Todas las entradas de: Laura Elizabeth

Amo al que ama mi alma

Palabras positivas para aprehender…

A veces la vida se nos presenta como una sensación agobiante con tinte de pesadilla. Si tenemos en cuenta que las palabras programan nuestras emocione, podremos clasificarlas en negativas y positivas. De éstas dependerá nuestro andar cotidiano. A continuación, 20 palabras poderosas para llevar adelante el cambio que queremos en nosotros.
Orar:
Empezar el día con la oración o rezo es hacer un reencuentro con el Creador reconociéndoLo en todos nuestros caminos.
Escribir:
Plasmar en un papel nuestras emociones, organizar nuestras ideas y de alguna manera hacer visible el inicio de nuestro sueño.
Buscar:
Al decir y reconocer que no sabemos, ya hemos dado un gran paso mostrando nuestra vulnerabilidad e inseguridad ante lo desconocido. Salir de nuestra falsa seguridad y animarnos a ir al encuentro de lo nuevo es poner en acción la búsqueda de nuevos horizontes.
Elegir:
No podemos saber a ciencia cierta cuál será el resultado de nuestra acción, pero sí podemos elegir nuestra manera de llevarlo a cabo.
Reír:
Al reír ampliamos nuestra perspectiva, mantenemos la salud y nos ayudamos ante una situación compleja.
Comenzar:
Ud. es capaz de elaborar una lista de cosas que siempre quiso hacer y por alguna razón pospuso (desde arreglar el armario o realizar un viaje). Ya es hora de comenzar a realizar alguna de ellas. Dé el primer paso; comience hoy.
Imaginar:
No deje de hacerlo. Esta capacidad de soñar despierto es una capacidad que vamos perdiendo al ir creciendo. El dejar fluir nuestros pensamientos por medio de la imaginación es cómo encarar el primer paso a la realización de nuestro sueño.
Creer:
Creer en nosotros mismos es proclamar la victoria en nuestra mente, solo de ud. dependen el éxito o el fracaso de su día.
Jugar:
En nuestro estado adulto las responsabilidades nos quitan la parte lúdica y nos olvidamos lo bueno que era divertirnos. Hágase su tiempo para distraerse y recordar lo buen que es jugar y divertirse.
Leer:
Es un hábito que el que se acostumbra. Es muy difícil dejarlo de hacer un día. La lectura nos ayuda a descansar, y en la diversidad de géneros literarios está la riqueza en nuestro entendimiento. No dejes de incursionar en la lectura ya que nos dispersa de la vorágine cotidiana.
Escuchar:
Se requiere sabiduría para saber escuchar sin que nuestros pensamientos interfieran. Escuchar es un arte y si aprehendemos este arte también seremos escuchados cuando sea nuestro turno de expresarnos.
Apreciar:
El hacernos la pregunta de qué es lo que apreciamos en el día de hoy, nos confortará y nos hará desviar de alguna negatividad que nos sucedió en el transcurso de la jornada.
Crear:
Es mantener el equilibrio en un mundo lleno de controversias. Hacer cambios es ser creativos y entre más practique la creatividad, más desarrollará su capacidad de resolución frente a lo inesperado.
Conectarse:
No dejemos de alimentar aquellos vínculos que nos hacen bien. Seguir tendiendo puentes, fomentar espacios de encuentro, nos ayudarán a que nuestras relaciones sociales sean eficientes en los momentos de crisis, transformando la adversidad en una situación maravillosa.
Confiar:
Si Ud. tomó una decisión, aparte de creer que hizo lo correcto, debe confiar en que los resultados serán los óptimos. La desconfianza genera resultados negativos.
Tocar:
Los seres humanos necesitamos contacto físico para vivir. No te vayas de tu hogar sin dar un abrazo, o, en tu trabajo, no te despidas sin dar una palmada, un abrazo, un beso o un apretón de manos. Será favorable para la convivencia.
Esperar:
Nunca perdamos las esperanzas, ellas nos hacen crear el conocimiento de que aún en las perores circunstancias e la vida podemos triunfar. La Esperanza es la que nos sostiene; la que reemplaza al miedo, transformándolo en un optimismo vital que nos asegura un mañana mejor.
Perdonar:
Cuando uno pone fin al resentimiento inmediatamente nos hacemos cargo de la situación y nos sentimos mejor. Perdonar no implica retractarse, olvidar, ni que fueron borrados las ofensas y aquellos actos desleales. Pero al poner en práctica el perdón, vemos de manera más realista al otro y dejamos que lo positivo de esta persona, por lo poco que fuere, prevalezca por sobre su error.
Dar:
Es suplir la necesidad de otro sintiendo satisfacción al llevar a cabo esta acción. Una manera de sobreponerse a un mal día es ofreciéndose para ayudar a alguien, familia, amigo o desconocido.
Liberarse:
Es darse el permiso de ser lo que nos agrade, más allá de la cara o la posición de los que nos rodean; es encontrarnos con nosotros mismos y entablar una armonía con lo que somos.

Paz y Bien.

MEMORIZACIÓN DE LAS ESCRITURAS PERMITIDAS PARA LOS BNEI NOAJ

 Todos pueden memorizar textos. Es una idea común entre todos los noájidas para poder recordar pasaje de la Torá y ponernos en cuenta sobre lo que hay en cada capítulo de ella y el Tanaj. Hoy en día, las diferentes regiones , colo son los pseudo-mesiánicos y los cristianos saben sobre la biblia, pero con lectura muerta, porque siempre citan cosas fuera de contexto.No es preciso que como bnei Noaj sepamos estudiar y memorizar Tanaj, pero podemos saber y ayudar a las personas que están en sus errores para hacerles comprender más claramente la escritura de la Tora y el Tanaj.Solo son pequeños textos para que así podamos ayudar a crecer en el ámbito espiritual..

 

Primero que todo, cuando escuchemos un Rabino o un Maestro que nos hable de la Torá, debemos prestar atención, porque el oyente es el que tiene el control de recibir lo que le transmiten; asimilarlo, pero si esta fuera podemos decirlo que es falso, porque nosotros sabemos lo que Un Verdadero Maestro nos enseña que está en la Torá…

 

1. Es un depósito Sagrado. El conocimiento perdura en el tiempo y por eso es bueno adquirir el hábito del estudio para enriquecer nuestra mente2. Es una ayuda para vivir en una vida plena. Como dijo el Rey David »’ En mi corazón he guardado tus dichos para no peca contra ti (Salmo 119:11) así nosotros sabemos cómo podemos regirnos en la vida para no está mal y cumplir cada mandamiento que es una ayuda buena y deliciosa para seguir este proceso…

 

3. Es Un Medio de guía. Eso quería decir el Rey David cuando escribió »’ Lámpara es a mis pies Tu palabra, y Lumbrera a mi camino (Salmo 119:105) La lámpara y la lumbrera nos indican donde dar nuestros pasos.

 

4. Es una gran ayuda para poder saber y asistir a la persona en una vida mejor; para que sepan que sólo hay un Dos único y Verdadero . Nosotros podemos ser un canal de vida para los demás, para que podamos seguir estudiando y avanzando sin olvidar lo que tenemos que hacer.

 

Una primera preguntas que aparece en el principiar esta tarde es: ¿Qué debo memorizar? Daremos una pequeña sugerencia.

 

Para comenzar a estudiar la Torá debemos estudiar lo libro que nos corresponden: Génesis, Proverbios .Salmos y Job para que podamos saber qué es lo mejor a estudiar y tener algo en nuestra mente y nuestra vida…

 

1. Memorizar y aprender cada una de las 7 leyes noájidas: Prohibidos la idolatría, blasfemia, asesinato, adulterio, el robo, comer partes de un animal vivo, establecer Cortes de Justicia.

 

Un paso que me ha ayudado mucho es obtener una cantidad de tarjetas blancas. No importa el tamaño, aunque sugerimos que quepan fácilmente en el bolsillo, escribir cada ley noájida para poderlas memorizar más rápido y fácilmente. Se puede obtener tarjetas así impresas, o otro tipo en un cuaderno, lo que sea para que donde vayamos podamos estudiar y adquirir más rápido nuevos conocimientos crecimiento y también para memorizar lo aprendido.

 

El Hecho que estamos escribiendo cada Ley es para ayudar más a centrarnos en la memoria. Se Dice que el 10% lo que oímos, 50 % de lo que vemos, 70% de lo que decimos y 90% de lo que hacemos.

 

Una vez que hayas hechos algunas tarjetas, toma una y léela muchas veces, y toma nota de las palabras exactas. Pronuncia lo apuntado bien desde la primera vez. Al leer el Texto, leer la referencias o sitio web también. Si es posible lee en voz alta, ya que de esta manera recibirás el mensaje por la audición y la visión.

 

La Última pregunta ¿cuándo debo memorizar? lo ideal es tener una hora determinada cada día: en la mañana, en la tarde y en la noche, para estudiar y llevarla siempre sucesivamente y no perder la secuencia de lo estudiado.

 

Hay momentos libres en nuestras vidas como por ejemplo: Cuando viajamos en bus o un tren, en taxis, en avión, en la bicicleta…cuando sea posible

 

La memorización de lo que está apuntado la podemos compartir con un amigo en una reunión, con los mismos Noájidas u otro tipo de persona y también a veces van a haber discusiones de significado de lo mismo que has estudiado y tener tus apuntes sobre lo que hay respecto del tema.

 

Nada de lo que dicho en esta nota te hará bien sino lo pones en práctica. Será recompensado en esta vida y en la futura si guardas en tu corazón y en tu mente la Palabra D-os. De manera que hay trabajo para memorización, comprensión y práctica…

 

Espero que esta pequeña escrito sea para reflexión y sea para ayuda un nueva manera para la memorización.

 

Autor : Kenny Jame

Alegría…

Se puede definir a la alegría como algo simple cuya fuente más grande y profunda es el amor. Sin embargo, no es tan sencilla como parece. La alegría es un gozo del espíritu. Nosotros somos seres que experimentamos diferentes sensaciones, el dolor, el sufrimiento, pero también las emociones opuestas a estas, el bienestar y la felicidad.

La alegría es un gozo opuesto al dolor, ya que la primera proviene del interior. Es decir, desde el centro de nuestra mente, de nuestra alma. Todo ello se manifiesta con un bienestar, una paz reflejada en todo nuestro cuerpo. Por ejemplo, sonreímos, tarareamos, silbamos y por sobre todas las cosas nos volvemos más afectuosos. Tal es así, que este estado suele contagiar a quienes nos rodean.

Decidir como afrontar con nuestro espíritu las cosas que nos rodean, es la actitud por la cual surge la alegría. Es decir, no dejarse afectar por las cosas que los rodean y decir que su paz sea mayor que las cosas externas, por lo que esta alegría podríamos decir proviene de adentro.

Como mencionábamos anteriormente, su fuente tradicional, intensa y grandiosa es el amor, especialmente en pareja. Cabría preguntarnos ¿por qué?, es muy simple. El amor rejuvenece y es una fuente espontánea y profunda de alegría. Por lo tanto, ese amor es el principal combustible para estar alegres.

Nuestra alegría es algo que lo pensamos muy poco, sin embargo surge en aquellos momentos de manera espontánea y por diversos motivos. Por lo que dejamos que la vida siga su marcha, sin ser conscientes de que la alegría se construye, por lo que siempre la buscamos.

Tomar con poca seriedad nuestras obligaciones y compromisos para vivir tranquilos y por ende estar alegres, no es la solución más adecuada. Tal es así, que aquella persona que busca evitar la realidad, gana una alegría forzada, es decir, vive inmerso en la comodidad y en la búsqueda de placer, lo cual tiene una corta duración.

Entonces, para vivir el valor de la alegría, debemos ver lo bueno que hacemos con voluntad, esfuerzo, energía y cariño. Desde el trabajo que realizas, por mas que sea el mismo todos los días, ya que el beneficia a otras personas, a tu familia, pero también lo hace a ti.

Por otra parte, la satisfacción de proporcionar educación, alimentos y cuidados a tu familia; hace que sientas gusto por su júbilo. El tener amigos y vivir en armonía con la sociedad; mantener buenas relaciones con tus vecinos, ser aceptado por tu educación y respeto demostrado ante los demás, el cuidado del medio ambiente y la participación en iniciativas de ayuda a los más necesitados; son motivos de gozo y satisfacción interior.

Ayudar con todos  nuestros medios y posibilidades a nuestro alcance, sin interés alguno y por el simple hecho de sólo querer hacerlo, da la sensación de que el valor de la alegría está totalmente distanciado del egoísmo. Y esto es así, ya que todas las personas están primero que la nuestra.

La sensación del deber cumplido, cada vez que realizamos algo bueno, con sacrificio o no, y con desprendimiento de nuestra persona y de nuestras cosas, nos excede de paz interior, y eso es alegría.

Por lo tanto, todo lo que apreciamos y valoramos en la vida, se debe al esfuerzo que pusimos para lograrlo y alcanzarlo, entonces su consecuencia más inmediata serán los beneficios que obtendremos de ese desempeño.

Ahora, algo importante a no olvidar, es que un motivo suficiente de alegría y de fiel agradecimiento, es el poseer vida. Y sin lugar a dudas, que por más circunstancias adversas que se nos presenten, siempre sacaremos de nosotros algo positivo y de provecho para ayudar a los demás.

Y por último, acordate de que todas las personas somos capaces de dispersar desde lo más adentro de nuestro ser: alegría. Simplemente con una sonrisa o con actitudes serenas de tu persona, exteriorizaras este goce, lo cual es propio de una persona que sabe apreciar y valorar todo lo que existe a su alrededor.

La capacidad de experimentarla se aprende, se cultiva, y por ende,  se incrementa.

 

Que tengan un bella jornada … Paz y Bien para todos.

Obediencia…

La obediencia es una actitud responsable de colaboración y participación, importante para las buenas relaciones, la convivencia y el trabajo productivo. Una de las cosas que más trabajo nos cuestan es someter nuestra voluntad a la orden de otra persona. Vivimos en una época donde se rechaza cualquier forma de autoridad, así como las reglas o normas que todos debemos cumplir. La soberbia y el egoísmo nos hacen sentir autosuficientes, superiores, sin rendir nuestro juicio y voluntad ante otros pretextando la defensa de nuestra libertad.

Parece claro que el problema no radica en las personas que ejercen una autoridad, tampoco en las normas creadas para mantener el orden, la seguridad y la armonía entre las personas, esta dentro de nosotros mismos. Debemos evitar caer en el error de «sentir» que obedeciendo nos convertimos en seres inferiores y sumisos caracterizados por una libertad mutilada. Por el contrario, la obediencia nos lleva a practicar una libertad más plena, porque echamos por la borda el pesado lastre de la soberbia y la comodidad. ¿No son acaso una fuerte atadura e impedimento para obedecer cabalmente?

¿Por qué nos cuesta tanto trabajo obedecer? Razones puede haber muchas, tal vez la más común se da cuando no reconocemos la autoridad de la persona que manda, por considerarla inferior, inepta, molesta o necia; cada vez que la actividad a realizar es contraria a nuestro gusto y preferencia; porque catalogamos las cosas como poco importantes, o debemos hacer a un lado nuestra comodidad y descanso. Cualquiera que sea el caso el resultado es el mismo: un actuar mecánico y porque «no nos queda más remedio», lo cual resta mérito a todo lo bueno que pudiéramos lograr.

No podemos negar que algunas ocasiones obedecemos gustosamente, pero lo hacemos por la simpatía que tenemos hacia quien lo pide, o definitivamente no nos cuesta trabajo cumplir con la encomienda. Entonces cabe preguntarnos si la obediencia en nosotros es un valor o es una postura que tomamos de acuerdo a las circunstancias.

Debe quedar claro, la obediencia no hace distinciones de personas y situaciones, para que sea realmente un valor, debe ir acompañada de nuestra voluntad de hacer las cosas, agregando nuestro ingenio y capacidad para obtener un resultado igual o mejor de lo esperado. Por tanto, el obedecer es un acto consciente, producto del razonamiento, discriminando todo sentimiento opuesto hacia las personas o actividades.

Esto nos lleva a considerar la manera en la que reaccionamos frente a las normas que exigen un cumplimiento: con facilidad desobedecemos las leyes de tránsito, buscamos la manera de simplificar cualquier tipo de trámites, cumplir con menos requisitos o no hacer fila para hacer un pago en la ventanilla correspondiente… no podemos pensar que el mundo debe girar alrededor de nuestros caprichos, sometiendo todo a la aprobación de nuestro juicio.

La obediencia requiere docilidad, traducida en seguir fielmente las indicaciones dadas. Si consideramos que algo no es correcto podemos expresar nuestro punto de vista, pero nunca hacer algo distinto o contrario a lo que se nos ha solicitado.

Además de ser dóciles debemos tener iniciativa, que consiste en poner de nuestra parte «lo que haga falta» para cumplir mejor con nuestra tarea. Muchas veces se manifiesta a través de los pequeños detalles: La portada y presentación final de un informe, limpiar y colocar perfectamente los muebles que cambiamos de lugar, acomodar en la alacena los víveres que compramos…

Ese toque personal y final que ponemos a las cosas complementa magníficamente nuestra obediencia, porque es una manera de identificarnos plenamente con el deseo de quien lo ha pedido, que en el fondo, es la esencia de obedecer.

En algunos casos y circunstancias, las personas que tienen autoridad pueden solicitar acciones contrarias a la dignidad de las personas y ajenas a los principios morales, como mentir, calumniar, robar… en estos y otros casos, no estamos obligados a obedecer porque nos convertimos en cómplices de acciones reprobables, de las cuales no nos gustaría ser los afectados.

Aunque el aprender a obedecer parece un valor a inculcar solamente en los niños, toda persona puede, y debe, procurar su desarrollo. Veamos algunos puntos que te ayudarán a cultivar mejor este valor:

– La obediencia no se determina por el afecto que puedas tener hacia la persona que manda, concéntrate en realizar de la tarea o cumplir el encargo que se te encomienda. Tu sentir en nada cambia el contenido de la orden.

– Ejecuta las peticiones u órdenes sin calificar si son de tu agrado o no.

– Toda encomienda es importante. Si es aparentemente simple, evita pensar que no corresponde «a tu categoría». Si no cumples con las cosas pequeñas, jamás cumplirás con las cosas que consideras como «grandes».

– No te quejes por los continuos encargos que recibes. Por una parte se tiene confianza en tu capacidad; por otra, ¿no crees que estás encubriendo tu pereza?

– Procura eliminar de tu persona esa visión mediocre de «sólo cumplir». Ten iniciativa: termina las cosas al detalle dando un toque final a todo lo que hagas, es la diferencia entre obedecer y cumplir, y eso, es lo que hace un trabajo bien hecho.

La obediencia nos hace sencillos porque nos enfocamos en la tarea a realizar y no en criticar a las personas; generosos por la disponibilidad de tiempo, el interés y entusiasmo que ponemos al servicio de los demás, generando confianza al actuar responsablemente.

Podemos ver que la obediencia es una actitud responsable de colaboración y participación, dejando atrás el «hacer para cumplir», que eso lo hace cualquiera, poner lo que esta de nuestra parte es lo que hace de la obediencia un valor, no sólo importante, sino necesario para las buenas relaciones, la convivencia y el trabajo productivo.

Paz y Bien para Todos.

Perdón…

Los resentimientos nos impiden vivir plenamente sin saber que un simple acto del corazón puede cambiar nuestras vidas y de quienes nos rodean En los momentos que la amistad o la convivencia se rompen por cualquier causa, lo más común es la aparición de sentimientos negativos: la envidia, el rencor, el odio y el deseo de venganza, llevándonos a perder la tranquilidad y la paz interior. Al perder la paz y la serenidad, los que están a nuestro alrededor sufren las consecuencias de nuestro mal humor y la falta de comprensión. Al pasar por alto los detalles pequeños que nos incomodan, no se disminuye la alegría en el trato cotidiano en la familia, la escuela o la oficina.

Sin embargo, no debemos dejar que estos aspectos nos invadan, sino por el contrario, perdonar a quienes nos han ofendido, como un acto voluntario de disculpar interiormente las faltas que han cometido otros.

En ocasiones, estos sentimientos son provocados por acciones o actitudes de los demás, pero en muchas otras, nos sentimos heridos sin una razón concreta, por una pequeñez que ha lastimado nuestro amor propio.

La imaginación o el egoísmo pueden convertirse en causa de nuestros resentimientos:

– Cuando nos damos el lujo de interpretar la mirada o la sonrisa de los demás, naturalmente de manera negativa;
– Por una respuesta que recibimos con un tono de voz, a nuestro juicio indiferente o molesta;
– No recibir el favor que otros nos prestan, en la medida y con la calidad que nosotros habíamos supuesto;
– En el momento que a una persona que consideramos de «una categoría menor», recibe un favor o una encomienda para lo cual nos considerábamos más aptos y consideramos injusta la acción.

Es evidente que al ser susceptibles, creamos un problema en nuestro interior, y tal vez enjuiciamos a quienes no tenían la intención de lastimarnos.

Para saber perdonar necesitamos:

– Evitar «interpretar» las actitudes.
– No hacer juicios sin antes de preguntarnos el «por qué» nos sentimos agredidos (así encontraremos la causa: imaginación, susceptibilidad, egoísmo).
– Si el malentendido surgió en nuestro interior solamente, no hay porque seguir lastimándonos: no hay que perdonar. Lamentamos bastante cuando descubrimos que no había motivo de disgusto… entonces nosotros debemos pedir perdón.

Si efectivamente hubo una causa real o no tenemos claro qué ocurrió:

– Tener disposición para aclarar o arreglar la situación.
– Pensar la manera de llegar a una solución.
– Buscar el momento más adecuado para platicarlo con calma y tranquilidad, sobre todo de nuestra parte.
– Escuchar con paciencia, buscando comprender los motivos que hubo.
– Exponer nuestras razones y llegar a un acuerdo.
– Olvidar en incidente y seguir como si nada hubiera pasado.

El Perdón enriquece al corazón porque le da mayor capacidad de amar; si perdonamos con prontitud y sinceramente, estamos en posibilidad de comprender las fallas de los demás, actuando generosamente en ayudar a que las corrijan.

Es necesario recordar que los sentimientos negativos de resentimiento, rencor, odio o venganza pueden ser mutuos debido a un malentendido, y es frecuente encontrar familia en donde se forma un verdadero torbellino de odios. Nosotros no perdonamos porque los otros no perdonan. Es necesario romper ese círculo vicioso comprendiendo que «Amor saca amor». Una actitud valiente de perdón y humildad obtendrá lo que la venganza y el odio nunca pueden, y es lograr reestablecer la armonía.

Una sociedad, una familia o un individuo lleno de resentimientos impiden el desarrollo hacia una esfera más alta.

Perdonar es más sencillo de lo que parece, todo está en buscar la forma de mantener una convivencia sana, de la importancia que le damos a los demás como personas y de no dejarnos llevar por los sentimientos negativos.

Paz y Bien para todos…

Paciencia…

Si nuestra época pudiera tener un nombre se llamaría “prisa”. ¿Cómo esperamos que nuestra vida tenga más cordura y sea más amable a los demás si todo lo queremos “ya”? Nuestra vida se desenvuelve a un ritmo vertiginoso: demasiada prisa para hacer, para llegar, para resolver asuntos personales y del trabajo, fricciones que surgen cada día con las personas, citas urgentes. Si nuestra época pudiera tener un nombre se llamaría “prisa”. Por eso es necesario hacer un alto en el camino y reflexionar un poco sobre el valor de la paciencia, para no dejarnos abrumar y tampoco seguir esa carrera loca que va a toda marcha. ¿Cómo esperamos que nuestra vida tenga más cordura y sea más amable a los demás si todo lo queremos “ya”?

La paciencia es el valor que hace a las personas tolerar, comprender, padecer y soportar los contratiempos y las adversidades con fortaleza, sin lamentarse; moderando sus palabras y su conducta para actuar de manera acorde a cada situación.

Al encontrarnos con personas que a nuestro juicio siempre son molestas, inoportunas o “lentas”, podemos caer en el error de fingir una actitud paciente, es decir, dar la apariencia de escuchar sin alterarse ni expresar emoción, buscando escapar de la situación lo más rápido posible dando respuestas breves y un tanto cortantes, eso sí, procurando que no se den cuenta para no herir los sentimientos; a esto se le llama indiferencia, insensibilidad ante el estado de ánimo de los demás.

Uno de los grandes obstáculos que impiden el desarrollo de la paciencia, es, curiosamente, la impaciencia de esperar resultados a corto plazo, sin detenerse a considerar las posibilidades reales de éxito, el tiempo y esfuerzo requeridos para alcanzar el fin:

– El hacerse de demasiadas actividades produce ansiedad y prisa, quedando un amargo sabor de boca y mal humor por no terminar todo lo que hemos iniciado. En pocas palabras, debe haber moderación, ser conscientes de nuestros alcances para evitar contraer demasiados compromisos que posiblemente no podamos cumplir.

– Otro ejemplo clásico se da en el ámbito laboral con el personal de reciente contratación, su curriculum y proceso de selección muestran los conocimientos y capacidad necesarios para desempeñar el puesto, sin embargo, cada labor específica requiere de un proceso de adaptación a las políticas, modalidades, normas y estilos del centro de trabajo; no se puede descartar a una persona a las dos semanas de iniciar su desempeño por no lograr una rápida adaptación.

– El ahorrar puede ser un forma de medir nuestra paciencia, no importan las cantidades ni la frecuencia con que se acumulen , la constancia nos llevará a reunir la suma necesaria para adquirir el auto, el juguete o realizar ese viaje que tanto hemos soñado. Si quitamos la vista del objetivo, terminaremos por gastar lo poco que hemos reunido, y nuestra meta será cada vez más lejana e inalcanzable.

– Aunque en tono irónico se dice que son los hijos quienes nos proporcionan una fuente inagotable de paciencia, no deja de ser verdadero en cierta forma. La impaciencia que manifiestan los padres, en gran parte se debe al querer que los hijos razonen y actúen como adultos, “¿es qué no piensas?”, “te dije que lo hicieras así…”, son algunas de las más comunes frases empleadas por los padres en su desesperación. No debemos olvidar que la madurez se da con el tiempo, la experiencia y la formación que reciben los hijos. Claro está que hay chicos que son más traviesos, el reto es tener la habilidad para educarlos pacientemente y de la mejor manera posible.

Existen otros retos no menos importantes para el desarrollo de la paciencia, que se refieren específicamente al hecho de soportar y tolerar las contrariedades inesperadas; por ejemplo:

– Soportar las molestias del clima a través del arduo trayecto a la oficina y la escuela, con cientos de autos circulando a nuestro alrededor. – Ser tolerantes al realizar tareas con otros, ante su falta de destreza, conocimiento o pericia para realizar las cosas. Se da con el trabajador que no ha entendido como presentar un informe, con la empleada del hogar que no sabe como deseamos que limpie la casa, con los hijos que no entienden las matemáticas… La paciencia debe llevarnos a enseñar la manera de hacer las cosas, al ofuscarnos los resultados suelen ser totalmente contrarios a nuestros deseos.

– La predisposición que tenemos al acudir a aquel lugar donde “siempre me hacen perder el tiempo”. ¿Por qué disgustarnos innecesariamente?, lleva una revista o un libro para ocupar tu tiempo mientras haces fila en una ventanilla o en la sala de espera del consultorio.

– Mostrar “buena cara” cada que nuestro jefe o compañero de trabajo, nos pide que le hagamos el mismo favor de siempre. En vez de mostrar impaciencia y hacer las cosas de mala gana, lo más sano es contar con esa actividad como si fuera fija, dentro de nuestro tiempo y quehaceres, sólo así podremos realizarla gustosamente.

Nada ganamos con la desesperación, antes de reaccionar debemos darnos tiempo para escuchar, razonar y en su momento actuar o emitir nuestra opinión.

La paciencia siempre tendrá sus recompensas: mantener y mejorar las relaciones con la pareja y los hijos, los compañeros de trabajo (incluyendo jefes y subordinados); tener amistades duraderas; obtener los resultados deseados en aquella labor a la que hemos dedicado mucho tiempo y esfuerzo

La persona que vive el valor de la paciencia, posee la sensibilidad para afrontar las contrariedades conservando la calma y el equilibrio interior, logrando comprender mejor la naturaleza de las circunstancias generando paz y armonía a su alrededor.

Paz y Bien para Todos.

Sensibilidad…

Antes de hablar de sensibilidad hay que distinguirla de la “sensiblería” que casi siempre es sinónimo de cursilería, superficialidad o debilidad. En realidad el valor de la sensibilidad es la capacidad que tenemos los seres humanos para percibir y comprender el estado de ánimo, el modo de ser y de actuar de las personas, así como la naturaleza de las circunstancias y los ambientes, para actuar correctamente en beneficio de los demás.

Para comprender la importancia de este valor, necesitamos recordar que en distintos momentos de nuestra vida hemos buscado afecto, comprensión y cuidados, sin encontrar a ese alguien que muestre interés por nuestras necesidades y particulares circunstancias. ¿Qué podríamos hacer si viviéramos aislados? La sensibilidad nos permite descubrir en los demás a ese “otro yo” que piensa, siente y requiere de nuestra ayuda.

No pensemos en esa sensibilidad emocional que se manifiesta exageradamente con risas o llanto y tal vez “sintiendo” pena o disgusto por todo. Ser sensible va más allá de un estado de ánimo, es permanecer alerta de todo lo que ocurre a nuestro alrededor. ¿Acaso ser sensible es signo de debilidad? No es blando el padre de familia que se preocupa por la educación y formación que reciben sus hijos; el empresario que vela por el bienestar y seguridad de sus empleados; quien escucha, conforta y alienta a un amigo en los buenos y malos momentos. La sensibilidad es interés, preocupación, colaboración y entrega generosa hacia los demás.

La realidad es que las personas prefieren aparentar ser duras o insensibles, para no comprometerse e involucrarse en cosas que califican como fuera de su competencia. Todas las penas y padecimientos de los demás resultan incómodos y molestos, pensando que cada quien tiene ya suficiente con sus propios problemas como para preocuparse de los ajenos. La indiferencia es el peor enemigo de la sensibilidad.

Lo peor de todo es mostrar esa misma indiferencia en familia, algunos padres nunca se enteran de los conocimientos que reciben sus hijos; de los ambientes que frecuentan; las costumbres y hábitos que adquieren con los amigos; de los programas que ven en la televisión; del uso que hacen del dinero; de la información que reciben respecto a la familia, la moda, la religión, la política… todas ellas son realidades que afectan a los adultos por igual.

¿Es que todo está bien? No se puede esperar que las nuevas generaciones construyan ese futuro mejor que tanto se espera, si nos da lo mismo todo y no estamos ahí para dar criterio, para formar hábitos y hacer valer las buenas costumbres.

Puede parecer extraño, pero en cierta forma somos insensibles con nosotros mismos, pues generalmente no advertimos el rumbo que le estamos dando a nuestra vida: pensamos poco en cambiar nuestros hábitos para bien; casi nunca hacemos propósitos de mejora personal o profesional; fácilmente nos dejamos llevar por el ambiente de los amigos o del trabajo sin poner objeción alguna; trabajamos sin orden y desmedidamente; dedicamos mucho tiempo a la diversión personal. Dejarse llevar por lo más fácil y cómodo es la muestra más clara de insensibilidad hacia todo lo que afecta nuestra vida.

Reaccionar frente ante las críticas, la murmuración y el desprestigio de las personas, es una forma de salir de ese estado de pasividad e indiferencia para crear una mejor calidad de vida y de convivencia entre los seres humanos.

Muchas veces nos limitamos a conocer el nombre de las personas, incluso compañeros de trabajo o estudio, criticamos y enjuiciamos sin conocer lo que ocurre a su alrededor: el motivo de sus preocupaciones y el bajo rendimiento que en momentos tiene, si su familia pasa por una difícil etapa económica o alguien tiene graves problemas de salud. Todo sería más fácil si tuviéramos un interés verdadero por las personas y su bienestar.

En todas partes se habla de los problemas sociales, corrupción, inseguridad, vicios, etc. y es algo tan cotidiano que ya forma parte de nuestra vida, dejamos que sean otros quienes piensen, tomen decisiones y actúen para solucionarnos hasta que nos vemos afectados. La sensibilidad nos hace ser más previsores y participativos, pues no es correcto contemplar el mal creyendo que somos inmunes.

Podemos afirmar que la sensibilidad nos hace despertar hacia la realidad, descubriendo todo aquello que afecta en mayor o menor grado al desarrollo personal, familiar y social. Con sentido común y un criterio bien formado, podemos hacer frente a todo tipo de inconvenientes, con la seguridad de hacer el bien poniendo todas nuestras capacidades al servicio de los demás.

Coherencia…

Es el valor que nos hace ser personas de una pieza, actuando siempre de acuerdo a nuestros principios. Coherencia es la correcta conducta que debemos mantener en todo momento, basada en los principios familiares, sociales y creencias aprendidos a lo largo de nuestra vida.

Con este valor somos capaces de cumplir con mayor eficacia nuestras obligaciones, pues hace falta ser honesto y responsable; en nuestras relaciones personales es indispensable para ser sinceros, confiables y ejercer un liderazgo positivo; para nuestra persona, es un medio que fortalecer el carácter y desarrolla la prudencia, con un comportamiento verdaderamente auténtico.

En primera instancia, el problema de vivir este valor es que somos muy susceptibles a la influencia de las personas y lugares a los que asistimos; por temor callamos, evitamos contradecir la opinión equivocada, o definitivamente hacemos lo posible por comportarnos según el ambiente para no quedar mal ante nadie. No es posible formar nuestro criterio y carácter, si somos incapaces de defender los principios que rigen nuestra vida. Lo mejor es mantenerse firme, aún a costa del cargo, opinión o amistad que aparentemente está en juego.

Una madre con varios hijos a los que adora y estando felizmente casada, se encontraba en la reunión de los miércoles con sus amigas, cada sorbo de café se acompañaba de comentarios a favor de la familia pequeña (matrimonio, con un hijo o sin él). Nunca en su vida se había visto tan incómoda, sin palabras ni objeciones, avergonzada… ¿Por qué callar? ¿Por qué no defender sus convicciones y lo que representa la razón de su vida? No se trata aquí de discutir sobre el motivo del diálogo, sino de la actitud, de la pasividad con que enfrentamos los temas álgidos, los importantes y los superfluos. ¿De cuántas cosas nos avergonzamos sabiendo que son correctas?

Lo mismo sucede con los compañeros de la universidad y sus “aventuras” a veces riesgosas; al disimular ante los negocios poco transparentes que se dan en una empresa; ante la infidelidad de nuestras amistades hacia su pareja… Debemos ser valientes para superar el temor a ser señalados como extraños, anticuados o retrógradas, porque un carácter débil inspira poco respeto y jamás lograremos demostrar la importancia de vivir de acuerdo a unos principios y valores.

Podemos suponer que actuando en base a nuestras propias convicciones basta para ser coherentes, pero existe el riesgo de adoptar una actitud traducida en un “soy como soy y así pienso”. Efectivamente, la coherencia exige esa firmeza y postura, pero se necesita un criterio bien formado para no caer en la obstinación.

Todo indica que en algunos momentos exigimos coherencia en los demás: recibir un justo salario, colaboración por parte de los compañeros de trabajo, que nos procuren atenciones en casa, la lealtad y ayuda de los amigos. Pero esto debe llevarnos a reflexionar si trabajamos con intensidad y en equipo, si correspondemos con creces a los cuidados que recibimos en casa, si somos leales y verdaderos amigos de nuestros amigos.

Siempre debemos estar conscientes que la coherencia hasta cierto punto es flexible. Por una parte es aprender a callar y ceder en las cosas sin importancia; pero en circunstancias en las que el prestigio y la seguridad de las personas, la unidad familiar o la estabilidad social están en juego, se tiene la obligación de enfrentar la situación para evitar un daño a los derechos de los demás. Este es el motivo por el cual, el ejercicio de la prudencia es determinante, para saber actuar acertadamente en cualquier circunstancia.

¿Qué se necesita para ser coherentes, voluntad o conocimiento de los valores? En estricto sentido, ambos. Voluntad para superar nuestro temor a ser “diferentes” con el implícito deseo de ser mejores y ayudar a los demás a formar los valores en su vida. Con el conocimiento, hacemos más firmes nuestros principios, descubriendo su verdadero sentido y finalidad, lo que necesariamente nos lleva a ejercitarnos en los valores y vivirlos de manera natural.

Para la práctica y vivencia de este valor puedes considerar:

– Examina si tus actitudes y palabras no cambian radicalmente según el lugar y las personas con quien estés. Que en todo lugar se tenga la misma imagen y opinión de ti.

– Piensa en la coherencia que exiges de los demás y si tu actúas y correspondes, al menos, en la misma proporción

– Se prudente para elegir amistades, lugares y eventos. Así no tendrás que esconderte, mentir y comportarte en forma contraria a tus principios.

– Evita hacer trampa o cumplir con tus obligaciones a medias. Aunque sea lo más fácil y nadie se percate de ello por el momento.

– Procura no ser necio. Considera que algunas veces puedes estar equivocado, escucha, reflexiona, infórmate y corrige si es necesario.

– Evita discusiones y enfrentamientos por cosas sin importancia. Si hay algo que defender o aclarar, no pierdas la cordura. Serenidad, cortesía y comprensión

La experiencia demuestra que vivimos con mayor tranquilidad y nuestras decisiones son más firmes, al comportarnos de manera única; que a la larga, todos aquellos que alguna vez se burlaron de nuestros principios, terminan por reconocer y apreciar la integridad de nuestra persona. Por este motivo, la unidad de vida aumenta nuestro prestigio personal, profesional y moral, lo cual garantiza incondicionalmente la estima, el respeto y la confianza de los demás.

Aprender…

El valor que nos ayuda a descubrir la importancia de adquirir conocimientos a través del estudio y la reflexión de las experiencias cotidianas. Uno de los valores fundamentales de todo ser humano es el conjunto de habilidades y conocimientos de que dispone para resolver problemas. La única forma de obtener este conjunto es el aprendizaje. El valor de aprender tiene como finalidad la búsqueda habitual de conocimientos a través del estudio, la reflexión de las experiencias vividas y una visión profunda de la realidad.

Nuestra vida está rodeada de muchas situaciones alrededor de nuestro trabajo cotidiano, la familia y las relaciones personales de toda índole, en cada lugar debemos tomar iniciativas, resolver situaciones y enseñar a los demás a trabajar, a crear una mejor convivencia y a llevar una vida mejor. Quien tiene más elementos a su alcance, está en condiciones de cumplir con esta tarea de manera eficaz, pues este valor no consiste en acumular conocimientos para ser un erudito, sino para servir.

Hay quienes desde la época de estudiantes han creído que sólo debemos aprender lo que es necesario e indispensable para desempeñar una labor profesional específica, peor aún, que no queda más remedio que hacer el mínimo esfuerzo para solventar una situación académica.

Pero, ¿por qué nos da pereza aprender? Sencillamente porque deseamos que todo tenga una utilidad práctica e inmediata (como el niño que aprende a contar y a conocer la denominación de las monedas, para comprar con la seguridad de no ser engañado); esto sin agregar el esfuerzo y el tiempo que supone estar frente a un libro o cualquier otro medio. ¡Qué falta de aspiraciones y deseos de superación personal!

Ocasionalmente encontramos a personas con la habilidad de obtener conclusiones casi instantáneamente, teniendo una respuesta y explicación para cualquier asunto, en fin, como si todo lo supieran; el asombro es más grande si es un cardiólogo opinando sobre administración pública y hace referencia a la historia de cualquier nación… Sin quitar mérito a las aptitudes personales, lo excepcional -y producto del aprendizaje- es la capacidad de relacionar hechos, conocimientos y experiencias para tener un criterio bien formado y dar una respuesta oportuna y acertada en cada caso.

No debemos olvidar que el perfeccionamiento personal abarca la superación profesional, por lo tanto, debemos preocuparnos por profundizar. Terminar la universidad, comenzar una maestría, emprender un doctorado, asistir a cursos de actualización y diplomados deben ser un camino natural. No podemos olvidar que en el mundo laboral de hoy tener un título universitario ya no es suficiente. Es necesario ir más lejos si se desea un progreso real.

Sin embargo hay otras áreas que en apariencia no se relacionan directamente con nuestro trabajo: historia, filosofía, doctrina, literatura, relaciones humanas; o conocimientos técnicos y científicos: manejo de programas para ordenadores (computadoras), administración empresarial, funcionamiento del cuerpo humano, primeros auxilios, nociones de mecánica automotriz o cualquier destreza manual. Obtener conocimientos adicionales a nuestra profesión u oficio será siempre de utilidad práctica y nos brindarán un panorama más amplio de la vida.

En cierta forma podría decirse que todo comienza como un pasatiempo, quien aprende por sí mismo disfruta de la actividad sin cuestionarse el cuándo y para qué le servirá el tema en cuestión, y cada vez le es más fácil aprender, pues al igual que el cuerpo humano, el intelecto también necesita desarrollarse.

Cuando no estamos humana y profesionalmente preparados, somos incapaces de prevenir y resolver problemas: si un padre de familia no advierte la formación que sus hijos reciben en la escuela, no encontrará explicación a sus cambios de conducta; tener una empresa dejando la administración en manos de otros, no siempre es conveniente; manejar personal sin tener nociones básicas del comportamiento y naturaleza humana, nos lleva a un trato impersonal; desconocer la dignidad del matrimonio y la familia, puede tener como resultado la desintegración.

Ante nuestra incapacidad, nos convertimos en dependientes de las circunstancias y de las personas, buscando culpables y eludiendo responsabilidades. Una persona en constante preparación, se muestra interesada en todo lo que rodea a sus semejantes porque quiere superarse y encontrar la manera de ser más útil.

Debemos aceptar que no comprendemos en su totalidad muchos de los acontecimientos actuales, y mucho menos advertimos las repercusiones que tienen para nuestra sociedad y la familia en concreto: por qué las costumbres han cambiado tanto en los últimos 50 años; por qué ahora se habla de calidad y liderazgo; entender las controversias actuales sobre la vida humana; los conflictos internacionales. Podríamos llenar de ejemplos y la concusión sería la misma: es necesario aprender más para comprender mejor lo que sucede en nuestra vida y en el mundo, para dejar de pensar que todo es obra de la casualidad o producto del empeño de unos cuantos.

Para crecer en este valor, necesitamos tener en mente que aprender algo nuevo no es pérdida de tiempo, es una forma de alcanzar la superación personal. Podríamos argumentar falta de tiempo y necesidad de descanso, pero todo es cuestión de organización y esfuerzo, tal vez en forma gradual, pero continua.

El valor de aprender nos convierte en personas que tienen más herramientas para avanzar en la vida y para ser mejores seres humanos.

Paz y Bien para Todos…

Gratitud…

De personas bien nacidas es ser agradecidas. ¿Cómo vivir mejor este valor? Dicen que de todos los sentimientos humanos la gratitud es el más efímero de todos. Y no deja de haber algo de cierto en ello. El saber agradecer es un valor en el que pocas veces se piensa. Ya nuestras abuelas nos lo decían «de gente bien nacida es ser agradecida».

Para algunos es muy fácil dar las «gracias» por los pequeños servicios cotidianos que recibimos, el desayuno, ropa limpia, la oficina aseada… Pero no siempre es así.

Ser agradecido es más que saber pronunciar unas palabras de forma mecánica, la gratitud es aquella actitud que nace del corazón en aprecio a lo que alguien más ha hecho por nosotros.

La gratitud no significa «devolver el favor»: si alguien me sirve una taza de café no significa que después debo servir a la misma persona una taza y quedar iguales… El agradecimiento no es pagar una deuda, es reconocer la generosidad ajena.

La persona agradecida busca tener otras atenciones con las personas, no pensando en «pagar» por el beneficio recibido, sino en devolver la muestra de afecto o cuidado que tuvo. ¿Has notado como los niños agradecen los obsequios de sus padres? Lo hacen con una sonrisa, un abrazo y un beso. ¿De que otra manera podría agradecer y corresponder unos niños? Y con eso, a los padres les basta.

Las muestras de afecto son una forma visible de agradecimiento; la gratitud nace por la actitud que tuvo la persona, más que por el bien (o beneficio) recibido.

Conocemos personas a quienes tenemos especial estima, preferencia o cariño por «todo» lo que nos han dado: padres, maestros, cónyuge, amigos, jefes… El motivo de nuestro agradecimiento se debe al «desinterés» que tuvieron a pesar del cansancio y la rutina. Nos dieron su tiempo, o su cuidado.

Nuestro agradecimiento debe surgir de un corazón grande.

No siempre contamos con la presencia de alguien conocido para salir de un apuro, resolver un percance o un pequeño accidente. ¡Cómo agradecemos que alguien abra la puerta del auto para colocar las cajas que llevamos, o nos ayude a reemplazar el neumático averiado!

El camino para vivir el valor del agradecimiento tiene algunas notas características que implican:

– Reconocer en los demás el esfuerzo por servir
– Acostumbrarnos a dar las gracias
– Tener pequeños detalles de atención con todas las personas: acomodar la silla, abrir la puerta, servir un café, colocar los cubiertos en la mesa, un saludo cordial…

La persona que más sirve es la que sabe ser más agradecida.