Hay un lugar muy dentro de cada uno de nosotros, en lo más profundo de nuestro ser, en el que las excusas no valen, en el que no caben medias tintas, en el que no engañamos a nadie; ni siquiera a nosotros mismos.
Es ese punto en el que la verdad impera simple y llanamente como una llama inextinguible que con su fulgor desvanece cualquier máscara.
En ese espacio interior, sabemos lo que nos conviene y lo que no, lo que hacemos y lo que deberíamos hacer. Ahí sabemos de nuestras mentiras y de nuestras verdades, de nuestros temores y de nuestros valores.
Ten presente lo útil que es visitar ese recóndito paraje dentro de ti y poder echar un vistazo a la verdad tal como es en su pureza antes de que los intereses, las necesidades, lo vientos de cada día, comiencen a teñirla de mil tonalidades.
Cuando te sientas perdido o abrumado, cuando estés indeciso o incluso muy decidido, recuerda buscar la luz que serenamente ilumina tus adentros y cuando hayas dado con ella, deja que prenda en tus actos, que alumbre tus decisiones y que su brillo se refleje en tus obras.
Convierte el “debería hacer”, en “hago lo que debo” y a partir de ahí, las preocupaciones lo serán menos, porque ya estarás en el camino. Estarás andándolo y el resto no dependerá de ti. Sabrás que estas realizando tu parte y que el resto depende de Él.
Después de lo dicho, aprende a ver esa misma luz en los demás, en la medida de cada cual. Unas veces refulgente, otras centelleante, en algunos casos casi en penumbra y en otros titilante.
Procura mantener radiante tu llama para que encienda a las más tenues y resplandezca con las más deslumbrantes y si ves que a veces se torna temblorosa, no temas; es porque estás vivo. Vuelve a encenderla.
En lo más profundo de tu ser, sabes que esto sólo son palabras… y a ti te toca convertirlas en hechos.
No lo dejes para mañana porque solo tienes el ahora.