Malvados llamados muertos

«los malvados aun en vida son llamado muertos«
(TB Brajot 18b)

¿Qué podemos aprender para nuestra vida diaria de este pasaje talmúdico?

Ante todo, tenemos que tomar en cuenta que no está mencionando al pecador “normal”, sino al malvado.
¿Quién es éste?
Aquel que peca por ánimo contrario a Dios, por anhelo de rebelarse, para oponerse a la divina Voluntad, para provocar daños adrede contra el bienestar del prójimo.
No se trata del que se equivoca o por ignorancia falla.
Ni del que sabiendo que peca, igualmente lo hace para obtener alguna ventaja material o por pereza, pero sin intención de perjudicar a nadie, ni para demostrar su rebeldía contra Dios y Su Voluntad.
El párrafo se refiere a una clase pequeña y específica de gente, que no hace a la generalidad.

Estos malvados llevan una vida sin sentido, carente de trascendencia, tal como la de los muertos.
Porque, ¿qué aportan para su disfrute en el Más Allá los que ya están muertos?
¡Nada!
El tiempo para sembrar es durante el transcurso de la vida terrena. Terminada ésta, ya no queda más actividad para realizar. Es el tiempo de la cosecha.
Lo que se sembró, eso se cosechará.
(Por ser Dios Bueno, además de Justo, Él se encarga de componer la hacienda de los que no pudieron realizar una tarea digna. Pero, es un tema que no corresponde a este post, y que además ya hemos tratado en varias ocasiones anteriores).

Aquel que a propósito plantó semillas podridas, llenas de espanto, ¿podrá recoger felicidad?
El que adrede mantuvo una postura belicosa, revoltosa y carente de mirada espiritual (trascendencia), ¿recibirá algo diferente a su justo y correspondiente pago?

Así pues, los malvados respiran, sus corazones laten, en el examen médico confirman su salud, hacen y deshacen, pero detrás de todo ello no hay nada de valor eterno para rescatar.
Al morir a este mundo, pasan a una vida vacía, probablemente tenebrosa, en el Más Allá.
La brújula que marca sus vidas no apunta al Norte (Dios, el bien, la justicia, la solidaridad, el shalom, etc.) que es la vida plena de sentido trascendente; por el contrario, directamente apunta hacia el otro lado (mal, corrupción, engaño, burla, destrucción, banalidad, etc.).
Con sus acciones no están formando recuerdos placenteros para la vida eterna, sino imágenes atroces, dolor, miseria, amargura, vacío.
¿En qué se diferencia esto de una vida similar a la muerte?

Podemos aprender que nuestros actos aquí tienen una tremenda repercusión, se preserva la memoria y su sensación correspondiente para la vida luego de esta vida.
Tenemos la libertad para escoger cómo vivimos.
Podemos construir shalom, de lo cual posiblemente obtendremos réditos en este mundo y recibiremos dicha luminosa en el mundo de la Verdad.
O podemos actuar arrastrando la confusión, desparramando el caos, agobiando al prójimo, burlándonos de las cosas sagradas, oscureciendo para nuestra conciencia la LUZ de nuestro Yo Esencial, adorando la falsedad, difundiendo la “mala” palabra, a la postre, ¿cuál será la cosecha que recogeremos?

Toda persona comete errores, más o menos graves, con mayor o menor voluntad de contender contra Dios.
Como sea, hasta el último instante de vida terrenal tenemos la puerta abierta para el arrepentimiento sincero.
Porque, nuestra esencia pura, la NESHAMÁ, esa chispa divina que es nuestra identidad verdadera, ese nexo con Dios, es incorruptible, indestructible. Ningún pecado corta el lazo que nos une con nuestro Padre. Estamos siempre ante Su Presencia, obteniendo Su LUZ. A causa de nuestros pecados vamos perdiendo la conciencia de nuestra belleza intachable espiritual, pero allí, en el lugar escondido que la cobija, sigue estando. A la espera del retorno, de poder alumbrar nuevamente cada recoveco de nuestra existencia.

El pecador que borra las manchas que tapan esa LUZ, obtiene una claridad espectacular, un lugar que ni siquiera el más perfecto justo puede ocupar.
Los que estaban sembrando una posteridad vacía, pueden también poblar de sentido su existencia terrenal y de plenitud su eternidad.
Depende de lo que decidan y cómo vivan.

Esperemos que muera el pecado, pero no el pecador.

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