Hace dos mil años y un poco más un grupo de valerosos héroes judíos execraron del Santo Lugar la tiranía y la opresión ejercidas por el pseudo-intelecto helénico, execraron de la Tierra de Promisión al invasor, al intruso que viene a corromper, hicieron la voluntad del Eterno con sus propias manos y demostraron que el destino de las naciones no lo construye sólamente la plegaria y el fervor religioso, que la mano de D’ no siempre es visible, y que muchas más son las veces en las que ésta está detrás del valor y el compromiso de los hombres; muchas veces es imprescindible el coraje y arrojo por las virtudes, la actuación consciente y no maquinal.
Hace dos mil años y un poco más un pueblo demostró haber vencido el miedo, las pasiones y cedió su propia definición de las cosas ante la Verdad Absoluta; que es Él quien ha hecho todas las cosas, que es Él quien ha formado nuestros seres y que por más libres que nos haya hecho no merecemos estar en el pináculo donde mora Su Santidad, pues somos inferiores a esa Majestad, sólo para servirle con auto-dominio, con amor, para retribuirle con voluntad propia nos ha hecho libres y no sujetos a un yugo.
Hace dos mil años quedó demostrado que frente a la oscuridad ejercida por ideales fascistas y el intento por pervertir el orden establecido en la Nación Santa de Israel venció la voluntad propia de ese maravilloso pueblo que quiere y ama servir a D’, cuyo objeto han comprendido y practican siendo Luz para todas las naciones.
La más brillante enseñanza del Jánuca es que de esa Luz emanada de la Torah, espíritu constitucional de Israel, matriz Ley de los pueblos del mundo, brota la armonía, el equilibrio y la verdad sólo si ésta no se queda represada en papeles, bonitas enseñanzas, estudio y lectura; la práctica es lo que da vida a las palabras santas allí plasmadas, la responsabilidad individual, la voluntad general echa al usurpador, al tirano, al opresor, al impostor y falso.
Aprendamos pues la lección que nos da el Jánuca a los gentiles y prendamos las luces en nuestros corazones, que la voluntad sea en nuestras naciones y arrojemos a los tiranos, opresores y falsos de nuestras vidas; que no sean más ellos los que decidan los destinos de nuestras vidas, que seamos nosotros los que les demos un puntapié hacia el vacío y brille en nosotros la luz de la redención como brilló en el Templo de Jerusalén la Menorah milagrosamente por ocho días, pues es D’ quien libra la batalla, pero somos nosotros los que hacemos visible el «gran milagro que ocurrió allá»