«Guárdame, oh Elokim, porque en Ti me he refugiado.
Oh alma mía, dijiste al Eterno: ‘¡Tú eres el Señor! Para mí no hay bien aparte de Ti.
Para con los santos que están en la tierra, y para con los íntegros, es toda mi complacencia.’
Se multiplicarán los dolores de quienes se apresuran tras otro dios. Yo no verteré sangre de sacrificios, ni con mis labios mencionaré sus nombres.
Oh Eterno, porción de mi herencia, y mi copa, ¡Tú sustentas mi destino!
Los linderos me han tocado en lugar placentero; es hermosa la heredad que me ha tocado.
Bendeciré al Eterno, que me aconseja; aun en las noches me corrige mi conciencia.
Al Eterno he puesto siempre delante de mí; porque está a mi mano derecha, no seré movido.
Por tanto, se alegró mi corazón, y se gozó mi lengua.
También mi cuerpo descansará en seguridad.
Pues no dejarás mi alma en la tumba, ni permitirás que el alma de tu justo sea corrompida por el mal.
Me mostrarás la senda de la vida.
En Tu presencia hay plenitud de gozo, delicias en Tu diestra para siempre.»
(Tehilim / Salmos 16:1-11)
Recitar con lentitud y profunda meditación este salmo en todo momento de duda o tribulación, hasta que sus palabras sirvan como bálsamo para el alma apesadumbrada.