Bondad infinita

Una enseñanza sagrada desde tiempos inmemoriales es encontrar el equilibrio saludable entre la bondad y la justicia, para así desarrollar una vida de plenitud.
A esto lo denominamos como “construir SHALOM”.
En palabras, pensamientos y acciones; en cada momento de la existencia.
Es una tarea pesada, sumamente difícil, pero que sus resultados son enormemente favorables.

Cuando las personas se manejan exclusivamente con bondad, se ponen en problemas y/o generan inconvenientes a otros.
¿Por qué?
Porque la bondad sin justicia no conoce de límites.
Por lo cual, la gente se aprovechará y explotará la evidente debilidad del “bueno”, que en realidad no está siendo tal, sino pasto para las fieras. Ni siquiera se precisa de alguien “malo” para aprovecharse, ya que al abierto desprendimiento ilimitado dispone al receptor a obtener más, a reclamar, a demandar, a convertirse en un foco de exigencias para saciar un apetito que parece no conocer fin.
Pero también el bueno sin contención provoca otra dificultad, cuando ubica al receptor de la bondad en el lugar del dependiente, incapaz, necesitado. En lugar de generar disciplina de trabajo, responsabilidad, compromiso, esfuerzo por avanzar, lo que está provocando es una actitud pasiva, agobiada, falta de creatividad.
Y surge también otro inconveniente, cuando en nombre de la falsa bondad, la cual es la ilimitada, se excusa cualquier conducta negativa, inventando el pretexto de “todo es bueno”, o “no se debe de juzgar”, o “el juicio es solo del Señor”, o consideraciones erróneas similares. Esto favorece la aparición de mayores conductas nocivas, escudadas en la defensa falta de ética del bueno sin límites.

A todo esto, las emociones se contaminan por esta ecuación descoordinada.
El agotamiento físico/material acompaña al emocional/mental. Porque somos humanos, tenemos límites impuestos por la realidad material. No tenemos capacidad para dar sin pausa, solo Dios es proveedor sin precisar algo que reemplace lo otorgado. Nosotros nos vamos consumiendo, apretados por la necesidad natural.
Entonces, puede aparecer también la amargura, la decepción, la desesperanza, el enojo, la ira, el hastío y otros sentimientos pesarosos.
Obviamente que éstos deben ser reconocidos, admitidos, hechos conscientes, para así tener una alarma que nos indique nuestra dificultad y tal vez realicemos las modificaciones oportunas para mejorar.
Pero, como somos “buenos” no podemos hacer los cambios imprescindibles, ya que estamos disculpando la maldad, porque de lo contrario no seríamos tan buenos.
Entonces, nos empecinamos en mentirnos y decir que no estamos mal, que estamos bien, solo cansados por cosas que no son el verdadero problema.
O nos sentimos, además de todo, culpables, por ser tan “mala gente” por estar juzgando al prójimo, o por sufrir, o por ser incapaces de colmar el deseo insaciable del taimado receptor, o… no nos faltará motivo inventado para mortificarnos y hacernos presa fácil del EGO que nos esclaviza.

¿Así queremos vivir? ¿Ese es el “destino” para el que anhela compartir su bondad?
Seguramente que el bien no existe para maltratar a quien lo expresa, ni para martirizar a otros.
Por lo cual, es necesario aprender a usar el bien con bondad.
¿Cómo?

La bondad DEBE estar limitada, codificada, balanceada por la justicia.
Cuando el límite no existe, o se desdibuja con facilidad, la bondad deja de ser tal y pasa a ser un mal, más o menos encubierto.

Cuando el bien se equilibra con la justicia, existe el SHALOM.

Te dejo una tarea para que medites, si deseas y mucho mejor si compartes tus ideas con nosotros aquí.
¿Qué sucede cuando la conducta es la justicia extrema, sin equilibrio de bondad?
Gracias.

Deja una respuesta