De acuerdo a lo que aprendemos en nuestra Tradición, el ser humano está formado por cinco dimensiones: física, emocional, social, mental y espiritual.
Esto lo hemos estudiado en decenas de oportunidades por lo cual no abundaremos en más datos ahora.
Es posible observar que, dado un desarrollo “normal”, la persona se posiciona con más firmeza en determinada dimensión para escoger sus conductas, o reaccionar automáticamente siguiendo este patrón:
- Bebe: físico
- Niño: emocional
- Adolescente: social
- Joven: mental
- Adulto: espiritual (o ética, en caso de rechazar o desconocer la dimensión espiritual en sí misma)
- Viejo: preponderancia de emocional y finalmente físico.
Es evidente que como seres humanos estamos formados por las cinco dimensiones, aunque su presentación y fortaleza no sea constante.
Así, un recién nacido también está formado por los cinco planos, pero los únicos que tienen presencia y funcionalidad efectiva son el físico y el espiritual. Un anciano que esté padeciendo de algún demencia, por ejemplo, sigue siendo íntegro en su formación pentadimensional, aunque no todas ellas estén en ejercicio o lejos de la plenitud.
El bebe responde con su cuerpo, se maneja de acuerdo a los ritmos y necesidades corporales. No tiene la capacidad para otra cosa.
Está siendo introducido en lo social, de una u otra manera; porque está inmerso en un medio humano poblado de reglas y modos de comportamiento, sean admitidos o no, conscientes o no.
Si el bebe cuenta con alguna persona cuidadora atenta y responsable, seguramente le estará ayudando a identificar sus sensaciones, a darles nombre, a aprender maneras para responder a ellas, más allá de los automatismos corporales.
También estará recibiendo, activa y pasivamente, contenidos y procedimientos que le nutren su plano mental. Pero, el desarrollo neurológico es lento, por lo cual aunque sea sobre estimulado aún no cuenta con la base biológica para aprovechar todo eso con que es entrenado, hasta que sea su tiempo adecuado.
Por un tiempo el cuerpo es su centro de vida, su única ocupación, su sentido y destino.
De a poquito es el plano emocional el que toma el liderazgo.
Obviamente el cuerpo no pierde sus requerimientos ni deja de sostener el resto de la estructura, pero ahora el eje de la existencia del niño se encuentra en sus sentimientos y emociones.
Quiere, le disgusta, se contenta, se angustia, se apena, se divierte, se enoja, se aburre, se entretiene y es en respuesta a estas ráfagas que escoge. Por supuesto que no toma en cuenta mandatos sociales ni evalúa conveniencias, mucho menos tiene un proceder ético. Simplemente es un robot gobernado por sus instintos, pero ahora especialmente por sus emociones.
El cuerpo ha crecido, se ha desarrollado, entra en la pubertad y ya el foco de su existencia se ha venido corriendo del cuerpo propio, de los padres y hermanos, para irse enfocando en el grupo, ese al cual pertenece o del cual quiere pertenecer. Es capaz de sufrir físicamente con tal de ser admitido y aprobado por el grupo, es capaz de sufrir y humillarse e incluso rechazar placer para obtener dolor, siempre y cuando se obtenga el trofeo del aplauso grupal y su recepción.
Los razonamientos, que ya existen y pueden ser hábiles e incluso brillantes, son opacados por el mandato del grupo. Se prefiere ser oveja de un rebaño, con tal de ser parte de un algo superior.
Se pasa luego a una etapa en la cual se supone toma preponderancia el pensamiento, donde se valora racialmente y no simplemente se reacciona por instinto, ni se actúa irracionalmente movido por sentimientos, ni se busca el abrazo del grupo. Ahora se consideran opciones, y se desechan las que no consiguen pasar los estándares considerados apropiados y beneficiosos. Por supuesto que el enfoque puede ser erróneo, el pensamiento puede estar secuestrado por lo emocional, se puede seguir esclavizado al grupo, pero es en la juventud el momento para que el pensamiento reflexivo, que coteja, que razona, que negocia, se ponga al mando. No se escoge la carrera por el gusto, o por la presión del entorno, sino –se supone- por tomar en consideración aspectos muchos más trascendentes.
Más tarde, debiera ser la ética la que estableciera los pasos.
Esto es bueno o es malo, no de acuerdo a mi criterio, no a lo que quiero, no por lo que temo, no porque así hacen mis amigos o me dijeron mis mayores, no porque me conviene. Esto es bueno, porque es bueno, o no lo es, porque no lo es.
Sin justificarse, sin excusarse, sin pretender usurpar la realidad con la creatividad corrupta.
La ética tiene su origen en lo espiritual, no dependiendo de lo humano, ni de modas, ni de criterios filosóficos.
Por último, a irse dando el declive corporal, probablemente se irán restringiendo los lazos sociales, la mente no estará tan fuerte y certera, los achaques del cuerpo se irán apoderando de la atención nuevamente.
Esto que hemos descrito ahora es una generalización. Es posible que un joven o adulto no haya dejado su centro focal emocional, y sea como un “nene chico” a la hora de tomar decisiones, o creer que no las toma. O que siga apresado por las órdenes que provienen de su grupo de referencia.
Podría encontrarse un niño que actúe privilegiando lo mental por sobre lo emocional, aunque esto depende en gran medida de factores biológicos que no se apresuran por la voluntad o el buen ánimo.
Como sea, cuando uno está en la plenitud de sus dimensiones, cuando se está en la juventud-adultez-principio de vejez, se esperaría que las decisiones se funden en lo ético que apareja tras de sí al resto de las dimensiones. En caso de no acceder a elecciones éticas, al menos a un apropiado pensamiento que distinga con la mayor objetividad posible el accionar para no provocar daños y conflictos que no son necesarios.
Pero, el EGO, haciendo uso de los recursos emocionales desviados, secuestra el pensamiento, perturba el resto de lo emocional, manipula lo social, bloquea o entorpece la recepción de lo espiritual, e incluso agrede a lo físico para dejarlo doblegado a su actuar. Así, estamos desenfocados, fuera de órbita, persiguiendo ilusiones de poder, generando malestar, soportando el exilio, y rotando en un círculo negativo de derrota, dolor, humillación, ira, falta de comunicación, enfermedad, miedo y sin vistas de solución.
¿Qué hacer?
¿Cómo hacer?