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Licenciado en Geografía e Historia, Licenciado en Derecho, Doctorado en Geografía Humana, Administración del Estado

Los precedentes de la Shoá: legislación antisemita alemana entre 1933 y 1939

El 27 de febrero de 1933 arde el Reichstag (edificio del Parlamento alemán), con Hitler ya en el poder -gracias a Von Papen y a Hindenburg-, de hecho, hacia un mes que era canciller. Se atribuyó la acción. de forma poco clara, a Marinus Van der Lubbe, activista comunista holandés, atribución controvertida pero que sirvió a Hitler para dejar en papel mojado las garantías constitucionales -con la excusa de las actividades radicales y el incendio del Reichstag-  y el Estado de Derecho, eso sí con la colaboración de Hindenburg que firmó lo necesario.

El incendio del Reichstag. La primera excusa para desmantelar el Estado de Derecho

Hitler consideró el incendio del Reichstag tanto un símbolo como una oportunidad, de hecho, mientras sucedía llamó en persona a la redacción del periódico nazi «Völkischer Beobachter» y les dijo “¿Estáis locos? ¿No os dáis cuenta de que en estos mismos momentos está teniendo lugar un evento de incalculable importancia?” (Rosa Sala Rose en “Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo”, pág. 391, Editorial Círculo de Lectores, Barcelona 2005).

En puridad, la importancia era calculable, tanto que la calculó Hitler en un decreto a medida de sus intenciones. En concreto el “Decreto del Incendio del Reichstag” («Reichstagbrandverordnung»), mediante el cual suspendía los derechos de libertad personal, de libertad de opinión , de libertad de prensa, de asociación y la inviolabilidad domiciliaria. Des esta manera comienza el fin del Estado de Derecho, pues su funcionamiento ya no fue repuesto en ningún momento del régimen nazi.

Los precedentes de la ilegalidad de un régimen criminal

Vamos a evitar a los autores revisionistas -como Rassinier, Irving o Garaudy- la necesidad de hablar de lo que sucedió durante la guerra, quedémonos un poco antes para hablar de criminalidad. Digamos que entre 1933 y 1939, limitémonos a eso.

Bien ¿existieron o no existieron los campos de concentración? (aquí y en esa época no los llamo todavía de «exterminio», aunque, muchos ya lo eran), ¿existieron o no existieron las leyes raciales? ¿existían o no existían las «desapariciones» y las extorsiones? (y nos referimos, por ejemplo, a la actuación de las SA y a cosas como las «carboneras», obviamente con las siglas SA no aludimos a las «Sociedades Anónimas», sino al precedente de las SS… liquidadas por las SS y la Wehrmacht, en su momento).

Cuando se habla de la criminalidad del sistema nacionalsocialista, se habla de la criminalidad en sí del sistema, no de que alguno de sus integrantes fuese, esporádicamente, un criminal. Todo el conjunto del mismo..lo era.

Enre 1933 y 1935

Desde los decretos de excepción –que se convirtieron en permanentes-, tras el incendio del Reichstag, en 1933, hasta las leyes formuladas a partir del mitin de Nuremberg de 1935, se desgrana toda una serie de legislación específica cuya especificidad consiste en marginar y estigmatizar a todo judío y a todo lo judío. Así van apareciendo medidas concretas en el mismo año de 1933 como el decreto de 31 de marzo por el que el responsable de sanidad de Berlín despide a todo médico judío de los servicios sanitarios sociales de la ciudad. El conjunto de medidas es el que sigue:

  • Ley para la Restauración del Servicio Civil Profesional (1933)
  • Ley Relativa al Beneficio de animales de acuerdo con las leyes religiosas judías (1933)
  • Ley relativa a la Admisión de Médicos para Prestar Servicio al Seguro Nacional de Salud (1933)
  • Ley sobre la Superpoblación de  las Escuelas y Escuelas Superiores Alemanas (1933)
  • Ley sobre la Admisión a la Profesión de la Abogacía (1933)
  • Ley Sobre la Revocatoria de la Naturalización y la Anulación de la Ciudadanía Alemana (1933)
  • Ley sobre los Editores (1933)
  • Ley contra Delincuentes Peligrosos y Habituales (1933)

La Ley, de 7 de abril, para la Restauración del Servicio Civil Profesional, excluye, expresamente a todo judío de la Administración Civil.

La Ley, de 7 de abril, sobre la Admisión a la Profesión Legal, prohíbe a los judíos ejercer la abogacía.

La Ley, de 25 de abril, contra la Congestión en las Escuelas y las Universidades, ya disminuye a la cantidad de estudiantes judíos que pueden admitir las escuelas públicas-

La Ley, de 14 de julio, de Desnacionalización o Desnaturalización, contempla la retirada de la ciudadanía de los judíos nacionalizados alemanes, así como a otros “indeseables” –lo que equivale considerar “indeseables” a los judíos.

La Ley, de 4 de octubre para los Editores, prohíbe taxativamente que los judíos puedan ejercer tareas o cargos editoriales.

Sin duda todo eso sólo cabe inscribirse en un nuevo derecho que se caracteriza por la carencia de derecho, puesto que sin garantías y en presencia de una más que abusiva arbitrariedad de los poderes públicos, y de la nulidad de raíz de cualquier contencioso-administrativo y la posibilidad de suspenso cautelar jurisdiccional, no existe derecho. Desde luego no de la herencia de Roma, pero dudamos que nada de eso tenga que ver con el procedente de tradiciones germánicas, que era lo que supuestamente se postulaba en el punto 19 del programa del partido nazi en 1920:

“19. Pedimos que un Derecho Público Alemán sustituya al Derecho Romano, servidor de una concepción materialista del mundo.”

Desde luego, ese derecho público alemán no es nada racional, ni siquiera responde a posturas irracionales –dentro de determinada concepción de lo irracional-, tan solo a la ideología y peculiar religión política que es el nacionalsocialismo. En cualquier caso no es derecho, es ley basada en la fuerza, es “imperium” sin “maiestas”.

En 1935, aún antes del mitin del partido nazi, de setiembre de ese año, y del paquete de medidas antijudías que conlleva se promulga la Ley, 21 de mayo, del Ejército. Por la que se expulsa del ejército a la totalidad de los oficiales y mandos judíos.

Pero las cosas tan solo habían hecho que empezar, el descenso al averno, que, naturalmente es humano, aún sería largo y gradual.

Las paradas anuales de Nuremberg

Dentro de las grandes celebraciones litúrgicas de la religión política que es el nacionalsocialismo se encuentran dos grandes hitos periódicos: los mítines de Nuremberg y el festival de Bayreuth. Curiosamente escenografía de épica wagneriana el uno y, propiamente dicho, sobre música wagneriana el otro.

Hubo un tercer gran hito para el régimen nazi –del que nos queda una magnífica película documental de Leni Riefenstahl, eso sí, un monumento a la propaganda política pero… de impecable factura-, se trató de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 auténtico escaparate del sistema nacionalsocialista.

Para las paradas de Nuremberg se construyó un escenario gigantesco –como todo lo concebido arquitectónicamente por Hitler- en forma de anfiteatro, realizado por Speer –según él inspirado en el altar de Pérgamo- y llamado “Campo Zeppelin”, dónde los miles de miembros del partido, todos ellos uniformados, se reunían anualmente para rendir culto a su mesías: Adolf Hitler. Y recibir, de él, la debida dosis de carisma, fuerza expresiva y energía magnética que les impulsaba tan ciegamente.

Cada congreso del partido -el último celebrado fue el de 1938-, tenía un título relacionado con algún evento que se deseaba resaltar. Así el de 1933 se llamó -harto significativamente- «Congreso de la victoria» (“Reichsparteitag des Sieges”) y se refiere al desmantelamiento de la República de Weimar; el de 1934 se tituló «Congreso de la unidad y la fortaleza» (“Reichsparteitag der Einheit und Stärke”), «Congreso del poder» (“Reichsparteitag der Macht”) o «Congreso de la voluntad» (“Reichsparteitag des Willens”), digamos que no había para ese año una gran cohesión temática, aunque en cierto modo sí, todos los títulos tienen que ver con la idea de «thelema».

El congreso de 1935 fue especialmente importante, no por su nombre o temática -se le denominó «Congreso de la libertad» (“Reichsparteitag der Freiheit”) por la «liberación» del Tratado de Versalles- sino por las medidas antijudías en él anunciadas y llevadas a cabo implacablemente.

En 1936, el año olímpico de Berlín, el mitin del partido recibió el nombre de «Congreso del Honor» (“Reichsparteitag der Ehre”), por el «honor» recuperado al remilitarizar Renania; el de 1937 es el «Congreso del trabajo» (“Reichsparteitag der Arbeit”), debido a la gran reducción del desempleo; el de 1938 se llamó «Congreso de la Gran Alemania» (“Reichsparteitag Großdeutschland”), dado que fue el año del “Anschluss”, la anexión de Austria y los Sudetes checos -y con ellos, de hecho, toda Checoslovaquia-.

En 1939 no se celebró congreso alguno dado el estallido de la Segunda Guerra Mundial

La formalización de una legalidad al margen del derecho o la fuerza sin legitimidad

Allí, se anunció, la creación de nuevas leyes antijudías, literalmente antijudías y, además, basadas en la peculiar teoría racial de los nazis, que, consideraban, por una parte la pirámide racial y, por otra, que el ser judío se definía no por la religión sino por tener algún abuelo judío -o serlo directamente-, vaya, que se trataba de definir a la “raza judía”. Esas leyes, retiraron la ciudadanía alemana ciudadanía alemana y prohibieron matrimonios mixtos entre judíos y otras personas de «sangre alemana o asimilable». Igualmente se prohibieron sus derechos políticos y, no mucho después, los económicos.

En realidad se aplicó la idea de la pirámide racial y se situó en ella a los judíos tal y como entendían los nazis que se les debía situar: al final de la misma (por no decir que incluso fuera de la misma)

La pirámide racial implica una jerarquía racial, es decir: superiores frente a inferiores, me es indiferente que en otros lugares se reproduzca tal esquema –y era habitualísimo en la Europa del XIX, algo de eso recoge también Bakunin-. La cuestión es que el régimen nazi contemplaba dicha pirámide, la raza, para el nazismo, no era mera manifestación de diferencia, era algo más: manifestación de diferencias jerárquicamente desiguales, es decir: el “otro” no es solo distinto en dicha concepción sino también inferior.

La legislación antisemita alemana entre 1935 y 1938

Todo eso dejo de golpe sin derechos y sin ciudadanía a centenares de miles de personas en Alemania. El conjunto de esas leyes -principales y secundarias, es el que sigue:

  • Ley para la Protección de la Sangre Alemana y el Honor Alemán (1935)
  • Ley de Ciudadanía (1935)
  • Ley para la Prevención de Progenie con Taras Hereditarias (1935)
  • Ley Para la Protección de la Salud Hereditaria del Pueblo Alemán (1935).

Toda esa legislación afecta de una u otra manera a las personas en función de su raza o de supuestas “taras” genéticas, muchas de ellas son específicas para el caso de los judíos y se les discrimina por…ser judíos, no por otro motivo. Dado el atropello de derechos que conlleva todo eso, sin duda, cabe llamarlo discriminación por raza o minusvalía (esencialmente por raza, para eso se pensaron, la minusvalía fue, de paso, un añadido que favorecía la eugenesia y la eutanasia).

¿Y cual es la causa de tal batería de medidas? Pues según Walter Gros “dixit”, eran “los designios imperialistas del pueblo judío en tierra alemana”. Designios que no eran otros que ser ciudadanos alemanes normales y corrientes, ni más ni menos, porque los judíos alemanes eran eso: ciudadanos alemanes normales y corrientes. En cuanto al “imperialismo” de tales designios solo se encuentra en las delirantes hipótesis del “archienemigo racial” y se plasmaban en la paranoia de quienes sostenían tales asertos, ni más ni menos. Hay cosas que tal vez sea la psicología e incluso la psiquiatría quienes deban explicarlas.

En 1936 encontramos dos medidas antijudías destacables:

  • La Orden Ejecutiva de la Ley de Impuestos del Reich (1936)
  • La Ley de Veterinarios del Reich (1936)

Por la primera se prohíbe a los judíos ser asesores o gestores fiscales, por la segunda se expulsa a todo judío de la profesión veterinaria. Por último, en ese año, se prohíbe a maestros y profesores judíos enseñar en las escuelas públicas, eso se hace mediante una orden ministerial.

En 1937, el nueve del mes de abril, el municipio de Berlín prohíbe la escolarización en las escuelas públicas a todo niño judío. Poco a poco se va completando el cerco de la marginación y el “anatema”

Entre 1938 y la Conferencia de Wannsee en 1942 se produce un despliegue legal antijudío que, naturalmente, será marcado por la guerra. Para desgracia de los judíos que sufrieron la Shoá esa marca fue la creencia del dictador nazi de que, a mediados de 1941, tenía ganada la guerra. Eso no solo no freno las normas y leyes que discriminaban y denigraban a los judíos sino que, por el contrario, la perspectiva de una paz cercana y victoriosa impulsó a Hitler a… violentar sus propias leyes –por otro lado nulas de pleno derecho y carentes de “maiestas” o legitimidad-. Por eso Heydrich en Wannsee  habla, sin tapujos, de pasar a hacer las cosas…al margen de su propia ley.

La legislación antisemita entre 1938 y 1939

El cinco de enero de 1938 se promulga La Ley sobre la Alteración de Nombres y Apellidos, por la cual se prohíbe que los judíos se cambien el nombre ¿El motivo? Pues que los judíos no intentasen camuflar su condición cambiando o modificando sus nombres y apellidos.

Ese año, 1938, fue muy prolífico para los falsos legisladores y aún más falsos juristas nazis, casi los años 1933 o 1935, así se promueven las siguientes medidas:

  • La Ley, de 5 de febrero, para la Profesión de Subastador (prohibición a los judíos de ejercer de subastador)
  • La Ley, 18 de marzo, de Armas (prohibición a los judíos de comerciar con armas)
  • El Decreto, de 22 de abril. contra el Camuflaje de Empresas Judías (es para las empresas lo que para las personas fue la de cinco de enero, y prohíbe que las empresas de propietarios judíos cambien su nombre)
  • La Orden, de 26 de abril, para la Divulgación del Patrimonio de los Judíos (obliga a los judíos a declarar toda propiedad de valor superior a los 5.000 marcos alemanes (“reichsmarks”)
  • Orden del 11 de julio del Ministerio del Interior (prohibición de la entrada judíos a centros sanitarios)
  • Orden Ejecutiva, de 17 de agosto, sobre la Ley sobre la Alteración de Nombres y Apellidos (obliga a los judíos a adoptar un nombre más a sumar a los que tenían que, claramente, sea de origen judío, para poder identificarlos con mayor claridad y eludir cualquier asomo privacidad)
  • El Decreto, del 3 de octubre, para la Confiscación de la Propiedad Judía (obliga a los judíos a transferir la propiedad de sus bienes a alemanes no judíos, teóricamente pueden ser gente de su confianza pero, el caso, es que se quedan sin la propiedad de esos bienes)
  • El cinco de octubre el Ministerio del Interior anula todos los pasaportes alemanes llevados por judíos. Además, todo judío debe entregar su antiguo pasaporte que sólo serán considerados validos tras sellarlos con una “J” (de “Juden” o “Judío”)
  • El Decreto para la Exclusión de Judíos de la Vida Económica Alemana (por ese decreto se cierran cualquier empresa cuyo dueño sea judío)
  • El 15 de noviembre, el Ministerio de Educación expulsa de la escolarización pública a todo niño judío
  • El 28 de noviembre, el Ministerio del Interior limita la libertad de movimiento de cualquier judío
  • El 29 de noviembre, el Ministerio del Interior prohíbe la tenencia de palomas mensajeras a los judíos (se ignora si también otras palomas, pero es que el delirio nazi  iba “in crescendo”)
  • Una Orden Ejecutiva del 14 de diciembre, modifica la Ley sobre la Organización de Trabajo Nacional (se anula todo contrato estatal con empresas de propietarios judíos o contratistas de esa “raza”)
  • La Ley, de 21 de diciembre, para Parteras o Comadronas (prohíbe a las mujeres judías el desarrollo y ejercicio de esa profesión.

El año 1939, antes de la guerra, contempla un par de medidas de la serie antijudía, la de 21 de febrero, donde se promulga el Decreto Relacionado con la Entrega de Metales y Piedras Preciosas de Propiedad de Judíos (obviamente se trata de despojar a los judíos incluso de sus joyas y enseres personales, sea cual sea su procedencia y su valor sentimental).

La última medida anterior a la guerra es del 1 de agosto de 1939, parecería una broma de no ser porque se inscribe en la dramática cadena que lleva a la Shoá: El Presidente de la Lotería Alemana prohíbe la venta de números y boletos de lotería a los judíos.

Después… llega la guerra y la precipitación de la Shoá a partir de mediados de 1941 –justo cuando Hitler pensaba, estaba convencido, de haber ganado la guerra. La Shoá no se produce a causa de la guerra, todo lo contrario, se materializa porque el régimen nazi cree que ya ha ganado, es un dramático y horrendo cuento de la lechera.

La cuestión palestina y el nacimiento de Israel

El nacimiento de la cuestión palestina está ligado al nacimiento del moderno Estado de Israel y, yendo más lejos, al proceso que originará dicha creación, intrínsecamente unido a la aparición del sionismo político.

El movimiento sionista tiene unos tintes comunes con otros movimientos que surgen dentro del pensamiento político europeo del siglo XIX –desde el socialismo utópico a otros- pero, también, tiene un rasgo singular, que es la conclusión de que la vía que ofrece garantías a la normalización de la vida de los judíos –frente a un antisemitismo siempre latente en la sociedad europea- no era la integración en las sociedades en las que vivían sino la creación de un Estado propio, un Estado específicamente judío, que Theodor Herlz definirá –con alto nivel de detalle- en su obra “El Estado judío” –Der Judenstat-.

Este proyecto se pone en marcha y va adquiriendo la suficiente entidad para pensar que de la utopía se puede pasar a la realidad, la opción de Palestina como sede de ese Estado no es la única que se baraja pero sí es la que finalmente se adopta, y los primeros asentamientos se realizan aún bajo dominio otomano, en ese momento –y aún más bajo el Mandato británico- la denominación “Palestina” y “palestinos” la utilizan, curiosamente, mucho más los inmigrantes judíos que no los árabes, en realidad eso muestra la ambivalencia en el sentido de dicha voz.

Tras la Primera Guerra Mundial los tres distritos otomanos que forman –a grandes rasgos- el territorio del actual Estado de Israel y territorios controlados por el mismo junto a otro territorio transjordano configuran el primer Mandato Británico en la zona. Si bien Gran Bretaña tiene su propia política e intereses imperiales su mandato en la zona tiene peculiaridades jurídicas que diferencian esos territorios de otros dominios coloniales británicos, anteriores en el tiempo. En efecto, ese territorio queda bajo jurisdicción de la Sociedad de Naciones y Gran Bretaña solo es, en teoría, administrador temporal del mismo, con una misión: conciliar los antagónicos intereses de los habitantes de la región, cuya demografía, por otro lado es cambiante –cabría citar un estudio de la Universidad de Yale que muestra la evolución de la población de la zona en ese período, y el enorme peso que la inmigración tiene en la misma durante los años del Mandato-. En cualquier caso la misión es muy complicada, porque se combinan no dos sino tres intereses antagónicos, el del sionismo y los judíos sionistas que buscan –como mínimo- la creación de un Hogar Nacional judío en la zona, el de los árabes que… no quieren ni oír hablar de eso, y el de los británicos que, en realidad, esperan administrar esas dos discrepancias en pro de su interés colonial e imperial y, en base a un “divide y vencerás”, eternizar con un “sine die” su dominio en la zona –que enlazando con Irak, Kuwait y otros territorios consolidaban y facilitaban las rutas con el dominio que era la joya de la Corona: la India-.

En 1922 se desgaja del Mandato el territorio de Transjordania, previa presentación de un memorándum a la Sociedad de Naciones dónde el gobierno británico justificaba la necesidad de esa decisión, Transjordania se constituye en un emirato teóricamente independiente pero bajo la práctica autoridad británica, Transjordania es el origen de la actual Jordania. La población de este territorio es árabe, si bien pueden distinguirse dos grupos, los beduinos y los palestinos –usaremos esa voz para entendernos-. Digamos que ese desgaje no perjudicará la causa del sionismo, en el fondo favorece la idea del Hogar Nacional judío al crear una entidad árabe, incluso pudiera haber sido una vía de solución al irresoluble problema del antagonismo árabes versus judíos en el resto del territorio del Mandato, que ahora pasa a circunscribirse a los territorios que actualmente forman el actual Israel y los que controla Israel –excepto el Golan, que formaba parte de Siria, que era colonia francesa-, sin embargo las ambiciones de la dinastía hachemita frustrarán esa posibilidad –y eso a pesar de ser, probablemente, el régimen árabe que mayor cordura y realismo mostró en todo momento-.

La Administración británica va desarrollando en el territorio del Mandato una política muy cambiante, en cierta medida según la evolución de las circunstancias internas –rebeliones de la población árabe incluidas-, se van presentando diferentes proyectos de “libros blancos” que debieran ser la hoja de ruta para el futuro de esos territorios, sucede que no hay una excesiva coherencia entre aquello que dice un proyecto u otro, hora se presentan proyectos afines al sionismo hora cercanos a las posturas árabes, como telón de fondo no perdamos de vista que tales vaivenes favorece a la política imperial británica en un sentido: la indefinición es una forma de mantener el status quo con Gran Bretaña como metrópoli colonial de facto.

En esta situación se alcanza la década de 1930, tan trascendental y dramática para Europa y para el mundo, en 1933 Hitler se hace con el poder en Alemania y, prácticamente de forma inmediata, comienza a establecer infamantes leyes antisemitas –quede claro que eso preludia la Shoá y muestra cuales son las intenciones del régimen alemán, pero aún no son la Shoá, ésta, en puridad, se producirá durante la Segunda Guerra Mundial-, trágicamente eso coincide con un momento en el que la política británica en relación a su Mandato de Palestina es de “congelación” de las cuotas de inmigración judía autorizadas –en un gesto favorable a la población árabe-, con lo que esa posible vía de refugio queda mermada, no obstante conviene aclarar que en la percepción de la época, para los propios judíos alemanes, la amenaza nazi no pasa de ser, inicialmente, una vuelta de tuerca más del antisemitismo tradicional, en el fondo se esperaba que el asunto quedase en gestos “cara a la galería” –en realidad Alemania había sido tradicionalmente uno de los territorios europeos con menos manifestaciones antisemitas-, por desgracia Hitler era coherente: tenía intención de hacer aquello que se anunciaba en el Mein Kampf. Pero el caso es que eso aún no se percibe en toda su extensión durante el transcurso de los años treinta –ni por lo que hace a sus proyectos respecto a los judíos ni, tampoco, a su política de agresión y expansión a costa de sus vecinos-.

Se debe tener en cuenta, además, que esos ecos europeos sonaban lejanos en el devenir diario de las cosas en el territorio del Mandato, aquí las tensiones seguían sus propias pautas, pautas que eran independientes de aquello que se estaba gestando en el corazón de Europa, y pautas que mostraban una constante: el antagonismo casi absoluto entre habitantes judíos y árabes del territorio.

El caso es que la dinámica de las cosas, la del enfrentamiento, que es independiente en su motivación y desarrollo a lo que va sucediendo en Europa, prosigue en el día a día del Mandato. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial las organizaciones sionistas -y pese a no conocerse la verdadera magnitud de la acción de Hitler y de sus intenciones respecto a los judíos- deciden implantar una tregua en su enfrentamiento con Gran Bretaña y brindar su apoyo a ésta en la guerra contra Alemania. Hay que mencionar una excepción extremista, la del llamado “grupo Stern”, cuyo líder aboga incluso por el demente proyecto de apoyar a la Alemania hitleriana contra los británicos, pero esto será repudiado de raíz por el movimiento sionista y acogido con un indiferente desprecio por los alemanes -a diferencia de los servicios del infame mufti de Jerusalén, que apoyará a Hitler y será correspondido por éste-.

La guerra significará una especie de paréntesis en el conflicto de la región, que no se calmará pero queda postergado por los acontecimientos que se estaban desarrollando a escala mundial. Con la derrota alemana y la victoria aliada se volverá, no obstante, al punto en que había quedado la cuestión del Mandato en 1939, sin embargo hay ciertos cambios notables. El primero es que Gran Bretaña ya no puede ni seguir manteniendo un Imperio colonial ni seguir ejerciendo de potencia colonial, el segundo es que derivado de eso la “cuestión palestina” -englobando en ese termino tanto a la parte judía como árabe- se debía resolver… en serio. Los británicos pasan el problema a las muy nuevas Naciones Unidas, organización que se entiende heredera de la extinta Sociedad de Naciones -que era, de iure, quién debía velar por la soberanía y el futuro de ese territorio-. Lo cierto es que la ONU pretende escuchar tanto a árabes como a judíos, pero mientras los segundos y sus representantes realizan una política y una diplomacia a la vez pragmática y de colaboración con la ONU, los árabes, confiados en lo que entienden una posición de superioridad, se cierran en banda y no desean siquiera plantearse el tema de una partición ni de las condiciones de la misma. Los árabes podían tener argumentos en pro de sus intereses, pero sencillamente no los dan, su único argumento es que irán a la guerra -que es lo que finalmente harán confiando en el apoyo del resto de los países árabes-.

Finalmente la ONU decretará la partición, los judíos la aceptarán y los árabes no, los judíos proclamaran -en pleno estallido bélico contra los árabes- la independencia del Estado de Israel, curiosamente por la otra parte no habrá nada similar -digamos que la conciencia nacional árabe palestina es cosa tan tardía como… después de 1967-, la guerra se saldará con la derrota árabe y la consolidación del Estado de Israel. ¿Eso significa que el nuevo Estado se quedó con todo el territorio? No, ciertamente se quedó con lo que había ocupado hasta la declaración de armisticio, pero Cisjordania -o Judea y Samaria, como se prefiera- y la franja de Gaza quedaron en manos árabes, sólo que habiéndose podido hacer no se proclamó allí ningún Estado árabe-palestino, Cisjordania se incorporó a Jordania y la franja de Gaza a Egipto, esto se podría interpretar, aparentemente, como una traición a los árabes palestinos por parte de sus “hermanos” árabes, pero no fue así, jamás la población árabe de esos territorios se enfrentó a egipcios y jordanos reclamando algo similar a una independencia, jamás hubo el menor roce ni el menor inconveniente en tener pasaporte egipcio o jordano. Evidentemente esa población estaba en su derecho de sentirse satisfecha siendo egipcia o jordana, pero eso evidencia algo: que la cuestión árabe-palestina no es en sus inicios una cuestión nacional -no es una causa nacional-.

El antagonismo de las comunidades judía y árabe del territorio del Mandato es la génesis de la actual “cuestión palestina”, digamos que lo que ha cambiado respecto a la actualidad es la desaparición de la potencia colonial -con intenciones no menos coloniales- y que una de las dos comunidades enfrentadas ha alcanzado en buena parte sus proyectos -la creación de su Estado- y la otra…, bueno, es difícil definir que proyecto o proyectos tenía y tiene la otra, porque han variado -al menos de palabra-, el inicial era “echar a los judíos al mar”, sin duda como programa es simple, eso sí, muchas trazas de compromiso o pacto no facilita, posteriormente ha habido una cierta evolución hacia el reclamar la creación de un Estado propio, no obstante eso, que sí pudiera ser un punto de partida cara a un compromiso, queda lógicamente aparcado si es el fundamentalismo islámico -sea el de Hamas, sea otro- lo que se escoge como representación, sencillamente porque eso devuelve al proyecto inicial de la parte árabe -aquello de “echar a los judíos al mar”- y se olvida del otro lema que era “paz por territorios”.

A todo esto apenas se ha mencionado tangencialmente la Shoá, eso es debido a dos cosas, la primera que el drama de la Shoá se desarrolla durante un tiempo de forma paralela pero al margen del conflicto árabe-judío -no tiene que ver con éste, aún cuando, evidentemente, impactará grandemente en la conciencia del pueblo judío-, la segunda que por su génesis y desarrollo la Shoá es una cuestión europea. Cabría añadir una tercera razón, y es que por su magnitud la Shoá merece un tratamiento aparte y pormenorizado.

Lo judío y la Shoá

La “cuestión judía” para el nacionalsocialismo–la “religión de la sangre”, sin ir más lejos, por citar a Rosenberg-, es algo esencial, es el “modelo opuesto” sobre el que gira su visión del tema racial.

El quid de la cuestión son las características que, a sensu contrario de las arias, se adjudican a un ethóscolectivo judío, plasmando las mismas en la “sangre y alma judías”.

El papel que se adjudica a los judíos y a lo judío

¿Qué se supone origina esas hipotéticas características? Pero, centremos más la pregunta con un condicional inicial: para el nacionalsocialismo ¿qué origina esas supuestas “características”? ¿una cuestión religiosa? ¿una cuestión cultural? ¿una cuestión étnica? –entendiendo aquí por “étnico” no algo racial sino una identidad “nacional” pero de origen social-.

No, nada de eso, por muchas vueltas que se de al final se llegará a la “raza”,al “alma que reside en la sangre”, a eso se llegará. Y con ello a una extraña“cosmovisión” que pretende mezclar la biología con el misticismo –dentro de una“acientifidad” absoluta-.

“Cosmovisión” que es deudora, además, de una curiosa mezcla de derivadas del pensamiento racional y del pensamiento irracional. ¿Contradictorio? Puede, no lo descartamos, paradójico seguro, en cualquier caso las paradojas, las incoherencias y aún la contradicción pura se suelen presentar casi siempre, en, casi…cualquier cuestión. Pero volviendo a nuestra cuestión, la “cuestión judía”es, para el nacionalsocialismo, una cuestión racial –casi se diría que también“espiritual”, pero eso forma parte de esa dualidad “biológico/mística” que se ha indicado-.

Los judíos aún siendo catalogados como “unterschmen” en realidad eran contemplados como otra cosa: la “antiraza”, el “archienemigo”, en el fondo –y entrando en una subversión total de los aparentes especificados- la “otra” “raza superior” – a fin de cuentas fue Albert Speer quién dijo que Hitler odiaba solo aquello que admiraba («Diarios de Spandau»)-.

Una visión apocalíptica

Ese era el peligro, el “enemigo racial a combatir” en “duelo singular”, y ¿por qué lo eran? pues porque eran “superhombres”…de signo opuesto, es decir:“antihumanos”. Así, curiosa y singularmente, su “superioridad contraria” –ergo,“negatividad”- los colocaba fuera del “género humano”. En la cosmovisión nazi la dualidad es necesaria, y “lo judío” es la dualidad –y el oponente- necesario en la cuestión racial de dicha concepción.

Los “subhombres” “verdaderos” eran otros grupos humanos –entre los que, muchas veces, no acaba de quedar claro lo que es “raza”, pues existen numerosas mezclas de elementos que complican la simplicidad del aparente “biologicismo”invocado-, estos eran “utilizables” –evidentemente bajo la dirección de los“herrenvolk”- pero no tenían porqué ser “eliminados” –aunque muchas contemplaciones tampoco se les tenía-.

Los judíos, sin embargo, debían ser “eliminados” del “espacio vital” de la“raza aria”. Y ¿por qué? pues…por cuestión de “raza”, no por otra cosa. El tradicional y antiguo antisemitismo europeo u occidental siempre fue religioso y/o cultural, el del nacionalsocialismo no es sólo así: es “biológico”, es racial, y, en lo religioso, lo es respecto a…la religión política del nacionalsocialismo.

La supuesta “corrupción”racial

La “corrupción” o “contaminación” de la que se responsabiliza a los judíos es racial, es “biológica”, nada tiene que ver con la ideología o la cultura, es, simplemente, “física”. Las características “negativas” –y lo entrecomillo porque la negatividad en cuestión es discutible, muchas de las “negatividades”aludidas solo pueden entenderse como tales desde determinada perspectiva- que se les atribuyen no son culturales o ideológicas, son manifestaciones de un hecho físico, algo “genético”, consustancial a su “raza” –concepto al que, repito, junto a unas supuestas características físicas se atribuye también, y diría que aún prioritariamente, unas características “místicas”, baste recordar lo expuesto por Rosenberg en relación a la “sangre”-.

Así, por ejemplo, el “internacionalismo”, el “desarraigo”, el “cosmopolitismo”,incluso el “bolchevismo” y el “capitalismo” –pese a ser estos dos últimos conceptos imposibles de casar por muchos esfuerzos que se realicen en pro de ello, por ejemplo, basta remitirse a la lucha de clases para desmentir tal relación antinatura-, no son cuestiones que se consideran “judías” por cultura, ideología, tradición o religión, no…lo son por “raza”, son manifestaciones sociales –que se consideran negativas- de una “sangre” determinada –que se considera negativa-.

No es lo mismo el “antijudaísmo” a secas que el”antijudaísmo” nazi, y, sin embargo, algunos juicios de valor negativos basados en supuestos que no son nazis se utilizan por el revisionismo para reafirmar los supuestos nazis.

Un encadenamiento perverso que lleva a la Shoá

Todo eso que señalaban los nazis como cosa negativa, no lo es en función de una ideología, de una tradición, de una religión, de una cultura, lo es, para el nacionalsocialismo, en función de la “raza”.

Dicho en otros términos: un bebe “judío” recién nacido es tan “culpable” de todo –y ese “culpable” entrecomillado no implica reconocer la realidad de esas“culpas”, ni, tampoco que algunas de las “culpas” invocadas sean tales- como el“conspirador” más consciente posible.

Luego ¿de qué es culpable? de haber nacido judío, y vuelvo a repetir ¿de qué es culpable? pues…de un pecado original ¿No son curiosas algunas coincidencias en cosmovisiones aparentemente diferentes?¿no son curiosas algunas analogías religiosas?

La Shoá (Holocausto), por tanto, se basó completa y absolutamente en una aberrante concepción de una supuesta jerarquía racial. Jerarquía transmitida“físicamente” tanto como “místicamente”. Dentro de ese absurdo se coloca a lo judío, en la práctica, fuera de dicha jerarquía, pero…como algo temido, el enemigo que necesita la inverosímil teoría racial nazi para explicar la decadencia de los arios –véase “El Mito del Siglo XX” de Alfred Rosenberg o el «Mein Kampf» de Hitler-. Está fuera de esa jerarquía porque, en realidad, sería otra cúspide. La gran paradoja de la cosmovisión racial nacionalsocialista se resume ahí: se odia a lo judío porque se le teme y se le teme…porque se le considera un adversario “racial” igual a lo ario pero…en polo opuesto. Ese encadenamiento perverso y enfermizo fue lo que desencadenó, casi inevitablemente, la Shoá.

Skepsis, ataraxia y epoché

Hola a todos,

En ocasiones cito a la skepsis como práctica y la idea de ataraxia como objetivo, algún amable contertulio me ha pedido a veces una pequeña definición de eso, me parece buena idea publicar a continuación un pequeño artículo que escribi sobre el tema y que, creo, aclara posturas, a continuación lo expongo a vuestra lectura.

El escepticismo filosófico o “skepsis” -término, este último que preferimos para diferenciarlo del escepticismo académico y científico- declara imprescindible el dejar todo juicio en suspensión. Pero, en puridad, más que la imposibilidad de emitir juicios o realizar valoraciones, lo que proclama la “skepsis” es la suspensión de todo juicio definitivo, así, el relativismo esta relacionado con la “skepsis”, dado que es la formulación de absolutos lo que pone en tela de juicio.
Investigación y duda

La investigación y la duda, casi permanente, son las bases de la skepsis, junto a ellas hay otro concepto, instrumental, imprescindible, que es la epoché. La formulación inicial la realiza Pirrón de Elis y, en numerosas ocasiones, esta mal entendida. Pirrón lo que hace es declarar la imposibilidad de cualquier juicio definitivo, a la hora de analizar algo, pero, lo que no dice…es que no se pueda valorar, el énfasis aquí está en la palabra “definitivo” y no tanto en “suspensión”. Los detractores de Pirrón recogen numerosas anécdotas que lo ridiculizan, citando a los datos que recoge Laercio:
«Parece pues que Pirro filosofó nobilísimamente introduciendo cierta especie de incomprehensibilidad e irresolución en las cosas, como dice Ascanio Abderita. Decía que no hay cosa alguna honesta ni torpe , justa o injusta. Así mismo decidía acerca de todos los demás que nada hay realmente cierto, sino que los hombres hacen todas las cosas por ley o por costumbre; y que no hay mas ni menos en una cosa que en otra. Su vida era consiguiente a esto, no rehusando nada, ni nada abrazando, si ocurrían carros , precipicios , perros y cosas semejantes; no fiando cosa alguna á los sentidos: pero de todo esto lo libraban sus amigos que le seguían , como dice Antígono Carístio. No obstante, dice Enesidemo, que Pirro filosofó según su sistema de irresolución e incertidumbre; pero que no hizo todas las cosas inconsideradamente. Vivió hasta 90 años.» (Diógenes Laercio. “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”, Libro IX, Tomo II, págs. 771-772, Madrid, 1792)

La epoché
Pero, en puridad, la epoché es imprescindible para la “skepsis” y es racional, diríamos que altamente racional. En ese sentido hacemos nuestras las palabras de Gustavo Bueno:

“Del pirronismo sólo diremos, que pone, como objetivo de la acción filosófica, la imparcialidad conseguida tras un esforzado ejercicio de detención o abstención (epoché) de todo juicio favorable o desfavorable acerca de la realidad (…). El pirronismo representaría la posibilidad de una perspectiva que, sin ser militante, habría que considerar como filosófica. Y, según ella misma, como auténtica Filosofía, porque se abstiene de juzgar, de tomar partido” (Bueno, G.,“La vuelta a la caverna”, págs. 30-31, Ediciones B, Barcelona, 2005).

Ciertamente el profesor Bueno, en su última parte de la definición, pone el dedo en la llaga, a su peculiar manera y con su no menos peculiar socarronería nos dice que la “skepsis pirronista” es “según ella misma…auténtica Filosofía”, es obvio que aquí se resalta un apriorismo, un axioma que no es el de la “suspensión de juicio definitivo” sino el de un…juicio definitivo -y favorable- de la “skepsis” respecto a sí misma. Pero dejando de lado estas sutilezas -discutibles, por lo demás- que no nos hemos resistido en señalar, diremos que, para entendernos coloquialmente la definición de pirronismo y, por, extensión de “skepsis” y de “epoché”, de Gustavo Bueno puede valer para entendernos.

La utilidad de la epoché

Si lo que se enfatiza es la palabra “suspensión”, correctamente interpretada y no caricaturizada, resulta que esa parte del concepto “epoché” es un instrumento inapreciable para el análisis, especialmente para el análisis de formas de pensamiento ajenas al nuestro, puesto que, esa “suspensión” que conlleva la “epoché” puede traducirse como “ver las cosas suspendido desde fuera”, es decir, buscar apartarse de la propia subjetividad para, desde ahí, introducirse en subjetividades ajenas. Y ser capaz de observar las lógicas internas de las mismas, incluyendo sus parámetros doctrinales y dogmáticos si los tienen.

Verlos, así, “desde dentro” habiendo entrado “desde fuera” y observándolos sin la menor intención de enjuiciarlos durante la observación , posteriormente sí se podrá hacer una hipótesis argumentada -una conclusión- a partir de lo observado, sucede que, lo que no será tal conclusión es definitiva, pues la “epoché” y la “skepsis” lo impiden, pero lo que no impiden es “cerrar dejando una puerta entreabierta”. Dicho de otro modo permitirán establecer hipótesis concluyentes pero sujetas a posibilidad o probabilidad, lo que en términos jurídicos sería un “exceptis excipiendis” (exceptuando lo exceptuable).

La “skepsis” se basa, así, en la duda y en la “epoché» para abordarla -concepto que también usará Edmund Husserl en su fenomenología y, en concreto, para abordar la gnoseología-, es una duda tranquila que lleva a investigar y preguntar y, generalmente, la respuesta obtenida a una pregunta llevará a otra pregunta, ese es el proceso básico de la “skepsis”.

Skepsis y Ataraxia

¿Cómo se logra aquí la ataraxia? Pues, por la vía de la tranquilidad que supone el relativismo, tanto el de la “epoché”, como método, como el de la “skepsis”- como planteamiento. Esas dudas, esas investigaciones, esas respuestas y esas nuevas preguntas, carecen de objetivo finalista, por eso son tranquilas, apacibles y, por eso, favorecen la ataraxia, porque no sólo no afectan sino que favorecen la serenidad, la imperturbabilidad y la ecuanimidad .
Significan, también, que no hay ningún problema en combinar la “skepsis” con el epicureísmo, pero diríase que más con el estoicismo, es famosa la frase del escéptico Carnéades (considerado fundador de la Tercera Academia o la Nueva Academia) respecto al estoico Crispo -colega suyo en una embajada en Roma- cuando dijo “Si Crispo no hubiera existido, tampoco existiría yo” (Diógenes Laercio. IV, 62).

No es en la idea de la ataraxia donde surge el conflicto entre la “skepsis” y el estoicismo, en su logro coinciden -junto al epicureísmo- . Ese conflicto se debe a otros factores, como las doctrinas del destino y la providencia sostenidas or los estoicos, dónde chocaban con la “Skepsis”, que las consideraban falsas en sus presupuestos axiomáticos, por chocar con el azar y la libertad humana.

El último gran representante de la “skepsis” antigua es Sexto Empírico, que vuelve a ciertas raíces del pirronismo.

Canaán, Judea y Palestina

Canaán es Canaán, no Israel, ni Judea, ni, después Judea y Samaria, Canaán pasa a ser Israel cuando es conquistado “manu militari” por los hebreos -aprovechando un cierto vacío de poder en la zona de las grandes potencias del momento, Egipto y el Imperio hitita-, hasta entonces un grupo nómada o semi-nómada, lo de «Tierra Prometida» es solo denominación religiosa y nunca lo fue topográfica.

El nombre Palestina

El nombre «Palestina» tiene origen en los filisteos y se aplica sólo para el territorio de las cinco ciudades de la Pentápolis filistea -Gaza, Ashdod, Askhelon, Gath y Ekron-, obviamente no aparece tal denominación hasta que allí se instalan los filisteos tras las invasiones de los Pueblos del Mar -hacia el 1200 antes de la era común, que acaban con el Imperio Hitita y que a duras penas son frenadas en el delta del Nilo por Ramsés III, los relieves de Medinet Habu son testimonio de tal suceso-, y esa denominación para ese estricto territorio es la que recoge Herodoto con posterioridad.

La pugna entre filisteos e israelitas es conocida sobre todo por el relato bíblico, fuera de eso poquísimo testimonio hay de tal pueblo, hay que decir que, pese al nombre, los filisteos no son los antepasados de los actuales palestinos, estos son árabes, y lo más probable es que los filisteos tuviesen un origen micénico -uno de los reinos micénicos se llamaba, precisamente, «Pylo»-, es decir, griego, puede que mezclados con elementos minoicos -pero esto aún es más oscuro-.

Israel y Judá

Cuando Israel se parte en dos reinos hacia el 931 a.e.c. aparecen las denominaciones «Israel y Judá», el reino del norte es Israel con capital en Samaria, el reino del sur es Judá con capital en Jerusalén.

Es, desde entonces, cuando se puede hablar con propiedad de «judíos» como genérico de los habitantes del reino de Judá, antes solo eran judíos los miembros de la tribu de Judá -por otro lado el principal componente del reino de Judá, el otro componente era la tribu de Benjamín, menos numerosa que la de Judá-.

El reino de Israel acaba por sucumbir ante los asirios hacia el 721 a.e.c., los asirios comienzan a poner en práctica una política de deportaciones -que incluye tanto el deportar población israelita a otras partes de sus dominios como traer población foránea a lo que fue el reino de Israel- que tiene cierto nivel de éxito, así la población de esa región acaba estando configurada por una mezcla de israelitas y no israelitas, esa población pasará a conocerse como «samaritanos» y esa región como «Samaria», dicho sea de paso no se llevan muy bien con los judíos-

El reino de Judá acaba cayendo definitivamente ante Babilonia -hacia el 587 a.e.c.-, Nabucodonosor deporta a parte de su población a la propia Babilonia, pero a diferencia de las tribus del norte la población judía no se diluye en el exilio sino que conserva su identidad y retorna al territorio de Judá cuando Ciro de Persia conquista Babilonia -eso se relata en Esdras y Nehemías-.

Los diferentes territorios de la región

Así la configuración de esos territorios seria la siguiente -groso modo- entre la época del Imperio persa y los reinos helenísticos: Judea, Samaria al norte de Jerusalén, en la franja costera al sur la Pentápolis filistea (palestina), y hacia el interior al sur y el este los territorios de Edom y Moab -pueblos emparentados con los antiguos hebreos pero que no eran hebreos y que se fueron arabizando progresivamente- y Perea.

Cuando Roma ocupa la región esa composición territorial no cambia mucho pero sí algo, Edom pasa a denominarse Idumea, Moab viene a caer en la órbita del reino nabateo de Petra -también parte de Edom- y la Judea y Samaria controladas por los romanos se dividen en los distritos de Judea, Samaria y Galilea -al norte del distrito de Samaria- los judíos de Judea eran los que se consideraban algo así como «judíos viejos», los de Galilea eran aceptados como judíos pero con ciertos reparos -pues había habido mezcla de población- y los samaritanos no eran considerados judíos propiamente dichos pese a similitudes religiosas.

Esa es la «Palestina» de Octavio y Tiberio, como puede verse no existía «Palestina» ni palestinos entonces -fuera de la Pentápolis filistea-. y, en cualquier caso, la identidad «nacional» de los palestinos de la Pentápolis no tenía nada que ver con la de los palestinos actuales -que es árabe-,

La guerra judía estalla durante el reinado de Nerón y se resuelve en el de Vespasiano con la derrota de los judíos, se produce bajo Adriano una segunda rebelión igualmente sofocada (135 de la era común), es entonces cuando los romanos renuevan la diáspora judía y dan a esos territorios el nombre de «Palestina» -para borrar la memoria del pueblo rebelde y extendiendo el nombre del exiguo territorio de la Pentápolis a toda la región-.

Con el nombre de «Palestina» entra esa región en la órbita árabe cuando los musulmanes la conquistan en el 637 e.c. de manos del Imperio Romano de Oriente, y ahí se encuentra el origen de la actual Palestina y los actuales palestinos -no antes-, ya que la región se arabiza y se islamiza muy rápidamente, queda claro, pues, que «Palestina» no existía en época del Alto Imperio Romano, no la actual Palestina ni los actuales palestinos.

Pese a las sucesivas diásporas siempre quedaron grupos residuales judíos en Palestina, pero dejaron de ser la población mayoritaria más o menos de Adriano en adelante, además, entre los siglos IV y V e.c. la mayor parte de la población de esa zona se convirtió al cristianismo, lo que aún diluyó más la antigua identidad judía.

El texto masoreta

La llamada escuela Masoreta (que significa tradición) de Tiberiades es una escuela de escribas rabínicos que trabajó entre los siglos VII y X de la era común.

El texto masoreta

Los masoretas remontan su compilación a textos más antiguos (esa escuela se remite a la época de Esdras, a la hora de hablar de los textos de los que parten), si esto fuese así obviamente la versión del texto masoreta (TM) sería anterior a la Septuaginta, pero eso lo dicen ellos y viene a ser cuestionado por los críticos respecto a dicho texto, que, entre otras cosas, remiten a Qumrán.

Bien, vayamos a algunos textos de Qumrán y, en concreto, al fragmento más extenso de los Salmos encontrado allí. De la cueva 11 de Qumrán se descubrió en noviembre de 1961 un texto que pertenece al Libro de los Salmos (la denominación técnica de dicho rollo es 11QPs), en esa cueva también se hallaron fragmentos sueltos que aparentemente pertenecen a dicho rollo, en el 11QPs se conservan 36 de los 150 Salmos y su disposición es distinta a la canónica -también ocho Salmos no canónicos, pero estos los dejaremos a un lado, por lo demás cinco de estos ocho ya eran conocidos-, pues bien ¿qué sucede comparando el 11QPS con la versión TM? pues… que coinciden completamente.

Los textos tanajicos en hebreo y griego

Se debe hacer notar que, en hebreo, el texto más antiguo conservado es la compilación TM, hasta los materiales de Qumrán, y el material de Qumrán, en cuanto a los Salmos, coincide con el TM -y de hecho el conjunto del material de Qumrán coincide con el TM, al punto que a gran parte de ese material se le denomina «protomasorético».

Por otro lado el núcleo original y propiamente dicho de la Septuaginta –la versión griega de las Escrituras judías- es solo la Torá, en cualquier caso y aún siendo más flexibles o amplios respecto a ese corpus y admitiendo en él a las posteriores traducciones de otras partes del Tanaj al griego…estamos hablando de textos escritos en griego ¿cómo polemizar desde una versión escrita en un idioma sobre la corrección gramatical de la versión de otro idioma? La única manera de hacerlo es recurrir a otra versión del mismo idioma, no se ve, entonces que pueda aducirse la Septuaginta como controversia respecto al TM.

La Peshita aramea

La Peshita aramea, otro texto mencionado en la controversia con el masorético. Lo primero de todo es decir que, como su propio nombre indica, se trata de un texto escrito en arameo y se supone que… se está analizando la corrección gramatical de un texto hebreo.

Segundo asunto bajo “Peshita aramea” encontramos a veces diversas referencias, la Peshita aramea propiamente dicha se trata de una traducción de la Biblia cristiana –AT y NT- al arameo oriental, en otras ocasiones esa referencia remite a una versión no cristiana del AT o Tanaj al arameo occidental, en el primer caso es de pura lógica que la traducción –y repito, “traducción”, luego no sirve para hablar de la corrección o incorrección de la forma hebrea- coincida con los postulados cristianos –no va a coincidir con los judíos o musulmanes, sería absurdo, dado que pura y simplemente se trata de una versión en arameo oriental de la Biblia cristiana-, incluso en el segundo caso, volvemos a indicar que estamos hablando de arameo, por lo cual dificilmente podrá discutirse el contenido de otro texto en hebreo.

Las críticas al texto masoreta

¿Se puede criticar una versión hebrea? Claro que se puede, pero se debe hacer desde el hebreo, desde otro texto en hebreo que recoja versiones anteriores o contemporáneas al texto analizado, lo que es absurdo es remitirse a una versión griega y a otra aramea para discutir términos hebreos, y aún es más absurdo que cual estandarte se levante un texto hebreo anterior al criticado que confirma lo que dice el criticado.

Resumiendo ¿qué textos hebreos tenemos cercanos al original? Pues el TM y Qumrán –de más moderno a más antiguo-, esos y no otros. Y ¿qué sucede con Qumrán? pues que ratifica al TM. Todo lo demás –la comparación con la Septuaginta, con la Peshita aramea- es puro humo.

En definitiva, en ocasiones, lo que se hace es, exactamente, lo mismo que hacia Justino cuando dijo: “Vuestras Escrituras, o mejor dicho, no vuestras, ¡sino nuestras!”, y nuevamente los críticos se equivocan y, a la vez, vuelven a tener razón, porque acaban utilizando unas Escrituras que son “sus” Escrituras.

La mística judía y la semántica

Cabría explorar la idea de fondo de un dios de la palabra, y es expreso poner ambas cosas en minúscula porque eso no hace alusión ahora a un dios concreto y un mensaje concreto sino a la divinización del lenguaje, lo cual enlazaría con la semántica.

Creación y divinidad

Si en determinado sentido por las palabras -el lenguaje- creamos las cosas -por ejemplo, una galaxia no sabe que es una galaxia, es una galaxia porque nosotros hemos creado el concepto, lo hemos aplicado y hemos dicho que es y que no es una galaxia- resulta que el lenguaje crea, y un0 de los atributos -y hasta funcion- de la divinidad  es la creación.

Dado que por lo que objetiva y empíricamente sabemos nosotros creamos el lenguaje, nosotros somos los dioses y… también creamos a Dios -que es cristiano- o a D_os -que no lo es- al primero lo creamos clarísimamente, al segundo menos claramente porque atiende a otro concepto, hay bastante más por dónde buscar, de hecho está lo bastante bien creado -el concepto- como para especular si no surge de la propia palabra, del logos lingüístico, cobrando «vida propia», pero, en última instancia… nosotros hemos creado al logos, sin nosotros no sería, así que, en ese sentido, también somos creadores -aunque ese logos se nos pueda independizar, el otro, el dios trino, no puede de ninguna manera independizarse: o lo sostenemos (quienes lo sostienen) o naufraga estrepitosamente-.

La mística judía

La mística judía que se plasma en la cábala es bastante más reciente que el judaísmo antiguo. El “Zohar” aunque quiere remontarse a finales del siglo I de la era común o inicios del siglo II EC y a Simon Bar Yojai -figura real pero muy mitificada porque es uno de los responsables de la supervivencia y continuación del judaísmo, por la vía rabínica, tras la destrucción del segundo Templo- tiene su florecimiento en realidad del siglo XIII EC y, sobre todo, viene de mano de un autor sefardi: Moshé ben Sem Tob.

La autoría del “Sepher Yetzirah” -el otro pilar de la cábala- es desconocida -o, al menos, está tan poco clara que equivale a ser desconocida-, también quiere remontarse hacia el siglo II EC. y, también, se le considera más moderno que tal pretensión, aunque se entiende que es más antiguo, no obstante, que el “Zohar”, y bastante más breve, la mayoría de autores recogen que su cronología no se remonta más atrás del siglo X EC. En ambos casos sería el “recurso de autoridad” lo que empuja “hacia atrás” aquello que es relativamente nuevo. Su conexión con lo antiguo tiene, pero ésta seria más evolutiva que generativa.

Si el judaísmo rabínico surge en el siglo I-II EC, tras la destrucción del Segundo Templo, y, sobre todo, tras el concilio de Jamnia. La cábala es medieval, ese es su gran momento, igual que Maimónides aunque de tendencia bastante distinta, digamos que la cábala tiene su filosofía pero no tiende los puentes con el helenismo que sí tiende Maimónides, por ejemplo con el aristotelismo .

La mística judía nace alrededor de una reflexión cuyas raíces son las del judaísmo rabínico pero su generación es, sin duda, medieval, a “sensu contrario” tenemos, en el propio judaísmo, testimonios que así lo indican, pues desde posturas más tradicionalistas ese misticismo de la cábala fue seriamente contestado en su momento, así en la obra de Rabbí Meir Ben Simón “Milhemet miswah nehed ha-nasrut” (Guerra santa contra el cristianismo) se cuenta sobre el “Sepher ha-Bahir” (Libro de la Claridad), que es una de las primeras obras cabalísticas, lo siguiente: “Tales herejías no se oyeron jamás en el pueblo de Israel. Hemos oído que ya han compuesto un libro que llaman “de la Claridad” y no vieron en él luz alguna”.

Eso nos indica dos cosas , la primera que la cábala era una novedad en la Edad Media, en concreto a mediados del siglo XIII siguiendo a la fuente crítica indicada, así que dificilmente se podía remontar a los siglos I o II EC, cuando menos en la formulación que nos ha llegado, la segunda que era una novedad que el tradicionalismo más cerrado -la ortodoxia más estricta del momento, de la que es buen ejemplo Rabbí Meir Ben Simón- no la miraba, precisamente, con buenos ojos, y es que la ortodoxia y el misticismo raramente son amables compañeros de viaje.

La reflexión de la cábala

Así que todas las fechas coinciden con los inicios del judaísmo rabínico tras la destrucción del segundo Templo, y la genérica «plasmación» o «florecimiento» medieval de todo ese judaísmo tanto por la vía mística -cábala, que estudia, reflexiona, pormenoriza e inquiere sobre la forma del texto, sobre la semántica formal del texto tanájico y, esencialmente, en la Torá-, como por la filosófica – Maimónides y su “Guía de perplejos”.

La cábala entiende que la forma es, a su vez, continente y contenido, y que, por tanto, una forma particular y concreta es así debido a un motivo particular y concreto, digamos que en su método el sinónimo puede emplearse en la interpretación pero no en el propio texto al que se remite ésta. En el continente está la clave del contenido, en eso, no en lo que aparentemente se dice en la forma narrativa, mejor dicho no en el argumento de la narración, por eso hace caso omiso a los teóricos motivos de ese dios aparentemente iracundo y vengador que permite, por ejemplo, a Josué, masacrar a gusto a sus enemigos echándole una mano con la iluminación, esas historietas son solo un envoltorio y, a la vez, un «camuflaje». No se aborda ese texto ni desde la literalidad ni desde la hermenéutica, porque esas dos vías convierten a D_os en algo incomprensible.

En la cábala no hay hermetismo o secretismo por «afán mistérico», pero sucede que si el judaísmo rabínico no es nada proselitista tampoco es, en consonancia a eso, excesivamente divulgador-aunque eso está cambiando de un tiempo a esta parte-.

Las fuentes esenciales ya las hemos dicho, además las tenemos en una versión que dada su cercanía temporal escasamente variará en relación a los originales: el “Sepher Yetzirah” y el “Zohar” -tanto monta, monta tanto-.

D_os, mística y lenguaje

Es un error común pensar que D_os –referido a Hashem- es el Dios veterotestamentario, este último es un Dios cristiano, el primero no lo es.

El Dios del cristianismo ofrece a simple vista aspectos vengativos, iracundos o similares, que hace extremadamente difícil justificar tales características o no llegar a plantearse la malicia más que la bondad de la divinidad –es lo que lleva a Leibniz a escribir su “Teodicea”-.

Incluso podría observarse mala fe al establecer, como cosa salvífica, unas obligaciones supeditadas al cumplimiento de condiciones de imposible cumplimiento –eso anularía la obligación en Derecho civil-.

Pero eso es quedarse con la versión del cristianismo del Dios veterotestamentario, que, dicho sea con todo respeto, es un Dios profundamente antropomorfo más que antrópico e incluso «naif» -tanto el «iracundo» veterotestamentario como el «bondadoso» neotestamentario del «Señor Jesús».

El D_os de Yisrael

Para hablar del judaísmo y del D_os de Yisrael -que es Hashem- no cabe quedarse con la narración y la literalidad de esa narración, hay que profundizar más. ¿En qué? Pues en la mística que es la que permite volver comprensible a un D_os y da las claves del mismo que, de otra manera, pues… sería absurdo.

La primera clave para entender ese concepto es lo que sigue: la idea de «Logos», complementándola si se quiere con otros términos: El Nombre, La Palabra, El Verbo… es lo mismo, porque, en el fondo, todas aluden a lo mismo.

La manera de entender a Hashem es la semántica, pero la semántica del texto, no lo que aparentemente dice el texto, no tiene apenas importancia la narración que se cuenta en el Bereshit/Génesis, por ejemplo, o en otras historias, esas historias, como narración, no importan nada, la clave ahí esta en la letra misma, que es la forma que tiene encriptado el «mensaje de D_os» y, en él, las claves de la Creación.

La semántica

Porque Hashem, Elohim, El Shaday creó su Universo con… números, con letras, con libros y con la palabra hablada («Sepher Yetzirah», también cabe referirse al «Zohar»). En ese sentido D_os es semántica, se encuentra en cualquier rincón del «Tanaj», en lo más inesperado de la «Torá», y ahí… está contenido el D_os de Yisrael, no en lo que dice la letra, podríamos decir que está en la forma, en la “textura” del texto, no en la literalidad o en la interpretación hermenéutica.

La Cábala judía se dedica a estudiar eso. Porque D_os da su esencia cuando alguien se acerca a Él, pero eso es algo que «quema», para pasar del «estar» al «ser» -y el único que «es» es «Yo Soy»- es necesario algo iniciático, de una u otra manera, es una de las vertientes del libro de Job/Iyov -además de otras como un canto a la Omnipotencia- en el libro de Iyov no se prueba fe alguna -concepto ajeno al judaísmo- se prueba a la persona: a Iyov.

La esencia de D_os

¿Para qué? Pues para darle… la esencia de D_os algo, aunque sea fragmentario, de su Ser, con ello cambia la «transitoriedad» de Job/Iyov y le dota de «ser» -permanencia-, luego: le da ontología.

Pero… resulta que el acercarse a la divinidad, a los mortales, e incluso a los no tan mortales, porque también cabe referirse a los «dáimón» -sí, seres como Lilith o Samael- les «quema» -metafóricamente-. Pero no hay más remedio que forjarse en ese fuego divino para que D_os transmita su sustancia, de ahí el carácter iniciático -que «quema»- de todas las pruebas de Job/Iyov, de ahí, también el precio de la demonización de Lilith y Samael. Recordemos que Lilith empieza a demonizarse cuando… pronuncia El Nombre, el Shem Hameforash.

A partir de ahí -del contacto directísimo y sin ritual con El Nombre- Lilith se reafirma en varias cosas: el «ser» -porque «toca» la presencia de D_os y eso le da ontología-, en la inmortalidad y… en el precio de todo ese «quemarse» ante la presencia directa de Elohim: en su caso la demonización.

El significado de “dáimón”

Uno de los sentidos de la palabra «dáimón» en griego es «esperma del Logos», sí: esperma de la Palabra. Porque eso es un “dáimón” -como un humano como Job/Iyov, cuya historia no puede tomarse literalmente sino… como el compromiso de Hashem de dar su ser, de dotar de ontología a la humanidad- y el precio de ser «esperma del Logos» -de tener parte de su semilla- es otro tipo de «fuego iniciático”, diferente al ejemplo de Job/Iyov pero idéntico en su fin: transmitir a lo que es «estar» pues… el «ser».

El D_os de la semántica

Ese es el D_os de Yisrael, el que está en la letra, en los libros, en la palabra hablada y en los números. Es un D_os de lenguaje, de semántica. Ni más ni menos. Lo que no es es el furibundo Dios cristiano del llamado «Viejo Testamento» -dicho sea con todo respeto para el cristianismo-.

“Con treinta y dos senderos de Sabiduría asombrosa grabó Yah, el Señor de los Ejércitos, el D_os de Israel, Elhoim vivo, El Shaddai Misericordioso, Elevado en el cielo y Exaltado, mora en la Eternidad y su nombre es Santo. Creó el mundo con tres libros, con letras, con números y con la palabra hablada.

Diez Senderos de la nada y veintidos letras de Fundamento: Tres Madres, Siete Dobles y doce Elementales.”

(fragmento del «Sepher Yetzirah»)

Eso que dice el «Sepher Yetzirah» cabe resumirse en los conceptos de comunicación y lenguaje, porque a todo lo que nos remite ese fragmento es a formas de lenguaje, y el lenguaje solo tiene sentido por y para la comunicación.

De ahí, también, la importancia de la “textualidad” en el texto, de la forma, porque el contenido está en el interior de la forma, buscarlo en la apariencia e incluso en el supuesto contexto del momento –en un significado original-, en este caso, no lleva a ninguna parte. Hay que acudir a desmenuzar la estructura, digamos que un poco por los caminos “derridianos» de la deconstrucción.

Los inicios de el comienzo (Bereshit)

Nada de lo anterior quita validez al muy importante comienzo del Génesis/Bereshit, por el contrario, creemos que aclara su significado a otra luz que la que nos hemos criado en el catolicismo romano teniamos -que no era luz sino confunsión- ayuda a aclarar ni más ni menos lo que sigue: el concepto de D_os, que se expresa con claridad en los primeros capítulos del Bereshit, que muestran, también -y alegoricamente en el sentido y con comunicación en la forma- la voluntad limitada de… la voluntad ilimitada -Ein Sof o «infinito»-, en definitiva eso, lo que nos habla, es de lo que es la idea de D_os, pero no solo hace referencia abstracta, concreta las cosas solo que se debe atender, para ver esa concrección, a la «textualidad» -la «textura»- del texto.

Saludos

Fuentes romanas y Jesús

Parece oportuno mencionar ahora las fuentes romanas de los siglos I y II EC respecto a la figura de Jesús y el cristianismo. Para empezar hay que indicar la parquedad de las mismas y que, siempre, son o despectivas o «indiferentemente frías». Por otro lado más que mencionar a Jesús las fuentes romanas de los siglos I y II EC se dedican a breves referencias a los «cristianos», mucho más que a la vida, hechos y muerte de la figura que adoraban. Veámoslas.

Las fuentes romanas de los siglos I y II EC

Los escritores romanos de los dos primeros siglos de la era común, Plinio el Joven, Cornelio Tácito, Cayo Suetonio Tranquilo y Dión Casio dan alguna información sobre los cristianos, directamente, y muy indirectamente sobre Jesús.

El testimonio más antiguo que se conserva de fuente romana sobre los cristianos es de Plinio el Joven (62-113 d.C.) quien, por indicación de Trajano, prohibió la formación de «asociaciones religiosas privadas», así dice Plinio «prohibí las asociaciones (hetaerias), conforme a tus ordenes» (Epist. X, 96)», considerando sospechosas las reuniones realizadas durante la noche y antes de la salida del Sol, pese a la inocencia aparente de los ritos, ceremonias e himnos que los cristianos dedicaban «a Cristo como a un Dios» (Epist. X, 96). Plinio concluye que según su entender se trata meramente de «una superstición irracional y desmesurada» (Epist. X.96)

No obstante ni Trajano ni Plinio fueron ningunos «perseguidores», por el contrario cabe añadir que Trajano no da instrucciones a Plinio -que era gobernador de Bitinia, de ahí esa consulta a Trajano- de perseguir activamente a nadie, se limita a indicar que si existe alguna denuncia se investigue y que ignore las denuncias anónimas, esta es parte de la respuesta que da Trajano:

«No deben ser perseguidos de oficio (conquirendi non sunt). Si han sido denunciados y han confesado, han de ser condenados, pero del siguiente modo: quien niegue ser cristiano (qui negaverit se christianum esse) y haya dado prueba manifiesta de ello, a saber, sacrificando a nuestros dioses, aun cuando sea sospechoso respecto al pasado, ha de perdonársele por su arrepentimiento (veniam ex paenitentia impetret). En cuanto a las denuncias anónimas, no han de tener valor en ninguna acusación, pues constituyen un ejemplo detestable y no son dignas de nuestro tiempo» (Epist. X, 97).

Tácito (61-117 d.C.) hace alusión a los rumores que culpaban a Nerón del incendio de Roma en el año 64 EC, dice: «Y así Nerón, para divertir esta voz y descargarse, dió por culpados de él, y comenzó a castigar con exquisitos géneros de tormentos a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus excesos, llamados comúmnente cristianos. El autor de este nombre fue Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido ajusticiado por orden de Poncio Pilato, procurador de Judea. Por entonces se reprimió algún tanto aquella perniciosa superstición; pero tornaba otra vez a reverdecer, no solamente en Judea, origen de este mal, sino también en Roma, donde llegan y se celebran todas las cosas atroces y vergonzosas que hay en las demás partes» (Anales 15, 44).

Cayo Suetonio Tranquilo (muerto hacia el 160) en su Vida de Claudio (25,4) dice lo siguiente: «Hizo expulsar de Roma a los judíos, que excitados por un tal Cresto, provocaban turbulencias«. Durante cierto tiempo se pensó que esa referencia a «Crestos» era una referencia al término «Cristo», hoy se sabe que no es tal, sino que se trataba de un griego que se había convertido al judaísmo y organizaba disturbios en Roma, lo cual confiere además de lógica a la expresión «a los judíos». En la Vida de Nerón (16,2) este autor cuenta -ahora sí referido a los cristianos- que «Los cristianos, clase de hombres llenos de supersticiones nuevas y peligrosas, fueron entregados al suplicio«.

Dión Casio, escribe una historia romana que ocupa ochenta libros, en ella habla de la ejecución del cónsul Flavio Clemente y del destierro de su mujer, a quienes se acusa de «ateísmo», muriendo junto con otros por simpatizar con la fe judía (Epitome 67,14). No obstante el dato en sí es enormemente escueto y textualmente habla de «la fe judía» -no de las «nuevas supersticiones» a las que aluden Plinio, Suetonio o Tácito-, pese a eso algún autor lo relaciona con una persecución contra los cristianos bajo el reinado de Domiciano.

Lo escaso -por no decir nulo, fuera de la referencia de Tácito respecto a su ejecución- de información sobre la figura de Jesús demuestra que esta figura era percibida como cosa de poca importancia por parte de los autores romanos. Son coincidentes, sin embargo, en que sus seguidores apoyaban una «doctrina nueva» que era «perniciosa» y «supersticiosa».

En ese sentido parece que los autores clásicos citados sí diferencian entre cristianismo y judaísmo, pese a que algunos autores -tal vez impulsados por el ansia de encontrar más referencias externas al propio cristianismo de las existentes- insisten en identificar ciertas menciones a los judíos (como la de Suetonio en la Vida de Claudio XXV, 4) o teñidas de ambigüedad (como la de Dion Casio) como referencias a Jesús y el cristianismo. En puridad tales identificaciones caben ponerse ampliamente en cuestión.

Falta de identidad propia

El problema fundamental del cristianismo es la ausencia de una identidad propia. El cristianismo no se basa en el mensaje de Jesús -cierto o supuesto. ahora no entro en eso- sino en su muerte y resurrección y, resulta, que para redondear la cosa, precisan, vincular a Jesús al D_os de Yisrael porque si no establecen tal vinculación carecen de sentido, de ahí la necesidad -del cristinianismo- de relacionar la crucifixión con el Génesis, lo que es altamente complicado.

Porque de partida no entienden el significado de lo que ellos llaman Génesis y se llama Bereshit, no lo entienden en absoluto, y menos en la actualidad -quienes escribieron los evangelios aún entendían algo del judaísmo, por eso hay más de una señal en ellos que pone en boca de Jesús su proclamación divina, señales que pasan del todo inadvertidas para la mayoría de los cristianos actuales ¿Cuantos relacionan el «Yo Soy» con el nombre de D_os? Poquísimos-.

La creación del Antiguo Testamento -que no es el Tanaj, sino un libro cristiano- implicó la manipulación puntual pero significativa de los textos tanajicos -un ejemplo clarísimo de eso es el Libro de Isaías, pero hay más, en los Salmos, en Daniel…- ¿Por qué toda esa molestia? Pues porqué o vinculaban al llamado Jesús de Nazaret o Cristo a Hashem o… desaparecía su conexión con la divinidad, porqué ésta no se basa en el mensaje de Jesús sino en su muerte y resurrección: y para ello necesitaban que fuese el mismo D_os que el de Yisrael. Jesús no precisa ser divino pero el cristianismo sí precisa que lo sea, ya lo dice Pablo en 1 Corintios 15:14: «Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe». Es decir, el cristianismo necesita que Jesús muera y resucite, el cristianismo necesita vincular a Jesús con En Sof y lo necesita imperiosamente, pero esa necesidad, o, mejor dicho, la búsqueda de un pecado original en el que basar esa necesidad es…i nsostenible, atenta no ya a la razón sino al menor razonamiento teológico serio. De ahí que el protestantismo se abandone tanto en la «fe pura», porque esa conexión… solo es aceptable por una fe que no atienda a otra razon que la de su propio sentimiento.

Fuente Q y formación de los evangelios

La Fuente “Q” no entra dentro de la categoría de los mundos posibles sino de los necesarios, es condición “sine qua non” para la existencia de los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, también llamados sinópticos por provenir de un mismo referente, este referente es “Q”.

Referente perdido y, supuestamente, contemporáneo o casi a lo que se dice relatado en esos evangelios, Dicha fuente pudo ser oral, escrita, o un conjunto de ambas opciones, y atendería más a un formato de dichos sapienciales que a uno narrativo como es el de los evangelios.

Fuera de “Q” -y muy cerca del gnosticismo- queda el evangelio de Juan, cuya estructura y contenido es bastante diferente a la de sus otros colegas canónicos, tanto es así que en su “Adversus haereses” Ireneo de Lyon tuvo que emplearse a fondo para reivindicar la “cristiandad” de dicho evangelio, utilizado ampliamente -con exégesis incluida- por grupos “gnósticos” cristianizantes como los valentinianos.

La Formación de los evangelios

Esta cuestión ha sido ampliamente tratada por investigadores y teólogos alemanes bajo el nombre de “formgeschichte”. Al parecer la primera manera de difundir el mensaje evangélico es oral, luego, nos hallamos ante una inicial tradición oral -aunque sea de breve duración comparada con otras-. Su transformación en elemento literario se debe, sobre todo, al deseo de dotarles de una carácter más didáctico para su audiencia y de unificar criterios de exposición, que ayudasen y corroborasen la exposición oral.

Ya los relatos utilizados por los primeros predicadores cristianos presentan una estructura común o, cuando menos, identificable a partir de bloques temáticos, así nos encontramos:

a) los dichos de Jesús, que pueden aparecer como exposiciones sapienciales, o bien revestidos de controversias, milagros o episodios que enriquezca su atractivo, pero el centro de atención es la sentencia,
b) milagros, aquí es el fenómeno extraordinario en sí lo que se desea destacar, cualquier elemento narrativo estará al servicio de lo fenomenológico,
c) contenidos biográficos o datos personales, la finalidad en esta ocasión es presentar las “cartas credenciales” del personaje de Jesús de Nazaret
d) sumarios y transiciones, son fases en los que el relato hace un compendio o un resumen de lo anterior o de parte de lo anterior: episodios ejemplares, milagros, dichos sapienciales, sucesos personales de Jesús, etc.

De la oralidad a lo escrito

Todo esto, en principio, como se ha dicho, se transmitía oralmente a modo de mensaje, este tipo de transmisión se llama “kerigma”.

La palabra «kerigma» es griega y significa realizar labores de emisario, digamos que comunicar un mensaje

Normalmente con este término se define a la primeras predicación cristiana que se iniciaría poco después de la supuesta muerte de Jesús de Nazaret. En ese sentido, por ejemplo, «Q» o sería un «kerigma» o estaría formado por ellas.

En la búsqueda del Jesús histórico primero se desechó todo material que se consideraba propio de tal género -por una sencilla razón: era material “post morten”-. Una vez visto que, a partir de aquí no se obtenía absolutamente nada -por otra sencilla razón: todo material acerca del personaje de Jesús de Nazaret es “post morten” a su teórica crucifixión-, se hizo lo contrario: acudir a lo más primitivo, luego, a todo el material que se podía entender como «kerigma»

En su paso al escrito se tuvo que adaptar el credo expuesto a las circunstancias de los destinatarios u oyentes, influyendo desde las necesidades propias de la predicación hasta la apologética, la formulación doctrinal y, también la litúrgica -por ejemplo, el episodio de la Última Cena.-.

Esta elaboración irá dando paso a colecciones extensas de textos que serán la base sobre la que se levantarán los evangelios. De una de estás colecciones, más su complemento oral correspondiente, es de donde se supone que surge “Q”, o, mejor dicho, que es “Q”.

La Fuente “Q”

Las relaciones y coincidencias entre los textos de Mateo, Marcos y Lucas, llevaron a la cuestión de los sinópticos. Esto es, que esos textos pueden disponerse de manera que puedan ser vistos juntos, en nuestro caso debido a las múltiples coincidencias entre los mismos, al tiempo que se observan, también las discordancias.

No obstante las coincidencias, su número y su categoría indicaban que esos textos tenían una relación común, bien ¿qué relación había pues entre ellos? La hipótesis mayoritaria es la de las dos fuentes, que, en definitiva se resume en una, puesto que todos ellos procedían de un mismo texto anterior -repetimos que de este asunto se excluye el texto de Juan-.

Biblistas e investigadores, principalmente anglosajones y alemanes, apoyaron la tesis que el texto de Marcos debía aproximarse más a ese original y que Mateo y Lucas se apoyaban en Marcos -teoría de las dos fuentes-.

Digamos que, según esto, Marcos no sería “Q” sino “Q1”o “sub-Q”, siendo Mateo y Lucas adaptaciones de Marcos, pero de ninguna manera Marcos sería, tampoco “Q”, En cualquier caso, ese fondo común sería “Q” (del alemán “quelle” o “fuente”), al que podría añadirse, para el particular evangelio de Lucas, otras fuentes aún más desconocidas -es decir más intuidas, porque “Q” se intuye pero no se conoce- que la propia fuente “Q”.

“Q” y otros textos”

En general para referirse a este origen primigenio y común pasó a usarse el nombre de «Quelle» (fuente en alemán) o, abreviando, el nombre de «Q», que se generaliza a partir de su uso J. Weiss en 1890 y, denominación, por la cual se le conoce actualmente.

La opinión mayoritaria es que «Q» es un texto que se escribió originariamente en griego. Idioma, por lo demás, en el que, curiosamente, se confeccionó la totalidad del Nuevo Testamento.

Para añadir mayor variedad -y tal vez confusionismo- al tema, en 1897 se publican unos fragmentos griegos, los papiros de Oxirrinco (Egipto), de una colección de dichos atribuidos a Jesús. Y, también en Egipto, posteriormente aparece en 1945 la llamada “Biblioteca de Nag-Hammadi”, que es un códice en copto con numerosos textos completos en el que aparece, también el apócrifo de Tomás, pero que… son textos gnósticos, es decir, no cristianos aunque usen la figura de Jesús y aseguren que dijo o hizo tal o cual cosa.

Sea como sea, la aparición de estos textos, cuyo género literario es básicamente -aunque no únicamente- el de una recopilación de textos sapienciales, parece indicar -aunque ya lo indicaba Juan- que la fuente «Q» no es la única y primigenia en sentido estricto, sino que puede ser una obra más entre otras de un género literario, común en la primitiva literatura cristiana. Lo que sí debiera ser “Q” es la obra primigenia sobre la cual se levantan los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas.

Los problemas de «Q» y las aventuras deconstructivas y reconstructivas

El mayor problema de «Q» yel mayor argumento contra la misma es su carácter hipotético y reconstructivo. Ya mencionábamos al principio que «Q» no era un «mundo posible» sino un mundo o condición necesaria para explicar los sinópticos, pero su problema es que es una condición, no un documento material, en ese sentido no pasa de ser hipótesis aunque parezca ineludible, pero no debemos perder de vista dicho carácter hipotético y caer en la tentación de convertirlo en axioma.

Así, los investigadores católicos normalmente intentan explicar el problema sinóptico por contactos literarios mutuos entre los textos existentes, antes que recurrir a un documento hipotético, su problema es que no han logrado explicarlo o, al menos, no de manera satisfactoria, por lo cual el documento hipotético sigue siendo condición necesaria.

Lo más metodológicamente estricto hubiera sido quedarse ahí, es decir, señalar el problema sinóptico y la hipótesis «Q». Ahora bien, resulta que ha habido aventuras deconstructivas de los sinópticos y después reconstructivas -desde dicha deconstrucción- de “Q”, quienes las han hecho se han quedado además muy ufanos, afirmando que habían reconstruido “el documento Q” -cosa harto difícil teniendo en cuenta que si damos por válida o imprescindible su existencia, hemos de dar por valida, también, su desaparición-.

El método es relativamente sencillo -lo que no significa que no sea laborioso-, explicado a grandes rasgos, se procede a una “dissémination” de los textos de Mateo, Marcos y Lucas y, a partir, de la resultante, se desechan los materiales no estructurales de los mismos y… se dice que eso es “Q”.

Obviamente la “hipoteticidad” y “acientifidad” de tales métodos resultan visibles a simple vista, seguro que también se puede hacer eso entre “Los tres mosqueteros” y “El conde de Montecristo” de Alejandro Dumas, no por ello tendríamos “la novela original”, tan sólo tendríamos una amalgama de fragmentos aparentemente coincidentes o encajables,

Dicho de otra manera: la “deconstrucción/reconstrucción” de los sinópticos no nos da “Q”, nos da un ejercicio deconstructivo -además, un magnífico ejemplo de lo que dice Derrida respecto a la no originalidad de sentidos- y, en cuanto a “Quelle” nos da… el monstruo de Frankenstein.

Las reconstrucciones de «Q»

Pero no pensemos que tal aventura no se ha realizado, por el contrario, se ha hecho y alegremente, cabe citar entre otros autores -que, además, dan por buena y segura su reconstrucción, vaya, que hasta parecen prescindir de la esencia hipotética de “Q”- a A. von Harnack, J.Smichd. T. W. Manson, A. Polag y, en castellano, a César Vidal Manzanares, quién, pese a reconocer en su texto la imposibilidad de una reconstrucción sobre algo hipotético, da por buena “mayoritariamente” su aportación y la de sus predecesores:

“Aunque ninguna reconstrucción -incluyendo lo propia- coincide en un ciento por ciento, sí existe un amplio consenso en la inmensa mayoría de los aspectos. Igual puede decirse de la presente” (César Vidal Manzanares, “El Documento Q”, pág. 14, Editorial Planeta, Barcelona, 2005)

El pequeño problema de estas actuaciones metodológicas -o, más bien, antimetodológicas- es que no proceden a reconstruir nada, lo que hacen es construir algo a partir de una hipótesis que es condición necesaria para explicar los sinópticos pero… no tenemos material de esa hipótesis sobre el que reconstruir nada, sólo tenemos la necesidad de la misma.

Ergo, todo lo que puede hacerse es construirse sobre el vacío y eso es lo que hacen todos los “reconstructores” de “Q”, construir sobre el vacío que crean en los sinópticos al deconstruirlos y sobre el vacío de una hipótesis necesaria pero… ausente de material.

El «documento Q» y algún intento de aproximación al Jesús histórico

Respecto al “Jesús histórico” y el listado de puntos que César Vidal incluye en lo que el denomina partir “de un criterio meramente histórico” en su obra “El documento Q”, el mismo autor señala que dará las “fuentes históricas” en las que apoya cada uno de sus puntos, y, ciertamente, da ciertas fuentes, que iremos revisando.

Estas fuentes se han incluido en lo que creemos debe ser -y pensamos que esa era la intención de don César Vidal- poco más que un listado sintético con las cuestiones puntuales que se deseaban resaltar, por eso, también, hemos acortado el contenido de algún fragmento reproducido donde el autor se explayaba en comentarios o exposiciones casi doctrinales y que, en nuestra opinión no había lugar -fuera de la libertad creativa, por supuesto- en un listado que pretendía ser “resumen histórico”.

Revisión de puntos, argumentos y fuentes

Bien, lo primero que diremos al respecto es que, efectivamente, en “El documento Q”, se nos presenta un listado sintético, pero, lo es de aquello que en nuestra infancia se llamaba “Historia Sagrada”, en absoluto lo es de la disciplina académica y científica llamada Historia.

Por ello, a continuación, revisaremos las argumentaciones de don César Vidal y las supuestas fuentes históricas -una por una- que, según don César, apoyan sus afirmaciones -en nuestra mucho más humilde opinión especulaciones dictadas por la fe, nada que objetar, excepto que… eso no es Historia-.

Veamos lo que entiende don César Vidal Manzanares como datos pura y meramente históricos, a partir de lo que él mismo menciona junto al listado de puntos “incontrovertibles” que aparecen entre las páginas 232-235, muy cerca de la parte final de su obra “El Documento Q”.

Antes que nada indicar que no se ha añadido nada a las citas de don César Vidal, pero, como se ha dicho, sí se han acortado extensos párrafos que, a nuestro entender, no añadían información alguna sobre hechos y bastante sobre doctrina, dogma y catequesis –o escuela dominical-.

Ámbitos muy respetables pero que ninguno de los cuales puede calificarse de “histórico” o que incumba a la disciplina académica y científica llamada Historia.

Dicho lo cual, daremos la cita bibliográfica exacta por si algún amable lector desea comprobar, por sí mismo, los argumentos -del todo respetables y honorables- que expone don César Vidal Manzanares, esta cita es la que sigue:

César Vidal Manzanares, “El documento Q”, páginas 232 a 235, Editorial, Planeta, Barcelona 2005.

Los puntos incontrovertibles e históricos sobre Jesús de Nazaret según César Vidal

Pasemos ahora a repasar los argumentos “mínimos” de historicidad indiscutible según el criterio del autor mencionado, seguiremos la numeración de puntos de su listado, así como las fuentes que cita en la medida que lo hace.

1. “Jesús pertenecía a la estirpe davídica”. Esta es la afirmación de don César, las fuentes para basar la misma son: Mateo, Lucas y Eusebio de Cesarea. Es decir, ni una sola fuente contemporánea, todas parciales, dos de ellas apologéticas cristianas (Mateo y Lucas), y sobre la tercera, además de ser igualmente cristiana y apologética (luego, parcial) resulta irrisorio dar crédito a Eusebio de Cesarea, quién vivió cuatro siglos después de los supuestos acontecidos y, además, era autor dado a interpolar cosas de propia mano en escritos ajenos –por ejemplo, en “Las Antigüedades de los judíos” de Flavio Josefo- y a manipularlos.

Ni una sola de esas fuentes es:

a) histórica,
b) contemporánea,
c) imparcial,

Todas ellas son, como se ha dicho, apologéticas, y una de ellas, además, responde al credo sincrético formulado bajo el reinado de Su Sagrada Majestad Constantino I e instaurado en los concilios de Nicea y Constantinopla.

¿Son documentos históricos? En sí mismos sí, lo son, pero su contenido carece de verosimilitud que la Historia pueda contemplar como determinante, más allá de lo que el propio texto explica –de la misma manera que ocurre con “La Ilíada de Homero”, o la sumeria “Epopeya de Gilgamesh”-.

Por todo lo cual debemos descartar la totalidad de esas fuentes en tanto en cuanto documentos que demuestren, no ya el linaje de Jesús de Nazaret, sino, siquiera, la existencia de la persona –al margen del personaje-.

2. “Su nacimiento no fue normal”. El autor nos cita aquí a Mateo, Lucas, Juan y el Talmud.

Tal vez sea oportuno recordar que los evangelios de Mateo, Lucas y Marcos muestran dudas sobre la filiación, y que el Talmud, al igual que Celso, no muestra ni una duda: señala a un soldado romano llamado Pantera o Panthera –Jesús sería, entonces, Iesu ben Panthera-.

Ni unos ni otros textos son en absoluto imparciales, y resulta por completo imposible verificar su verosimilitud, más allá…de la existencia real del nombre “Pantera” o “Panthera” como nombre romano y de soldado romano, uno de los muchos ejemplos que pueden encontrarse en el CIL (Corpus Inscriptionum Latinarum):

“Aquí yace Tiberio Julio Abdes Pantera, de Sidón, vivió 62 años, y durante cuarenta sirvió como soldado de la cohorte de los arqueros”

(Lapida en Bingeium, Germania, Dessau. Inscriptiones Latinae Selectae, 2571)

En consecuencia deben descartarse tanto las fuentes dadas como el argumento que supuestamente demuestran.

La controversia sobre los dos primeros puntos

Resulta cuando menos curioso dar por académicamente verosímiles un par de afirmaciones basadas exclusivamente o en la apologética favorable o, por el contrario, en su refutación.

Porque la filiación davídica fuera de la fe personal que el autor de la obra deposite en fuentes religiosas, de parte y en absoluto comprobables o verificables por otras vías, es, cuando menos, incomprensible.

Ahora bien, dónde ya se riza el rizo es en el punto sobre la “anormalidad” del nacimiento, porque la misma se basa en las propias dudas que mencionan los textos evangélicos acerca de la filiación –si bien, para, finalmente refutarlas-, y en las nulas dudas sino directa imputación de adulterio por parte de las fuentes talmúdicas y, también, de Celso.

Como vemos, apenas empezados los puntos “históricamente incontrovertibles” que nos presenta don César Vidal Manzanares ya debemos descartar, desde la metodología de la Historia, los dos primeros presentados. Será necesario ver que sucede con el resto.

La fuente «Q»: Construcciones a partir de una hipótesis

El principal problema de la fuente “Q” es el de su inexistencia, inexistencia física dado que su único nivel de realidad es el que la creó: la condición necesaria. Lo que nos lleva directamente a lo hipotético, la hipótesis es aceptada en cuanto es imposible no hacerlo, dado que mi un sólo evangelio es texto original.

Con independencia de que las copias que poseemos sean más cercanas o lejanas en el tiempo de los supuestos contemplados, pondremos un ejemplo de lo que esto significa, la copia más cercana a la época de Julio César de “La Guerra de las Galias” puede estar muy alejada del tiempo de César, pero, al margen de eso, sabemos que reproduce lo que escribió e hizo César. Cosa que no sucede con ninguna fuente evangélica: no sabemos -porque no son copias del original- si lo que dicen que hizo o dijo Jesús lo hizo o lo dijo, es más, ni siquiera tenemos la seguridad de que no se mezclen diversas personas para generar un personaje.

Las construcciones de “Q”

Los intentos de reconstrucción de “Q” no tienen excesivo sentido porque caen por su base: carecemos del documento “Q”, lo único que tenemos es una hipótesis necesaria, actualmente formulada como de doble origen, por un lado estaría el evangelio de Marcos como “sub-Q” enraizado directamente en “Q” y, por otro- los de Mateo y Lucas, dependientes de “sub-Q” -es decir, de Marcos- y puede que también de la propia “Q”.

Por bien intencionados que sean los esfuerzos de diferentes autores, como Harnack, Polag o G.R. Habermas, empeñados tanto en “construir” la fuente “Q” -que no “reconstruir”- como dar listados de “patente de historicidad” de ciertos pasajes o postulados evangélicos al a búsqueda obsesiva del “Jesús histórico”, todo eso no lleva a ninguna parte, en cualquier caso no lleva al Jesús histórico, tan sólo hay que observar las fuentes citadas y contrastarlas con sus afirmaciones para ver como éstas se derrumban como castillo de naipes.

En ese sentido, resulta que la “historicidad” pretendida al linaje davídico de Jesús o a circunstancias extraordinarias en su nacimiento, esgrimidas por César Vidal en su obra “El Documento Q”, no tienen la menor consistencia dado que se basan en la escasamente histórica razón de “que la Biblia y la patrística lo dicen” o bien.. .en que sus adversarios señalan… situaciones denigrantes hacia el personaje y su entorno -señales que, sin poder afirmar que sean verídicas, sí puede afirmarse por la evidencia epigráfica que se molestaron en buscar datos plausibles-.

Algunos puntos derivados de la construcción de «Q» de César Vidal

Del considerable listado que da César Vidal en los capítulos finales de su libro “El Documento Q”, acabamos de citar el porqué cabe descartar como “hechos demostrados” la filiación davídica y algo extraordinario en su “nacimiento físico” (no podemos considerar “extraordinario” la filiación de padre distinto al putativo, aún menos su el padre biológico resulta ser un soldado).

Pero podemos seguir con el análisis de alguno de esos puntos que César Vidal da por “hechos históricos”.

Así dice en su punto tres “Estuvo en Egipto”, como fuente se cita a Mateo y al Talmud, pero… sucede que no se cita en que sentido lo citan. Así en Mateo ese dato no es sino una de esas historias o mitos arquetípicos aplicables a numerosas deidades, así “la huida” se presenta en numerosas ocasiones y culturas, como mostró Joseph Campbell en “El Héroe de las misl caras”, donde aplica en la práctica la teoría expuesta por Carl Gustav Jung sobre los arquetipos y el inconsciente colectivo Por lo cual eso cabe considerarse una leyenda, no una fuente verificable.

Jesús el egipcio (Iesu bar Soteda) en el Talmud

En cuanto al Talmud, es cierto, habla de un Jesús que subió de Egipto, e incluso en los “Hechos de los apóstoles” hay referencia a él, veámoslas:

Según el Talmud Iesu bar Soteda fue, muy posiblemente, otro Jesús que no el supuesto nazareno. Como tantos profetas de la época vaticinó la caída de los muros de Jerusalén -el vaticinio tampoco era especialmente difícil, dado el permanente ambiente de hostilidad entre judíos entre sí y judíos y romanos-.

Al parecer había subido de Egipto acompañado de una tropa de de cuatro seguidores. Ni tan sólo hizo falta la intervención de Roma Herodes Filipo, Tetrarca de Batanea, Gaulanitis, Trachonitis y Auranitis , acabó con esa tropa. Cabe la posibilidad que ese Iesu bar Sotedaä fuése arrestado y apedreado en Lud, tal y como lo cuenta el Talmud, en Sanedrín: 67.

Igualmente en los “Hechos de los apóstoles” -curiosamente olvidados en este punto por don César Vidal- se menciona a este profeta de Egipto. Aquí aparece como Teudas (Hech 5, 36), y en otro versículo (Hech 21, 38) se dice a Pablo por un tribuno: “¿No eres tú entonces el egipcio que estos últimos días ha amotinado y llevado al desierto a los 4.000 sicarios?”

Referencias que no coinciden demasiado con la imagen de la Sagrada Familia refugiada en la tierra del Nilo huyendo de Herodes el Grande, beatífica imagen que no tiene el menor apoyo histórico, desde luego no en las fuentes citadas por César Vidal para dar por válido y verificado tal suceso.

Dada la ausencia de fuentes fiables que verifiquen tal dato -o son apologéticas o se refieren a otro asunto, tanto las cristianas como las de parte contraria- no queda más remedio que descartar ese punto tres de los “hechos históricos” desde la Historia, ahora, otra cosa es la “Historia Sagrada”, pero eso es religión no una ciencia social.

Los problemas de la Fuente «Q» ante la aplicación del método histórico

En primer lugar tal vez sea conveniente dejar claro cual es la base del método histórico, es decir, de aquello que convierte a la Historia en una disciplina académica y científica, dentro del campo de las Ciencias Sociales.

Cualquier fuente documental es un dato en sí mismo, en ese sentido la totalidad de las fuentes cristianas son datos y documentos, como lo es la historiografía senatorial romana, la epopeya de Gilgamesh, o «la Iliada» o «la Odisea» de Homero.

El documento histórico y la fiabilidad de lo que dice

¿Se puede extraer información de esas fuentes? Sí ¿podemos creer literalmente todo aquello que dicen? No, desde la Historia académica, no.

Pondremos un ejemplo, la historiografía senatorial romana es parcial siempre, habla bien de los emperadores que favorecieron o actuaron acorde lo que deseaba el Senado y mal o muy mal de aquellos otros que no le favorecieron, o bien porque se apoyaron en el “populus” –como Nerón- o en el ejército –como Septimio Severo-.

Por eso se debe insistir en que no puede tomarse de ninguna manera como fuente imparcial, fidedigna y verosímil las fuentes cristianas, por el sencillo motivo de que son parciales y su objetivo es apologético, y si se ha de sacrificar la verdad en aras de la apología pues…se sacrifica –véase a Eusebio de Cesarea y sus “arreglos”, o cosas más delirantes como la «Carta de Léntulo» o el «Ciclo de Pilatos»-.

La fiabilidad histórica de las fuentes documentales

Al abordar una serie de documentos o fuentes históricas, en relación a un supuesto concreto, existen unos pasos fundamentales que se han de observar, caso contrario el análisis crítico resulta imposible, podemos resumirlos en seis puntos, puntos que reflejan una situación ideal:

  1. Hay muchas, cuantas más haya mejor, de manera que se pueden comparar entre sí y cotejar los resultados
  2. Unas y otras son contemporáneas o muy cercanas al supuesto estudiado, eso hace menos probable que estén contaminadas por leyendas, rumores, mitificaciones, exageraciones y, en definitiva, todo aquello que se la va añadiendo a algo cuando de por medio pasa tiempo, no digamos ya si interviene la tradición oral
  3. Su composición es diferente e independiente entre sí, digamos que los autores de los diferentes documentos no hayan tenido la posibilidad de ponerse de acuerdo para confeccionarlos..
  4. Que sus contenidos no se contradigan en todo o en parte, eso sería un indicador de que una o todas ellas no son errónea, digamos que es un indicador de verosimilitud. Indicador que adquiere mayor credibilidad cuanto más independientes –y, por tanto, menos contaminadas- sean las fuentes entre sí.
  5. Coherencia interna en el documento o documentos, Eso es otro indicador de la preocupación del autor por la fiabilidad del contenido, de lo relatado.
  6. Que no sean tendenciosas o parciales respecto al asunto contemplado –aquello que deseamos analizar-. Que tengan una imparcialidad mínima y una tendencia a la objetividad que asegure o que haga más creíble que no se han manipulado datos o se han interpolado versiones falsas de manera que el relato no es objetivo sino que se ha puesto al servicio de un objetivo, Igualmente se precisaría que no suprimiesen datos significativos.

Ese es el escenario ideal ante un documento histórico y ese es…el escenario que nunca se da, no al menso al cien por cien, pero hay grados y grados, veamos ahora cual es el grado de fiabilidad de las fuentes históricas sobre Jesús de Nazaret.

La fiabilidad histórica de las fuentes documentales sobre Jesús de Nazaret

En el caso que nos ocupa y respecto al punto «uno», las fuentes no son numerosas… fuera de las propias apologéticas cristianas. Aunque puede compararse las que hay entre sí.  Sucede que el cristianismo, consciente de lo escaso de las «fuentes externas» respecto a ese tema, intenta y ha intentado hacer creer que hay mayor evidencia externa que la realmente existente.

El punto «dos», en el mejor de los casos muy relativa esa cercanía. Por no haber cercanía no la hay ni en lo temporal, ni en lo territorial ni…en el asunto específico -demasiado insignificante en el momento en el que sucedieron los supuesto acontecimientos para que nadie se tomase la molestia de anotarlos-.

El punto «tres», muy independientes no son los textos apologéticos entre sí, al menos en cuanto a su finalidad, si se da por buena la «fuente Q» aún lo serían menos entre sí los sinópticos, puesto que procederían de una misma fuente o compilación de datos no de fuentes diversas coincidentes, es más, es a partir del «documento Q» que se pretende explicar las diferencias o disimilitudes entre los textos sinópticos. Dicho de otra manera: esos textos no sólo no serían independientes sino que no podrían confirmar nada entre sí, por el contrario sus diferencias vendrían dadas a partir de distintas «interpretatio» de «Q». Respecto a las fuentes externas y no apologéticas del cristianismo –como las romanas-, resulta que… no confirman nada -más allá de la existencia del cristianismo y de una más que borrosa figura a partir de la cual se generó-. Eso por una parte, por otra resulta que en ocasiones esas fuentes externas son tan poco neutrales como las apologéticas, son otra cosa: polémicas -Celso mismo lo es, las referencias del Talmud, escasísimas y oscuras, también lo son-.

El punto “cuatro”, se contradicen muchísimo entre sí, tanto los textos cristianos como los externos -de hecho, el Talmud, por ejemplo, parece referirse a «varios» «Jesuses», ibidem por lo que hace a Josefo, en cuyos textos aparecen al menos dos personajes que comparten ciertas características de la figura del cristianismo-.

El punto “cinco”, respecto a la preocupación por la «fiabilidad» hay que relativizarla en cualquier texto antiguo, no existe pretensión de «objetividad» en esos autores, ni tan siquiera «tendencial», existe siempre pretensión de defender o mostrar una u otra «subjetividad». «Coherencia interna» si nos ceñimos a los evangelios…depende, depende de dónde la busquemos y a que nos refiramos con ello, doctrinalmente, aún así mucho depende de la «interpretatio»…de la doctrina, a las diferentes ramas del cristianismo me remito.

El punto “seis”, la tendenciosidad en este tema es global y absoluta por todos lados y en todas las fuentes. Tal vez las menos sean las escasas referencias romanas de los siglos I y II de la era común, aunque siempre son frías y despreciativas respecto al cristianismo.

Ese es el panorama ante el que nos enfrentamos en la totalidad de la documentación histórica, no ya sobre Jesús de Nazaret sino sobre el cristianismo primitivo.

(continua)