Por supuesto que es bueno estar consciente de nuestras acciones,
atender con cuidado a lo que haremos,
ser responsable por los actos pasados,
cumplir con nuestra palabra,
corregir lo que hemos estropeado,
en resumen, ser una persona plenamente presente, aquí y ahora.
Multidimensional, armoniosa, completa, en SHALOM y construyéndolo indefinidamente.
Pero, cuando nos pasamos observándonos,
analizando nuestros actos,
prestando obsesiva atención a los hechos que nos acontecen,
girando una y otra vez alrededor de las vicisitudes del Yo Vivido,
algo fundamental y trascendente estamos dejando de lado.
¡Ocupémonos de algo distinto a los afanes del Yo Vivido!
Ayudemos bondadosamente al prójimo,
colaboremos con el necesitado,
estudiemos por el placer de hacerlo,
amemos sin esperar nada a cambio,
hagamos ese pequeño acto solidario que puede resultar enorme para quien lo recibe,
estimulemos el avance positivo del prójimo,
cumplamos con nuestros deberes (espirituales) sin aguardar la retribución, sea ésta justa o no,
pasemos tiempo de valor con la familia,
desarrollemos nuestros potenciales afirmativos,
disfrutemos en este momento de lo permitido sin complicarnos con complejos cálculos y ecuaciones,
hay tanto que nos trasciende y al mismo tiempo depende de nosotros.
Tanto que nos conecta con nuestro Yo Esencial y con el Yo Auténtico,
que nos pone en relación afectuosa y efectiva con el prójimo,
que nos permite descorrer un poco los velos que ocultan la LUZ de la NESHAMÁ,
que nos hace sentir la Presencia Divina en todo lo creado, por supuesto en nosotros también,
que nos aparta de la obsesiva mirada recurrente sobre el EGO.
Tanto que hay por disfrutar y por hacer,
pero que no lo percibimos a causa de la pereza o del temor o de la definida esclavitud al EGO.
Trascendemos cuando ya no estamos mirando nuestro ombligo, ni esperando llenar nuestro vacío.
Somos auténticamente nosotros cuando nos desprendemos de infinidad de máscaras para encontrar el camino a uno mismo.