Se ha dicho que para lo espiritual no existen el tiempo ni las distancias geográficas. Al fin y al cabo, el alma no tiene esas limitaciones físicas o materiales.
Ahondando un poco más, sabemos que la cultura judía nos enseña que lo semejante atrae a lo semejante. Hecha esta reflexión es interesante detenerse a pensar qué personas nos rodean, quiénes son los protagonistas de nuestra vida, entre quienes estamos, con quién nos comunicamos de corazón a corazón y saber de esa manera qué reflejo vamos dejando en los demás y en nosotros mismos.
Las personas creamos nuestros vínculos por las afinidades del corazón, ese lenguaje interior es el que al final nos acerca o aleja a unos de otros.
En esa línea no material, todos notamos una intuición que nos señala la senda de nuestra existencia, una senda que según la Cabala nosotros aceptamos antes de nacer cuando eramos puramente espíritu y aún no nos habíamos encarnado.
Por eso un poeta escribió, "todas las vidas tienen un camino y nombre ". Tal vez en nuestra vida no hagamos otra cosa que buscar realizar ese proyecto y esa es la causa por la que recordamos cuando aprendemos y vamos continuamente detrás de algo que ya conocemos, sin saber muy bien el motivo.
Estamos, por tanto, unidos espiritualmente unas personas con otras, en una ida y venida de emociones que van dejando su sedimento dentro de nosotros, seamos, entonces, cuidadosos en elegir con quién nos unimos porque de esa manera nos vamos definiendo de una manera delicada. No tengamos miedo a los vínculos con personas alejadas geograficamente porque hay dentro de nosotros una chispita divina que salta por encima de las estrecheces y limitaciones y que nos une espiritualmente, tarde o temprano llega la unión material.