En la Tradición aprendemos que el rezo completo consta de tres partes: alabanzas al Eterno, pedidos a él y agradecerLE por todo, sea que se nos cumplan los deseos o no.
Hay que tener mucho cuidado, muchísimo, de que las alabanzas no se transformen en insultos o blasfemia, cosa que es muy probable que ocurra cuando nos dejamos llevar por nuestras ideas o creencias y no nos atenemos a los parámetros codificados en la Tradición.
Te daré un ejemplo del peligro implícito en las alabanzas en boca de ignorante.
Si alguien dijera: “Dios el grande”, y eso no fuera parte ya preestablecida por los Sabios, estaría cometiendo una terrible ofensa contra el Señor. Porque, cuando uno dice grande, siempre es en relación a otra cosa, y para un grande siempre se encontrará uno mayor. Entonces, el tonto al pretender elogiar a Dios, lo termina insultando, sin siquiera darse cuenta de adonde lo condujeron sus pasos ignorantes.
Otro ejemplo, aquel que se pone a hablar DE Dios, en lugar de hablar CON Dios, se explaya en montón de adjetivos positivos, hasta que su léxico se termina. Entonces, viene alguien y le pregunta: “¿Acaso ya abarcaste todo lo que el infinito Dios es que has terminado tu listita de elogios?”
Sí, también aquí el pretendido elogioso se convierte en un blasfemo, sin quererlo, pero blasfemo al fin de cuentas.
Por ello, las alabanzas siempre deben ser medidas, enmarcadas dentro de la Tradición, que contiene los datos aportados por los profetas y evaluados por los Sabios para darnos una seguridad en el momento de dar loas al Eterno.
En cuanto a los pedidos, por supuesto que es muy bueno recurrir a Él para hacerlo.
Pero, con mucha atención y precaución, para no creernos al mano de Dios, como si Él fuera nuestro esclavo, o el genio de la lámpara, que estará a los apurones cumpliendo nuestros deseos.
¡No! Esa pretensión infantil e idolátrica debe ser desterrada de nuestra vida.
PedirLe es un momento de humildad de nuestra parte, al enfrentar nuestra limitada existencia humana y reconocer que por más avances y poderes que ostentemos, finalmente está en Dios el verdadero dominio.
Entonces, más que una bravuconería pretenciosa, más que una imposición al Rey, más que hacer pactitos y negociados para obtener magia celestial, el verdadero pedido debe confrontar nuestro poder, llevarnos a hacer nuestra mejor parte, hacer TODO lo que está a nuestro alcance para que se cumpla la tarea. Luego, y sin ser perezosos ni altivos, confiar en Dios. ESA es la verdadera EMUNÁ, y no el zafarrancho egoísta y peligroso que destilan los idólatras, entre los cuales también se puede incluir judíos que se dicen ortodoxos. Pues toman la EMUNÁ como sinónimo de fe irracional, de llave mágica para abrir tesoros que Dios regalará por el mero hecho de ser ilusos, faltos de raciocinio, carentes de esfuerzo concreto, abandonados al “destino”, al cual estos idólatras llaman “fe”, manera incorrecta de traducir EMUNÁ.
Y por supuesto, agradecer.
El ser agradecido es un valor fundamental, de primer orden.
Aquel que rechaza el reconocimiento, está esclavizado por su EGO y pretende tener el derecho universal, en lugar de asumirse como un receptor de las bondades del Eterno. Por supuesto que somos receptores de bondades, pero eso no quita que también seamos socios de Él, pues esa es una de las tareas principales que Él nos ha encomendado a cada uno de nosotros.
Entonces, habla CON el Padre, no DE Él.
Si puedes, usa el libro de rezos que te corresponda.
Ayúdate con sus textos, pero no dejes de enfocarte en conocer más de ti, en ver qué precisa el prójimo, en contactar lo más genuino que eres para de esa manera estar en Comunicación Auténtica con el Eterno.
Habla CON Dios.
Reza.
No como parte de un ritual vacío, ni porque tienes la codicia de recibir algo a cambio.
Simplemente hazlo, porque es algo que debes hacer y es bueno para ti hacerlo.
Y ahora, te dejo un ejercicio para que sigas profundizando en el estudio.
¿Podrías encontrar cómo esta enseñanza se vincula con estos dos textos? Gracias.
http://serjudio.com/exclusivo/cterapia/una-cosa-lleva-a-la-otra