Muchas veces nos proponemos al comenzar el día una cantidad de objetivos, y al final, tan sólo con la mitad de ellos, quedamos cansados, extenuados, y así nos vamos a dormir, sin recordar qué fue lo que dijimos y prometimos hacer ese día, probablemente nos lanzamos a la cama, damos un “buenas noches” general y hasta el otro día; si somos más familiares, entonces, a lo mejor nos sentamos un rato a conversar de lo que pasó en el día; la mayoría de las veces las anécdotas negativas, otros tienden a preocuparse por el día siguiente aún cuando éste no ha llegado, porque ven acumulados esos objetivos que no fueron logrados; entonces viene la depresión, el agotamiento, el desánimo, la frustración.
No está mal hacerse propósitos diarios, lo que no es conveniente es hacerse tantos propósitos que no sean materialmente posibles de hacer, hay que ser coherentes; valorar el tiempo y los agentes externos que nos permitirán ejecutar la agenda con la mayor exactitud posible. Sin hacerse expectativas, sin sueños idilicos como: “hoy, me voy a volver millonario” así como “hoy compraré un automóvil último modelo”, si tenemos en la cuenta bancaria a duras penas el remanente del sueldo que nos tiene que alcanzar hasta la próxima quincena. Podemos decir: “Hoy voy vender tanto como D’ me provea, voy a poner todo mi empeño en mostrarle a la gente los beneficios de mi mercancía” u “Hoy visitaré agencias de automóviles para hacerme un presupuesto y poder comprar mi carro nuevo con las utilidades próximas y mis ahorros”
A los seres humanos nos cuesta a veces mirar con claridad las cosas; preferimos enrollarnos la vida con mil y una explicaciones para poder hacer tal o cual cosa en vez de ver con objetividad lo que está frente a nuestros ojos; no somos, muchas veces, dueños de un criterio que nos permita hacer libremente. Desde el principio de nuestra vida hacemos como Caín, quien subió a una montaña a buscar a D’, y por supuesto, no lo encontró, pero entonces siguió enrollado y creyó que si no lo veía debía estar en el cielo, la mitad de su razonamiento tenía asidero en la verdad, porque así como D’ ocupa cada resquicio de Este Mundo, así ocupa toda la vastedad del universo, pero no sólo se quedó allí, quiso hablarle, y creyendo que D’ estaba en el cielo, entonces se complicó más la vida, tenía que buscar la manera de hacer llegar sus señales al cielo, pero era mezquino (además) y quiso hacerlo a su manera, entonces el invento quedó incompleto, haciendolo con mayor diligencia su hermano, pues a éste, probablemente, lo movía más que un sentimiento de curiosidad y era una necesidad superior de, verdaderamente, alcanzar un grado de comunicación con el Creador, aunque el método fuera el mismo empleado por Caín. Tanta fue la frustración de Caín al no conseguir su fantástico objetivo que incurrió en el pecado, tanta fue su obstinación por hacer de lo sencillo algo imposible, que terminó alejándose increíblemente de su verdadero propósito, y ésta ocasión la aprovecha el Autor para decirnos a cada uno:
“Ciertamente, si sabes soportarlo, (mejorando tus obras, serás perdonado); y si no, el pecado yacerá (contigo hasta la puerta de tu tumba). Y (hacerte pecar) es el deseo (de tu mal impulso), pero tú puedes dominarlo.”
Cuando Noaj hubo salido del Arca, lo primero que hizo fue complicarse la vida nuevamente, intentando resarcir el daño de Adam, pero no era ésto lo que D’ deseaba de Noé, pues ya lo hecho, hecho estaba, ahora era una nueva situación, un momento diferente, y por supuesto diferente habia de ser la actitud de Noaj; pero tanto se complicó Noaj que sacrificó los animales puros que D’ ordenó introducir al arca para su “supervivencia” y plantó una viña para su perjuicio; normalmente a nosotros nos pasa que no queremos repetir los errores de nuestros padres, pero tanto da el cántaro al agua hasta que se rompe, nos encasillamos en intentar no incurrir en esos errores, que nos aferramos a esas energías y terminamos haciendolo igual o peor; lo mejor es desentenderse, tener la alarma encendida, pero sin estar buscando las mismas situaciones, que nos lleven a incurrir en lo mismo que hubo pasado antes. Por eso, mejorar las obras no depende de un esfuerzo oral, sino de uno tangible, que se construya con las manos y no con la boca nada más.
Mejorar las obras es hacernos precisos objetivos de vida, basados en elementos reales, de los cuales nos sintamos seguros, y además llevarlos a cabo sin mover una tilde, si dijimos que pasaríamos por tal sitio, hagamos tal como dijimos, llueva, truene o relampaguee; si prometimos darle a fulano dinero para ahorrar, cumplamos con fulano y no malgastemos lo que servirá para nuestro beneficio; pero hay objetivos que a algunos parezcan más elevados, como consolidar una comunidad noájica, o superar algunos miedos que apresan la personalidad, para éstos aplica la misma fórmula: “Fuerza de Voluntad, Trabajo Constante y Asesoría Especializada”.
Es mejor cumplir pocos propósitos, antes de… que intentar muchos y muy engorrosos que nos consuman la vida.