Seguro te ha pasado que te cuesta mucho decidirte a la hora de cambiar una situación que has estado padeciendo por mucho tiempo.
Está la opción que te obliga a dejar la comodidad de lo conocido, y doloroso, para aventurarte hacia una nueva realidad.
Probablemente esto te llene de miedo, de visiones de fracaso, de incertidumbres, de argumentos que revalorizan (¿artificialmente?) lo que sientes amargo y sin futuro (que es tu presente lastimoso). Hasta advertirás un sinnúmero de problemas que brotarán de la nada si es que se te ocurre cambiar, problemas que se te antojan mucho más angustiantes y terribles que esto que estás lamentando hoy.
De tanto darle vueltas, al final te quedas en donde estás.
Sea porque lo eliges arrastrado por racionalizaciones (justificaciones) increíbles, o, lo más probable, porque te abstienes de decidir y tan solo continúas por inercia en la misma zonita de confort.
¿Zonita de confort?
En verdad es una prisión de sufrimiento, pero, como tú repites hasta el cansancio: “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
Lo reiteras como un lema, para auto convencerte, para apagar tu conciencia mortificada, para embrutecer tu pensamiento; porque no te atreves a demostrar la falsedad de esta afirmación, ni a probar el buen sabor de la nueva realidad.
Así, con esta actitud presidiaria, empiezas la dieta para bajar de peso el lunes, pero a las 16hrs de ese mismo día ya estás comiendo el triple. O justo el martes es el cumpleaños de la vecina, y… ¿cómo vas a ofenderla por no comer el vagón de comida que te comiste finalmente?
O te propusiste dejar de fumar, y antes de medio día ya consumiste tabaco como una chimenea.
El médico te aviso que tus valores están todos trastocados y si no los corriges con dieta y ejercicio tendrás consecuencias de pesadilla, entonces, fuiste al gimnasio. No pasó un par de días y ya estás nuevamente calentando tu sillón frente a la TV, o jugando pelotitas en tu celular, en lugar de estar dedicado a mejorar tu salud.
O buscarás empleo que te valorice más, o te divorciarás por no poder sostener más una relación enfermiza, o aprenderás a decirle “no” a tu jefe abusivo, o no usarás más el celular a la mesa durante la comida, o visitarás a tu abuelita a quien tienes abandonada hace meses, o te arreglarás para estar despampanante para tu cónyuge, o… menciona tú aquello que ameritaba un cambio y tu elección ha sido mantenerte en tu celdita mental, pero lleno de excusas y noble palabrería.
Entonces, estarás sufriendo, frustrado, apenado, restringido, amargado, sintiéndote culpable, culpando, ilusionando con “y si hubiera hecho diferente”, para luego volver a sentirte una víctima o victimizar a otros. En giros y giros en tu círculo de limitaciones y angustias.
Tal vez ya te has anestesiado a tu situación padeciente. O quizás estás entregado a este “destino”, que tú mismo te fabricas. O tienes conductas nocivas pero que sirven para tapar el verdadero problemas con otros que son menos molestos para la conciencia.
Si te atrevieras a traspasar el límite de la zonita de confort, hacia la zona inmediatamente próxima, encontrarías que la inmensa mayoría de tus vacilaciones no tienen razón de ser. Son solamente miedos inventados por tu mente, o repetición de mandatos que te han adoctrinado. Los muros de niebla se derrumban con facilidad, si tan solo tienes la disposición de avanzar y continuar, sin anclarte a tu zonita de confort.
Te darás cuenta de que hay dos limitaciones, las reales y las fantaseadas.
Las primeras no pueden correrse, están ahí y hay que aprender a manejarse con ellas de la mejor manera posible. Por ejemplo, si para un empleo solicitan alguien entre 18 y 35 años de edad y tu tienes 44, difícilmente puedas atravesar esa barrera.
Por su parte, las limitaciones fantaseadas, son eso mismo: fantasías.
Tienes todas las cualidades requeridas para ese empleo, e incluso estás más calificado; pero, en tu mente resuena una voz que dice que eres inepto, inútil, inoperante, torpe, desagradable, fracaso confirmado, de mala suerte y por ello no das el paso que te libere de tu celdita, que si no te has dado cuenta, es la zonita de confort.
Por escoger el no cambio, cuando éste es necesario, te hundes cada vez más en lo que te fastidia y debilita.
Los problemas no se solucionan por magia, rezar, negociar pactos con dioses, el mero paso del tiempo, la buena voluntad. ¡No! Los problemas que no resuelves, o al menos tratas realmente de hacerlo, siguen siendo problemas. Lo más probable es que se acrecienten, o se vayan añadiendo otros a los que tienes.
La zonita de confort se estrecha, tu celdita es cada vez más desagradable, pero tu intensificas tus inventos de excusas para no transformarte y así transformar tu realidad.
Toda energía que consumes en mantenerte atrapado, es energía malgastada, que no se dirige a conseguir bienestar, ni gozo, ni cambios favorables.
Es una pérdida constante, que te agota, te debilita, y te hace aferrarte aún más a lo que te está causando esta muerte en vida.
Es evidente que cuando eliges el cambio, no siempre serás exitoso.
Las malas elecciones también son parte de la ecuación.
Tampoco puedes prever todo lo que ocurrirá, ni las contingencias que se podrían presentar en tu camino.
Saber esto te permite admitir y aceptar tus errores, resbalarte y caer pero para volver a levantarte. Podrías tener más paciencia, quererte más, respetarte mejor, si sabes y aceptas con humildad tus limitaciones, pero sin por ello negarte a hacer lo que esté a tu alcance para seguir creciendo.
Está en ti la elección, entre la vida y la bendición, o la muerte y la maldición.
Tú escoge, y lo mejor es escoger la vida.