El rústico emperador

Siendo tan débil, ¡qué fuerza tiene el EGO!
¿Cómo una minúscula parte escondida en lo profundo de nuestro cerebro puede levantarnos para dejarnos caer, arrastrarnos para destrozarnos?
¿Cómo?
¿Una minúscula sección de nuestro ser, que no tiene conciencia, que carece de voluntad o deseo, que no es una personalidad o una entidad mística, nos esclaviza y somete?

Ante esta realidad, no es de extrañar que los primitivos creyeran en la existencia de un demonio bravucón y tentador, que como un ángel caído del alto sitial en la corte celestial buscara perjudicarnos.
Porque, sí, eso es lo que parece.
Porque lo imaginamos como un ser con inteligencia, creativo en sus malas intenciones, codicioso de alabanzas, dispuesto a cualquier trampa para doblegarnos. Y esa imagen no tiene realidad, es solo nuestra antigua fantasía que trataba de dar cuenta del fracaso del hombre para sobreponerse a sí mismo.

El EGO se impone, con sus herramientas simples y rústicas. Nos ataca desde lo más profundo de nuestro ser primario. Allí, en en un lugar que no usa palabras o símbolos para expresarse. En una realidad material, totalmente material y sin visos de misticismo o magia. A cargo de enviar códigos químicos que nos exaltan y también nos nublan. Hormonas que nos paralizan en terror y desánimo, o nos elevan en sensaciones de gloria y poder. Trabaja en las sombras el EGO, sin pretender nada, pero con la apariencia de quererlo todo. Sin ningún viso de conciencia, pero que nos lo imaginamos astuto y hábil en su trabajo de esclavizarnos y mantenernos a su servicio.

Sí, es fácilmente comprensible que las personas faltas de conocimiento le atribuyan poderes de divinidad, que asuman su presencia y dominio con reverencia y religioso temor. Porque no falta quien le detesta y maldice, así como los que le adoran y tratan de conciliarlo con señuelos rituales. Todos ellos, los contrarios y los propios, confundidos por sus febriles imaginaciones y creencias, que trastocan una realidad simple y material para de esa forma tratar de ganar un poco de entendimiento y tal vez dominar a aquel que creen que los domina. Y no, nada consiguen realmente, porque el EGO no es ni dios ni demonio, ni ángel ni pervertido, ni guerrero ni pacifista, es solamente un pedacito de nosotros encargado de unas cuantas tareas vitales y primarias, tal como las tienen también muchos otros de los animales con los cuales compartimos este planeta.

No es con religión ni con palabrería politizada que tendremos el relativo control sobre nuestras vidas.
Aunque, quizás con sus mecanismos opresivos estas manifestaciones sociales del EGO por ahí alcancen a mantener un poco al EGO a raya. Pero, lo más probable es que el EGO se ría en sus caras finalmente.

Hay que ser cuidadosos y no dejarse llevar al barranco, aunque parezca que la respuesta naciente del EGO sea «solución» a los problemas.
Porque la verdadera función del EGO es proveernos de algún mecanismo primitivo y básico para obtener ayuda/atención en momento de real impotencia, y así resguardar nuestra vida. En otros momentos, solo puede provocar desastres, aunque en apariencia a veces se obtienen éxitos externos.

Para que lo sigas estudiando y si quieres comentando aquí debajo.

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