Este texto ha sido escrito originalmente para SERJUDIO.com, pero contiene importantes enseñanzas que hacen a la edificación espiritual de los noájidas.
En la parashá Jaiei Sará encontramos, básicamente, dos grandes temas:
- la adquisición por parte de Avraham, primer patriarca de los judíos, de la parcela de tierra que serviría como lugar de reposo funerario para él y su familia directa; y
- la travesía del siervo fiel de Avraham para conseguir esposa apropiada para el hijo del patriarca, Itzjac.
Son, en apariencia, temas triviales, estrictamente privados, limitados a la importancia de cada familia.
¿Dónde quedaron esas manifestaciones majestuosas del Eterno, creando el universo, ordenando mandamientos, permitiendo las catástrofes mundiales que cambiaron el devenir de la humanidad?
¿Dónde ese Dios que postula a un hombre para que sea padre de una gran familia, y lo acompaña en sus trayectos, y le da fuerzas para vencer en grandes guerras internacionales?
¿O las negociaciones empecinadas para tratar de rescatar ciudades enteras de calamidades gigantes?
¿O las tribulaciones de confrontar los propios miedos, los sentimientos, las esperanzas ante las promesas de Dios?
Sí, ¿dónde quedaron esas tremendas enseñanzas y promesas, en estos relatos tan prosaicos y familiares?
Lo cierto es que todo ello, y mucho más, se encuentra en los dos temas de la parashá.
Porque, recordemos las promesas del Eterno para con nuestro patriarca:
«Yo haré de ti una gran nación. Te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.
Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.»
(Bereshit / Génesis 12:2-3)
Y:
«A tu descendencia daré esta tierra.»
(Bereshit / Génesis 12:7)
Comencemos por la tierra.
Avraham no estaba esperando una mágica concesión de la tierra prometida, por el contrario, él estaba trabajando a pleno para materializar la promesa.
No era un espectador pasivo esperanzado en recibir dones celestiales, sino que se encargaba de adquirir la tierra para sí y para su posteridad.
Porque Avraham podría haber dicho que simplemente le tocaba tener fe, dejar todo en manos de Dios, ¿o acaso no era el Eterno quien le había prometido la tierra?
Pero, eso parece que no era el pensamiento ni la conducta del primero de nuestros patriarcas.
Avraham sabía que para que la tierra fuera realmente de su descendencia, él tenía que hacer de su parte lo necesario.
No es casualidad que cuando los judíos retornaron a su hogar, sea hace cosa de un siglo atrás como en las otras oportunidades anteriores, no estaban esperando el milagro, sino que realizaban los pasos necesarios para ser socios en la materialización del mismo.
Si no sabes o no recuerdas de lo que te estoy comentando, sería bueno que repasaras un poco de la historia del pueblo judío para entender la propiedad original y legal que tenemos para con la tierra de Israel. Mal que le pese a ciertas religiones e ideologías, Israel es parte sustancial del pueblo judío, no solamente por gracia divina sino por derecho humano, hoy y siempre.
Sigamos con la descendencia.
Avraham no esperaba que fuera Dios quien se encargara de otorgar hijos a su hijo, que una paloma preñara mágicamente a una chica para que su estirpe se continuara.
El patriarca sabía claramente que la familia se construye y precisa de atención, intención, esfuerzo, dedicación, respeto, amor, tolerancia, negociación, diálogo, etc. Y sí, también puede que se precise un poco de ayuda celestial, pero no podemos quedarnos acomodados en el sofá esperando a que Dios haga de casamentera y luego de partera y niñera.
Por ello, Avraham evaluó la contingencias y peligros que habría para la continuidad de su naciente familia si la pareja de su hijo no era la adecuada. Es muy fácil marchitar la plantita si no se cuida con esmero y pasión. Entonces, el larguísimo y repetitivo relato del encuentro de la esposa idónea para Itzjac nos pone en evidencia el cariño y atención que debemos involucrar en la edificación de un hogar en donde irradie la santidad.
Vemos como los dos temas de aparente superficialidad son realmente baluartes de la identidad del judaísmo, con su hogar y su familia.
Tenemos tanto por aprender, como también por des-aprender.
Tanto para hacer en la tarea de establecer hogares individuales y colectivos que sean los idóneos para la continuidad del judaísmo.
No depende de la fe, ni de milagros, ni de buenas intenciones, sino de acciones concretas sustentadas en el conocimiento correcto.
Cuando Israel, la familia, habita en paz en la tierra; es entonces que todos los pueblos de la tierra pueden llegar a la plenitud de la bendición que les depara el Eterno.