Hace unos días me invitaron a brindar con vino en una boda.
Yo no tomo alcohol, a lo sumo una pequeña cantidad de vino para bendecir el shabbat cada viernes.
Al poco rato de tomar esa copa de brindis, sentía una extraña sensación. Me pesaba la cabeza, los pensamientos se me atoraban, la vista divagaba, la lengua se trababa, me sentía mal, como perdido dentro de mí mismo.
Pocos minutos más tarde, el mundo pareció detenerse de sus mareadas volteretas, retomar su curso, aquietarse, aunque la cabeza me giraba todavía un poco.
Los que tienen «cultura» alcohólica se reirán de mí, supongo, y no me pesa en lo más mínimo.
Prefiero ser abstemio a depender de una sustancia.
Pero, el mareo etílico me dio para pensar una analogía.
Cuando actuamos maliciosamente, de forma egoísta, injusta, excediendo los límites del bien y la justicia; cuando atropellamos los derechos del otro, cuando nos importa un bledo el recto camino de los mandamientos, es como si estuviéramos atragantados con alcohol.
Por supuesto que no es «satanás», o alguna mitológica fuerza la que nos lleva a cometer desmanes.
Sino que nos sometemos, nos dejamos mandar por nuestro EGO, alias el Ietzer haRa, alias la inclinación a lo negativo.
El tóxico manantial del EGO nos atrofia el pensamiento, nos abotarga el corazón, nos hace decir lo infausto, nos muestra fantasías, nos alela de nuestra esencia, embota nuestros sentidos, cancela nuestra inteligencia, nos enajena (hace ajenos a nosotros mismos).
La solución sería detener el beberaje de EGO, reemplazarlo con estudio de las partes permitidas de Torá, con buenas acciones, con nobleza, con generosidad, con perdón y arrepentimiento.
Así pues, la idea es que si te empiezas a sentir invadido por ese extraño desasosiego de las emociones viles, silencia tus palabras, para no caer en error. Detén tu marcha, pues probablemente te diriges a un puerto cochambroso.
Respira, toma un descanso, apártate de lo que te seduce para el mal, busca el bien que puedas realizar.
No dejes que el EGO te mande, pues es un pésimo amo, y peor esclavo.
hay que ser moderado en todo, por otra parte, es cierto que el brindis tiene la facultad de unificar, que en realidad mas bien son las personas la que lo hacen por medio del brindis…pero, moderarse
Buena analogia. Gracias
A mi tampoco me ha gustado el alcohol ni el cigarillo. Mucho menos las sustancias alucinogenas. Y es cierto que caer en los brazos del licor lo pone a uno songo-sorongo. Y he visto que hay personas que se ponen tan agresivas que me recuerdan la cancion de Celia Cruz: tongo le dio a borondongo, borondongo le dio a bernabe, bernabe le dio a muchilanga…etc. Y tambien es cierto que a uno se le sube el EGO ( EL GRAN OGRO), cosa que a mi me ocurrio cuando tenia 13 anos. Acontecio que unos primos, de esos que se las saben todas, y que quieren compartir con su parentela sus travesuras, me ofrecieron tres copitas de Wisky en unas navidades. Yo me las tome para demostrarles que ya era mayor ( y eso que no sabia que estaba en pleno bar mitzva) y el resultado fueron dos: un mareo que me puso a bailar como trompo y una extrana desinhibicion que me puso hablar mas vascuencia que un misionero recien salido de un instituto biblico. Hoy no tomo para que harley no hable mas de la cuenta y no exhale sus frivolos comentarios que ya empiezan a preocuparle al profesor-escritor.