El Rambam y el ciego

En función de su nombramiento de médico del sultán, el Rambam debió participar de varias de las reuniones del Consejo de Médicos y Doctos de Egipto.

Durante el desarrollo de una de esas reuniones surgió una discusión entre el Rambam y el resto de los asistentes. Se trataba de si la medicina era o no capaz de dar vista a un paciente que hubiera nacido ciego. El Rambam sostenía que tal persona no vería jamás. Los demás aseguraban que la medicina podía curarlo y dejarlo con vista como cualquier otra persona.
La polémica duró tanto tiempo que el sultán llegó a enterarse de ella. Llamó a los médicos y les manifestó que le interesaba saber quién tenía razón. Les sugirió buscar un ciego de nacimiento y tratar de hacerle ver. Si lograban éxito en sus esfuerzos debían presentarlo en la corte como prueba de su triunfo.
Los médicos pusieron manos a la obra, pero no consiguieron hacer ver a ciegos de nacimiento. Para no confesar su derrota recurrieron a una estratagema: buscaron y encontraron un hombre muy pobre y muy desgraciado, y le propusieron una respetable suma de dinero si les ayudaba. El infeliz, que necesitaba urgentemente esa cantidad, prometió hacer todo lo que le indicaran.
Los médicos le revelaron su plan: debía presentarse con ellos en el palacio y jurar que había nacido ciego. Lo tratarían con pomadas y colirios, tras lo cual abriría los ojos y se comportaría como si recién hubiera comenzado a ver.
Al otro día comparecieron los médicos y el “ciego” ante el sultán. El Rambam estaba presente.
Uno de los médicos declaró: “Este es el hombre. Prestará juramento de que es ciego desde que nació. Nosotros trataremos de curarlo”.
El pobre hombre se puso de pie y juró ante el sultán lo que le pidieron que jurara. El médico de la declaración se le acercó y durante largo rato estuvo fingiendo que le curaba los ojos.
Reinaba el silencio. La tensión de los espectadores iba en aumento. Pero el Rambam, de pie a un costado, tenía todo el aspecto de que el asunto no le interesaba en absoluto.

Finalmente el infeliz abrió los ojos, se los frotó y exclamó, excitadísimo: “¡Veo! ¡Veo!”

Todos los presentes comenzaron a aplaudir, radiantes de alegría, mientras el Rambam seguía tranquilo e indiferente. Lo miraron, preguntándose lo que diría ahora.
Nuestro sabio sacó de su bolsillo un pañuelo rojo y se acercó tranquilamente hacia el paciente. Le preguntó:

—¿Realmente ve?

—¡Sí! ¡Claro que veo!

—Entonces dígame, por favor, ¿de qué color es este pañuelo?

—¡Rojo! —contestó el hombre sin vacilar.

—Usted es un mentiroso —le reprochó severamente el Rambam.

Y agregó, dirigiéndose al sultán:

—Queda al descubierto la treta. Si es ciego de nacimiento, tal como dice: ¿cómo aprendió los nombres de los colores?
Una amplia sonrisa apareció en el rostro del sultán, admirado de la sagacidad del Rambam. Los médicos palidecieron.

De esta anécdota judia podemos extraer algunas aplicaciónes prácticas aplicables a la vida noájica:

Las religiones presentan supuestos milagros, señales y prodigios que parecieran irrebatibles para el intelecto humano, pero la mente de la persona que procura llevar una vida apegada a la Verdad está capacitada para desnudar la mentira alli donde se levante.

Ademas, llevando una vida noajica consciente podemos desarticular las trampas del EGO de aquellos que proyectándose sofisticados eruditos espirituales encaminan a otros por la via del error.

Tambien podriamos concluir que ser noajida es más que rebatir argumentos religiosos, asunto que no es malo, pero que tampoco debe caracterizar el dia a dia de quien procura ser fiel a Dios. Ser noajida tambien implica evadir temáticas cuya raiz está alimentada por la savia de la adoración a lo ajeno.

La historia da para mucho más, espero ustedes puedan sacar su aplicación personal y compartirla en la sección de comentarios.

3 comentarios sobre “El Rambam y el ciego”

  1. Bonita historia, habla más de la estulticia ajena que de la sagacidad propia, el Ramban seria sabio pero los medicos eran muy lerdos y el falso ciego solo era vehículo de su necesidad.

    Los problemas de identidad son peliagudos, generan muchas ataduras y son contrarios al logro de la ataraxia -por las ataduras que generan-, si uno está muy preocupado por no ser algo cae en el mismo error que el desear serlo ansiosamente: atadura. Eso estorba a la ataraxia e impide el funcionamiento de la epoché -suspensión «desde fuera» de las cosas, eso permite emitir juicios y valoraciones no absolutas pero… permite, sobre todo, ver las cosas-.

    Saludos

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