La madrastra

La señorita Elisa entró aquel día en clase acompañada de una mujer joven y dos niñas. «Hoy he traido conmigo a Cenicienta y Blancanieves, que han venido acompañadas por Cruela, su madrastra». Aquella presentación, como siempre, anticipaba que aquel día descubrirían algo interesante, y que su profesora lo había preparado con cuidado.

Cuando todos se sentaron, y la señora Cruela se disponía a hablar, se apagaron todas las luces de la clase. En medio de la oscuridad, se oyeron dos bofetones tramendos, y al momento se escuchó el llanto de Cenicienta y Blancanieves. En ese momento, volvieron las luces, y todos pudieron ver a ambas niñas llorando.

«Quién ha sido», preguntó la señorita Elisa.

Sin dudarlo, todos señalaron a la madrastra. La madrastra negó con la cabeza, pero en ese momento volvió a irse la luz, y dos sonoros tortazos cruzaron la clase, y los llantos de Clara y Felipe continuaron la historia. Al volver la luz, ambos estaban llorosos, mirando con enfado a la madrastra, a la que todos apuntaban con el dedo. Cuando la madrastra comenzaba a hablar haciéndose la inocente, una vez más se fue la luz.

Pero esta vez tardó sólo un par de segundos en volver, y entonces todos pudieron ver la escena: Cenicienta y Blancanieves corrían hacia Carla y Roberto con el brazo en alto, dispuestas a soltar otro bofetón. Al momento, todos los niños de la clase pedían perdón a la señora Cruela, quien resultó ser una mujer muy amable y simpática, que no sabía qué hacer con sus revoltosas hijastras, a las que quería con locura, pero que no dejaban de liarla allá por donde iban…

«Y eso es lo que quería enseñaros hoy, chicos» terminó la señorita Elisa. «Dejarnos llevar por prejuicios basados en cosas superfluas, como la raza, la belleza, o incluso el nombre, es lo más injusto que podemos hacer. ¿No os parece?»

Autor: P. Sacristan

Dejarnos llevar por prejuicios basados en apariencias o cosas superfluas, como la raza, la belleza o el nombre, es de lo más injusto y equivocado

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