El cabrito y la impotencia

JAG GADIA, es famosa la canción que cierra el Seder de Pésaj.
Según dicen los que saben, existen temas paralelos en muchas culturas, con similares personajes y acciones, un ejemplo de decenas: Estrella Morente – Tangos del Chavico – YouTube
https://www.youtube.com/watch?v=De9sLhelFUI

Interpretaciones se le han dado varias, desde las más ingenuas hasta las más rebuscadas; bienvenidas sean todas las que aportan al conocimiento, la buena acción, el SHALOM, etc.
Aquí tienes una, quizás te interese darle un vistazo: http://serjudio.com/exclusivo/respuestas-a-preguntas/resp-3613-jad-gadia-algo-mas-que-un-canto-para-ninos

Hoy trataremos de ver cómo se relaciona con la impotencia, aquella que nos acompaña a cada instante de nuestras vidas y activa los instrumentos automatizados del EGO.
Es interesante, me parece, este ejercicio analítico para poder dar mayor luz a los mecanismos ocultos que nos condicionan, así como ir aprendiendo modelos y técnicas para accionar de acuerdo a la NESHAMÁ y no al EGO.

Para comenzar, una traducción de la canción:

  1. Un cabrito que compró mi padre por dos monedas.
  2. Entonces vino el gato y se comió el cabrito que mi padre compró por dos monedas.
  3. Entonces vino el perro que mordió el gato que comió el cabrito que mi padre compró por dos monedas.
  4. Entonces vino el palo que golpeó el perro que mordió al gato, que comió el cabrito que mi padre compró por dos monedas.
  5. Entonces vino el fuego que quemó el palo que golpeó al perro que mordió al gato, que comió el cabrito que mi padre compró por dos monedas.
  6. Entonces vino el agua que apagó el fuego que quemó el palo que golpeó al perro que mordió al gato, que comió el cabrito que mi padre compró por dos monedas.
  7. Entonces vino el buey que tomó el agua que apagó el fuego que golpeó al perro que mordió al gato, que comió el cabrito que mi padre compró por dos monedas.
  8. Entonces vino el matarife que degolló al buey que se tomó el agua que apagó el fuego que golpeó al perro que mordió al gato, que comió el cabrito que mi padre compró por dos monedas.
  9. Entonces vino el Ángel de la muerte que mató el matarife, que degolló al buey que se tomó el agua que apagó el fuego que golpeó al perro que mordió al gato, que comió el cabrito que mi padre compró por dos monedas.
  10. Entonces vino El Santo Bendito Sea, y eliminó al Ángel de la muerte, que mató el matarife que degolló al buey que tomó el agua que apagó el fuego que quemó el palo que golpeó al perro que mordió el gato que comió el cabrito que mi padre compró por dos monedas.

El padre tiene un cierto poder, son dos monedas.
Con alcanzó para adquirir un cabrito.
Ejerció su dominio al transferir el dinero al vendedor para quedarse con el animalito.
¿Es un acto que brinda satisfacción?
Por lo general sí, ya que estamos haciendo uso positivo (si no hay compulsión) de ese poder que está a nuestro alcance.

Pero, es tan limitado el poder del hombre.
Se comienzan a suceder una serie de acontecimientos que ponen en evidencia la impotencia, varias de aquellas amarguras que nos pueden sobrevenir en cualquier momento, de forma previsible o inesperada.

El objeto poseído se pierde, desaparece, muere, es destruido, ya no está más bajo nuestro dominio.
No lo hemos vendido, ni trocado, ni prestado, ni regalado; sino algo ocurrió que lo arrebató.
La impotencia deslució aquel poder que creímos tener, que supimos disfrutar por un ratito.
El gato se come al cabrito, como símbolo de esto; de un elemento natural que ocurre y desnuda nuestra falta de poder.
Algo podría haber prevenido el padre, se pudiera haber hecho algo diferente, las precauciones parece que nunca sobran; pero, hagamos lo que hagamos, somos limitados, tarde o temprano esto salta a la vista.
Aquí ocurrió.
No quedó cabrito, ni monedas, ni felicidad, ni sentir poder; quedó el vacío, la pregunta, la culpa, el deseo, el llanto.

Pero luego, surge otra situación que dispara la impotencia, la agresión de la boca.
Puede ser una mordida física, como presumimos realiza el perro; o puede ser el insulto, la degradación, el hostigamiento, la burla, la mentira, la estafa, el grito violento. Todo aquello que la boca daña, en cuerpo y alma.
¡Cuánto sufrimiento nos sobreviene a causa de la violencia de la boca!
A veces es una pesadilla que parece no finalizar, a diferencia de la muerte con su punto final (al menos evidente en este mundo). Las vociferaciones lastiman y siguen haciéndolo incluso cuando ya ninguna boca se mueve, cuando el silencio es lo que queda.
Tremenda impotencia se siente, y se arremolina el desconcierto, el odio, el reproche, el sonrojarse y tantas otras respuestas que evidencian el daño que se ha ocasionado.

Y está la agresión física, la que lastima, la que hiere, la que destroza la carne y disloca los huesos.
Tal vez no ocasione la muerte, pero cómo estremece y ata a la víctima a la falta de poder. El estar expuesto a los golpes, el tratar –de alguna forma- de cubrirse o evitarlos. Mientras la paliza sigue cayendo y agobiando.

También existe la impotencia sentida a causa de las emociones, pensamientos, sentimientos fuertes, pasionales, arrebatadores, ígneos que están salidos de cauce.
Como un barullo interno que devora y consume.
Ideas alocadas que recorren los pasillos de la mente. Que llenan de miseria, que entorpecen, que quitan esperanzas reales, que apagan la llama de la alegría pero enciende y acrecienta la fogata de la ira, enojo, rumiar la venganza, rencor, celos, envidia, ese combustible tóxico que aviva el dolor e incinera la vida.
Aunque se trata de doblegar ese incendio, queda prendido el carbón escondido en el fondo del corazón listo para desparramar entre cenizas y fuego más miseria y violencia.

Está el verse hundido por problemas, que se convierten en tormentas, que se sienten como un océano salvaje buscando asfixiar a la persona.
No se descubren salidas, todo parece estar en contra. Nada funciona, cada vez se sumerge más y más en la desesperación de no encontrar soluciones o respuestas.
Podría ser un vaso de agua en el cual se está ahogando, da lo mismo, porque aunque fuera un mar inmenso la persona no ve, no espera, no cree que tendrá mejoría.

Y está el ahogarse en penurias, en culpas, en remordimientos, en angustias, en ansiedades, en miedos, en dudas que consumen las energías.
Se drenan las fuerzas, nada importa, todo abruma.
Es un cansancio, pero no del cuerpo, sino de los ánimos.
Se escapa la vibra, se oscurece, se apaga.
Como si por un agujero dentro del alma se perdiera las ganas de vivir. No hay problemas a la vista, sino adentro. No hay entuertos para resolver, ni damas que rescatar, ni montañas que conquistar; sino adentro. Y adentro está ese vacío que va llenando de vaciedad el resto.

Y ataca también la fría indiferencia, que es mortal.
El no encontrar con quien hablar, o peor, quien escucha y atiende.
No es solo el sufrimiento de la soledad, sino también a veces de estar solo rodado de gente.
Puede haber presencias, pero son como sombras sin figura ni consistencia.
La nada misma.
Se toca a las puertas, que quizás se abren, pero abiertas o no el resultado es idéntico: desinterés, desapego, desdén. Como un frío cuchillo que corta sin pasión, insensible. No hay deseos de maltratar, ni encono, ni alguna razón sino solamente la apatía.

Y la muerte, la máxima de las impotencias.

En todas y cada una de las manifestaciones de la impotencia, siempre se puede recurrir a Dios.
Él podrá rescatar, o no; enviar una inspiración salvadora, o no; hacer sentir Su Presencia, o no.
Como sea, Él es EL PODER.

Tú has tu parte y confía en que Él siempre hace la que Le corresponde.
Igualmente sucederán mil y unas circunstancias de impotencia a diario, pero tu reacción será diferente. El sentido que le brindes a la experiencia y cómo emerjas de ella, será tu segura ganancia.

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