Dos acorazados asignados a la escuadra de entrenamiento habían estado de maniobras en el mar con tempestad durante varios dias. Yo servía en el buque insignia y estaba de guardia en el puente cuando caía la noche. La visibilidad era pobre; había niebla, de modo que el capitán permanecía sobre el puente supervisando todas las actividades.
Poco después de que oscureciera, el vigía que estaba en el extremo del puente informó: «Luz a estribor».
«¿Rumbo directo o se desvía hacia popa?» gritó el capitán.
El vigía respondió: «Directo, capitán», lo que significaba que nuestro propio curso nos estaba conduciendo a una colisión con aquel buque.
El capitán llamó al encargado de emitir señales. «Envía este mensaje: Estamos a punto de chocar, aconsejamos cambiar 20 grados a su rumbo».
Llegó otra señal de respuesta: «Aconsejamos que ustedes cambien 20 grados su rumbo». El capitán dijo: «Contéstele: Soy capitán; cambie su rumbo 20 grados».
«Soy marinero de segunda clase – nos respondieron -. Mejor cambie su rumbo 20 grados».
El capitán ya estaba hecho una furia. Espetó: «Contéste: Soy un acorazado. Cambie su rumbo 20 grados».
La linterna del interlocutor envió su último mensaje: «Yo soy un faro».
Cambiamos nuestro rumbo.
Enseñanza: Hay leyes como el faro, inquebrantables.
Como diria Cecil B. de Mille: «Nosotros no podemos quebrantar la ley. Sólo podemos quebrantarnos a nosotros mismos y en contra de la ley».
Autor: Frank Koch en Proceedings, Instituto Naval.
muy instructivo para los q deben conocer su identidad noajida y amarla en todo su esplendor sin esperar q sea el mundo el q cambie ni la ley cambie para darles el gusto!
buenisimo!
gracias!
si, un lindo texto, a veces el problema somos nosotros y nuestra manera de ver el mundo.