El cerebro funciona como filtro, porque no todo lo que ingresa por nuestros órganos sensoriales es finalmente percibido y llevado a la conciencia.
De no ser así, estaríamos saturados de información, imposibilitándonos la existencia. Imagínate la cantidad impresionante de datos que te están atravesando en este mismo instante, que si tú no contarás con la capacidad de filtrarlos, estarías saltando de uno a otro de manera ininterrumpida.
Lo mismo ocurre con aquellos pequeños fragmentos de información que provienen de nuestra NESHAMÁ, en nuestro cerebro se encuentra el receptor de la LUZ de la NESHAMÁ, pero también su bloqueo.
Igualmente, la información que recibimos por la vía espiritual ya está sumamente limitada por bloqueos impuestos desde Arriba.
Apenas si algunas inspiraciones, ínfimas intuiciones, retazos de claridad arropados en sueños; por ahora no mucho más, hasta que se abra nuevamente el canal profético, cerrado ya hace unos 2500 años.
¿Cómo sobrevivir a la saturación de información (¿casi?) infinita sin el debido entrenamiento, fortaleza, pureza, conciencia, etc.? Por ello, el cerebro primero es un gran deflector, para luego sí permitir cierto grado de receptividad.
El cerebro también opera en un modo economizador de energía.
Se enfoca en aquello que le llama la atención, no desperdicia habitualmente energía en analizar o decodificar información accesoria o redundante.
Toma apenas algunos datos y con ello completa paisajes mentales complejos. En base a la experiencia puede diseñar paisajes que coincidan más plenamente con la realidad externa. Pero, obviamente no hay una certeza absoluta.
Así vamos construyendo nuestro mundo interno y comprendiendo o dando sentido al mundo externo.
Dejando de lado infinidad de cosas, para dejarnos atrapar por unas poquitas que se transforman en el centro de nuestra atención, y que codifican nuestras creencias, y nos hacen percibirnos de determinada forma y actuar en consecuencia.
Es como si las oportunidades para elegir se esfumaran, se redujeran, para quedar unas poquitas, aquellas que pasan el filtro en forma de embudo de nuestro cerebro.
Aquello que nos atrae está programado en nuestra naturaleza primitiva, la genética y la espiritual.
También vamos aprendiendo de otras personas a orientar la atención. Son fundamentales los primeros años de vida para la formación de esas tendencias, creencias, hábitos que se adquieren y complementan (a veces contradicen) la naturaleza innata.
La gran tarea que tenemos por delante es tomar esto que se nos ha dado y transformarlo en un espejo de nuestro Yo Auténtico.
Así, cuando nuestro Yo Vivido representa a nuestro Yo Auténtico, hemos logrado establecer la armonía interna, y probablemente la externa.
Cualquiera puede vivir dejándose llevar por sus instintos o tendencias, o seguir como necio los mandatos que se nos han introducido de fuera.
No tiene mucha grandeza el seguir como autómata los hábitos, el echar culpas a los adultos que nos criaron, o excusarse en que es a causa de la sociedad, o un destino perverso, o lo que fuera.
La belleza del ser está en lograr enfocarse, encontrar lo que es relevante, y decidir para optar por lo que da vida, que es lo que construye SHALOM.
Ampliar la conciencia, encontrar otras opciones, darse cuenta de lo que es permitido y evaluarlo, en tanto se aparta de aquello que ha sido prohibido.
Cada instante es una clase, y cada lugar una aula de estudios. Cada persona con la que nos cruzamos un maestro.
De lo simple, de lo corriente, de lo rutinario, también tenemos lecciones para aprender.
Todo sirve como oportunidad y desafío, por lo que deberíamos estar consientes, enfocados, atentos y escoger lo que construye SHALOM.
Al tener claro esto, no estaremos más a la espera del aplauso de otros para sentirnos a gusto con nosotros mismos.
Detallando cada persona aprendemos lo que debemos y no debemos hacer.
Gracias Morè.