Síncope y despertar

La zona de confort es sinónimo (o casi) de parálisis, adormecimiento, embotamiento.
Tal como antes de la cirugía se procede a anestesiar al paciente, para cortar el nexo de la persona con la conciencia, para que no perciba con sus sentidos, para que se anule su sensibilidad, para evitar el conocimiento al contacto con el dolor. El paciente queda sumergido en una espesa nube de inconsciencia, como si no fuera nadie, tal como un objeto a merced de los elementos y de aquellos que se encargan de él.
Tal como ocurre cuando malvados y perversos, en un ejemplo contrario al de la cirugía, emplean drogas tremendas que anulan la conciencia de sus víctimas, como en el caso de la burundanga o escopolamina. O se aprovechan del estado de ebriedad profunda para aprovecharse y satisfacer bajas pasiones. Todo bajo el manto cobertor del desfallecimiento.

Muchos viven, vivimos embotados, como alejados de la percepción, y más aún del conocimiento, de las cosas que nos atormentan y amargan realmente.
Por ahí nos quejamos, criticamos, lamentamos, gritamos, lloramos, pataleamos, por asuntos que sí, que nos duelen, que nos martirizan. PERO, un gran PERO, eso no es más que una distracción, otro elemento más para mantenernos en la celdita mental, en embobamiento, en exilio de la realidad.

Estamos en síncope, que significa la pérdida repentina del conocimiento y de la sensibilidad. De desmayo en desmayo, dormidos, apagados, alelados, insensibles, mirando hacia otra parte, con tal de no confrontar el terrible sufrimiento, del cual huimos todo el tiempo y por lo cual estamos apresados todo el tiempo.

Cuando por algún motivo uno despierta a la realidad, sufre. Sufre como nunca antes.
Todas las quejas anteriores parecen triviales, aunque fueran por asuntos de importancia.
Todo lo conocido pierde su referencia, es como encontrarse en un mundo de cabeza, o en otro universo.
Hasta ahora X era la verdad, de pronto abrimos los ojos, nos duele muchísimo la claridad que penetra, hasta que de a poco nos acostumbramos a la claridad. Pero el dolor no se va, por el contrario, parece aumentar. Sufrimiento, por notar que tan alejados estamos de nosotros mismos, cuanto hemos desperdiciado de nuestro irrecuperable tiempo en vanidades, como nos han marcado esas decisiones cobardes y que seguimos justificando.
Duele despertar, mucho, por eso se hacen tremendos esfuerzos para seguir narcotizado, para de esa forma creer que no se sufre.

Cuando despierta, se da cuenta cuánto es el sufrimiento que estaba negando.
Si se tiene la valentía y la disposición, se avanzará, a pesar del terror, de las dudas, del conflicto con los que siguen dormidos.
No es fácil, lo sencillo es dejarse caer nuevamente, negar el sufrimiento aunque se esté en carne viva, tener un síncope para encerrarse en la celdita mental que es espantosa, asfixiante, suicida, pero brinda un poco de apariencia de paz a lo que se ve estando despierto y a la luz.

Podemos despertar para volver al desmayo.
Podemos despertar para regresar a dormir y padecer pesadillas atroces sin fin.
Podemos despertar y pasar el trance del primer momento, hasta que encontremos puntos de referencia, cuando descubrimos que en verdad el dolor real es millones de veces más provechoso, beneficioso y saludable que la falsa calma de la zona de confort.

Cuando despierta y lo reconoce, está en camino de encontrar la cura a su enfermedad mortal.
¡Adelante!

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