Parashá SHEMINÍ, octavo.
El día que siguió a los siete de preparación previos, de los cuales nos enteramos al final de la parashá anterior.
El día señalado expresamente por el Eterno para inaugurar Su primer Templo, el Mishcán (Tabernáculo), que acompañó desde ese primero de Nisán en adelante a Sus hijos del pueblo de Israel.
Lugar de la manifestación Divina, del encuentro con Él.
Ese día fueron consagrados también los objetos sagrados, así como los integrantes del clan levítico que formarían la familia sacerdotal para todas las generaciones, los cohanim.
En la Tradición se nos enseña que el octavo indica el inicio de una nueva etapa, una que sucede a la anterior que ha culminado.
Hasta ese entonces hubo un período de siete en el cual se creó una realidad, o se trabajó por ella, o se realizó un proceso. Todo esto culmina y deja paso a una nueva realidad.
Siguiendo el modelo de la Creación, en donde hubo siete etapas, las cuales tradicionalmente llamamos días (que no son los nuestros de 24 horas).
Al finalizar el día séptimo, aquel Shabat universal, se inició un nuevo episodio de la existencia cósmica, el cual es el mundo que nosotros residimos.
(Aunque lo cierto es que podríamos decir que todavía estamos en el Shabat creacional, pues en ninguna parte está expresado que terminó, como sí quedó dicho de los anteriores seis períodos.)
Siete días, finaliza el acto creativo Divino. Al octavo comienza el gobierno de Dios oculto, a través de la naturaleza reglada por las Leyes por Él dictadas.
Durante sus primeros siete días de nacido el varón judío todavía no lleva sobre sí la señal del pacto sagrado y eterno entre Dios e Israel, en su carne no se evidencia su identidad espiritual judía. Al día siguiente, si la salud lo permite, es circuncidado. Finalizó la etapa carnal y comenzó a caminar el nuevo trecho de manifestación espiritual en la carne.
Durante siete días se celebra la boda judía con reuniones de familia y amigos, en los cuales se festeja y bendice a la nueva pareja. Siguen en esta luna de miel rodeados de las viejas familias. Al día siguiente, terminaron los preparativos, ya es el octavo día posterior a la boda, ahora empieza la etapa nueva, en donde enfrentar juntos los desafíos de la vida cotidiana. Despegan hacia la formación concreta de su nueva familia.
Durante siete días, tras el entierro (o al enterarse del fallecimiento posteriormente) la familia directa expresa lo más hondo del ritual tradicional del duelo. Tras lo cual, al octavo se inicia la etapa de la aceptación de la nueva realidad, en la cual el familiar ya no se encuentra físicamente pero igualmente es deber retomar la vida y rearmarla, con los elementos de los cuales ahora se disponen.
Tal vez tú recuerdes otras ocasiones en las cuales el lapso de siete fue de preparación, de formación, de separación, de adecuación para desembocar finalmente en el día octavo, que estrena el escenario renovado.
Tal vez no tengas presentes otros.
Lo importante, quizás, es darte cuenta de que muchas veces tenemos que estar esforzándonos en el período de la preparación, ejercitándonos, entrenando, elaborando, sacrificando, realizando lo que esté ordenado o sea necesario para que luego podamos disfrutar o acomodarnos al nuevo contexto. Uno que estará ahí, y que es mucho mejor cuando nos hemos dedicado anteriormente para llegar a él.
Sería maravilloso que compartieras aquí debajo, como comentario, tus ideas y pareces respecto a lo que has leído en este texto. Gracias.
Se extraña a veces qué sucede que se prepara para una cosa, pero sucede otra para la cual se carece de preparación y se tiene que improvisar