Pueblo del Libro

Hubo un tiempo mítico en el cual la gente leía libros.
Sí, parece un cuento, hasta un delirio, pero hubo una época en que la gente tomaba entre sus manos un libro.
¿Cómo?
¿Que no sabes lo que es eso?
Bueno, era un objeto formado con hojas de un material llamado papel, a veces ese extraño objeto tenía tapas más duras que permitía mantenerlo con cierta comodidad. Las hojas estaban impresas, o a veces escritas, con líneas de caracteres y espacios que formaban palabras y frases. Podían acompañarse por gráficos, imágenes, etc. 
La gente los leías, para aprender, para distraerse, para llenar su mente de idioteces, para librarse de prejuicios, para disfrutar, para comunicarse con otra gente ya fallecida o distante en el espacio.
Digamos, era en cierta forma como los aparatos lectores modernos, o unas tablets rústicas que no hacían consumo de energía luego de estar terminados.
Sí, es una cosa bastante rara a nuestros ojos, pero no por ello anormal o desquiciado para ellos.
(Sin contar los libros aún más anticuados, que eran en forma de rollo extenso, hechos a mano, sobre una materia orgánica, carísimos, delicadísimos… en fin, otras épocas).

Esos primitivos ancestros pasaban las hojas del libro, se suponía que tras pasar la hoja ya no había necesidad de volver para atrás.
Uno continuaba, generalmente, de manera secuencial la lectura.
Hoja tras hoja, hasta completar toda la obra.
Podían ser 3 páginas, 100 o 500, el asunto era avanzar.

Cierto es que había gente que volvía a revisar algo ya leído.
Sería por inseguridad, por mala memoria, para confirmar algo, por placer, ¡que sé yo!
Pero, lo común era seguir para adelante.

Otros, bastantes picarones, salteaban hojas para leer el final, por lo general en obras de misterio o con cierto suspenso.
Esa trampa era permitida, supongo, pues no había penalizaciones para el que infringiera el sentido unilateral de lectura.

Estaban aquellos eruditos, que subrayaban, etiquetaban, comentaban en los márgenes, elaboraban sus propias ideas a partir de lo impreso.
Probablemente volvieran en su relectura.

Había algunos que se dejaban llevar por suposiciones al ver el diseño de tapa, (porque te cuento que en una época se incluyeron gráficas, tipografías, etc., para dar realce a la obra a través del impacto visual externo), o por cómo resonaban las palabras del título. Una subcategoría eran los que leían las primeras frases, o salteando aquí y allá, para producir una impresión subjetiva con la cual catalogaban el texto.

Gente que usaba los libros, sin haberlos leído, para darse pátina de inteligente, cultos, cosmopolitas.
Y los que los empleaban para otros menesteres, tales como pata de la mesa de luz, encender fogatas, lanzárselo por la cabeza a alguna suegra, entre otras.

Sí, también eran objeto de culto para algunos, así como para obsequiar en cumpleaños, aniversarios, etc.
Otros hacían sus negocios, legales y no con ellos, como los autores, distribuidoras, editoriales, librerías, pero también fotocopias que tanto decían perjudicar la industria.

Se arrumbaban en anaqueles enormes, pesados, polvorientos.
A veces eran cena para bichitos ansiosos por su materia más que por su contenido.

Seguramente hay mucho más para compartir, pero nos quedamos en esta remembranza breve, esquemática.

Ah, los libros, ese mundo pasado…

2 comentarios sobre “Pueblo del Libro”

  1. Creo recordarlos, tuve de esos en mis manos!!!

    Sí, ahora que lo pienso guardo algunos como reliquias… ocasionalmente vuelvo a mirarlos, aunque lo nuevo sin dudas es la biblioteca que mi computadora alberga de unos pocos libros en versiones digitales. Como todo, tiene sus ventajas y sus desventajas.

    Pero lo cierto, es que en lo personal hay un valor que no puede calculase al tener un original (y aquí caben ambas opciones: el texto físico o el virtual), ese que pasa casi de modo directo desde el autor al lector, que contiene invariable esa idea primaria que se plasmo y se recreo a través de las palabras en un texto.

    El riesgo que corre un «libro» , su autor y a la vez sus lectores, es quizás el » copy – paste mejorado», con aclaraciones o intervenciones «no precisamente del autor» que pueden estar totalmente apartadas de la idea principal con la que surgió el libro, una tendencia que viene incluso desde esos tiempos «míticos».

    ¿Tendremos aún la posibilidad de conocer esos buenos libros in-modificados, trasmitidos con fidelidad, esos cuyo propósito del autor sigue haciéndose inmortal en unas páginas, esos libros que dejan huella, que aportan riqueza a sus lectores, en fin… existirán? Esperemos que si, quizás algunos guarden con fidelidad esas copias… ¿por qué no? así el mito, será siempre una realidad.

    Gracias moré, interesante aporte para reflexión!!! Un abrazo

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