Cierto día, un anciano de la tribu, le entregó al más joven un sobre, sellado por los cuatro lados, de manera que no había forma de liberar lo que dentro había; el anciano además le dijo: no habras este sobre que te entrego sino hasta que hayas escalado hasta el cima de aquel Tepuy y veas la Orquidea que nadie ha visto. El joven partió en su cayuco recorriendo el río hasta llegar a una isla casi al anochecer del primer día, amarró su hamaca a dos palos de Moriche y se tendió sobre ella colocando el sobre a la vista; repasó todo lo que había escuchado del viejo de la tribu y vió nuevamente el sobre, iluminado por la luz fría de la luna llena, atrayendole sobremanera, pidiendo a ruegos que le destapara, y el joven, luchando contra su instinto, vacilando, intentando levantarse, cerrando de momento en momento los ojos, se quedó dormido, y hubo pasado la noche sin abrir el sobre, pero el Tepuy le era lejano y a lo mejor no llegaría sino hasta después de otra noche en la Selva. Despuntó el alba y metió el sobre en el mapire que llevaba, colocó su vitualla en la canoa y siguió su viaje por el río.
Mientras hacía el viaje, comiendo una arepa, vió como en el horizonte, detrás de las matas salía el sol, y las garzas volaban del dosel a los esteros, escuchó a los loros cantar, a los tucanes los vió volar por sobre el río, a los martines pescadores los vio lanzarse a los vados, y vió como el caimán se desplazaba lentamente, vió saltar a las toninas, vió jugar sobre una piedra a dos nutrias, y vio mecerse a los guayabos, y a los caobos por el ímpetu del viento y la lluvia; pasó todo el día admirando lo buena que era la vida en la Selva, recordando la primera vez que una iguana se le cruzara en el camino, recordando los viejos panales de avispas que causaron tanto alboroto la vez que, jugando, los niños de la tribu, movieron; así se pasó el viaje y nuevamente llegó la tarde, con el sol detrás de los Saltos, más allá de las grandes piedras. Saltó del cayuco a la orilla de una de las riberas y repitió el proceso de la noche anterior en el playón; y esta vez, para dormirse antes de empezar la lucha dejó el sobre dentro del mapire, comió y se tendió otra vez en su confortable hamaca. Recordó entonces lo que una vez explicó el viejo de la tribu cuando le preguntaron sobre la responsbilidad, y dijo: «No elegimos las circunstancias que vivimos, sólo elegimos cómo afrontarlas», también dijo: «Las cosas nos llegan con un propósito, no hay nada que no tenga su valor en la vida, sea conveniente a primera vista, o luego de percatarnos de lo subyacente, siempre hay un punto de apoyo que nos levanta hacia lo trascendente», siguió recordando el joven lo que el maestro anciano decía sobre la responsabilidad, y así el sueño le fue venciendo y otra noche hubo pasado.
Al cantar las primeras aves, se levantó el joven y tomó un poco de agua luego de pasarla por la vasija que llevaba en la canoa, calentó otro poco en las brazas e hizo barro con ella y se lo colocó en los pies, y montó su barca y armó nuevamente su viaje, con árboles a cada lado, con miles de kilómetros de insondable selva en cada ribera se trazó un camino por el río y esta vez ya estaba más seguro de llegar ese día al Tepuy, pero no así de tocar la cima, pues aquella meseta tabular estaba llena de obstáculos, de limitaciones para él, y lo que contenía el sobre sólo podía descubrirse ascendiendo hasta el pináculo de aquel monumento a la orogénesis. Al mediodía había llegado ya al lugar desde donde emprendería el peligroso ascenso a su destino, subió la canoa a un punto seco seguro, la arrimó a unos troncos y se armó con su mapire y su saco de provisiones hacia el Tepuy. Mientras hacía camino al andar, por el camino hecho, pero olvidado hacía tiempo, se le venían a la mente aquellas últimas lecciones antes de emprender su viaje; en las que el anciano una vez les preguntó a todos sus alumnos: «¿Qué es más peligroso, una víbora venenosa o un hombre sin valor? y al ver las distintas reacciones de sus aprendices, sentenció: Una víbora venenosa es un potencial peligro que podemos someter, pues vamos precavidos, pero un hombre sin valor, aparenta seguridad y nos sorprende dejándonos sin armas para reaccionar. Es bueno cuidarse de los extraños, pero más lo es de los semejantes, pues tendemos a vernos reflejados en ellos y esperamos reaccionen como nosotros, no siendo siempre así», así el joven entendía poco a poco algunas de sus clases, en la soledad de la selva virgen, con el canto de los arroyos en sus oídos, como si éstos le hablaran y le dieran los significados. Oscureció nuevamente y tuvo que guindarse otra vez la hamaca del primer par de árboles que consiguiera, para dormir y descansar hasta el día siguiente, ya podía ver la pared vertical de aquel majestuoso Tepuy.
Con la suave caida de gotitas muy pequeñas de agua sobre su rostro, despertó el joven en la intemperie de la Selva, desayunó por tercera vez desde que partiera de su tierra, ahora unos plátanos que consiguió en el camino y se dispuso a seguir su viaje, cogió los bejucos de entre los árboles, y empezó a armar con algunas de las trenzas de los morichales, una soga, dos sogas, y luego de esto, prosiguió camino, ya el sol se había perdido entre el ramaje que lo separaba del cielo azul de mediodía. Mientras subía una pared semivertical recordó aquella enseñanza de su padre sobre los obstáculos de la vida, cuando una vez le pregunó el hijo mayor qué era ser hombre, y él respondió: «A veces se presentan tres tipos de animales en el camino, la araña, que parece inofensiva pero cuando ataca es mortal, la serpiente, que sabemos es mortal pero vivimos con ella sin molestarla y el caimán, que nos desafía y es capaz de ser mortal, pero se queda inmóvil, ser hombre es intentar vencer los temores, los condicionamientos y los apegos, para lograr ser lo que queremos ser, libres»
Al fin, luego de mucho batallar y bastante pensar, el joven alcanzó la primera cima, un estrecho piso que abría una cueva en medio del Tepuy, por esa cueva debía transitar ahora, y entre cavernas ascender hasta el primer cañón que sobresaliera al descubierto; así empezó y siguió subiendo; subiö y subiö hasta llegar a una caverna amplia en la cual dormirïa aquella noche, que hacía rato ya había llegado.
Soñó esa noche con un sendero, con un túnel, que lo conducía por un camino recto hacia un lugar oscuro, soñó que había desfiladeros a su alrededor, que estaba solo y que sólo él podía dirigirse por aquel camino a un sitio seguro, y oyó entonces la voz del anciano de la tribu que le recordaba tener valor, que le aseguraba que si perseveraba vencería.
Despertó muy temprano, incluso antes de salir el sol, pero así emprendió la marcha, encontrándose con una caverna que ascendía el corazón del Tepuy hasta abrir un hoyo y al final la luz del sol; ascendió y ascendió y un poco más tarde de mediodía llegó a la cima del Tepuy, se trepó en una roca sobre la vegetación, y distinguió toda la Selva, por encima de las copas de los árboles, vio fluir los ríos, vio levantarse las nubes de lluvia en el horizonte y vio la vida allí. Entonces sacó del mapire el sobre, y lo rompió y leyó lo que adentro estaba escrito:
«Quienes andan su camino, practicando la justicia, quienes comen de su pan y les alcanza a dar generosamente, quienes suben la más alta montaña y no desmayan, quienes temen y no se acobardan, ven con claridad lo que hay para ellos desde la cima y no sólo lo alcanzan al azar»
2 comentarios sobre “Las cosas buenas”
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Excelente enseñanza, la vida no es de los cobardes, de los temerosos, la vida no es de los que no dan con generosidad,la vida no es de los que no practican la justicia…la vida más allá de todo eso…la cima es D-S, desde allí, la vida se ve diferente. Hermoso relato, sólo andando se encuentra la cima.
Guardemos y practiquemos estas sabias palabras.
“Quienes andan su camino, practicando la justicia, quienes comen de su pan y les alcanza a dar generosamente, quienes suben la más alta montaña y no desmayan, quienes temen y no se acobardan, ven con claridad lo que hay para ellos desde la cima y no sólo lo alcanzan al azar”.
Gracias Andres