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Apócrifos y canon del Tanaj

El canon de libros que componen el Tanaj, también denominados deuterocanónicos –que significa “segundo canon»- , se estableció, en su forma actual, por el judaísmo rabínico en el siglo II de la era común, por el concilio de rabinos que, tras el fin del Segundo Templo, se reunió en Jamnia bajo la dirección de la figura casi legendaria del rabbi Yochanan ben Zakai.

El canon del Tanaj y Jamnia

Quede claro que esta comunidad se organizó con el permiso de Vespasiano.

De hecho hay un episodio, con toda probabilidad mítico, de cómo Yochanan ben Zakai se presenta ante Vespasiano mediante un ardid -ni más ni menos que su propio entierro- para solicitarle el organizar la comunidad de Jamnia, donde se celebraría dicho concilio y donde se generaría una escuela rabínica que enlazará con los masoretas.

Así, de este concilio surgirá el Canon Palestinense o Tanaj, también conocido a veces como Micra, su parte fundamental es la Torá. No obstante aún se discutirá durante algún tiempo la pertinencia o no de la inclusión canónica de ciertos libros como, por ejemplo, el de Daniel.

Las pautas usadas para la elaboración de ese canon fueron, a grandes rasgos, las siguientes:

– Que hubiese sido escrito en la época en que se consideraba que aún había profecía en Israel, lo que, aproximadamente, lo situaría como escrito anterior al año 450 a.e.c. (antes de la era común).

– Que fuese obra de profeta o profetas, o bien de personas que el concilio entiende inspiradas por Dios (según fuese el nivel profético de la obra, se ponía ese texto en la sección de «Profetas», o en la de «Escritos consagrados»).

– El texto debía estar escrito en hebreo, aunque en algunas ocasiones se aceptó en arameo.

– El contenido debía ser coherente con el conjunto del cuerpo ideológico o pensamiento judío (eso está en correlación con la necesidad que el texto este inspirado divinamente).

Los apócrifos del canon

El “Libro de Enoc” y otros libros –“Macabeos” o el “Eclesiástico”, entre otros-, quedaron fuera por considerarse que no cumplían ese conjunto de condiciones.

Claramente “Macabeos” y “Eclesiástico” no cumplían la condición cronológica –en puridad la investigación moderna nos indica que otros tampoco atienden a la cronología tradicional, por ejemplo, el “Libro de Daniel”, escrito en varias etapas, esencialmente durante el período macabeo-.

Tanto “Macabeos I” como “Macabeos II” relatan las luchas civiles entre judíos tradicionalistas y judíos helenizados, estos últimos apoyados por los monarcas seleucidas. De esta época surgirán ciertos rasgos del judaísmo actual, una de sus celebraciones más notables, la Hanuká o Fiesta de las luces, se celebra el 25 de Kislev, lo cual resulta variable en el calendario común, según esa variabilidad se celebra entre finales de noviembre y diciembre. Se relaciona con la consagración del Templo por Judas Macabeo, aunque eso da forma a la actual celebración es muy posible que ésta, bajo otras motivaciones, se realizase ya anteriormente.

El “Eclesiástico” o “Libro de la Sabiduría” se descartó también por motivos cronológicos análogos al caso de los “Macabeos”. Se trata de un conjunto de escritos sapienciales del que, curiosamente, sabemos la autoría –porque se conoce su biografía e incluso el autor aparece indicado en el propio texto, así como hay también valiosas indicaciones de los textos que se manejaban por el judaísmo poco antes de las guerras macabeas-, su autor es Jesús ben Sirá.

El “Libro de Enoc”

El “Libro de Enoc”, por lo que parece y se deduce de su contenido, se trata de una obra con una propuesta visionaria -las obras visionarias son aquellas en las que se describe como D_os entra en contacto con una persona a través de una visión, ya sea en sueños o en trance, se supone que el alma de esa persona asciende de alguna manera a otro plano y contacta con D_os-.

La crítica coincide en que se trata de una obra recopilada por diversos grupos y autores cuya datación se situaría cercana al siglo III aEC, en sus partes más antiguas, y al I EC en su contenido más moderno. Tiene una parte casi cosmogónica –relación con el Bereshit/Génesis- y otra apocalíptica –en la que describe el fin de la Tierra-. Abunda en él el lenguaje simbólico e incluso de referentes oníricos.

Posiblemente el “quid” de la cuestión, para excluirlo del canon, está en la datación y en considerar o no lo que allí se describe como un «éxtasis real» –como referido a un trance “extático” de contacto con lo divino- o bien algo que podría considerarse, en términos modernos, una patología alucinatoria -obviamente, tal consideración es una analogía anacrónica-

Ambas cosas pueden ser formalmente una propuesta visionaria pero, como es evidente, el origen de la visión sería completamente distinto. Es igualmente claro que el límite de su datación y la sospecha de que no se tratase de una propuesta visionaria real -con independencia que su origen fuese alucinatorio o que, simplemente, fuese una recopilación más o menos mítica realizada por los grupos de autores mencionados- se impusieron sobre la opción canónica, por ello el libro no es canónico.

En ese sentido, hay que repetir que estos escritos no son canónicos, pueden ser más o menos interesantes -y a nivel de análisis o investigación pueden serlo mucho-, pero no forman parte del Tanaj.

Apéndice sobre la posible cronología del Libro de Daniyyel/Daniel

Ya se ha indicado la hipótesis acerca de la compilación mayoritaria del Libro de Daniyyel/Daniel a partir de mediados del siglo II a EC y que habría seguido completándose durante los años siguientes.

Quede claro que la hipótesis cronológica sólo significa que la autoría del Libro de Daniyyel/Daniel no se debería a Danniyel/Daniel, sino que se ejecutaría a partir de otros materiales -especialmente en relación a la primera parte del Libro, la que trata el tema de Daniyyel/Daniel, sus compañeros y el exilio- a los que se añadiría -especialmente para la segunda parte- los elementos propios del panorama político de la época Macabea en aquellas regiones y sus antecedentes -los medos, los persas aquemenidas, la expedición de Alejandro, la creación de su Imperio, la fragmentación del mismo tras su muerte prematura y el reparto de su reino entre sus generales-.

Eso no excluye que no existiese la figura de Daniyyel/Daniel y que éste, en efecto, hubiese partido con otros nobles para el exilio babilónico y allí hubiese protagonizado diversas peripecias, precisamente alrededor de esa figura se encontrarían los materiales y fuentes que permiten elaborar la parte “personal” de la historia de Daniyyel/Daniel en Babilonia. Y esa figura es la que facilita a los autores del “Libro de Danniyel/Daniel” orquestar alrededor de la misma la segunda parte de la obra, y su contenido “profético” de gran y específico calado político -el que ya se ha explicado-.

Vamos a resaltar alguno de los apoyos de la cronología que data para época macabea la autoría fundamental del “Libro de Danniyel/Daniel”.

El canon del Tanaj

Resulta significativo que en el canon hebreo del Tanaj el Libro de Danniyel/Daniel no está incluido entre los libros proféticos sino entre los libros literarios sapienciales o hagiógrafos. Es decir, un texto atribuido “teóricamente” a uno de los que debían ser “profetas mayores” se coloca fuera…de los escritos de los profetas ¿por la propia figura de Daniyyel/Daniel? No, por las dudas -o certezas- acerca de la autoría real del libro que lleva su nombre.

Tanto es así que a la hora de elaborar el canon hebreo el Libro de Daniyyel/Daniel estuvo a punto de sufrir la suerte de los libros de los Macabeos, es decir: no ser incluido en el canon debido a la incerteza de su autoría y -a partir de ahí- sobre la “incerteza” de su “inspiración divina”, eso ya para los mismos religiosos hebreos que elaboraron el canon -y que continuaron discutiendo sobre la inclusión o exclusión de ciertos libros en el mismo hasta el siglo II EC, pese a que el canon hebreo se fijó en Yavne hacia 90 EC-. Fue la popularidad del Libro de Daniyyel/Daniel entre los ambientes nacionalistas judíos (ya desde las primeras versiones de su aparición, véase1 Mac. 2:59 y siguientes) lo que inclinó la balanza.

Además, y en cuanto al contenido formal del libro, la compilación compleja y diversa del texto se observa no sólo en la disparidad de su estructura argumental -una primera parte dónde se explica la historia de Daniyyel/Daniel en Babilonia, y una segunda parte con constantes referencias al oriente helenístico- sino en que el texto incluye modismos y giros griegos y persas, lo cual vuelve a confirmar una redacción del texto en la época en la que éstos eran protagonistas de la política en el Fértil Creciente y la meseta irania.

Flavio Josefo

Una fuente externa invocada por los autores partidarios de una autoría del propio Daniyyel/Daniel del libro que lleva su nombre es… también Flavio Josefo -justo el mismo autor que nos facilita las claves del asunto de Alejandro Janeo-.

Así se invoca un pasaje de las “Antigüedades” -Libro XI, capítulo 8, versículo 5- dónde se cuenta que el Sumo Sacerdote Jadua salió al paso de Alejandro cuando éste se acercaba a Jerusalén para mostrarle las profecías de Daniyyel/Daniel y ganarse, de esa manera, el favor del monarca macedonio (1):

“Y cuando el libro de Daniel se le mostró en donde Daniel declaró que uno de los griegos debe destruir el imperio de los persas, y que se supone que era la persona destinada. Entonces se puso alegre, y despidió a la multitud por el momento, al día siguiente los llamó, y les preguntó que favores querían de él, ante lo cual el sumo sacerdote expresó su deseo de poder disfrutar de las leyes de sus antepasados , y no pagar ningún tributo en el séptimo año. Se concedió todo lo que deseaba.” (Flavio Josefo “Las antigüedades de los judíos”, Libro XI, capítulo 8, versículo 5)

Ahora bien, Josefo es un judío del siglo I EC -luego, por ejemplo, posterior a Jesús ben Sirac, quedémonos con este dato- que profesa el judaísmo, luego, recoge la tradición  judía y, cómo es lógico, es fiel a ella, así que no es nada extraño que recurra a la misma en su polémica -entre otros contra Apión, al que dedica expresamente una pequeña obra- para reivindicar los orígenes y la “santidad” de los judíos -utilizando también el recurso al Libro de Daniyyel/Daniel y a la tradición que recoge el episodio de Jadua-. En sus “Antigüedades” se sirve de numerosas fuentes, al tiempo que da datos…da fe de sus creencias.

Quede claro que Josefo no cita para nada cosa alguna respecto a que el Libro de Daniyyel/Daniel profetizase a Jesús. Y que lo que se pone en boca de Josefo más adelante en “Las antigüedades de los judíos” -Libro XVIII-, capítulo 3- y que supuestamente se refiere a Jesús -el llamado Testimonium Flavianum- es una interpolación sobradamente conocida y reconocida como…falsa.

Sin embargo…J osefo, como se ha dicho, vivió en el siglo I EC, es evidente que el Libro de Daniyyel/Daniel ya estaba escrito en su compilación final en esa época -sin entrar ahora en la cuestión de si los capítulos 13 y 14 son apócrifos o no, vaya, si deben o no formar parte del Libro de Daniyyel/Daniel-, pero… no lo estaba en la época de ben Sirac -justo ligeramente anterior al conflicto de los Macabeos-. Y eso nos lleva a Jesús ben Sirac (Jesús hijo de Sirac) y…al Eclesiástico -obra que se le atribuye-.

El Eclesiástico

El Eclesiástico no forma parte del canon tanájico pero sí lo hace de algunos canones biblícos -como los libros de los Macabeos, al igual que éstos es recogido por el canon católico-. Su datación es de cerca del 180 a EC, y su autoría se le concede a Jesús ben Sirac quién lo escribiría en Palestina, la época de la aparición del texto es justo la anterior a la del conflicto macabeo. Posteriormente, hacia el 130 a EC, fue traducido al griego por un nieto de Jesús ben Sirac.

Bien, en el Eclesiástico, en un momento dado, se realiza un himno de alabanza a los padres, dónde se cita a los profetas y sus obras por orden de importancia (véase Eclo capítulos 44 a 49), entre ellos no hay ninguna referencia al Libro de Daniyyel/Daniel.

Es decir, a inicios del siglo II a EC Jesús ben Sirac resulta que no conoce tan relevante obra, ni siquiera menciona a Daniyyel/Daniel ¿debido a qué? Pues a que…la redacción del Libro de Daniyyel/Daniel es posterior a Jesús ben Sirac y su Eclesiástico.

Sin embargo, la contemporaneidad del Libro de Daniyyel/Daniel con los macabeos viene a ser confirmada por.. los propios libros de los macabeos (véase al respecto 1 Mac 2:59 y siguientes).

Luego, por la propia cronología interna que se desprende de los textos, cabe concluir también por esa vía que el Libro de Daniyyel/Daniel -al menos, tal y como lo tenemos nosotros y como lo debía tener Josefo- no existía en época de la composición del Eclesiástico -hacia 180 a EC-, siendo posterior a esta fecha, y sí existía cuando se redactan los libros de los macabeos -ya hay referencias en 1 Macabeos-. Eso vuelve a mostrar que tal libro -repetimos: al menos en cuanto a la redacción que nos ha llegado- no se confeccionó en el siglo VI a EC, sino a partir de mediados del siglo II a EC, es decir, en medio del conflicto entre los judíos tradicionalistas y el reino seleucida.

Notas

(1) Además de Josefo alguien podría mencionar tal vez la obra de Quinto Curcio Rufo “Historia de Alejandro Magno” y su libro II, bien, tal libro no existe… fuera de la imaginación de quién ha deseado reconstruirlo -por los motivos que sean, como se hace en la antigua edición en español del siglo XVIII, de Mateo Ibañez de Segovia, quién en su mismo prólogo habla de “aliños” añadidos para perfeccionarla-. La obra de Rufo contenía diez libros de los cuales dos se han perdido -precisamente los dos primeros- y quedan los ocho restantes aunque incompletos. En concreto véase las ediciones de Rufo de Editorial Gredos -tapa dura- o Sarpe -rústica-. Algún episodio equivalente a lo citado por Josefo en el capítulo 8 del libro XI de las “Antigüedades” no sale por ninguna parte en la obra de Quinto Curcio Rufo. Por lo demás Flavio Arriano en su “Anábasis de Alejandro Magno” no hace mención del asunto de Alejandro Magno y su supuesta entrevista con la delegación judía. Respecto a la Novela y “novelización” de la vida y acciones de Alejandro véase el estudio crítico de Francisco Marcos Marín en la introducción a su edición del “Libro de Alexandre”.

Jorge Romero Gil

Bibliografía

I y II Macabeos, Biblia de Jerusalén, edición de 1975

Alberto Vaccari, S.J, “La settanta settimane di Daniele” (en colaboración con G. Rinaldi), 292-298.

Arriano, Flavio, “Anábasis de Alejandro Magno”, Editorial Gredos, Madrid, 2001

Delcor, M. y Koening, J, “Le Livre de Daniel”, en “Revue de l’histoire des religions”, tomo 183 n°2, 1973. pp. 196-198.

Delcor, M.,“Le livre de Daniel” (tesis doctoral), Ed. J.Gabalba et cie, París, 1971

Eclesiástico, Biblia de Jerusalén, edición de 1975

Josefo, Flavio: “Las antigüedades de los judíos”, Editorial Akal, Madrid, 1997

Libro de Daniel, Biblia de Jerusalén, edición de 1975

Rufo, Quinto Curcio, “Historia de Alejandro Magno”, Editorial Sarpe, 1985

Rufo, Quinto Curcio, “De la vida y acciones de Alexandro el Grande”, versión de Mateo Ibañez de Segovia, edición de 1794 (facsímil del original en la Universidad de Sevilla)

Tanaj, versión derivada de” Westminister Leningrad Codex”del “the Westminister Hebrew Institute”

Comentarios sobre el Libro de Daniyyel/Daniel capítulos 8 y 9

Cuando uno se aproxima a un texto lo primero es respetar el contexto del mismo, para empezar el interno del propio texto -su contenido, lo que el texto desea expresar- y para continuar el externo -el de la época del mismo y sus circunstancias-.

En el caso del Libro de Daniyyel/Daniel se citan en numerosas ocasiones unos versículos de un capítulo que pretende ser profético, en concreto Daniyyel/Daniel 9:24-27, empezaré por mostrar esos versículos según una traducción cristiana al castellano, se trata de la Biblia de Jerusalén, dicen lo que sigue:

24 Setenta semanas están fijadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa para poner fin a la rebeldía, para sellar los pecados, para expiar la culpa, para instaurar justicia eterna, para sellar visión y profecía, para ungir el santo de los santos.

25 «Entiende y comprende: Desde el instante en que salió la orden de volver a construir Jerusalén, hasta un Príncipe Mesías, siete semanas y sesenta y dos semanas, plaza y foso serán reconstruidos, pero en la angustia de los tiempos.

26 Y después de las sesenta y dos semanas un mesías será suprimido, y no habrá para él… y destruirá la ciudad y el santuario el pueblo de un príncipe que vendrá. Su fin será en un cataclismo y, hasta el final, la guerra y los desastres decretados.

27 El concertará con muchos una firme alianza una semana; y en media semana hará cesar el sacrificio y la oblación, y en el ala del Templo estará la abominación de la desolación, hasta que la ruina decretada se derrame sobre el desolador.»

Esos son los versículos de esa profecía que, a veces, se presentan como demostraciones sobre su cumplimiento.

Pero ya se ha indicado que el contexto de un texto es importante para acercarse al mismo, y que en primer lugar debe atenderse al contexto interno del texto, en este caso se trata de un pasaje profético del Libro de Daniyyel/Daniel que… se incluye dentro de un capítulo profético, así que me parece oportuno citar la totalidad de los capítulos 8 y 9 de Daniyyel/Daniel para así, después, poder proceder a contemplar el conjunto de ese texto y lo que dice, y no quedarnos tan sólo con un fragmento aislado y… descontextualizado -lo cual suele convertir a los textos en pretextos, como hace muchos años me comentó una persona-. Esto se dice en los capítulos 8 y 9 de Danniyel/Daniel:

Daniyyel/Daniel 8

1 El año tercero del reinado del rey Baltasar, yo, Daniel, tuve una visión después de la tenida anteriormente.

2 Miré durante la visión y me veía en Susa, la plaza fuerte que está en la provincia de Elam; en la visión miré, y me encontraba en la puerta del Ulay.

3 Levanté los ojos para ver, y vi un carnero que estaba delante de la puerta. Tenía dos cuernos; los dos cuernos eran altos, pero uno más que otro y el más alto había despuntado el último.

4 Vi que el carnero acometía contra el oeste, el norte y el sur. Ninguna bestia podía resistirle, nada podía escapar a su poder. Hacía lo que le parecía y así se hizo grande.

5 Estaba yo cavilando, y he aquí que un macho cabrío vino de occidente, recorriendo la tierra entera sin tocar el suelo; este macho cabrío tenía un cuerno «magnífico» entre los ojos.

6 Vino donde el carnero de dos cuernos que yo había visto en pie delante de la puerta y corrió hacia él con todo el ardor de su fuerza.

7 Vi cómo alcanzaba al carnero, enfurecido contra él; embistió al carnero, y le rompió los dos cuernos, sin que el carnero tuviera fuerzas para resistirle; lo echó por tierra y lo pisoteó; no había nadie que librara al carnero de su mano.

8 El macho cabrío se hizo muy grande, pero cuando estaba en la plenitud de su poder, el gran cuerno se rompió y en su lugar despuntaron cuatro «magníficos» en la dirección de los cuatro vientos del cielo.

9 De uno de ellos salió un cuerno, pequeño, que creció mucho en dirección del sur, del oriente y de la Tierra del Esplendor.

10 Creció hasta el ejército del cielo, precipitó en tierra parte del ejército y de las estrellas, y las pisoteó con sus pies.

11 Llegó incluso hasta el Jefe del ejército, abolió el sacrificio perpetuo y sacudió el cimiento de su santuario

12 y al ejército; en el lugar del sacrificio puso la iniquidad y tiró por tierra la verdad; así obró y le acompañó el éxito.

13 Oí entonces a un santo que hablaba, y a otro santo que decía al que hablaba: «¿Hasta cuándo la visión: el sacrificio perpetuo, la iniquidad desoladora, el santuario y el ejército pisoteados?»

14 Le respondió: «Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas: después será reivindicado el santuario.»

15 Mientras yo, Daniel, contemplaba esta visión y trataba de comprenderla, vi de pronto delante de mí como una apariencia de hombre,

16 y oí una voz de hombre, sobre el Ulay, que gritaba: «Gabriel, explícale a éste la visión.»

17 El se acercó al lugar donde yo estaba y, cuando llegó, me aterroricé y caí de bruces. Me dijo: «Hijo de hombre, entiende: la visión se refiere al tiempo del Fin.»

18 Mientras él me hablaba, yo me desvanecí, rostro en tierra. El me tocó y me hizo incorporarme donde estaba.

19 Luego dijo: «Mira, voy a manifestarte lo que ocurrirá al fin de la Ira, porque el Fin está fijado.

20 El carnero que has visto, sus dos cuernos, son los reyes de los medos y los persas.
21 El macho cabrío velludo es el rey de Yaván; el cuerno grande entre sus ojos, es el primer rey.

22 El cuerno roto y los cuatro cuernos que despuntaron en su lugar, son cuatro reinos salidos de su nación, pero que no tendrán su fuerza.

23 «Y al término de su reino, cuando lleguen al colmo los pecados, surgirá un rey, insolente y hábil en engaños.

24 Se hará poderosa su fuerza – mas no por su fuerza misma – tramará cosas inauditas, prosperará en sus empresas, destruirá a poderosos y al pueblo de los santos.

25 Y, por su habilidad, triunfará el engaño entre sus manos. Se exaltará en su corazón, y por sorpresa destruirá a muchos. Se alzará contra el Príncipe de los Príncipes, pero – sin que mano alguna intervenga – será quebrantado.

26 Es verdad la visión de las tardes y mañanas que se ha dicho, mas tú guarda en secreto la visión, pues habrá aún para muchos días.»

27 Yo, Daniel, desfallecí y estuve enfermo unos cuantos días. Luego me levanté para ocuparme de los asuntos del rey. Seguía perplejo por la visión, que no se podía comprender.

Daniyyel/Daniel 9

1 El año primero de Darío, hijo de Asuero, de la raza de los medos, que subió al trono del reino de Caldea,

2 el año primero de su reinado, yo, Daniel, me puse a investigar en las Escrituras sobre el número de años que, según la palabra de Yahveh dirigida al profeta Jeremías, debían pasar sobre las ruinas de Jerusalén, a saber setenta años.

3 Volví mi rostro hacia el Señor Dios para implorarle con oraciones y súplicas, en ayuno, sayal y ceniza.

4 Derramé mi oración a Yahveh mi Dios, y le hice esta confesión: «¡Ah, señor, Dios grande y temible, que guardas la Alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos.

5 Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos sido malos, no hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas.

6 No hemos escuchado a tus siervos los profetas que en tu nombre hablaban a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres, a todo el pueblo de la tierra.

7 A ti, Señor, la justicia, a nosotros la vergüenza en el rostro, como sucede en este día, a nosotros, a los hombres de Judá, a los habitantes de Jerusalén y a Israel entero, próximos y lejanos, en todos los países donde tú los dispersaste a causa de las infidelidades que cometieron contra ti.

8 Yahveh, a nosotros la vergüenza, a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres, porque hemos pecado contra ti.

9 Al Señor Dios nuestro, la piedad y el perdón, porque nos hemos rebelado contra él,

10 y no hemos escuchado la voz de Yahveh nuestro Dios para seguir sus leyes, que él nos había dado por sus siervos los profetas.

11 Todo Israel ha transgredido tu ley, ha desertado sin querer escuchar tu voz, y sobre nosotros han caído la maldición y la imprecación escritas en la ley de Moisés, siervo de Dios, porque hemos pecado contra él.

12 Él ha cumplido las palabras que había pronunciado contra nosotros y contra los príncipes que nos gobernaban: que haría venir sobre nosotros una calamidad tan grande como no habría jamás bajo el cielo otra mayor que la que alcanzara a Jerusalén.

13 Según está escrito en la ley de Moisés, toda esta calamidad nos ha sobrevenido, pero nosotros no hemos aplacado el rostro de Yahveh nuestro Dios, convirtiéndonos de nuestras iniquidades y aprendiendo a conocer tu verdad.

14 Yahveh ha estado atento a esta calamidad, la ha descargado sobre nosotros. Porque es justo Yahveh nuestro Dios en todas las obras que ha hecho, pero nosotros no hemos escuchado su voz.

15 Y ahora, Señor Dios nuestro, que con mano fuerte sacaste a tu pueblo del país de Egipto y te granjeaste con ello un nombre que dura hasta el presente, nosotros hemos pecado, hemos sido malos.

16 Señor, por todas tus justicias, retira tu cólera y tu furor de Jerusalén, tu ciudad, monte santo tuyo; pues, a causa de nuestros pecados y de las iniquidades de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el escarnio de todos los que nos circundan.

17 Y ahora, oh Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo y sus súplicas. Ilumine tu rostro tu santuario desolado, ¡por ti mismo, Señor!

18 Inclina, Dios mío, tu oído y escucha. Abre tus ojos y mira nuestras ruinas y la ciudad sobre la cual se invoca tu nombre. No, no nos apoyamos en nuestras obras justas para derramar ante ti nuestras súplicas, sino en tus grandes misericordias.

19 ¡Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, atiende y obra! ¡No tardes más, por ti mismo, Dios mío, pues tu nombre se invoca sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.»

20 Todavía estaba yo hablando, haciendo mi oración, confesando mis pecados y los pecados de mi pueblo Israel, y derramando mi súplica ante Yahveh mi Dios, por el santo monte de mi Dios;

21 aún estaba hablando en oración, cuando Gabriel, el personaje que yo había visto en visión al principio, vino volando donde mí a la hora de la oblación de la tarde.

22 Vino y me habló. Dijo: «Daniel, he salido ahora para ilustrar tu inteligencia.

23 Desde el comienzo de tu súplica, una palabra se emitió y yo he venido a revelártela, porque tú eres el hombre de las predilecciones. Comprende la palabra, entiende la visión:

24 Setenta semanas están fijadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa para poner fin a la rebeldía, para sellar los pecados, para expiar la culpa, para instaurar justicia eterna, para sellar visión y profecía, para ungir el santo de los santos.

25 «Entiende y comprende: Desde el instante en que salió la orden de volver a construir Jerusalén, hasta un Príncipe Mesías, siete semanas y sesenta y dos semanas, plaza y foso serán reconstruidos, pero en la angustia de los tiempos.

26 Y después de las sesenta y dos semanas un mesías será suprimido, y no habrá para él… y destruirá la ciudad y el santuario el pueblo de un príncipe que vendrá. Su fin será en un cataclismo y, hasta el final, la guerra y los desastres decretados.

27 El concertará con muchos una firme alianza una semana; y en media semana hará cesar el sacrificio y la oblación, y en el ala del Templo estará la abominación de la desolación, hasta que la ruina decretada se derrame sobre el desolador.»

Bien, eso dice el texto en su contexto, debemos relacionar los versículos mencionados con la totalidad del capítulo 9, a su vez, para entender el capítulo 9 es preciso relacionarlo con el 8, porque…el capítulo 8 nos da ya claros indicios del contexto histórico -el externo- del texto, nos muestra dónde y cuando debe situarse la autoría del texto. De la misma manera -y en un sentido ahora interno- el capítulo 8 nos arroja luz sobre lo que teóricamente se “profetiza” en el capítulo 9.

Contexto histórico y datación

Ya adelanto que la totalidad de la profecía es… profecía “ad hoc” elaborada a “balón pasado”, es decir.. la fecha de autoría del Libro de Daniyyel/Daniel no es del siglo VI a. EC como a veces se indica sobre esa “profecía”, sino… hacia mediados del siglo II a. EC, vaya… durante el período de los Macabeos y las guerras que éstos sostuvieron con los seleucidas.

Ese contexto externo… explica la totalidad de esa supuesta “profecía” que no es, sino, otra cosa que una “retroprofecía” para legitimar o reforzar ciertos aspectos del “presente” del autor del texto -que, a despecho del título del Libro, no es el Daniyyel/Daniel llevado en cautiverio a la corte babilónica por Nabucodonosor tras su primera campaña contra el reino de Juda-, evidentemente un partidario de los Macabeos y del judaísmo tradicional frente al helenismo, dado que las guerras de los Macabeos fueron al mismo tiempo guerras civiles -entre judíos “helenizantes” y “tradicionalistas”- y guerra exterior -contra el declinante poder del reino selucida-.

El Libro de Daniyyel/Daniel fue escrito, como se ha dicho, durante la guerra de los Macabeos, pero es un libro de formación compleja -no una pieza escrita “de una tirada”- como, por otro lado, sucede con muchos libros del Tanaj -Ieshaiau /Isaías, por ejemplo-, lo que significa que posiblemente su autoría no es única -exactamente lo mismo que sucede con Ieshaiau /Isaías- sino atribuible a diversos autores -lo más probable- o a uno que utiliza diversas fuentas. En cualquier caso se trato de una obra realizada a partir de diversas fuentes, con aumento del texto, con retoques e interpolaciones -cosa observable en que no todos los elementos de la obra son propios de la época de los macabeos, aunque sí lo son la mayoría-.

Su composición comenzaría a realizarse durante la guerra de Judas Macabeo contra el rey seleucida Antioco IV (165 a. EC), pero se alarga durante el tiempo, así pueden encontrarse referencias a Alejandro Janeo, el gobernante de la estirpe de reyes-sacerdotes de los Macabeos que lleva al reino Asmoneo a su máxima extensión.

Ese es el contexto histórico externo del texto, en el cual se escribió el Libro de Daniyyel/Daniel y el cual explica la finalidad del mismo libro -claramente projudaísmo tradicionalista, vaya, promacabeo, aunque alguno de esos gobernantes puede no haberse librado de críticas por parte del autor o alguno de los autores del Libro de Daniyyel/Daniel, en concreto el recientemente mencionado Alejandro Janeo que no parece salir muy bien librado a ojos de quién redactó ese texto-.

Aspectos formales del texto

En cuanto a aspectos formales de la obra los veremos brevemente antes de pasar a examinar el texto citado, así, cabe decir al respecto, que se trata de un texto básicamente escrito en hebreo, aunque algunos fragmentos lo están en arameo -sección 2, 4b-7, 27-. Igualmente partes del Libro son aceptadas por algunos canones mientras que otros los consideran apócrifos, en concreto: Oración de Azarías, Historia de Susana, Bel y el Dragón y el Canto de los tres jóvenes.

La estructura interna del Libro puede dividirse en lo que sigue: los capítulos 1 al 6 ambientados en el exilio babilónico y que contienen relatos narrativos de Daniyyel/Daniel y tres compañeros en el mismo, los capítulos 7 al 12 que presentan relatos apocalípticos descritas por el autor o autores como “revelaciones” recibidas en “primera persona” por Daniyyel/Daniel, los capítulos 13 y 14 -Historia de Susana, Bel y el Dragón- que son considerados apócrifos en algunas versiones -no en la aquí citada de la Biblia de Jerusalén-.

En definitiva, nos hallamos ante una obra compleja, elaborada a partir de diversas fuentes por uno o varios autores -posiblemente lo segundo, especialmente si se acepta que comienza a escribirse durante la guerra de Judas Macabeo y atendiendo a que su elaboración se extiende, como mínimo, hasta Alejandro Janeo-, escrita en origen en dos idiomas -hebreo el inmensamente mayoritario y arameo para algunos fragmentos- y cuya traducción al griego más antigua se perdió utilizándose para ese idioma la versión de Teodición.

Capítulos 8 y 9 de Daniyyel/Daniel

Ahora pasemos a los capítulos 8 y 9 de Daniyyel/Daniel y después a los versículos “proféticos” del capítulo 9, los que van del 24 al 27.

El capítulo 8 en su totalidad es una “retroprofecía”. Mediante su simbolismo el autor o autores del Libro de Daniyyel/Daniel nos muestra los antecedentes y el resultante del contexto histórico en el que se desenvuelve a continuación el capítulo 9.

Así, mediante las imágenes misteriosas de los carneros y machos cabrios -de dos cuernos y un sólo cuerno-, se expone el tránsito del dominio iranio -medo-persa- al hélenico -el macho cabrio de un sólo cuerno- en los territorios del Fértil Creciente y más allá de ellos. Igualmente se reproduce el fin “prematuro” de Alejandro Magno, la fragmentación de su gran Imperio y que los reinos resultantes de la misma quedan en manos de estirpes que no eran las del macedonio -en concreto las de sus generales-, en definitva, ahí el capítulo 8 se remite a la época de los diádocos.

El sector de los reinos que se asientan tras los diádocos y que les “tocó” en “suerte” a los judíos es el del reino seleucida -en el período en el que se va construyendo el Libro de Daniyyel/Daniel cada vez más centrado en Siria y… reducido progresivamente a la misma-, excepción hecha del breve dominio que sobre Judea -y a expensas de los seleucidas- ejerce el Egipto lágida.

En cualquier caso el capítulo 8 de Daniyyel/Daniel se “cierra” -narrativamente- con la aparición del reino Seleucida -lo que viene a relatarse en Dn 8:9- y el desarrollo de su conflicto religioso con los judíos tradicionalistas -eso viene a describirse simbólica pero claramente en Dn 8: 10-13- y con el reinado de Antioco IV que es bajo quién se inicia el conflicto de los Macabeos -Dn 8: 23-25-. Ese es el panorama que nos presenta el capítulo 8 de Daniyyel/Daniel y que prepara el camino a las “revelaciones” del capítulo 9 y a su contenido propagándistico tradicionalista -frente a los judíos helenizantes y helenizados, recordemos que el conflicto de los Macabeos también lo es civil, véase, por ejemplo, la clásica obra de Renán “Historia del pueblo de Israel”- que se resume en la primera parte del capítulo 9 de Daniyyel/Daniel -entre los versículos 2-23, especialmente del 2 al 20, del 21 al 23 es más bien una fase de transición hacia la “revelación” del capítulo 9- como veremos a continuación.

Téngase en cuenta que la inmensa mayor parte del capítulo 9 es, como se ha dicho, un discurso propagandístico promacabeo, y que los paralelos que éste va realizando entre los versículos 2 al 20 lo son entre los judíos que “han abandonado” a su deidad -los helenistas proseleucidas- y los que se han mantenido fieles a ella en medio de las catástrofes y tribulaciones, por eso ahí Daniyyel/Daniel reclama “por los justos” aunque asume como de “todo el pueblo” los pecados de los contrarios contra la divinidad.

También se recurre aquí a un argumento literario -una comparativa- típico del judaísmo postbabilonio: la traumática experiencia de aquel exilio -traumática en sentido nacional y psicológico, en puridad el exilio en Babilonia fue bastante dorado y el trato dado por los babilonios a los judíos de integración a su sociedad-, de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor y del fin del Templo.

La influencia de esas figuras y de ese argumento se extenderá en la historia posterior del judaísmo al menos hasta que otro suceso la sacuda y traumatice aún más: la toma de Jerusalén por Tito y el fin de la primera guerra judía. Hasta entonces la evocación de la ruina de Jerusalén a manos de Nabucodonosor, el exilio, la profanación del Templo y la interrupción de los sacrificios serán constantes en la memoria judía, y se recurrirá a ellos tanto como argumento religioso como figura literaria, y aún después de los desastres de la primera y segunda guerras judías el paralelismo entre las destrucciones de Jerusalén a manos babilónicas y romanas seguirá siendo una presencia casi inevitable.

Pero volvamos al capítulo 9 de Daniel, en concreto entraremos ya en los versículos “proféticos” y “mesiánicos” citados, dejaremos clara de entrada una cosa: en efecto se trata de una profecía “mesiánica” porque hay referencia a un “mashiaj” es decir: a un ungido.

De salida dejemos claro que se trataba de una profecía cuyo cumplimiento era facilmente presumible por parte del “profeta” o “profetas” que la realizaron -los autores del Libro de Daniyyel/Daniel- pues… ya se había cumplido o se estaba cumpliendo en el momento que la realizaban, es decir, es otro caso de “retroprofecia” o, en todo caso, de “profecía de autocumplimiento”, porque la finalidad de esos capítulos -y gran parte del Libro de Daniyyel/Daniel- no es profética sino propagandística, en concreto: propaganda política promacabea y projudaísmo tradicional.

Volvamos a exponer que se dice en Daniel 9: 24-27, vuelvo a usar para la versión castellana la dada en la Biblia de Jerusalén, bien esos versículos dicen lo siguiente:

24 Setenta semanas están fijadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa para poner fin a la rebeldía, para sellar los pecados, para expiar la culpa, para instaurar justicia eterna, para sellar visión y profecía, para ungir el santo de los santos.

25 «Entiende y comprende: Desde el instante en que salió la orden de volver a construir Jerusalén, hasta un Príncipe Mesías, siete semanas y sesenta y dos semanas, plaza y foso serán reconstruidos, pero en la angustia de los tiempos.

26 Y después de las sesenta y dos semanas un mesías será suprimido, y no habrá para él… y destruirá la ciudad y el santuario el pueblo de un príncipe que vendrá. Su fin será en un cataclismo y, hasta el final, la guerra y los desastres decretados.

27 El concertará con muchos una firme alianza una semana; y en media semana hará cesar el sacrificio y la oblación, y en el ala del Templo estará la abominación de la desolación, hasta que la ruina decretada se derrame sobre el desolador.»
Vayamos versículo a versículo de entrada a partir de ese texto.

En el versículo 24 se da un plazo a contar para la restauración de Jerusalén, bien, ese plazo vuelve por una parte al paralelismo entre la situación presente en el tiempo de los Macabeos y la “catástrofe” sufrida en tiempos de Nabucodonosor: “expiar la culpa”, “poner fin a la rebeldía”, “sellar los pecados”, “instaurar justicia eterna”, “sellar visión y profecía”, para ungir el santo de los santos”. Todo eso evoca a la vez la desgracia sufrida a manos de los babilonios -desgracia que el autor o autores del Libro de Daniyyel/Daniel atribuyen a la “rebeldía” y “pecados” de los habitantes del reino de Judá- y.. .la sufrida a manos de los seleucidas -desgracia que el autor o autores del Libro de Daniyyel/Daniel atribuyen a la “rebeldía” y “pecados” de los… judíos helenistas proseleucidas, por cierto tras tomar Jerusalén y el recinto del Templo los Macabeos… no dejaron uno con vida-. Por otra da un plazo que era fácil contar: cuando se realiza la “profecía” eso ya se había cumplido, el visionario, repito, tenía fácil el hacer la cuenta.

¿Y respecto a eso de “sellar la visión y la profecía” y “ungir el santo de los santos”? Bien, es una alusión a la restauración del Templo, nuevamente doble y nuevamente… con los “números contados” respecto a una de ellas. Se vuelve aquí a repetir el paralelismo entre la “situación babilónica” y la “seleucida”.

Vayamos paso a paso, tras conseguir de Ciro -primer rey del Imperio Aqueménida- la autorización para la reconstrucción de Jerusalén y el Templo, los judíos que volvieron del exilio babilónico reconstruyeron ambas cosas, eso significaba a la vez“sellar la visión de la profecía” -el cumplimiento de la promesa de la restauración de Jerusalén- y “ungir el de los santos” que era…el Templo, que incluía el sancta santorum -”el santo de los santos”, el máximo lugar sagrado dentro de ese recinto-, y que precisaba ser “ungido” -con aceite, con oleo- para volver a consagrarse. Todo eso ya se había cumplido… cuando se escribe la profecía, puesto que el Libro de Daniyyel/Daniel data de mediados del siglo II a.. EC y no del siglo VI a. EC, así que sacar la cuenta de eso… era bastante sencillo -como lo sería para nosotros contabilizar el tiempo transcurrido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta las elecciones generales españolas de junio de 1977-.

Pero nuevamente entre esa referencia a la vuelta del exilio babilónico, la restauración bajo los aqueménidas y la situación bajo los seleucidas y la actuación de los Macabeos vuelve a usarse el paralelismo. Así si los judíos que volvieron del exilio sellaron “la visión y la profecía” -la promesa del D_os de Israel de restaurar Jerusalén- los que toman Jerusalén a los proseleucidas… también hacen eso -cuando menos para el autor o autores promacabeos del Libro de Daniyyel/Daniel-, ya que restauran Jerusalén, la quitan de manos de los idólatras -griegos y judíos progriegos- y vuelven a “ungir” al “santo de los santos”, es decir, vuelven a consagrar el Templo una vez liberado de los enemigos del judaísmo tradicionalista.

Lo de “ungir” el Templo es literal, de hecho una de las festividades religiosas judías que aún se celebran en la actualidad evocan ese suceso: la consagración “milagrosa” del Templo. Milagrosa porque se supone que tras la “liberación” de Jerusalén los Macabeos sólo encuentran en la ciudad aceite suficiente para llenar una sola lampara del Templo para un día, sin embargo, de manera milagrosa… acaba habiendo aceite para ocho días enteros. Esa situación da lugar a dos cosas la “fiesta de las luces” -la “Hanuká” que dura, precisamente, ocho días- y el candelabro de la misma -la lámpara “hanukiyá” de ocho brazos y ocho mechas, que se van encendiendo una a una conforme van pasando los días de la fiesta-. La Hanuká se celebra a partir del 25 Kislev, lo que dadas las diferencias entre el calendario judío y el gregoriano sitúa esas festividades entre fines de Noviembre y fines de Diciembre.

El cálculo de tiempo a partir de las «semanas»

Las setenta semanas, bueno, demos por bueno que el cálculo es para años -asociando la semana con el siete, los múltiplos de siete y el computo judío para “semanas de años”-, así tendríamos que setenta veces siete es 490 años -7 x 70 = 490-, eso sería así si…tuviésemos un sólo y único plazo de setenta semanas, pero resulta que no es así, que lo que hay es un computo separado: un plazo corto de siete “semanas” -cuarenta y nueve años- , otro largo de 62 -cuatrocientos treinta y cuatro años-, como va a quedar claro en…los dos siguientes versículos.

Quedando sólo una última y más oscura -porque ahí la “profecía” ya no se mueve tanto en la “retroprofecía” y más en la “autoprofecía”- “semana” de siete años para cerrar el computo inicial de setenta -dividida en dos plazos de 3,5 años, como se indica en el versículo 27-.

Para todo esto también puede sernos útil Flavio Josefo y sus “Antigüedades de los judíos” -en concreto el Libro XIII, capítulos 12 al 15-, porque eso…también ubica la totalidad de la profecía de esos pasajes del “Libro de Daniyyel/Daniel” en pleno período Macabeo.. .incluyendo el último período de siete años que completa el ciclo de setenta. Lo que, a su vez, confirma que la supuesta profecía es una “retroprofecía” -basada en la obviedad de conocer lo ya pasado- y una “autoprofecía” -que relata acontecimientos del “presente” referido al momento de la elaboración del texto-.

Pero, volviendo al primer período del computo, resulta que en Daniyyel/Daniel 9:25 se dice “ Desde el instante en que salió la orden de volver a construir Jerusalén, hasta un Príncipe Mesías, siete semanas y sesenta y dos semanas, plaza y foso serán reconstruidos, pero en la angustia de los tiempos”. Tenemos un primer plazo, pues, de siete semanas -esto es cuarenta y nueve años, según el computo explicado- “desde el instante que salió la orden de volver a construir Jerusalén” -es decir, la ciudad entera- y ¿cuando salió esa orden? Pues bajo Ciro de Persia, que es quién autoriza en primer lugar -Artajerjes se limita a confirmarla posteriormente-, resulta que eso nos situaría en un plazo de 49 años que serían los que median entre la destrucción del templo hacia el 586 a. EC y el momento en el que Ciro ya en su trono da la primera autorización para reconstruir Jerusalén -recordemos: “desde el instante en que salió la orden”, en ese momento comienza el computo-, esto es…el 537 a. EC, ergo: ahí tenemos la primera “retroprofecía” dentro del capítulo 9 de Daniel. Era fácil para el autor o autores del Libro de Daniyyel/Daniel realizarla, teniendo en cuenta que ya conocían ambas fechas…

“Pero en la angustía de los tiempos”, otra vez volvemos al discurso paralelo “catastrofista”, tampoco demasiados problemas para el autor o autores de Daniyyel/Daniel, en primer lugar porque aludiendo a la “retroprofecia” la reconstrucción de Jerusalén no se llevó a cabo sin problemas -véase Esdras y Nehemias, por citar meramente fuentes tanajicas o veterotestamentarias-, en segundo lugar porque pasando al “tiempo presente” de la redacción del texto el paralelismo es evidente: eran tiempos angustiosos -guerras exteriores, un monarca helenizante y los elementos tradicionalistas de sus súbditos enfrentados al mismo-. Dicho en otras palabras: nos encontramos nuevamente ante la propaganda política tradicionalista promacabea -en el sentido de “volver” a los valores representados por Judas Macabeo y sus primeros sucesores-, vestida de…”profecía”. En cuanto a “príncipes ungidos” -”ungido” es lo que significa “mashiaj”- lo eran tanto Ciro -si se quería aludir a éste- como Alejandro Janeo -si la alusión va para el segundo-. Y ahora pasamos al segundo plazo, el de las “sesenta y dos semanas”.

Que existe separación entre el plazo “corto” -siete semanas- y el “largo” -sesenta y dos semanas- se confirma en el versículo 26, recordemos que alude a “Y después de las sesenta y dos semanas” desvinculándose por completo del primer plazo de siete, sigamos haciendo cálculos a partir de eso: si desde el 537 a. EC -cuando “salió la orden de volver a construir Jerusalén”- restamos los 434 años correspondientes al segundo plazo de “sesenta y dos semanas” obtenemos el años 103 a. EC que es…el año en que el escasamente querido por el autor o autores del texto Alejandro Janeo accede al trono y es “ungido” -mashiaj- como Sumo Sacerdote y “príncipe”.

He aquí un “mesías” -”ungido”- que no es precisamente amado por parte de su pueblo, que después de ser “ungido” -y ya a posteriori del plazo de sesenta y dos semanas- será “suprimido” -efectivamente, durante un tiempo pierde el trono, como se verá más adelante- y durante ese período “no habrá para él…” gran cosa… al margen de la lucha y el exilio.

A partir de aquí la “retroprofecía” ya empieza a tocar tiempo de su presente -del correspondiente al autor o autores de esa parte del Libro de Daniyyel/Daniel-, la situación se vuelve más resbaladiza dado que la “autoprofecía” en tiempo presente ya es más insegura: se manejan datos “actuales” pero se ignora el resultado final de los mismos.

Lancemos un vistazo a la continuación del versículo 26: “y destruirá la ciudad y el santuario el pueblo de un príncipe que vendrá. Su fin será en un cataclismo y, hasta el final, la guerra y los desastres decretados”. En el “presente” del autor del texto el vaticinio no es demasiado descabellado: los oponentes de Alejandro Janeo habían recurrido ¡a los seleucidas! -el antiguo enemigo- y a Janeo lo había derrotado aplastantemente el monarca seleucida Demetrios III Eucarios en los alrededores de Siquem, huyendo a los montes el vencido príncipe judío y quedando aparentemente expedito el campo para el pueblo de un príncipe que vendrá -que de hecho ya estaba sobre el terreno- y que presumiblemente podía avanzar sobre “la ciudad y el santuario”.

Una observación, a partir de aquí, el texto no es favorable a Janeo pero en este punto el autor o autores del mismo no se muestran demasiado entusiasmados con su debacle a manos seleucidas, justo… la reacción que indica Josefo en sus “Antigüedades de los judíos” -ese cambio de opinión es, precisamente, la que permitirá a Janeo recuperar el trono-.

El versículo 26 se cierra con “Su fin será en un cataclismo y, hasta el final, la guerra y los desastres decretados”, es decir: se habla de una guerra -la que ya estaba en marcha- no en términos excesivamente positivos pero sí lo suficientemente genéricos como para no “quemarse” demasiado.

Tuviese el resultado que tuviese el conflicto no había mucho lugar para el optimismo -menos desde la perspectiva tradicionalista del autor o autores de esa parte del Libro de Daniyyel/Daniel-: si ganaba Janeo malo, si lo hacían los seleucidas peor -además, era perfectamente imaginable la revancha generalizada que éstos tomarían tras tantos años de lo que para ellos era una “rebelión” en una parte de su reino-, en cualquier caso la guerra siempre es un “cataclismo” y trae “desastres” hasta que se acaba, es decir: “hasta el final”.

Ese pasaje es lo suficientemente “oscuro” para no arriesgar demasiado y, por otro lado,…se refugia en el lenguaje “catastrofista” y apocalíptico propio -como ya se ha indicado- de la literatura judía postexilio especialmente utilizado cuando se quiere “amenazar” o “advertir” a un gobernante o dirigente, a parte del pueblo, o al conjunto del mismo.

El último período “profético” de “una semana” alude, de facto, a sucesos contemporáneos o casi al momento de redacción de la “profecía” -como sucede igualmente en el ya comentado versículo 26 desde que indica “Y después de las sesenta y dos semanas”-, entramos pues en el terreno de la “autoprofecia” realizada en tiempo presente o en recientísimo pasado, terreno más resbaladizo para el autor o autores de la misma, dado que si bien conocen lo que está pasando, aquí la fiabilidad respecto a lo que pasará en un futuro inmediato -pese a que hagan sus cálculos políticos- ya es bastante más apurada -como de hecho demostrará la evolución del gobierno de Alejandro Janeo posterior a la profecía de ese fragmento del Libro de Daniyyel/Daniel-. Por eso mismo, también, el lenguaje se “oscurece” más y las referencias son muchísimo menos claras o explícitas en la totalidad del capítulo 9 -no digamos ya en su último versículo- que en el capítulo 8, dónde pasa justo lo contrario: lo que comienza como algo “brumoso” -a partir del carnero y el macho cabrio- al final se “aclara” explicándose la “profecía” puntualmente, es lo que tiene la “retroprofecía”: es con mucho la variante más cómoda de “profecía”.

Pero refiriéndonos a lo aludido en esa “semana” -es decir, en siete años-, se trata de una referencia a… los primeros siete años del reinado de Janeo. Efectivamente, tal monarca concertará “alianzas con muchos” resultando especialmente “firme” o “provechosa” la realizada con Cleopatra III de Egipto -de hecho, le salva el trono en un momento dado… durante esa “semana” de siete años-. Alejandro Janeo, sin embargo, no consigue precisamente la estimación de su pueblo, especialmente de los elementos más tradicionalistas -justo los que habían constituido el “núcleo duro” del apoyo a los Macabeos en tiempos de la primera revuelta de Judas-, lo cual es lógico dado el estilo de vida y las tendencias helenísticas de éste monarca -continuadas, por lo demás, por la posterior dinastía herodiana, ya bajo el dominio de Roma-, así es abucheado delante del altar durante la fiesta de los Tabernáculos, justo cuando había vuelto a Jerusalén tras seis años de campañas militares, el rey no reacciona de manera especialmente comprensiva o diplomática -digamos que lo hace como un déspota oriental- y liquida a 6000 judíos, rodeando después el recinto del altar en el Templo con una empalizada, dicho en otras palabras: hace “cesar el sacrificio y la oblación, y en el ala del Templo estará la abominación de la desolación”, que, casualmente, es lo que se indica en Daniyyel/Daniel 9:27. Cómo colofon a todo esto resulta que Janeo pierde temporalmente el trono después de una derrota ante los Nabateos que provoca otra sublevación, es decir “la ruina decretada” se derrama “sobre el desolador” (Daniyyel/Daniel 9:27) y “después de las sesenta y dos semanas un mesías será suprimido” (Daniyyel/Daniel 9:26).

Evidentemente las acciones de Alejandro Janeo no eran demasiado del agrado del autor o autores del Libro de Daniyyel/Daniel en el fragmento que a él le atañe, aunque… pudo reir el último: “la ruina decretada” duró poco y “el desolador” recobró el trono reinando hasta el 76 a. EC. Es lo que tienen las “autoprofecías” realizadas en tiempo presente…pueden fallar mucho más que las profecías realizadas a tiempo pasado.

Todo lo cual nos situaría la redacción de ese pasaje concreto del Libro de Daniyyel/Daniel en una cronología alrededor del 88-87 a. EC, es decir: posterior a la perdida del trono por Janeo y anterior a su recuperación.

Jorge Romero Gil

Bibliografía

AA.VV., Diccionario de las religiones, vol. I, Espasa Calpe

Alonso, J., Daniel, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), 1971

Biblia de Jerusalén, edición de 1976

Delcor, M., Le livre de Daniel, Ed. Gabalda, París, 1971.

Galbiati, G., Il libro di Daniele, Ed. Battista, Roma.

Josefo, Flavio., Las antigüedades de los judíos, Editorial Akal

Renán, E., Historia del pueblo de Israel, Ediciones Orbis.

Tanaj, versión derivada de” Westminister Leningrad Codex”del “the Westminister Hebrew Institute”

¿QUÉ ES EL NUEVO TESTAMENTO? II PARTE: LA DIDAJÉ

 

La Didajé es un documento definido como “catequético”. Es decir, es un texto para instrucción, principalmente de catecúmenos, o aspirantes a la conversión al Cristianismo (prosélitos), pero también de cristianos que empezaban a estudiar su nueva fe, o la fe de sus padres.

 

Se trata de un documento sumamente importante para la historia del Cristianismo, ya que muchas comunidades cristianas -especialmente en Alejandría y sus alrededores- lo consideraron “sagrado” durante varios siglos, y por ello lo incluyeron como parte del Nuevo Testamento.

 

La época de elaboración de la Didajé ha provocado amplios debates. Los que defienden su antigüedad, señalan que pudo ser elaborada desde el año 70, lo cual la empataría con muchos textos del Nuevo Testamento. Pero otros sugirieron que se trataría de un fraude tardío, probablemente de finales del siglo II o del siglo III. En general, los especialistas actuales han rechazado esta última postura, y se acepta que la Didajé es, efectivamente, uno de los documentos cristianos más antiguos, aunque no hay concensos sobre su fecha de elaboración. La idea más difundida es que el texto final debió ser resultado de un proceso que bien se pudo extender entre los años 70 y 110. Por ello, la Didajé está considerada como un excelente retrato del grado de evolución del pensamiento cristiano en el período de transición del siglo I al siglo II.

 

La Didajé como documento “judaico”

 

Los defensores de la Didajé como documento antiguo, contemporáneo incluso a otros textos del Nuevo Testamento, apelan a un hecho respecto al cual no hay dudas: la evolución doctrinal de la Didajé es muy escasa, y en muchos puntos se expresa en términos más fácilmente identificables con el contexto judío donde debieron vivir Jesús y sus discípulos, que con el contexto helénico y gentil donde floreció el Cristianismo.

 

Por ejemplo, el párrafo que habla sobre la Eucaristía, o acción de gracias por medio del pan y el vino, nos demuestra un panorama desconcertante, ya que no existe NINGUNA referencia a las palabras e ideas litúrgicas del Nuevo Testamento, según las cuales Jesús redefinió el significado del pan y el vino durante su último Pesaj.

 

Según los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, al decir las bendiciones sobre el pan y el vino, Jesús dijo lo siguiente (en términos generales, ya que hay diferencias sutiles en cada evangelio): “tomad, comed, esto es mi cuerpo que por ustedes es entregado; tomad, bebed, esta es mi sangre que por ustedes es derramada; haced esto en memoria de mí todas las veces que coman de este pan y beban de esta copa”.

 

Pero la Didajé nos presenta otro panorama. Respecto a la acción de gracias sobre el pan y el vino, nos dice lo siguiente: “En cuanto a la eucaristía, dad gracias así. En primer lugar, sobre la copa: te damos gracias, Padre nuestro, por la santa vid de David tu siervo, que nos diste a conocer por Jesús, tu siervo. A Ti la gloria por los siglos. Luego, sobre el fragmento de pan: te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A Ti la gloria por los siglos. Así como este trozo estaba disperso por los montes y reunido se ha hecho uno, así también reúne a tu iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque Tuya es la gloria y el poder por los siglos por medio de Jesucristo”.

 

No hay ninguna mención a la idea de que Jesús sea un “pan de vida”, o que el vino sea una representación de su sangre. Y no es necesario que hablemos de canibalismo. Concedamos por esta ocasión que son ideas completamente simbólicas, respecto a las cuales hay que señalar dos cosas relevantes: la primera es que, aún en un mero nivel simbólico, resultan totalmente imposibles para el Judaísmo. Ya muchos lo han señalado: esas palabras ATRIBUIDAS a Jesús no las pudo haber dicho un judío. La segunda es que la Didajé confirma esta sospecha: siendo uno de los documentos más antiguos del Cristianismo, sorprende (aunque no debería) que esta idea esté TOTALMENTE AUSENTE.

 

Para el autor de la Didajé, el pan y el vino se bendicen en un modo bastante similar al judío.

 

¿Significa esto que la Didajé es un documento judío? Naturalmente que no. Su contenido es evidentemente cristiano, pero la similitud no es difícil de explicar: recuérdese que el origen del Cristianismo estuvo en los grupos de prosélitos gentiles que, en algún momento de su vida, pretendieron convertirse al Judaísmo, pero que optaron por seguir las enseñanzas de predicadores como Saulo de Tarso -y, seguramente, muchos otros similares-, por lo que su conversión no se completó (de haberlo hecho, no habrían sido cristianos, sino que se habrían asimilado de manera natural al Judaísmo). Por lo tanto, aunque no eran judíos desde ninguna perspectiva, es obvio que algo aprendieron, algo asimilaron, algo de Judaísmo quedó incorporado a su práctica religiosa, si bien hicieron su propia reinterpretación de ello.

 

Por eso, es lógico que un documento cristiano primitivo evidencie un cierto contacto con el Judaísmo.

 

Y aquí empiezan los problemas.

 

Judaísmo, Didajé y Nuevo Testamento

 

Regresemos al asunto de comparar el cuerpo propio con un pan que se come, y la sangre propia con vino que se bebe. Como ya mencionamos, es una imagen que -aún en un sentido simbólico- resulta bizarra para el Judaísmo.

 

Para los especialistas no hay demasiado misterio en esto: en realidad, es seguro que Jesús nunca pronunció este tipo de palabras. Debió enseñar algo relativamente semejante, y la iglesia primitiva se encargó de darle otra dimensión, otro significado y otro simbolismo, especialmente bajo la influencia de las llamadas “religiones mistéricas”, muy comunes en la religiosidad helénica, y en las que “comer al dios” era un ritual bastante frecuente.

 

Entonces, en el Nuevo Testamento lo que tenemos es la construcción de una idea netamente helénica, y totalmente distanciada del Judaísmo. Su mejor expresión está en el evangelio de Juan: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. Discutían entre sí los judíos y decían: ¿cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: en verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida” (Juan 6:51-55).

 

No cabe ninguna duda de que estas ideas están muy lejos del Judaísmo, pero -sorprendentemente- también de la Didajé.

 

Ahora bien, hagamos una reconstrucción lógica de los supuestos eventos, tal y como los propone el Cristianismo:

 

  1. Jesús habría dicho estas palabras hacia el año 30. Después de ello, sus discípulos habrían mantenido el compromiso de preservarlas.
  2. Se supone que el evangelio de Juan se escribió hacia el año 90. Por lo tanto, para ese momento estas palabras de Jesús habrían sido parte del patrimonio teológico cristiano durante seis décadas.
  3. Las primeras versiones de la Didajé se ubican hacia el año 70, pero la versión definitiva hacia el año 110. Por lo tanto, cuando la Didajé empezó a recopilarse, hacía 40 años que estas palabras de Jesús circulaban de boca en boca. Y cuando terminó de redactarse, hacía 80 años que estas palabras eran patrimonio oral de la Iglesia, y 20 años que estaban escritas en el evangelio de Juan.

 

Espero que, considerando estos datos sencillos, ya estén empezando a darse cuenta que esta secuencia es totalmente irracional. Se supone que estamos hablando de Jesús, el Mesías, el que deslumbró a la gente con los prodigios que hacía y con su sabiduría inigualable.

 

¿Por qué rayos sus palabras, sus ideas, sus conceptos, sus enseñanzas SOBRE SÍ MISMO no están reflejadas en la Didajé? Vamos, la realidad es que están TOTALMENTE AUSENTES.

 

Algo está mal aquí. Y no me refiero a la pretensión de que Jesús dijo algo imposible para un judío (ofrecer su propia carne y sangre como comida y bebida). Eso sólo es la punta del iceberg. Aquí el problema es de análisis documental.

 

Veámoslo de este modo: supongamos que no hubiera sobrevivido casi nada del Nuevo Testamento ni de la literatura cristiana del siglo II. Apenas unos pocos fragmentos por aquí y por allá. Supongamos que uno de esos fragmentos fuese el párrafo de la Didajé sobre la eucaristía, y otro hubiese sido el párrafo del evangelio de Juan donde Jesús habla de sí mismo como verdadera comida y verdadera bebida.

 

Una vez que los especialistas hubieran estado seguros de que ambos fragmentos provenían de la misma tradición religiosa -Cristianismo-, para decidir cuál es el más antiguo y cuál el más tardío, habrían aplicado un criterio elemental en el estudio de los textos del pasado: las ideas tienden a volverse más complejas, no más simples. Y en este caso no habría lugar a dudas, toda vez que las ideas en el evangelio de Juan no son “ligeramente” más complejas, sino RADICALMENTE más complejas. Son, por la tanto, muy posteriores a las de la Didajé.

 

Si tomamos en cuenta que la Didajé terminó de elaborarse hacia el año 110, la conclusión es lógica: el evangelio de Juan se escribió DESPUÉS de esa fecha.

 

En realidad, muchos especialistas en Nuevo Testamento lo aceptan así, aunque sus puntos de vista no suelen ser favorecidos -por razones obvias- por los defensores de las dataciones tradicionales.

 

Estamos ante un problema interesante: un documento terminado hacia el año 110 se nos presenta como MÁS ARCAICO que el Nuevo Testamento. Por lo menos, que un evangelio (el de Juan, en este caso). Eso, por sí mismo, NOS OBLIGA a fechar el Nuevo Testamento DESPUÉS del año 110.

 

¿Se da esta situación con el resto del Nuevo Testamento, o sólo con el evangelio de Juan?

 

La Didajé y los evangelios sinópticos

 

Debido a sus similitudes estructurales, los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas son llamados “sinópticos”. A gusto de muchos estudiosos tradicionalistas, la Didajé evidencia que su autor conoció al evangelio de Mateo, lo que demostraría que hacia el año 70, éste ya estaba escrito.

 

La base para este argumento es el párrafo inicial de la Didajé, que es una suerte de resumen del Sermón del Monte, contenido en los capítulos 5-7 de Mateo: “Bendecid a los que os maldicen y rogad por vuestros enemigos, y ayunad por los que os persiguen. Porque ¿qué gracia hay en que améis a los que os aman? ¿No hacen esto también los gentiles? Vosotros amad a los que os odian, y no tengáis enemigo. Apártate de los deseos carnales. Si alguno te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele la izquierda, y serás perfecto. Si alguien te fuerza a ir con él durante una milla, acompáñale dos. Si alguien te quita el manto, dale también la túnica. Si alguien te quita lo tuyo, no se lo reclames, pues tampoco puedes. A todo el que te pida, dale y no le reclames nada, pues el Padre quiere que se dé a todos de sus propios dones. Bienaventurado el que da conforme a este mandamiento, pues éste es inocente. ¡Ay del que recibe! Si recibe porque tiene necesidad, será inocente; pero si recibe sin tener necesidad, tendrá que dar cuenta de por qué recibió y para qué: puesto en prisión, se le examinará sobre lo que hizo, y no saldrá hasta que no devuelva el último cuadrante. También está dicho acerca de esto: que tu limosna sude en tus manos hasta que sepas a quién das”.

 

Pero el asunto no es tan sencillo. En realidad, este parrafo DIFIERE del Sermón del Monte en varios aspectos. El primero es que tiene una serie de ideas agregadas. Por ejemplo, el Sermón del Monte si menciona la idea de que si recibes una bofetada en una mejilla, pongas la otra, pero no agrega las palabras “y entonces serás perfecto”. También se menciona que si alguno te obliga a acompañarle una milla, vayas con él dos, y que si alguien te quita el manto, también le des la túnica, pero jamás se dice algo similar a que “si alguien te quita lo tuyo, no se lo reclames… pues el Padre quiere que se dé a todos de sus propios dones”. Y menos aún “¡ay del que recibe! Si recibe porque tiene necesidad, será inocente, pero si recibe sin tener necesidad, tendrá que dar cuenta de por qué recibió”. Peor aún: cuando el Sermón del Monte menciona que alguien puede ser puesto en prisión, y que no saldrá hasta no haber pagado el último cuadrante, lo hace en referencia a quienes no se reconcilian con sus hermanos. En cambio, la Didajé lo refiere en relación a quienes reciben apoyos materiales sin necesitarlos.

 

Entonces, la realidad es que aquí tenemos una versión DISTINTA del contenido del Sermón del Monte. Tiene otros matices, tiene otras líneas de razonamiento, y tiene agregados evidentes en relación al pasaje del evangelio de Mateo.

 

Por lo tanto, resulta difícil -si no es que imposible- asegurar que el autor de la Didajé conoció el evangelio de Mateo, a menos que estemos dispuestos a aceptar que no tuvo ningún empacho en tergiversarlo en varios detalles.

 

Hay algo más: el autor de la Didajé JAMÁS menciona que este discurso esté ESCRITO en algún lado, y menos aún en un evangelio. Al respecto, los cristianos tradicionalistas argumentan que se trata de una simple cuestión de estilo, y que ese tipo de aclaraciones resultaban innecesarias, especialmente si el evangelio ya era conocido en las comunidades cristianas.

 

Es razonable, pero hay un problema con esta idea, y es que cuando la Didajé habla de la oración, dice lo siguiente: “Tampoco hagáis vuestra oración como los hipócritas, sino como lo mandó el Señor en el evangelio. Así oraréis: Padre nuestro que estás en los cielos… (etc.)”.

 

Si se trata de una cuestión de estilo, ¿por qué en este párrafo sí hace la especificación de que lo que está citando ES PARTE DEL CONTENIDO DEL EVANGELIO? En realidad, el autor de la Didajé se desenvuelve como si el célebre “Padrenuestro” fuese parte de un contenido identificado como “evangelio”, pero el Sermón del Monte no. Y lo que llama la atención es que, en el evangelio de Mateo, el Padrenuestro ES PARTE DEL SERMÓN DEL MONTE.

 

Entonces, resulta muy difícil suponer que el autor de la Didajé tuvo en sus manos el evangelio de Mateo. Más bien, lo que parece es esto: existió un contenido previo identificado como “el evangelio”, y el autor de la Didajé lo usó de un modo, mientras que el autor de Mateo lo usó de otro. Es decir: ambos textos se basaron en la misma base o fuente documental, desconocida para nosotros.

 

¿Cuál se elaboró primero: la Didajé o Mateo? Volvamos al criterio elemental: las ideas se vuelven más complejas, no más sencillas. Si la Didajé integra casi todo el contenido del Sermón del Monte en apenas un párrafo, y Mateo lo extiende a tres capítulos completos, entonces es evidente que Mateo está en una fase POSTERIOR de evolución como documento. Por lo tanto, Mateo -al igual que Juan- también es posterior a la Didajé.

 

Es decir: posterior al año 110.

 

La Didajé y las epístolas de Pablo

 

¿Cuál es la doctrina central para el apóstol Pablo? Sin duda, la Resurrección de Jesús. Pablo se presenta muy elocuente cuando habla de ese tema:

 

“Acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, CONSTITUIDO HIJO DE D-OS con poder según el espíritu de santidad, POR SU RESURRECCIÓN DE ENTRE LOS MUERTOS…” (Romanos 1:3-4).

 

“Y si no hay resurrección de los muertos, tampoco el Mesías resucitó. Y si el Mesías no resucitó, vuestra fe es vana. Estáis todavía en vuestros pecados…. si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en el Mesías, somos los más dignos de compasión de todos los hombres” (I Corintios 15:16, 17 y 19).

 

El razonamiento de Pablo es simple: todo, absolutamente todo, depende de la Resurrección. Según el versículo de Romanos, fue en ese momento donde Jesús fue CONSTITUIDO como Hijo de D-os. Incluso, señala que su origen fue totalmente humano al recalcar que nació “del linaje de David según la carne”, y que sólo fue ascendido al nivel de Hijo de D-os en el momento de resucitar.

 

En perfecta coherencia con esa idea, a la Iglesia de Corinto le dice que si no hay resurrección, todas sus creencias son vanas, que están muertos en sus pecados, y que son los seres humanos más dignos de lástima. En el esquema ideológico de Pablo, todo depende de la Resurrección de Jesús. Sin ella, no hay absolutamente nada, salvo una completa farsa.

 

Retomemos la perspectiva tradicional cristiana: según ésta, I Corintios se escribió hacia el año 57, y Romanos un año después. Entonces, para cuando se empezó a elaborar la Didajé, ambas cartas ya tenían entre 12 y 13 años circulando entre las Iglesias cristianas. Para cuando se terminó de elaborar la Didajé (año 110), las epístolas de Pablo tenían más de medio siglo en circulación. Y, sólo por agregar el dato, se supone que la Resurrección de Jesús tendría unos 80 años de haber acontecido.

 

¿Qué nos dice la Didajé sobre la Resurrección de Jesús?

 

Nada. Absolutamente nada. Tema desconocido para el autor de la Didajé.

 

¿Cómo es posible que el autor de un texto de instrucción para prosélitos y recién conversos pase por alto el tema FUNDAMENTAL del Cristianismo? Es, por donde se le guste ver, absurdo e irracional. Por más que se ha intentado opinar que el autor de la Didajé no quiso poner todo en su texto (cosa que es razonablemente lógica), resulta imposible imaginarnos bajo qué razonamiento decidió excluir el tema de la Resurrección (cosa que es absolutamente ilógica).

 

No es el único problema relacionado con el tema. Según el Nuevo Testamento, justamente por su Resurrección, Jesús es el único camino hacia D-os. En palabras del Nuevo Testamento, el asunto es este:

 

“Jesús le dijo: yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Juan 14:6).

 

“Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hechos 4:12).

 

“Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificiación, estamos en paz con D-os por medio de nuestro señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos…” (Romanos 5:1-2).

 

“Pues D-os tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando mediante la sangre de su cruz lo que hay en la tierra y en los cielos. Y a vosotros, que en otro tiempo fuistéis extraños y enemigos por vuestros pensamientos y malas obras, os ha reconciliado ahora por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de Él” (Colosenses 1:19-22).

 

“Porque hay un solo D-os, y también un solo mediador entre D-os y los hombres, Cristo Jesús, hombre también” (I Timoteo 2:5).

 

La idea está perfectamente clara: Jesús es el único medio por el cual el ser humano puede recuperar su comunión con D-os, debido a que la muerte de Jesús y su sangre derramada en la cruz le limpian de sus pecados. Sin él, simplemente no hay salvación posible.

 

¿Qué dice la Didajé de todo esto?

 

Nada. Otra vez, absolutamente nada. Por el contrario, en sus palabras iniciales la Didajé nos dibuja otro panorama: “Hay dos caminos: el de la vida y el de la muerte, y grande es la diferencia que hay entre estos dos caminos. El camino de la vida es este: amarás en primer lugar a D-os que te ha creado, y en segundo lugar a tu prójimo como a ti mismo. Todo lo que no quieres que se haga contigo, no lo hagas tú a otro”.

 

Ninguna mención a Jesús. Ninguna referencia a su muerte expiatoria. Ni siquiera una insinuación al papel de su sangre derramada en la cruz. Por el contrario: el tono es bastante judaico, y tomando en cuenta que se trata de un documento cristiano, entonces el término correcto sería decir que bastante ARCAICO.

 

Pero se supone que cuando la Didajé llegó a su forma definitiva (hacia el año 110), el evangelio de Juan y los Hechos de los apóstoles llevaban más de 20 años en circulación, y las epístolas de Pablo más de medio siglo.

 

¿Cómo es posible que en todo ese tiempo una idea tan básica como el hecho de que toda la reconciliación del ser humano depende de Jesús y su muerte expiatoria, fuese asimilada, entendida o creída por el autor de la Didajé?

 

Volvemos al punto: algo anda mal aquí. No es posible que el Mesías aparezca, deje sus enseñanzas, deje una encomienda a sus seguidores, y 80 años después el libro de instrucción fundamental para los prosélitos y los recién conversos no esté enterado de absolutamente nada de esto.

 

Y no es difícil adivinar que es lo que está mal. Fácil: el orden de los acontecimientos sugerido por los tradicionalistas.

 

  1. En el año 30, Jesús de Nazaret muere y resucita, después de haberle enseñado a sus seguidores que todo eso era necesario para que el ser humano pudiese reconciliarse con D-os, bajo el entendido de que él, Jesús, es el único camino.
  2. A partir de ese momento, sus discípulos se dedicaron a predicar esta verdad fundamental para el universo entero: el Mesías ya había puesto su vida como pago de todos nuestros pecados, y el ser humano tenía acceso libre a la gracia de D-os.
  3. Hacia el año 50, Pablo empezó a poner por escrito estas importantes doctrinas, ajustadas en lenguaje y estilo para que pudieran ser entendidas por las comunidades de seguidores de Jesús no judíos.
  4. Hacia los años 70-90, Mateo, Marcos, Lucas y Juan redactaron sus respectivos evangelios, en donde quedó el testimonio de cómo había sido la vida de Jesús.
  5. También hacia el año 70, a alguien se le ocurrió empezar a elaborar un documento de instrucción para nuevos cristianos. Sorprendentemente, dejó fuera las doctrinas fundamentales.
  6. Hacia el año 90, el resto de los textos del Nuevo Testamento estaban completos, reforzando las doctrinas sobre Jesús y su rol como único camino a D-os y único medio de salvación para el ser humano.
  7. Veinte años más tarde, quienes le dieron forma definitiva a la Didajé, por alguna extraña razón no tuvieron ninguna intención en actualizar el texto, o incluso corregirlo. Simplemente, lo dejaron tal y como estaba: sin referencias a la resurrección de Jesús, sin referencias a sus palabras durante la Última Cena, y siguiendo los parámetros judíos sobre el camino de la vida y el camino de la muerte. En resumen, dejaron el contenido de su texto en un simple “pórtate bien”, y no se les ocurrió ajustarlo al “cree en Jesús”.

 

Ni modo: regresemos a los criterios elementales para establecer el orden cronológico de aparición de textos que hablan sobre lo mismo. Como ya se mencionó, las ideas tienden a volverse más complejas, no más sencillas.

 

Y la realidad es evidente: la Didajé es un documento más sencillo y rudimentario que el Nuevo Testamento en TODOS los temas. No sirve apelar a que la Didajé es un texto donde se condensan las ideas, porque una idea -por condensada que esté- debe ser clara. Condensen todo lo que quieran la idea de la resurrección de Jesús. De todos modos, nada semejante aparece en la Didajé.

 

Siguiendo una simple lógica de evolución documental, la conclusión es sencilla: el Nuevo Testamento es posterior a la Didajé.

 

Llegados a este punto, los tradicionalistas optan por quedarse sólo con la fecha inicial de la Didajé, rechazando que su proceso de elaboración se haya extendido hasta el año 110. Y razonan: si se escribió en el año 70, es perfectamente lógico suponer que su autor no tuviese conocimiento de los textos que apenas se estaban empezando a escribir en ese momento. Los únicos que ya estaban hechos eran las epístolas de Pablo, pero para esa época sólo debieron estar circulando en las comunidades a las que Pablo las había dedicado. Por lo tanto, el autor de la Didajé no tenía por qué conocerlas.

 

Pero es un argumento inútil: aunque los textos no estaban escritos, se supone que su contenido estaba en circulación desde el año 30. Aún en el caso de querer relativizar esta idea, el punto de la Resurrección es injustificable: se supone que este impactante evento había ocurrido cuatro décadas antes de que se elaborase la Didajé. Entonces, no existe ninguna explicación razonable para justificar que su autor, simplemente, haya dejado de lado el tema de la Resurrección de Jesús.

 

Cuando decimos que el Nuevo Testamento es POSTERIOR a la Didajé, ni siquiera estamos hablando de la elaboración (entiéndase: redacción escrita) de los documentos, sino de las IDEAS MISMAS que contienen. Es decir: la creencia en que la Resurrección de Jesús era lo más importante del Universo, ES POSTERIOR A LA DIDAJÉ.

 

O, para resumirlo fácil, del siglo II.

 

Resumiendo

 

En resumen, la Didajé es una evidencia documental que demuestra que en el periodo de transición del siglo I al siglo II, la ideología cristiana estaba en pañales, y todavía estaba delimitada por el vago entendimiento que antiguos prosélitos tenían del Judaísmo. Las doctrinas fundamentales (la resurrección de Jesús, la reconciliación por medio de su muerte, su nacimiento milagroso, sus palabras en la Última Cena, etc.), todavía no estaban bien planteadas, y menos aún eran conocidas en las iglesias cristianas.

 

¿Pero no se supone que todo eso ya está escrito en el Nuevo Testamento? Sí. Así es. Entonces, la conclusión inevitable -defendida por muchos especialistas, aunque siempre relegada a segundo plano por la inmensa mayoría tradicionalista que no le gusta revisar sus creencias-, es que el Nuevo Testamento es un producto del siglo II, tanto en su redacción como en el surgimiento y desarrollo de sus ideas características.

 

¿Tenemos más evidencia documental para sustentar este punto?

 

Sí. De hecho, toda la evidencia documental tiende a sustentar este punto, tal y como lo seguiremos viendo en las notas siguientes.

 

Irving Gatell.

¿QUÉ ES EL NUEVO TESTAMENTO?

Una discusión inevitable con los misioneros cristianos es la naturaleza del Nuevo Testamento. Cuando se trata de cristianos que asumen su cristianismo y su labor misionera sin ningún intento por ocultarse o disimularse, no es demasiado difícil llegar a un punto de acuerdo: el Nuevo Testamento es el texto sagrado de una religión -Cristianismo-, y toda la discusión se centra en la necesidad u obligación que un judío o un noájida puedan tener de creer.

 

Pero con los movimientos Mesiánico y Nazareno el asunto ha tomado otro matiz, principalmente porque se rehúsan a definirse como cristianos y como misioneros (pese a que todas las evidencias demuestran que lo son). En cambio, intentan comenzar por algo sutil: proponer que el Nuevo Testamento es un texto cien por ciento judío, y que su correcto entendimiento sólo puede darse desde la perspectiva judía. Siguiendo esa premisa, se puede demostrar que Jesús y sus seguidores nunca rompieron con el Judaísmo, y sus enseñanzas son perfectamente judías.

 

Obviamente, después de eso intentarán demostrar que un judío puede seguir siendo judío y reconocer al mismo tiempo que Jesús fue el Mesías.

 

Vamos, entonces, a comenzar con una serie de textos sobre la naturaleza del Nuevo Testamento, para dejar en claro una realidad evidente durante casi 19 siglos: que el Nuevo Testamento no es un documento judío, y que un judío -si pretende conservar su identidad judía íntegra- o un noájida -si entiende bien lo que es el Noajismo- no puede ni debe creer en el Nuevo Testamento.

 

La naturaleza de un Texto Sagrado

 

Vamos a hablar en términos completamente técnicos: todas las religiones tienen un texto sagrado. Es un elemento indispensable en las religiones que llegan a cierto punto de evolución.

 

Si resumimos la creencia universal respecto a los textos sagrados, podemos decir que son parte de una revelación dada por una divinidad, y puesta por escrito por los portadores o receptores de dicha revelación. Son, por lo tanto, textos que superan los límites de la naturaleza humana, y contienen una esencia trascendental.

 

Creer o no creer en eso, depende de la postura que cada uno asume. Pero ¿históricamente qué son los textos sagrados?

 

En realidad, son sólo una parte en la evolución de toda religión. Se empieza por conservar un acervo oral, que se va enseñando de generación en generación, y cuyos principales portadores son los “ancianos” del grupo. Se trata de un acervo que no sólo incluye relatos tradicionales (generalmente, un relato sobre la Creación del mundo, varios relatos relacionados con las fechas agrícolas, y uno o más relatos sobre la fundación o aparición del grupo tribal o nacional), sino también una serie de normas de convivencia que funcionan como código legal, y que regulan las relaciones interpersonales de los integrantes del grupo.

 

Cuando una sociedad llega a determinado nivel de sofisticación -generalmente relacionado con la vida sedentaria- todos estos relatos empiezan a fijarse por escrito, generalmente al mismo tiempo que se consolida la autoridad de una casta sacerdotal. La razón es simple: una vez que la sociedad ha evolucionado lo suficiente, es obvio que también las prácticas religiosas han evolucionado lo suficiente, y eso requiere de una normatividad cultual. La base siempre tiene que ser un texto escrito, lo que exige la definición de un grupo capaz de conservar ese patrimonio religioso y espiritual por escrito (es decir: gente que sepa leer y escribir), y que sea también capaz de aplicarlo en los rituales de manera correcta. Eso, en términos generales, define la necesidad de toda religión de que, en un momento dado de su historia, debe consolidarse una casta sacerdotal. Y por eso, a la par de la consolidación de este grupo dirigente, se consolida el texto sagrado.

 

Generalmente, los textos sagrados no perciben el proceso de este modo. Simplemente, se asumen como una revelación dada directamente por D-os, y no como el resultado natural de una evolución social. En ese sentido, la Biblia Hebrea es un caso sorprendente, porque -sin renunciar a la convicción de que allí está contenida la Palabra de D-os-, nos dibuja un proceso histórico muy claro en donde todos los detalles que conocemos sobre la evolución de las religiones se respetan a la perfección.

 

Veámoslo así: la base de nuestro texto sagrado es la Torá, y los que somos creyentes aceptamos que fue entregada por el Eterno a Moshé en Har Sinai, durante el proceso que llamamos Éxodo.

 

Pero no fue un revelación súbita y abrupta. En realidad, el Judaísmo entiende esta revelación de un modo perfectamente razonable: nosotros creemos que la Torá es eterna. Por lo tanto, aunque no estuviese puesta por escrito, todos los sabios anteriores a Moshé (entre quienes destacan nuestros patriarcas Avraham, Itjak y Yaacov) estudiaron y enseñaron Torá.

 

¿En qué momento de la Historia apareció Moshé? Dejemos las fechas tradicionales y por un momento usemos los datos que nos proponen los historiadores “serios”: Avraham habría vivido hacia el siglo XVIII AEC, y Moshé hacia el siglo XIV AEC.

 

Entonces, vemos que el Judaísmo reconoce que hubo un período de aproximadamente cinco siglos en el cual el conocimiento pasó de generación en generación, principalmente, por la vía oral (y esto va en perfecta coherencia con la convicción del Judaísmo de que la Torá también es oral).

 

Luego, es durante el Éxodo que suceden dos cosas al mismo tiempo: Moshé no sólo recibe la Torá en su forma escrita, sino también recibe la orden de establecer a su hermano Aarón y a sus hijos como cabeza de la casta sacerdotal de Israel. Entonces, está perfectamente claro para el Judaísmo que la elaboración (o como gusten decirle) del “documento sagrado” está íntimamente ligada a la consolidación de una dirigencia religiosa.

 

¿Sorprendente? Para muchos, tal vez. Pero mientras más se estudia el Judaísmo, más se percibe que se trata de una forma de ver las cosas -empezando por la religión misma- en la que se respeta plenamente la naturaleza humana. Sin ser sociólogos, sin ser discípulos de Max Weber o de Claude Levi-Strauss, los autores de la Biblia (usemos por esta ocasión ese ambiguo modo tan apreciado por los estudiosos no creyentes) elaboraron un relato en donde es claro que se conocían y respetaban los procesos evolutivos de una sociedad. Y eso, más de dos milenios antes de Weber y Levi-Strauss (disculpadme si ahora me pongo sentimental, pero justamente por ese tipo de detalles es que estoy más que convencido de que al hablar de la Torá y el resto del Tanaj, sí estamos hablando de una revelación de origen Divino).

 

El proceso no acaba con Moshé. En realidad, apenas empieza en su fase escrita. Según la tradición judía, el proceso para completar la revelación ESCRITA concluyó hasta el siglo IV AEC, cuando se escribieron los últimos libros proféticos. La Crítica Bíblica dice que, en realidad, el proceso se extendió todavía hasta el siglo II AEC. Bien: dejemos de lado esa controversia, ya que para nuestro objetivo inmediato, de todos modos está claro que el proceso para concluir la elaboración del Tanaj se extendió durante varios siglos.

 

Digámoslo en términos técnicos: en el Judaísmo está perfectamente reconocido que la revelación dada por D-os no es un asunto de un sueño, o un dictado, o una generación. Aunque la base es la Torá recibida por Moshé, es un hecha que ésta está cargada de un universo de conocimiento que supera, con mucho, las posibilidades de cualquier ser humano. Desde esta perspectiva, ¿qué representa el resto del Tanaj (los Profetas y los Escritos)? El lento proceso mediante el cual se empezó a entender todo lo que está implícito en la Torá. Proceso que, naturalmente, se extiende después -aunque en otro nivel- en el Talmud y en los escritos de los Geonim, los Rishonim y los Ajaronim, porque en realidad es inacabable. Pero, más allá de esto, el Judaísmo reconoce que hubo un nivel de revelación especial que se extendió hasta los últimos profetas, después del cual la labor ha sido de estudio de esa revelación.

 

Independientemente de cómo se quiera explicar este proceso, una cosa está clara: el Judaísmo, aún desde su perspectiva más tradicional, reconoce que un texto sagrado no sólo depende de una revelación de D-os (como lo es la Torá en Har Sinai), sino que tiene una etapa previa donde la base no está puesta por escrito (desde Adam Harishón hasta Moshé), y que luego pasa por un proceso perfectamente natural y acorde con las limitantes y necesidades humanas que se extiende durante siglos (desde Moshé hasta Malaji, el último profeta).

 

Así fue como se integró el Tanaj, expresado en términos simples y neutrales, válidos incluso para una perspectiva sociológica de la religión (ciertamente, los partidarios de la Crítica Bíblica proponen otras fechas, pero reconocen exactamente el mismo proceso; no es el tema de esta nota, así que dejaremos ese asunto para otra ocasión).

 

El Nuevo Testamento

 

El Nuevo Testamento es escritura sagrada para los seguidores de Jesús de Nazaret. De acuerdo a sus propias convicciones, es una revelación dada por D-os para completar lo que se había iniciado con el Tanaj (Antiguo Testamento, según la terminología cristiana).

 

¿Cómo se dio esta revelación? Según la perspectiva tradicional de los seguidores de Jesús, después de que este desarrolló su ministerio terrenal (hacia el año 30 EC), hubo un período de unos 20 años en los que la transmisión de sus enseñanzas fue oral. Luego, hacia el año 50 o 52, el apóstol Pablo empezó a elaborar sus epístolas, labor que se extendió hasta el año 62. Para esas épocas, muchos opinan que ya se había escrito el evangelio de Mateo. Otros -acaso la mayoría entre los especialistas- consideran que el primer evangelio en escribirse fue el de Marcos, un poco después del año 70. De todos modos, en general todos dan por hecho que los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas ya estaban escritos hacia el año 85, y que el de Juan se escribió unos cinco años después. En ese mismo lapso (entre los años 70 y 90) se escribieron el resto de los textos del Nuevo Testamento (las epístolas de Juan, de Pedro, de Judas, de Santiago, Hechos de los Apóstoles y la epístola a los Hebreos), salvo el Apocalipsis de Juan, escrito hacia el año 95.

 

¿Cuándo se estableció una casta sacerdotal en el cristianismo? Los que pretenden ser más puristas, insisten en que nunca. Según ellos, en el Nuevo Testamento sólo se habla de una suerte de dirigencia local, y los términos en griego para referirse a los obispos, ancianos y/o presbíteros no tienen ningún tipo de conotación jerárquica. Se refieren, simplemente, a aquellos que por su experiencia y conocimiento están en condiciones de guiar al pueblo de D-os.

 

Pero lo cierto es que sí se desarrolló una estructura jerárquica, aunque eso sólo sucedió hasta el siglo II. Fue en ese período que se establecieron las bases de la jerarquía eclesiástica cristiana de manera definida.

 

A inicios del siglo II, Ignacio de Antioquía -uno de los primeros “Padres de la Iglesia”- escribió varios párrafos en los que analizó el tema de la autoridad de los obispos. Es un tema recurrente en sus cartas, lo que evidencia que fue testigo del momento en el que el Cristianismo en general entraba en esta crisis: modernizarse y organizarse, o seguir con los rudimentarios moldes del siglo I. Ignacio fue de los más radicales defensores de la autoridad episcopal, aunque en ninguno de sus textos se deja ver que ya existiera una estructura similar a la que luego se desarrolló, donde el Obispo es aquel que está, jerárquicamente, por encima y como autoridad de los presbíteros de una zona geográfica determinada.

 

Entonces, los textos de Ignacio de Antioquía (probablemente escritos hacia el año 110) son un buen ejemplo de los inicios de las controversias que, poco a poco, le dieron forma teórica a la estructura episcopal que luego se aprobó como oficial en la Iglesia de Roma.

 

Nuevamente, los “puristas” reclaman: esto se trata de una tergiversación de dicha Iglesia, especialmente en la etapa imperial (a partir del siglo IV). Según ellos, la revelación dada en las Escrituras (entiéndase: el Nuevo Testamento) no incluye ningún tipo de jerarquización eclesiástica, razón por la cual debe rechazarse cualquier tipo de episcopalismo.

 

Y aquí empiezan los problemas: según vimos, el texto sagrado y la casta sacerdotal son instituciones religiosas que surgen a la par, porque uno no es posible o necesario sin el otro.

 

Aquí la pregunta inicial es simple: ¿realmente es posible que hacia el año 95 ya estuviera completo el texto sagrado del Cristianismo, sin que existiese -ni debiese existir- una jerarquía sacerdotal?

 

La respuesta fría y técnica es no. Es imposible. Está sobradamente demostrado por la experiencia humana que una comunidad religiosa con poco o nulo grado de evolución o desarrollo social no necesita una escritura sagrada, porque la base de su tradición espiritual se conserva y se transmite de manera oral. Sólo hasta que se empieza a consolidar una jerarquía sacerdotal, la necesidad de una reglamentación fija hace necesaria la consolidación de una “escritura sagrada”.

 

Incluso la Torá respeta esa realidad humana, y nos dice que la revelación en Har Sinai se dio en la misma etapa en la que se estableció el sacerdocio de Aarón y sus descendientes (tan es así, que el movimiento disidente Karaíta pretende que la única autoridad es lo escrito en el texto de la Torá, justamente porque pretenden recuperar el Judaísmo SACERDOTAL de la antigüedad).

 

Pero la perspectiva tradicional del Cristianismo (defendida hasta las últimas consecuencias por Mesiánicos y Nazarenos) pisotea por completa esta realidad, y propone que el texto sagrado surgió por sí mismo y totalmente desvinculado de cualquier modo de organización jerárquica sacerdotal.

 

¿De dónde surge esta idea? Simple: del Protestantismo. Nuevamente, como en cada uno de sus aspectos principales, Mesiánicos y Nazarenos sólo están reproduciendo las ideas del Protestantismo europeo y estadounidense.

 

La Iglesia Católica es más razonable en esta materia: para defender la idea de que la última autoridad reside en la Iglesia misma y no en el libro (Nuevo Testamento) como tal, defienden el hecho histórico de que el Nuevo Testamento es como es porque la Iglesia así lo decidió. Es decir, que el texto sagrado es producido por la comunidad de fe. Y, aunque sostienen la datación temprana de los libros del Nuevo Testamento, asumen que aunque todo ya estaba escrito hacia el año 95, el proceso de reconocer estos libros como “autoridad sagrada” sólo estuvo completo hasta finales del siglo IV, y sólo fue posible cuando LA IGLESIA sancionó dicha autoridad.

 

En cambio, el Protestantismo surge cuestionando este (entre otros) criterios de la Iglesia Romana. El lema de Lutero fue sola fide, sola scriptura (“sólo la fe, sólo la escritura”), enfatizando con ello que la autoridad espiritual final no está en la iglesia, sino en la Biblia (en ese sentido, una postura muy similar a la de los Karaítas).

 

Para el Protestantismo, el proceso es al revés: primero vino la revelación escrita, autónoma por completo, y fue sobre esa base que se construyó la Iglesia. Es la perspectiva antagónica: la Iglesia surge de la Escritura y no al contrario, como defiende el Catolicismo.

 

El estudio de la forma en la que evolucionan las religiones ha demostrado que se trata de un criterio erróneo. En el mejor de los casos, mítico. La realidad es que primero existe la comunidad de fe, y luego se genera la escritura sagrada, a la par que se establece una autoridad sacerdotal.

 

Entonces, la percepción tradicional del Cristianismo Protestante y Evangélico, asimilada al cien por ciento por Mesiánicos y Nazarenos, es que la Escritura no depende de los factores sociales propios de la religión, sino que tiene una autonomía total y, por lo tanto, representa la última autoridad. En consecuencia, el Nuevo Testamento -acabado hacia el año 95- no tiene nada que ver con la consolidación de las jerarquías sacerdotales que luego se afianzaron en la Iglesia de Roma.

 

Pero, tal y como veremos en los artículos siguientes, toda la evidencia documental demuestra que esta idea es totalmente falsa.

 

La realidad objetiva es que las jerarquías eclesiásticas del Cristianismo se desarrollaron durante el siglo II, y la evidencia documental demuestra que fue también en este período que surgieron los libros del Nuevo Testamento.

 

¿Es posible que el Nuevo Testamento sea un producto judío?

 

Para concluir esta primera nota sobre el tema, retomemos el razonamiento llano de los Mesiánicos y Nazarenos: Jesús fue judío. Sus seguidores fueron judíos. Por simple lógica, todo lo que ellos enseñaron y escribieron debió estar enmarcado en el pensamiento judío.

 

Parece simple, pero no lo es. Hasta ese punto, el razonamiento es correcto. Pero el problema empieza aquí: ¿realmente podemos asegurar que el Nuevo Testamento es LO QUE ESCRIBIERON LOS SEGUIDORES DE JESÚS?

 

Veamos el asunto a partir de la sociología de la religión: si Jesús fue judío y sus seguidores fueron judíos, no tuvieron ninguna necesidad de elaborar una escritura sagrada, porque para ese momento el Judaísmo ya tenía consolidado el Tanaj (incluso, desde hacía cuatro siglos). En ese momento, el Judaísmo ya estaba en la fase de elaborar textos DE ANÁLISIS, como lo es el Talmud, no textos DE REVELACIÓN, como lo es el Nuevo Testamento.

 

Entonces, el Nuevo Testamento NO CORRESPONDE a la fase de evolución espiritual del Judaísmo del siglo I EC.

 

Mesiánicos y Nazarenos pretenden presentar al Nuevo Testamento como un texto donde se expone la exégesis correcta de la Torá. Pero es falso. El Nuevo Testamento se presenta a sí mismo como UNA NUEVA REVELACIÓN: “D-os, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otros tiempos a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo…” (Hebreos 1:1-2).

 

Eso sólo tiene lógica en el contexto de una NUEVA RELIGIÓN en su fase de organización. Es decir, con el Cristianismo del siglo II, pero de ningún modo con el Judaísmo del siglo I.

 

Por eso, a ningún historiador serio le quedan dudas respecto a que el Nuevo Testamento y el Cristianismo son inseparables, y que -por consecuencia- es imposible definir al Nuevo Testamento en términos judíos. Es, simplemente, la escritura sagrada del Cristianismo, surgida en el contexto de las necesidades propias del Cristianismo.

 

En la próxima nota, empezaremos a analizar la distancia histórica que hay entre los hipotéticos seguidores de Jesús (del siglo I), y los libros del Nuevo Testamento tal y como los conocemos. Para hacerlo, empezaremos por analizar algunos elementos muy significativos de un documento cristiano de inicios del siglo II, en donde queda expuesta la realidad de que, para ese momento, NADIE conocía lo que hoy llamamos Nuevo Testamento (ni siquiera los evangelios).

 

Irving Gatell

Evolución de la identidad nacional palestina

Si se puede establecer que la voz “palestino” se refiere, en la actualidad, a los habitantes árabes –sin nacionalidad israelí- de los territorios controlados por Israel –o bajo su tutela o área de influencia, puesto que el status jurídico y administrativo actual de esos territorios es complejo de definir-, los refugiados árabes procedentes de esos territorios y sus descendientes. Se puede establecer también que el significado de “palestino” ha variado considerablemente de contenido entre inicio, mitad y final del siglo XX.

La identidad nacional palestina

A partir de ahí no es descabellado proponer, a título de hipótesis, que la identificación árabe/palestina y su conformación como identidad nacional se va produciendo en el exilio o en la ocupación, incluso cabría estudiarse si entre 1948 y 1967 los habitantes árabes de Cisjordania y Gaza se autoidentificaban nacionalmente como «palestinos», «egipcios», «jordanos» o, simplemente, «árabes».

Es indudable que después de 1967 -y al calor de la OLP, el exilio y la ocupación israelí- sí se va asumiendo una identidad nacional «árabe/palestina». Si se atiende al contexto, puede observarse que se trata de un momento histórico en el que proliferan los movimientos nacionales de liberación y/o revolucionarios. En parte propiciados por la dinámica de la guerra fría, cuyos antagonistas estimulan o patrocinan alguno de esos movimientos -aunque no en todos los casos los generen por completo-, ese patrocinio responde a los intereses geoestratégicos de la gran potencia patrocinadora.

Identidad y factor catalizador de la “etnogénesis”

Ahora bien, en la actualidad, y en el lado palestino, ¿esto es estrictamente así? Es indudable asumir que existe esa identidad nacional (creada cuando fuese y con la antigüedad que sea), pero, ¿Hamas y una parte de Al-Fatah con que se identifican? ¿Cuál es el referente que usan? ¿El componente nacional palestino? ¿El componente islamista? ¿Ambos? Dejémoslo a nivel de apunte, aunque da la impresión –sin poder afirmarla- que el factor identificativo o catalizador identitario evoluciona hacia un universalismo islámico (no ajeno al concepto de “umma”), hacia la idea o mito del «califato», y eso lo hace en detrimento de la concepción nacional.

Siendo solo una impresión o una idea a explorar, cosa que debe quedar clara, y que no implica trazar una identificación subliminal entre la causa o el problema palestino y el terrorismo islamista de los últimos años.

Otra cosa es que éste se excuse en el problema palestino o diga que actúa en su nombre, eso es una atribución paralela a la existencia misma del problema, pero el problema existe independientemente de la actuación terrorista o no.

No obstante, en lo ideológico -y con independencia de la praxis que tome esa ideología- se va pasando de un movimiento de raíz nacional/izquierdista/revolucionario a uno de índole islamista/revolucionario, como deja muy claro la composición de Hamas.

Y eso es un nuevo giro que tiene su influencia en la conformación de la identidad palestina como pueblo, una influencia en su identidad nacional y en si esta es un factor predominante en su lucha o lo es más el referente islámico, referente que por su propia naturaleza es más universalista que nacionalista.

En este planteamiento seria interesante saber si en movimientos como Hamas están integrados componentes cristiano-palestinos o no, y si lo están que medida y significación tienen dentro de ese movimiento.

La evolución del referente identitario

Volviendo a recurrir a la cronología, parece que entre 1949 y 1991 lo que existe es la formación de un movimiento de carácter nacional/izquierdista/revolucionario, que, en un determinado momento, se aglutina alrededor de la OLP. Ese movimiento se va reforzando más entre 1967 y 1991.

Y esa tendencia experimenta modificaciones a partir de 1991 paulatinamente, e incluso silenciosamente en alguna fase. Especialmente durante la tregua más o menos existente entre la primera y la segunda intifada, que en sí mismas ya muestran claras diferencias en sus patrones de comportamiento: la primera es sobre todo una reivindicación nacional, la segunda es islámica/nacional y con el componente islamista en aumento.

Poco a poco la resistencia palestina se va transformando en un movimiento mucho más vinculado a las posturas islamistas, menos a las nacionales y ya casi abandonando totalmente el factor izquierdista.

Recordando las fechas, poco después de 1991 se desintegra la URSS y la Guerra Fríadesaparece por completo, es a partir de ese momento cuando el carácter del movimiento palestino va cambiando.

Es lógico pensar que eso también viene influido por los cambios en los apoyos políticos exteriores y en la estructura financiera de ese movimiento, en definitiva, en sus aliados o “protectores” y en el origen de su financiación.

Del patronazgo (que tiene una vertiente política y otra económica) de la URSS y sus aliados en la región se pasa al patronazgo saudí (pues los saudíes son los que pasan a mover los hilos, aunque intenten hacerlo lo más discretamente posible), y eso coincide, también, precisamente, con el cambio en los factores ideológicos de los movimientos de resistencia palestinos, e incluso con sus métodos.

Jorge Romero Gil

Bibliografía

Barker, A. J., La Guerra de los Seis Días, Librería Editorial San Martín, 1975

Culla, Joan B.; Israel: el somni i la tragèdia, Edicions La Campana, Barcelona, 2004

Kepel, Gilles, La Yihad. Expansión y declive del islamismo, Editorial Círculo de Lectores, Barcelona, 2001

Paya, Frank, Historia Moderna de Israel

Temás básicos que un(a) noájida debe conocer

 Esta nueva recopilación toma publicaciones con definiciones, explicaciones, citas y temas que son básicos para que un gentil, que aspire a ser justo(a) antes los ojos del Eterno, debe conocer para ser un(a) buen(a) hijo(a) de Noaj (Noájida).

Desde el ABC noájida hasta temas que se manejan muy frecuentemente en este sitio.

Si conoces a alguien que apenas conoce que (su identidad espiritual) es noájida, y poco sabe de su identidad y herencia, por favor, no dejes de compartirle esta pequeña guía.

Después de la numeración es una pequeña descripción, los títulos de tales publicaciones en su mayoría son diferentes.

1. ¿Qué es un noájida? ¿Quienes son noájidas?
http://fulvida.com/info/abc.htm

2. ¿A quienes se les aplica el término?
http://serjudio.com/rap3401/rap3422.htm

3. ¿Cuál es el significado de cada uno de los 7 colores del Arcoiris?
http://fulvida.com/rap001/rap026.htm

4. Los 7 preceptos noájidas expresados de manera implícita en la Torá.
http://serjudio.com/rap2951a3000/rap2997.htm

5. Evidencia de la aplicación de los 7 preceptos noájidas en la Torá.
http://serjudio.com/rap751_800/rap753.htm

6. Explicación sobre los 7 preceptos noájidas implícitos en la Torá.
http://fulvida.com/?p=1241

7. El origen de la Torá Oral para Israel.
http://fulvida.com/?p=17117

8. ¿Cuándo dió el Eterno por primera vez los preceptos?
http://fulvida.com/info/principio_tiempo.htm

9. El ejemplo de nuestro patriarca Noaj.
http://fulvida.com/info/desafio_noajida.htm

10. Responsabilidad del cumplimiento de los 7 preceptos.
http://serjudio.com/rap2101_2150/rap2140.htm

11. Lo que dice la Torá Oral acerca de los noájidas (gentiles justos).
http://fulvida.com/info/maravi_noti.htm

12. El camino del noajico (gentil justo). Un poco de historia.
http://serjudio.com/personas/re020208.htm

13. Reglamentaciones derivadas de los 7 preceptos de Noaj.
http://fulvida.com/?p=1375

14. Prohibición del estudio de la Torá para un/a noájida.
http://fulvida.com/?p=1613

15. Explicación de la prohibición del estudio de la Torá para un/a noájida.
http://fulvida.com/?p=1904

16. Prohibición del estudio del Tanaj para un/a noájida.
http://fulvida.com/?p=1896

17. Lo que la Torá indica acerca de los gentiles.
http://serjudio.com/?p=3320

18. El caso donde no se permite estudiar ninguna parte de la Torá.
http://fulvida.com/?p=7114

19. El caso donde se permite el estudio de algunas porciones de la Torá.
http://fulvida.com/?p=10341

20. Breve recopilación sobre el ego.
http://fulvida.com/?p=18082

La «ratzón» o voluntad

Dentro de la cábala es importante el concepto de «ratzón» que significa “voluntad”. Lo es tanto en el aspecto humano como divino de la misma.

En primer lugar se identifica el tipo de voluntad, pues no es lo mismo el poder hacer algo que la voluntad de hacer algo, ni es lo mismo la voluntad de hacer todo lo que se puede o algo de lo que se puede.

Los tipos de voluntad

Entrando en lo divino y, en ello, en la idea de «En Sof» (Infinito), cabe decir que se considera que “En Sof” tiene dos tipos de voluntad: la ilimitada y la limitada.

La voluntad ilimitada sería la plena voluntad y capacidad de “En Sof” cosa que, según la cábala, excede a la capacidad de imaginarla y, también, existe una limitación –casi podríamos decir “prohibición”- tácita respecto a indagar en ella.

Si bien al respecto hay dos posturas: la que considera pura y simplemente eso “materia prohibida”, sin más, y la que lo entiende como “materia reservada”. La distinción tiene sus implicaciones porque lo primero significa no profundizar en «En Sof» –taxativamente- y lo segundo significa poder hacerlo… si se tiene capacidad para ello, solo que como es algo profundamente sagrado debe “reservarse” –digamos que no sería algo para ser revelado públicamente-, eso conlleva un cierto riesgo de confusionismo, porque la cábala es esotérica en la medida que es iniciática –como lo es cualquier otro conocimiento, sea académico o no-, pero de lo que no se trata es de un “conocimiento secreto”.

La base de esa renuencia o restricción se encuentra en el «Tanaj» mismo. Así, en el «Zohar» se alude a la misma, por ejemplo, en los siguientes términos: «Rabbí Simón empezó a hablar así: El traidor revela los secretos, pero aquél cuyo corazón es fiel guarda para sí la palabra que le ha sido confiada. (Prov. 11:13). El mundo no subsiste sino por el secreto. Si el secreto es necesario en las cosas profanas, cuanto más lo es en el Misterio de los misterios del más antiguo de los tiempos, que ni tan sólo fue confiado a los ángeles superiores.» (“Zohar”, III 127b-128a).

En cualquier caso la indagación sobre la totalidad de «En Sof» no podría llegar más lejos que aquello que su voluntad desee revelar, y eso nos llevaría a la voluntad limitada de «En Sof», pues ésta es la que se manifiesta, se puede indagar y se puede obtener resultados a través de su estudio.

La voluntad limitada es, pues, aquella voluntad que «En Sof» muestra públicamente, digamos que equivale a lo que puede saberse –y Él desea que se sepa- de «En Sof». No implica que «En Sof» no pueda hacer más que lo que muestra –que su voluntad se limite por falta de capacidad- sino que significa que su voluntad se “limita” a mostrar la parte que muestra que -siguiendo a la Cábala, en particular, y al judaísmo, en general- apenas es una parte de sí mismo.

Voluntad y emanaciones

Se encuentran, pues, dos tipos de voluntad divina, la cábala llama a la voluntad ilimitada o simple “En Sof” (Infinito o Luz Infinita) propiamente, mientras que su voluntad limitada serían las emanaciones o sefirot.

Dicho en otras palabras, se considera que Hashem creó un mundo limitado por medio de su voluntad limitada o sefirot. Y ese mundo y esa creación es la que da pistas sobre lo que Hashem desea mostrar o desea que se sepa.

Cuando menos para quién pueda alcanzar tal conocimiento, que, repetimos, no se concibe como “secreto”, estrictamente hablando, pero sí como iniciático y reflexivo, porque se trata de un conocimiento alcanzable intelectualmente, por la vía del intelecto, si en la cábala hay “iluminación” esa “iluminación” lo es intelectual, en ese sentido la cábala reúne condiciones místicas y racionalistas a la vez.

Las sefirot

Las sefirot pueden ser definidas brevemente como segmentos de la expresión de la voluntad limitada de «En Sof». En ese sentido, la creación del mundo sería una manifestación de la voluntad divina de crearlo.

Cada una de las sefirot es un aspecto, a la vez, de la creación y la voluntad divina. Aquí hay que entender por “mundo” la totalidad del universo o universos definibles a partir de la mística cabalística y del judaísmo.

Uno de ellos sería el que podríamos llamar “el nuestro”, que no sería sino la realidad material que nos rodea –incluyendo “nuestro” universo-. Pero debe irse con cuidado en la definición de otros mundos a partir de las sefirot, porque sobre todo se refiere a niveles de cognición, de conocimiento, sería caer en un error entenderlos en términos de literalidad y, también, en términos de representación pura, de alegoría sin más. La manera de acercarse a ellos y a esas sefirot es a partir de una “textualidad” –de la forma- que no excluye sino que incluye lo que simboliza la misma. Eso sí, entendiendo el símbolo como parte del lenguaje, como un tipo de lenguaje, dicho de otro modo: desde la semántica.

Las sefirot son diez y representan los poderes mediante los cuales D_os expresa su voluntad limitada, que es, siguiendo esta mística, ni más ni menos, que el mundo en cuanto lo existente, que es diferenciable de la voluntad entera, esa es la realidad que es… «En Sof».

Kaddish

Al estudio de los textos sagrados se dedica el judaísmo rabínico y, dentro de él, la mística judía que se desarrolla a partir de la Cábala. La memorización del texto en el judaísmo y su efecto letanía no busca un estado de «aislamiento» que favorezca la meditación, sino la reflexión.

Memorización y oración en el judaísmo

La repetición aquí es reflexiva. Y es reflexiva porqué se reflexiona intelectualmente sobre la «forma» –la textualidad- del texto, de la que se quiere extraer todo significado posible. Por una parte es algo deconstructivo –por la descomposición o “dissémination” de las palabras en sus componentes- y por otra es justo lo contrario –puesto que no se trata de generar un nuevo significado a partir de los elementos, sino de ver la totalidad de significados contenidos en esos elementos-. Desde ese punto de vista, del análisis textual, es bastante paradójico la utilización, a la vez de un método y su contrario, y aquí sucede eso: se deconstruye pero también se recurre a la hermenéutica.

La letanía judía busca abrir la mente a la reflexión que ilumine, no busca un aislamiento meditativo del protagonista.

Eso por una parte, por otra, el judaísmo considera sus ceremonias y preceptos como «ritos», esto es, no algo únicamente simbólico, sino con el valor de «puente de comunicación» con la divinidad.

Se puede desear recitar salmos, párrafos del «Tanaj» o rezos ya establecidos en hebreo, pero conociendo el significado, para que no se queden en palabras que salen sin sentido, sino pronunciadas con ánimo de comunicación auténtico. Porque en los rituales y oraciones judías hay interacción entre el intelecto, el sentir y la acción como tal -esto último sería puramente el rito-. Todo eso debe organizarse o relacionarse con coherencia formando una unión, una unidad, a partir de la cual se desea alcanzar la comunicación con Elohim.

El “Kaddish”

Existe un rezo u oración muy particular que es el “Kaddish”, es un tipo de oración muy íntima, y lo es pese a que debe recitarse en grupo o congregación pública –el mínimo para recitarse es de diez personas–, es íntima porqué se reserva a situaciones o cuestiones que conectan de una u otra manera con lo sensible, con la intimidad del orante o los orantes.

Existen más de un “Kaddish” y más de un motivo por el cual usarlo, algunas veces se piensa equivocadamente que es un rezo funerario, pudiendo serlo no lo es de manera exclusiva, porque el “Kaddish” es sobre todo una exaltación y un ruego, un ruego si acaso especial y dedicado especialmente a algo o a alguien.

El «Kaddish de los dolientes» es el más empleado como oración funeraria, pero ni aún éste lo es en puridad de manera exclusiva, si se alude a su contenido se ve que en él no tan solo anida un recuerdo o un ruego a los difuntos sino que contiene, también, una exaltación a Elohim, y un ruego por la totalidad de la comunidad, lo cual, evidentemente, incluye a los vivos. Básicamente, podría definírsele como un recordatorio. Como puede verse en la letra del mismo “Kaddish de los dolientes”:

  • “Que su Gran Nombre sea exaltado y santificado.
  • En el mundo que Él creó como quiso. Él puede hacer que Su reinado reine
  • en nuestras vidas y en nuestros días, y en las vidas de todo el pueblo judío,
  • con rapidez y pronto. Amén.
  • Que su Gran Nombre sea bendecido por siempre jamás.
  • Bendito, alabado, glorificado y exaltado, alabado,
  • poderoso, alto, y elogiado el Nombre del Santo Uno, Bendito sea,
  • más allá de toda bendición y canto,
  • la alabanza y el consuelo que se pronuncian en el mundo. Amén.
  • Que haya una gran paz del cielo,
  • y que la vida abunde sobre nosotros y sobre todo Israel. Amén.
  • El que hace la paz en sus cielos, puede hacer la paz
  • sobre nosotros y sobre todo Israel. Amén.”

Diferentes “Kaddish”

Los “Kaddish” suelen estar escritos en arameo en su mayor parte, son rezos de alabanza a D_os y de recuerdo –más que de petición- de determinadas cosas, grupos o personas. Por eso el “Kaddish de los dolientes” se utiliza como parte de los ritos fúnebres o, mejor dicho, se emplea junto a los ritos fúnebres –como algo añadido-, en esos casos en recuerdo del difunto o difuntos –algunas versiones son más explícitas al respecto que la citada- a quienes se asocia en la alabanza a D_os.

Pero existen otras variantes y otros usos del «Kaddish», según la ocasión, las circunstancias, a quién se desea “asociar” en la glorificación de D_os, etc . Así puede mencionarse el “Kaddish de los rabinos”, que es una oración de alabanza a D_os, recordatorio de la promesa de una Mashiaj “especial” y, por último, se une a esos panegíricos una mención, un “recuerdo” o “dedicación,” a los rabinos y sus discípulos. En ocasiones se unen este “Kaddish” junto al de “los dolientes” –o “de los huérfanos”-, en ese caso se suma el siguiente fragmento al texto:

  • “Por Israel, y por nuestros maestros y sus alumnos,
  • y por todos los alumnos de los alumnos,
  • que se ocupan de la sagrada Torá,
  • tanto en esta tierra como en cada nación y nación.
  • Recibamos nosotros y todos ellos gracia,”

El Kaddish era utilizado originalmente tras los sermones y, después, se extendió su práctica como rezo al fin de una sesión de estudio de «midrash» o “aggadah”, así que el uso por “los dolientes” –quienes están en duelo-, es relativamente reciente. Pero las variantes son diversas y múltiples, aunque, eso sí, siempre reservadas para ocasiones o situaciones solemnes o especialmente remarcables.

7Q5: LOS ORÍGENES INCÓMODOS DEL NUEVO TESTAMENTO

 

Acabo de leer el artículo -excelente, por cierto- que Jorge Romero Gil (Drungario) subió a este portal, y que trata sobre el papiro 7Q5, uno de los Rollos del Mar Muerto más controvertidos. Al respecto, tengo varias observaciones que hacer, fruto de mi propia investigación, pero por su extensión preferí hacerlas a modo de otro artículo.

No voy a redundar en la historia de la controversia sobre 7Q5, toda vez que Romero Gil ha ofrecido la información de un modo bastante claro y conciso. Solamente mencionaré mis puntos de vista al respecto:

  1. Como bien se ha señalado, el trabajo de O’Callaghan fue, metodológicamente, correcto. Todos los papirólogos importantes de su generación lo respaldaron, y señalaron que el único problema es que el resultado no le había gustado a los biblistas.

  2. La identificación del contenido de un papiro es trabajo de los papirólogos, no de los biblistas. En consecuencia, O’Callaghan estaba más calificado que sus contrincantes para opinar en la materia.

  3. Hasta la fecha, y según entiendo, no se ha podido proponer una mejor alternativa para la identificación de 7Q5. En cambio, los modernos métodos de lectura de fragmentos de manuscritos antiguos dañados han confirmado que las especulaciones de O’Callaghan respecto a las letras que no eran muy claras fueron, en general, correctas. Por lo tanto, se refuerza la idea de que 7Q5 contiene un fragmento del evangelio de Marcos.

¿Por qué la controversia? Como bien señala el artículo de Romero Gil, a los biblistas cristianos les provoca demasiada comezón las posibilidad de que un evangelio esté presente en Qumrán. El problema de la datación es relativo. Romero Gil explica, correctamente, que asumir como fecha de elaboración de 7Q5 los años 50 AEC a 50 EC es poco o nulo problemático, porque si de entrada hay un cierto margen de error, lo cierto es que esa fecha sólo nos da la edad del papiro, y nada nos obliga a asumir que el documento se elaboró al mismo tiempo que el material de escritura.

El análisis grafológico tampoco es determinante, porque -como también aclara Romero Gil- en Qumrán se dieron varios casos de anacronismo en el tipo de letras usados (dicho en otras palabras: escribas que usaron trazos arcaicos que ya estaban en desuso; algo así como si en vez de elaborar el original de este artículo en mi computadora personal, lo hubiera hecho en mi máquina de escribir Olivetti Letera 25, y dentro de dos mil años los arqueólogos hubieran usado ese dato como argumento “contundente” para demostrar que este artículo se escribió entre los años 1970 y 1985).

El meollo del problema está en otro lado, y es simple: hasta el momento, no se ha encontrado absolutamente nada que relacione a Qumrán con el origen del Cristianismo de manera directa. Se han encontrado muchas similitudes temáticas entre los Rollos del Mar Muerto y el Nuevo Testamento, aunque siempre se ha señalado que aunque se trate de los mismos temas, la interpretación que se le da a cada uno es radicalmente diferente (por ejemplo, los baños rituales de Qumrán no son idénticos al bautismo cristiano, aunque ambos son presentados bajo la misma premisa: la expresión de una conversión y arrepentimiento; otro caso es el Sacerdocio universal de los miembros de la Nueva Alianza; aunque es un concepto que aparece en Qumrán y en el Nuevo Testamento, sus implicaciones son radicalmente distintas). Pero lo que no se ha encontrado es que los Qumranitas tuvieran conocimiento de los primeros cristianos, o viceversa. Es decir: en el Nuevo Testamento no existe ninguna referencia que nos dirija hacia el grupo de Qumrán. Para los autores de evangelios y epístolas, esta secta del Judaísmo simplemente no existe. Y sucede lo mismo en los Rollos del Mar Muerto: hay referencias claras hacia los fariseos, hacia los Saduceos, y hacia los helenistas, pero no existe nada en absoluto que podamos identificar como una mención de Jesús de Nazaret y sus seguidores.

Esa es, entonces, la crisis: asumir que 7Q5 es un fragmento del evangelio de Marcos revienta un esquema que resulta bastante claro y bastante lógico. Y, peor aún, lo revienta del peor modo posible, porque no estamos hablando de una mención a los seguidores de Jesús (eso, por sí mismo, ya sería bastante extraño: ¿por qué sólo una mención en una colección de más de 900 textos diferentes?). Se trata de que los que integraron la biblioteca de Qumrán se tomaron la molestia de conservar un ejemplar de un libro hecho por los seguidores de Jesús.

Y volvemos al problema: ¿qué hace un evangelio en Qumrán?

Replanteando el problema

La tradición judía enseña que, muchas veces, el secreto no está en las respuestas, sino en las preguntas. Para resolver un asunto difícil, a veces no hay que buscar la respuesta correcta, sino simplemente plantear la pregunta adecuada.

Mi personal opinión respecto a 7Q5 es que está mal planteado el problema. De hecho, está planteado al revés. La pregunta no es qué hace un evangelio en Qumrán, sino todo lo contrario:

¿Qué hace un documento Qumranita integrado al evangelio de Marcos?

Se trata del caso antagónico: el fragmento encontrado en la Cueva 7 de Qumrán y numerado como 7Q5 NO ES UN FRAGMENTO DEL EVANGELIO DE MARCOS. Es, como todos los demás documentos del Mar Muerto, un documento de la secta Qumranita (el hecho de que esté en papiro y en griego nos sugiere que pudo no ser un documento elaborado por ellos mismos, pero algún interés debieron tener en él, y por ello conservaron una copia).

Por alguna razón, este documento llegó a manos cristianas y fue incorporado a los evangelios de Mateo y Marcos.

Entonces, no estamos ante un ejemplo de “evangelios cristianos en Qumrán”, sino ante uno de “literatura Qumranita en el Nuevo Testamento”. O, para ser más precisos, ante OTRO ejemplo de textos relacionados con Qumrán que, de uno u otro modo, acabaron insertos en el Nuevo Testamento.

Qumrán y el Nuevo Testamento

Es un secreto a voces: las partes más arcaicas del Nuevo Testamento están íntimamente relacionadas con Qumrán. No lo mencionan. Ni siquiera sugieren la existencia o presencia de los Esenios Qumranitas, pero el vínculo es evidente gracias al género literario e ideológico: la Apocalíptica.

Se sabe que entre los siglos II AEC y I EC, las ideas apocalípticas estuvieron fuertemente impregnadas en la sociedad judía.

¿A qué nos referimos con “ideas apocalípticas”? Apocalipsis significa, en griego, “revelación”. La apocalíptica consiste en una ideología basada en una supuesta revelación traída del cielo por un ángel (generalmente, aunque en algunos casos por algún personaje célebre del pasado, o por algún personaje célebre del pasado convertido en un ángel, como en el caso de los libros atribuidos al patriarca Enok). Naturalmente, dicha “revelación” tiene que ver con los acontecimientos del Fin de los Tiempos, y se expresa generalmente de manera simbólica.

Siempre fue claro que el Judaísmo antiguo había generado la tradición apocalíptica, pero hasta antes de 1947, no se había tenido la suficiente información como para saber qué tan importante había sido esta tendencia. En realidad, todo parecía indicar que había sido marginal, debido a que el Tanaj apenas si contenía vestigios de este modo de pensar (el único libro estrictamente apocalíptico es Daniel, y ciertos fragmentos de Isaías, Ezequiel, Joel, Zacarías y Malaquías pueden asociarse con la apocalíptica, pero en una postura muy moderada), y los mejores libros apocalípticos -Enok, Jubileos, el Testamento de los Doce Patriarcas, IV Esdras, la Asunción de Moisés y el Testamento de Abraham- estaban reducidos al extraño nivel de “apócrifos”.

Hoy sabemos que no fue así. En realidad, en el Judaísmo de la etapa persa y helénica (siglos VI AEC a I EC) hubo una importante tendencia ideológica proclive a la apocalíptica, y fue la que elaboró estos textos, concediéndoles el nivel de “sagrados”. Es decir: había un tipo de Judaísmo que tenía un Tanaj diferente, donde los textos proféticos incluían libros que, siglos después, no fueron admitidos como Escritura Sagrada judía.

¿Qué sucedió con esta tendencia del Judaísmo? Hoy, gracias a la evidencia recuperada en los Rollos del Mar Muerto y a lo que sabemos de historia, ya lo podemos contestar: desapareció prácticamente en su totalidad durante la primera guerra contra Roma (66-73 EC). De hecho, ahora nos queda claro que los últimos exponentes de esta tendencia fueron los Esenios Qumranitas, ya que entre los Rollos del Mar Muerto se recuperaron copias en arameo de prácticamente todos los libros apocalípticos importantes (el único que no apareció fue el Testamento de los Doce Patriarcas), e incluso se encontraron textos apocalípticos que no se conocían (como la Regla Mesiánica, tres libros más sobre el profeta Daniel, el llamado Rollo de la Guerra, así como varios textos dedicados a la Nueva Jerusalén y a Malkitzédek).

Esto nos permite dimensionar las diferencias ideológicas en el Judaísmo a partir de la reconstrucción del Reino de Judea (539 AEC): la tradición profética antigua generó dos tendencias, una moderada y una radical. Naturalmente, hubo textos en donde ambas posturas lograron un cierto acercamiento, como en Zacarías o Joel. Sin embargo, está claro que entre los siglos IV y II AEC, ambas tendencias se distanciaron.

La Guerra Macabea fue el parteaguas que generó la exaltación de las tendencias apocalípticas. Convencidos de que esta guerra habría de marcar el Fin de los Tiempos, estos místicos radicales redefinieron este profetismo extremo, y generaron la versión “moderna” de la ideología apocalíptica: D-os había revelado el modo y el tiempo de la llegada del Reino Mesiánico. Naturalmente, sus cálculos fallaron y eso los obligó a un replanteamiento a fondo de sus creencias. Hoy sabemos que es fue el contexto del surgimiento de la secta de Qumrán.

A partir de mediados del siglo II AEC, la militancia en este tipo de grupos se vio notablemente reducida. Hasta donde sabemos, la secta de Qumrán nunca fue numerosa, y no tenemos noticia de que haya existido otra secta semejante. ¿A qué se debió esto? Seguramente, a dos razones: muchos de los partidarios de la apocalíptica debieron morir en la Guerra Macabea. Y otros debieron, simplemente, desertar ante la decepción de que, pese a la victoria judía, el Reino Mesiánico no llegó.

Sin embargo, a partir de la llegada de Herodes al poder, y el consecuente incremento de tropas romanas en el país, provocó que las sociedad judía empezara a radicalizarse otra vez, y en el siglo I EC las ideas apocalípticas volvieron a cundir en la población.

Pero aquí hay que hacer una aclaración: aunque las ideas apocalípticas estaban muy extendidas, una cosa es hablar de “creencias apocalípticas” y otra de “producción de literatura apocalíptica”. Esto último es, en realidad, un fenómeno marginal, debido a su grado de complejidad. Por ello, hasta donde la evidencia documental -que es mucha- demuestra, los únicos en producir literatura apocalíptica en todo este período (casi tres siglos, desde la Guerra Macabea hasta la primera guerra contra Roma), fueron los Esenios Qumranitas.

Está claro que este tipo de literatura no tuvo cabida en las otras tres tendencias del Judaísmo de esa época. De entrada, este tipo de especulaciones mística -e incluso mágicas- eran inaceptables para los Saduceos. Los helenistas, por su parte, estaban comprometidos con la perspectiva filosófica del Judaísmo, no con los cálculos del Fin de los Tiempos. Incluso, había un elemento apocalíptico imposible de asimilar para los helenistas, y era el nacionalismo extremo: la apocalíptica, por definición propia, es una ideología pesimista que asume que el Reino Mesiánico sólo puede llegar después de la destrucción total del sistema político y religioso vigente, y eso implicaba la destrucción del orden romano para la consecuente liberación de Judea. Los helenistas, en contraparte, eran abiertos defensores del orden y la civilización greco-latinas, y su conflicto siempre estuvo marcado por su objetivo de querer “modernizar” al Judaísmo (digamos que jugaron exactamente el mismo rol ideológico que el moderno Judaísmo Reformista en sus versiones más extremas). Finalmente, los Fariseos fueron, desde un principio, anti-apocalípticos por convicción, y está perfectamente claro que los Qumranitas dedicaron sus más duras críticas contra este grupo.

La guerra contra Roma entre los años 66-73 fue el parteaguas de la historia del Judaísmo. Allí acabó el Judaísmo antiguo, ya que la destrucción del Templo de Jerusalén obligó a un replanteamiento especialmente en materia de ejercicio de autoridad: si hasta ese momento el liderazgo había sido sacerdotal y centralizado en Jerusalén, a partir del año 70 la dirección espiritual del Judaísmo se concentró en los maestros locales o rabinos, y por eso a esta etapa se le conoce como Judaísmo Rabínico.

¿Qué sucedió con los partidarios de la apocalíptica? Prácticamente, desaparecieron. En plena coherencia con su radicalismo, se comprometieron hasta el final en la lucha contra Roma, y pagaron con su propia vida. Los sobrevivientes a la catástrofe tuvieron muchas y muy buenas razones para abandonar este tipo de radicalismo, y resulta lógico suponer que se asimilaron al nuevo modo dirigencia del Judaísmo, el rabínico.

Pero la ideología apocalíptica no desapareció. Un siglo más tarde, aparece renovada y reinterpretada de manera radical en el Cristianismo. El mensaje es distinto, porque ya no se trata del levantamiento armado de una nación contra un imperio, pero el enemigo es el mismo: la Roma perseguidora y opresora. Sin embargo, la solución anunciada es otra: al cabo del tiempo, D-os mismo destruirá al Imperio Romano y el Reino de los Cielos se hará presente en la tierra por medio de la Iglesia. Esto le da una nueva dimensión a las expectativas apocalípticas: no se trata de un reino construido por políticos en el marco de la historia terrenal, sino una condición espiritual y eterna, trascendente a toda realidad humana, que se empieza a vivir dentro de la Iglesia o comunidad de seguidores del Cristo.

¿Cómo llegaron a este replanteamiento radical?

Para responder esta pregunta, sólo tenemos dos ideas concisas que parecen fuera de toda duda: en primer lugar, los cristianos del siglo II tuvieron en sus manos textos apocalípticos de donde obtuvieron el temario de estas doctrinas. En segundo, no hubo ningún judío que supiera explicar el contenido original de estos textos, y por eso la reinterpretación fue radical (y eso refuerza la idea de que los judíos partidarios de la apocalíptica desaparecieron).

No es difícil demostrar que textos (o por lo menos fragmentos) apocalípticos llegaron a manos cristianas. De hecho, el propio Jesús de Nazaret es un personaje de ideas claramente apocalípticas, y su discurso escatológico registrado en Mateo 24 (con paralelos en Marcos 13 y Lucas 21) es perfectamente apocalíptico, tanto en contenido como en estilo. Además, hay evidentes fragmentos apocalípticos en I y II Pedro y Judas, y es obvio que el llamado Apocalipsis de Juan (el libro final del Nuevo Testamento) está enteramente basado en fragmentos apocalípticos.

Ahora bien, el punto es este: hasta donde sabemos, en los tres siglos anteriores los únicos en producir este tipo de literatura fueron los Esenios Qumranitas. Por lo tanto, está claro que textos Qumranitas llegaron a manos cristianas, y fueron incorporados a esta incipiente religión. Lo que también parece estar claro es que ningún Qumranita llegó al Cristianismo, y por eso estos textos fueron radicalmente reinterpretados.

Viendo el panorama de este modo, resulta simple explicar lo que sucede con 7Q5: simplemente, se trata de otro de tantos fragmentos originados en Qumrán que llegaron a manos cristianas, y fueron incorporados a alguno de los libros del Nuevo Testamento. En realidad, no sabemos de qué trataba originalmente este relato (o acaso libro entero). Lo único que sabemos es que, por alguna razón, quedó inserto en dos evangelios (Mateo y Marcos, que -por cierto- son de los que más abundan en contenidos y fragmentos apocalípticos).

Así que no hay nada extraño. Lo único que tenemos es un ejemplo más del incómodo origen Qumranita de muchos elementos del Nuevo Testamento. ¿Por qué incómodo?

Porque, tal y como veremos en notas subsiguientes, la aceptación de que material Qumranita llegó a los libros sagrados del Cristianismo demuestran que el Nuevo Testamento es un producto netamente humano, y que Jesús mismo -el apocalíptico y, por lógica, el Qumranita- fue también demasiado humano.

Y más aún: que no tuvo nada que ver con el origen del Cristianismo, lo cual nos lleva a la conclusión de que el Jesús del Nuevo Testamento es, al final de cuentas, sólo un mito.

Irving Gatell