Hace pocos días, a principios de julio, recordamos otro aniversario de aquel hecho heroico y milagroso, el rescate en Entebbe.
A fines de junio de 1976, terroristas musulmanes, de los apodados palestinos, junto a otros camaradas del horror, habían secuestrado un vuelo comercial, lo desviaron al aeropuerto cercano a la capital de Uganda.
En instalaciones del aeropuerto retuvieron a los más de cien rehenes y demandaban la liberación de asesinos terroristas presos.
Un comando de la Saieret Matkal fue la encargada de realizar la “Operación Trueno”, en un vertiginoso trabajo profesional y cuidadoso lograron rescatar a las víctimas y herir al feroz enemigo, no solamente en su orgullo.
Una de las películas inspiradas en este incidente, “Raid on Entebbe” (1977) cierra con un emotivo reencuentro de los secuestrados y de los heroicos combatientes, de fondo suena una versión de la famosa “Hine ma tov umanahim” – “Cuan bueno y cuan agradable es el encuentro entre los hermanos”, palabras del inspirado salmista (Tehilim/Salmos 133:1), quien también supiera ser un valiente soldado y defensor de los débiles, el rey David.
También suena antes en la película, cuando el avión los está llevando rumbo a la operación, como un llamado de atención, de despertar la conciencia.
No estaban destinados para matar, ni para destruir, ni para hacer daño; aunque tuvieran la preparación y el entrenamiento.
Por el contrario, su misión era de rescate, de vida, de libertad.
Su tarea era permitir al inocente retornar al hogar, que la paz se estableciera en la tierra como en los cielos.
Porque se entrenan muy duramente para alcanzar la paz, y por ello tienen el poder para controlarse y no usar sus armas de destrucción perfectamente adiestradas y practicadas. El uso de las armas, de la fuerza destructiva, es un paso posterior, cuando no queda otra alternativa posible. En eso consiste el entrenamiento intenso de los maestros en las artes marciales, en las ciencias de la guerra. En usar el poder para encontrar el autocontrol, el propio dominio, vencer a las bajas pasiones sin dejarse arrastrar por soluciones facilistas. Sí, también son expertos en instrumentos de daño y muerte, pero no es para hacer uso de ellas que se ejercitan con tanta paciencia y esfuerzo.
Los héroes de la Saieret Matkal debían hacer su parte para equilibrar lo que el malvado estaba trastornando.
Y, si por desgracia para lograrlo debían matar, destruir o dañar al corrupto y culpable, pues lo harían.
Porque es el diálogo, la Comunicación Auténtica, la mejor manera de negociar, de compartir, de componer los asuntos. Sin embargo, hay personas que no están dispuestas, que solamente pretenden arrasar con los demás, sin tener consideración alguna a nada. Solamente quieren tener la razón, ser los que dominen, los que quedan al final del cuento. Gente que no está dispuesta a comunicarse ni a pactar sinceramente. Entonces, como mecanismo necesario de defensa, el entrenamiento en batallas de los combatientes de la paz entra en funcionamiento es su modo agresivo.
Algo así ocurrió hace milenios con otro héroe de la nación judía, con Pinjás el Cohén.
Debió realizar un acto violento, el cual habitualmente rechazaría, pero que fue necesario para poner las cosas en su lugar.
Lo movía el amor a Israel y a Dios, no el odio, resentimiento, egoísmo o alguna maldad.
Su deseo era que hubiera SHALOM y al no poder obtenerla por medios pacíficos, tuvo que recurrir a lo que tuvo para lograrlo.
Para asegurar que esa infracción de la conducta habitual no se hiciera típica, para que no se repitiera sin motivo el acto violento, es que Dios selló con él un BRIT SHALOM, una alianza de paz.
Que sus motivos sean el SHALOM y sus modos también lo sean.
Que solamente recurra a la parte agresiva de su entrenamiento cuando no tiene otra alternativa.
Así todos nosotros, si queremos ser constructores de SHALOM, actuar con bondad y justicia en todo momento.
A veces el balance se debe correr hacia el lado de la bondad, a veces del rigor; siempre manteniendo la meta del SHALOM.
(Publicado originalmente en SERJUDIO.com)