Tu mente procesa la realidad, con los datos que recibe a través de las percepciones va generando un mapa interno que muchas veces determina el mapa externo.
Porque, tal como creemos es como vemos.
Estamos en el mundo, pero no somos ajenos a él.
Somos mundo también y al mismo tiempo vamos creando y recreándolo con nuestras ideas.
Somos juez y somos parte.
En un constante cambio, lo que pasa fuera y lo que sucede dentro, todo está en movimiento, incluso cuando parece monótono y monolítico.
¿O acaso te das cuenta de que el planeta gira y rota a velocidades fantásticas a cada instante, pero tú te lo imaginas quieto y reposa, como un centro universal inamovible?
Algo parecido nos pasa con nuestra propia identidad, la del Yo Vivido.
La armamos con los retazos que recibimos de otros, con sus mandatos, con las presiones sociales, con lo que vamos elaborando, con lo que vamos experimentando, con los latigazos del EGO y los susurros claros y cristalinos de la NESHAMÁ.
En cierto momento nos imaginamos que somos el ombligo del universo, que somos esa tierra alrededor de la cual gira todo el cosmos. Y no somos más que una pequeña particula del universo. Con gran importancia, claro está, porque nuestra existencia tiene sentido y trascendencia; pero no dejamos de ser un átomo en la creación.
Y sin embargo, vemos como la luna nos sigue, creemos que hablan de nosotros, que si ordenamos a los dioses ellos cumplen nuestros deseos (incluso pretendemos que el Uno y Único lo haga), sí fantaseamos con ese poder que no tenemos, cuando estamos hundidos en la impotencia.
Y nos creemos inamovibles, como que nuestra identidad del Yo Vivido es esa, estable, sin cambios, lo que fue, es y será.
Y lo cierto es que no es así.
Nuestra NESHAMÁ sí es el centro inmóvil, inalterable, pero el resto de nuestra personalidad, esa que llamamos “yo”, esa está en movimiento incluso aunque nos aferremos a ciertas imágenes o creencias.
Y al no reconocer los cambios, al luchar inútilmente contra ellos, al negarlos, lo único que conseguimos es hundirnos, amargarnos, excluirnos de la realidad, derivar hacia el caos.
La realidad es caótica, pero hay manera de que cobre sentido.
Es caos, que se organiza cuando se pone energía en hacerlo.
Va por sí mismo hacia el desorden, si no se interpone poder para enmendarlo.
Corregir el caos, tal como el Creador hiciera desde el comienzo, en los “días” en que Él creó y ordenó.
Mejorar el mundo, tal como Él nos mandó que hiciéramos en este Séptimo Día Universal que estamos viviendo hasta que amanezca definitivamente la Era Mesiánica.
El caos se quiere imponer desde su no voluntad ni conciencia. Lo dice la Ley de la Entropía, pero mucho antes lo explica la Torá.
Y si no ponemos de nuestra parte poder, ingenio, creatividad, voluntad, será finalmente la controversia la que venza, la mescolanza la que reine sobre el vacío de sentido.
Ordenemos nuestra mente, para ordenar nuestra realidad.
Y luego, no nos quedemos simplemente en pensamientos positivos, en buenas intenciones, en ideas geniales, sino que transformemos creativamente el mundo para llevarlo a su máximo nivel.
Comenzando por el mundo interno, para reverberar luego en el mundo compartido.