokim, escuchando Su voz y siéndoLe fiel…"
(Devarim / Deuteronomio 30:19-20)
Dios ha puesto como testigos tanto lo más bajo como lo más alto, lo material y lo espiritual.
Y Dios ha puesto ante nosotros dos caminos, el correcto y el que no lo es.
Y Dios nos ha puesto a nosotros en la disyuntiva, ¿por dónde ir?
Y Dios nos exige que escojamos, que no nos aferremos a lo preconcebido, que no seamos ciegos y vacíos, sino atentos y constructores de sentido.
Y la preferencia de Dios es que escojamos el bien, que lo escojamos, no que lo heredemos y lo continuemos insensiblemente (pues la insensibilidad al bien, es indiferencia al mal).
Cuando escogemos correctamente, y cuando nos esforzamos para hacer prevalecer la bendición, estamos dando vida a la creencia, que en hebreo es emuná. Emuná es una palabra asociada a entrenamiento, crianza, perfeccionamiento a base del esfuerzo y dedicación.
Incluso el hombre de fe debe escoger, sólo que escoge pasivamente, elige sin elegir el ser llevado por la corriente, por la opinión de otros. Y entonces reza palabras de otros, canta cantos de otros, ama amores de otros, vive una vida ajena.
Y al final, tanto el hombre de fe como el creyente son enfrentados al Supremo Tribunal, y cada acto recibe su correspondiente retribución, de cada semilla se cosecha su fruto.
¿Cuál crees que será la cosecha del hombre de fe?
¿Cuál crees que será la declaración que su espíritu impoluto dará cuando el divino Juez la pida?
Ahora puedes apreciar cuán diferentes son la fe de piedra a la creencia constructora.
La creencia, como habrás captado, si bien suele ser confundida con la fe, realmente es su antítesis; pues una es la estatua y la otra la persona.
Una se mueve en el plano de las necesidades y la culpa; la otra se mueve en el plano de la trascendencia y la responsabilidad.
Una promete seguridad y mata por conseguirla; la otra es ejercicio de la libertad, y por lo tanto es campo para la inseguridad creativa.
Hemos explicado en otra oportunidad que por comodidad del lenguaje, o por no captar profundamente la esencia de los conceptos, a veces personas sabias en judaísmo utilizan como sinónimo fe y creencia. Es mejor no confundirlas. Tristemente algunos judíos caen ellos también en el equívoco de la fe, incluso en nombre de la Torá, de las mitzvot, de Hashem, Otros en nombre del progreso, la moda, la evolución. El judaísmo no está en esas corrientes corrientes. El judaísmo se expresa en el respeto y la oposición, en la solidaridad del individuo, en las preguntas que forman nuevas preguntas. La creencia está en la pureza de la búsqueda, en la convicción del sembrar, en la dialéctica que corre entre Tradición y Desarrollo.
Ser una persona completa, integral, plena, es algo más que cumplir mandamientos, que vivir una vida prefabricada y ritualista; es más bien construir Shalom.
Hacer que la Voluntad de Dios sea nuestra voluntad.
Extirpar al EGO para que brille la Luz del Eterno.
Erradicar la religión para que prospere la espiritualidad.
Ya lo enseña el salmista:
"¿Por qué han de decir las naciones: »¿Dónde está su Elokim?»
¡Nuestro Elokim está en los cielos! ¡Ha hecho todo lo que ha querido!
Los ídolos de ellos son de plata y oro, obra de manos de hombres.
Tienen boca, pero no hablan; tienen ojos, pero no ven; tienen orejas, pero no oyen; tienen nariz, pero no huelen; tienen manos, pero no palpan; tienen pies, pero no andan; no emiten sonido con sus gargantas.
Como ellos, son los que los hacen y todos los que en ellos tienen fe.
¡Oh Israel, confía en el Eterno! Él es su ayuda y su escudo."
(Tehilim / Salmos 115:2-9)
Cuando el hombre de fe (sea la fe del ateo, del pagano, del que se cree monoteísta, del científico, del agnóstico de cualquier hombre de fe) te increpa: ‘¿Dónde está tu Dios?‘
Tú, ¿qué le respondes?