La anciana señora águila se despertó, como todas las mañanas, temprano pues tenía muchas cosas para hacer.
Navegar entre las nubes, aletear en las corrientes, ascender hasta donde el cielo parece la noche y especialmente, debía buscar su comida diaria. Algún conejo, un ave transeúnte, algo que cocinar.
Pero, está mañana fue diferente a las demás, pues no encontraba sus anteojos por ninguna parte.
¿Cómo prentenden que una abuela águila salga a cazar sin sus anteojos?
¡Moriría de hambre! Eso, si no chocaba con el pico de alguna montaña.
Desperada buscó y rebuscó.
Puso el nido patas pa’rriba pero sin éxito.
Al parecer algún pícaro le había sustraído sus lentes… ahora le quedaba la prisión de la oscuridad, la quietud y la muerte.
Desanimada y desesperanzada la triste abuela águila lloraba y lloraba, desconsolada y amargada porque apenas si distinguía sombras difusas sin sus anteojos de águila.
La pobre no se había dado cuenta de que sus lentes estaban encima de su mesa de luz, como todos los días.
Ella con el apuro y la distracción olvidó donde estaban y no sabemos si los volvió a encontrar…
¿Qué aprendemos de esta narración?
que hay que tener paciencia y no olvidarnos del buen camino y no desesperarnos de lo que no sabemos mmmjmmmmmm no lo se
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