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Los tres honores

Hay tres honores que el hombre recibe según su talento; tres honores que permiten potenciar la energía creativa que emana de la Fuente de Vidas; estos tres honores según se desprende de la Tradición son el oficio, el cargo y el título; se llaman honores porque ensalzan la nobleza del hombre según su talento y lo califican como útil en todos sus planos; pues estos honores son tradicionalmente la vía por la cual se conecta lo natural con lo racional y a su vez con lo sobrehumano.
Explico esto último primero; el hombre ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios, o como se explica también, es emanación divina; tzelem (imagen) es una palabra que alude específicamente a “esencia” y demut (semejanza) alude a “potencia”, podríamos, sin temor a usurpaciones, decir, con toda propiedad que el hombre es esencialmente “igual” a Dios y en él se manifiesta toda Su potencia; igual porque puede “manifestar” los atributos divinos, aunque nos lo pueda contener como bien lo hace el Eterno; el hombre puede manifestar la misericordia, aunque en él no pueda contener la misericordia (en Dios si se contiene), igualmente puede manifestar la justicia (aunque Dios es Justicia), también puede manifestar la Paz (Dios es Paz) y así; y esto sólo es posible mediante la cualidad de semejanza, es decir, hay un potencial para acceder a la Divinidad, momentáneamente y experimentar los atributos continentes del Uno y Único. Este potencial justamente se vale de estos tres honores; oficio, cargo y título; para la emulación del juego divino.
Ahora bien, los oficios son todos aquellos que emulan de alguna manera las leyes naturales desde la perspectiva racional, para construir una base cultural que permita entender los fenómenos propios del mundo; son la base de toda sociedad y de su funcionamiento. La herrería por ejemplo, constituye un secreto, el trabajo de los metales, hay un conocimiento que sólo un herrero experimentado puede transmitir; de la misma manera la confección (tejido, bordado, curtido teñido), comprende una práctica que encierra a su vez distintos niveles de comprensión y trabajo específico; algo muy notable es que todo oficio es como una escalera, en la cima para el principiante está el maestro y a lo largo del recorrido hay objetivos que cumplir para comprender el conocimiento oculto.
El cargo, contrario al oficio no es precisamente responsable del funcionamiento de una sociedad, por lo menos directamente; pero si está íntimamente relacionado con el oficio, pues en cada oficio hay, por nivel de compromiso, un cargo y el más alto cargo en cualquier oficio, es el de Maestro. Me detendré aquí, pues es este el tema que me interesa profundizar.
El título supone una jerarquización, no tiene ninguna relación con el oficio ni contiene cargos ni necesita de ellos; el título supone la superposición de un cuerpo de titulares por encima de una sociedad; son títulos el Sacerdocio, el Reinado, la Profecía o Videncia, el Juzgado, la Caballería y cualquier ordenamiento militar; las funciones primordiales del título vienen dada por el servicio desde un ángulo protector, superior; los Reyes son por la gracia de Dios para beneficio del pueblo, lo mismo un profeta, es enviado para beneficio de un pueblo, como un Juez administra la Justicia (que podríamos en otro artículo discurrir mejor sobre esto) y así los caballeros dan su vida por un pueblo pues su honor es servir desinteresadamente y sus cuentas no las ajustan con un oficio, pues su manutención es celestial; de una manera muy particular.
Expuesto todo lo anterior, puedo continuar con lo que hemos querido dejar de lado por un momento, para desarrollarlo como se debe; así proveemos luces necesarias en un momento donde la oscuridad pareciera encontrar más resquicios donde anidar.
La maestría es un cargo superior a todos los demás cargos y es en consecuencia el pináculo de todo oficio, pero no sólo eso, es comparable con un título debido a su sustancial relevancia; permítasenos explicar que la etimología de la palabra maestro la sitúa en el latín MAGISTER y así podemos comprender un poco mejor que un Maestro no es otra cosa que un Mago; un Alquimista, que ha aprendido a “transformar” la cosa bruta en la cosa pulida, y la cosa bruta es lo que sale de la veta de hierro, convertida en un azadón, como la cosa bruta representa también el aprendiz ignorante convertido en sucesor, pero por encima de estas analogías, la cosa bruta es su condición natural, y la cosa pulida es la libertad; el mago es un hombre libre, no debe nada a nadie, sino a su consciencia, a su trabajo; no es siervo de ningún dios ni de los hombres, es un hombre libre y como tal puede ir desde allá hasta acá con la debida numinosidad que conoce, porque ha aprendido los secretos que lo hacen libre.
Un maestro transforma, conduce sus energías para influir; su práctica no es la mística, no es la política ni la guerra; él conjuga la mística en su oficio, pues es un observador, conjuga la política con el oficio por su relación con los alumnos y con otros maestros y conjuga la guerra dentro del oficio porque para él es un propósito, una campaña, lo que ha emprendido; ha de haber sido por esa razón que el cargo de Maestro fue tomando con el tiempo un papel tan relevante y que con la caída de los viejos esquemas monárquicos arropó toda la escena.
Pero un maestro no es siervo de nadie ni de nada, ni del aplauso, ni el dinero, no obedece a sus pasiones ni a sus pulsiones, no pretende conocer a Dios, ni lo busca en las religiones; lo ha visto en sus instrumentos, lo ha percibido en la transformación; un maestro sabe esencialmente que la energía no muere, así que dado este conocimiento, la no-muerte, se hace a sí mismo libre del único condicionamiento que nos encierra, aparta de sí el miedo a la muerte y vive en libertad.
Cómo ansío que todos aquellos que año tras año se gradúan de docentes en las universidades del mundo comiencen a ejercer sus cargos de maestro.

Para la tarea; hay un título inherente al Magisterio. La Magistratura.

El Trabajo

El trabajo es al hombre lo que el sol es a las plantas, en sentido figurado; pues un hombre que obtiene su sustento, producto de su trabajo, es similar a una planta fecunda por la plenitud de la energía solar; es el trabajo una de las fuentes más abundantes de sabiduría, y en él reposa de una manera singular la energía creadora, que se manifiesta, si estamos en consonancia, en la prosperidad. Una palabra frecuentemente usada por algunos de los más conspicuos estafadores de la fe, la prosperidad se vende en libros de “crecimiento personal”, en “secretos” sobre cómo atraerla, en cultos y diezmos, en largos procesos de conversión a doctrinas que ensalzan el ego, y por si fuera poco, recientemente, en eternos e inacabables programas de gobierno, los cuales también se han vuelto especies de la religión. Pero, la prosperidad no se halla, como aludimos al principio, imbricada en un complejo e inescrutable manojo de creencias, supersticiones y prácticas de programación neurolingüística, más si encontramos su raíz en la confianza que tenemos en el Creador y en esa fuerza propia que empleamos en la disposición de nuestras destrezas, habilidades y virtudes al servicio de otros, en el compromiso, en la cooperación y en la ética; conceptos que tal vez no alcancen a digerir de forma total aquellos que esperan la papa pelada.

Entiendo como compromiso la disponibilidad de tiempo y energía al servicio de un fin común a otro(s), es una cualidad que pocas personas podemos lograr de seguido, pues hay compromisos entre personas y entre facetas de nuestra vida; caso del consabido día en el que, hastiados de una figura fofa en el espejo, decidimos comprometernos con bajar de peso, y a veces por otros compromisos adquiridos entonces no cumplimos con los nuestros; “me comprometo a no gritar más en momentos de ira”, pero resulta que por estar ocupados todo el día, los gajes del oficio, el tráfico urbano y quizás las típicas e ineludibles frustraciones que se presentan a lo largo de un día cualquiera, terminamos por gritarle a alguien (cercano o no, no es relevante) y rompemos nuestro compromiso. Creo que muchas veces nos pasa esto, por no estar comprometidos con el trabajo; cosa paradójica, pero plausible. Pues toda frustración es producto de una expectativa, un anhelo que probablemente no se realizó.

Entiendo como cooperación el compromiso entre dos personas inteligentes, para lograr un fin; siempre que usted quiera comprometerse, no busque gente a la que ayudar, con la que tenga que colaborar, a la que tenga que arrastrar, por decirlo duramente, encuentre gente inteligente que sea capaz de asumir sus compromisos más o menos bien y que con claridad plantee los términos y métodos a seguir. Se evitará muchas frustraciones, porque se habrá quitado de encima el peso de las expectativas; todo ha sido puesto sobre la mesa y no ha quedado nada para el detalle; no hay anhelos que no se hayan discutido y si algo llegase a fallar usted puede sentirse tranquilo o puede exigir con asertividad. De la misma manera que pasa con el compromiso, no sólo existe para las relaciones de dos o más personas; usted puede cooperar con usted mismo al cumplir efectivamente sus compromisos.

Entiendo la ética como el conjunto de normas y excepciones que componen una visión universal de la justicia; es como un marco que permite observar los pros, los contra y los aspectos interesantes de un hecho, de una condición o un proceso, para evaluarlo sistemáticamente, detallarlo con puntualidad y catalogarlo, como algo “bueno” o “malo” (justo o injusto); es absolutamente necesaria la ética para poder comprometerse sinceramente; pues la sinceridad como el resto de los valores morales universales, están comprendidos en todo código ético; para saber cooperar y para lograr la prosperidad.

Ahora no se engañe usted bajo el manto de que si hacemos las cosas más o menos bien vamos a recibir una fortuna y estaremos en la más inexplicable tranquilidad new age; seguramente si hacemos nuestro trabajo, literalmente, como D’ manda, habrá para comer, disfrutar y vivir cómodamente, con las sabidas restricciones a las que debemos someternos para percibir la libertad que emana de la armonía, del quehacer justo. Recuerde que por encima de todo, nuestro crecimiento está sujeto a la justicia que proveamos para el mundo.

Consideraciones Noajicas

Antes, permitanme decirles que no he estado más cerca de Fulvida como en todo este tiempo en el que no he posteado.
Para los que no me conocen, soy, modestamente, uno de los primeros contribuyentes de contenido de este sitio y un muy concienzudo libre pensador, por lo que nunca he sido prisionero de las enseñanzas de ninguna religión, más como hombre siempre he estado en la necesidad de proveerme de un alimento espiritual que me nutra auténticamente. Como todos tuve procesos para digerir la verdad, pero con la asesoría del Moré Ribco y la cooperación de mis compañeros de Fulvida, comprendí algunas cosas que quiero expresar desde un ángulo muy personal.

Son estas mis consideraciones sobre la práctica noajida, sobre nuestro rol en el mundo, sobre lo que debe ser provechoso y sobre los excesos a los que nos exponemos por distintas causas.

Como la Tradición es una verdad inmutable, su aprendizaje no es filosófico, científico o reflexivo, más bien es axiomático, puesto que no caben las dudas o interpretaciones ambiguas sobre la Unidad y Unicidad de D’ y su Unificación; no caben, tampoco, las derivaciones para los valores contenidos en el código de conducta que emana de la Tradición, puesto que comprende una visión moral universal y no moralista o culturalmente adaptable a tal o cual etnia. De otro modo, no podríamos percibir a través de la Tradición la Esencia de D’ y lo que Él ha dispuesto para nuestro beneficio.

Siendo así, tampoco podemos pecar de dogmáticos a ciegas; puesto que todo axioma es como una semilla que debe regarse para que pueda surgir la planta; y así como un postulado matemático, lógico, se acepta sin discusión, no por ello, no se profundiza, ampliando y desentreñando de él todo lo que humanamente pueda comprenderse a partir de él.

Por ello, para la sana práctica noajida debe uno liberarse de prejuicios, de cadenas que te encierran en una visión refractaria de la vida, de prácticas nocivas que puedan disminuir o disminuyan efectivamente tus sentidos y que no te permitan desenvolverte en la sociedad como un agente de cambio positivo y conducente. Debe uno, tener suficiente criterio para no emitir juicios proselitistas (aunque es deber del noajida prevenir y advertir de la idolatría), sino más bien siempre estar dispuesto a recibir a los extraños con el mejor semblante, de modo que, como Abraham, se influya a través del ejemplo de lo que significa una auténtica vida monoteista y equilibrada.

Para la correcta conducción del noajismo no puede uno comprometerse a seguir una religión, aún cuando no se llame a sí misma como tal, pero se comporte así y sabemos que eso ha comenzado a pasar con el uso desconsiderado del noajismo por individuos aún inmaduros espiritualmente; debe ser sincero, auténtico en lo que piensa y expresarlo de forma libre, puesto que para eso ha sido estipulado el establecimiento de las cortes de justicia.

La razón por la cual, considero, D’ le dio al hombre los preceptos morales universales, ha sido muy bien aceptada por la humanidad en el último cuarto de siglo bajo una consciencia que desea la liberación del hombre del fanatismo; el apartarnos del fundamentalismo que posee a las pretendidas poderosas y perversas religiones monolátricas que constituyen dos colosales imperios (a saber, el cristiano-occidental y el árabe-musulmán) y esto no se logra acudiendo a las mismas armas fundamentalistas, fanatizantes, persuasivas (a juro).

Decir no al fanatismo no significa dejar de decir no, evidentemente. Por el acceso a esa palabra se ha luchado por mucho tiempo y célebres hombres, justos, lo han hecho. Cuando es requerido el hombre debe oponerse al maltrato, al abuso, en todas sus formas y la más peligrosa ahorita es la que se difunde como un virus por los distintos medios de información, mientras más veloces, más perjudicialmente.

En este tiempo, que el pueblo judío, celebra su libertad de la opresión; acompañemos este sentido honorable, y celebremos la libertad, de los faraones que apresan en sutiles elementos, que sin darnos cuenta, contaminan la senda de la justicia.

Las cosas buenas

Cierto día, un anciano de la tribu, le entregó al más joven un sobre, sellado por los cuatro lados, de manera que no había forma de liberar lo que dentro había; el anciano además le dijo: no habras este sobre que te entrego sino hasta que hayas escalado hasta el cima de aquel Tepuy y veas la Orquidea que nadie ha visto. El joven partió en su cayuco recorriendo el río hasta llegar a una isla casi al anochecer del primer día, amarró su hamaca a dos palos de Moriche y se tendió sobre ella colocando el sobre a la vista; repasó todo lo que había escuchado del viejo de la tribu y vió nuevamente el sobre, iluminado por la luz fría de la luna llena, atrayendole sobremanera, pidiendo a ruegos que le destapara, y el joven, luchando contra su instinto, vacilando, intentando levantarse, cerrando de momento en momento los ojos, se quedó dormido, y hubo pasado la noche sin abrir el sobre, pero el Tepuy le era lejano y a lo mejor no llegaría sino hasta después de otra noche en la Selva. Despuntó el alba y metió el sobre en el mapire que llevaba, colocó su vitualla en la canoa y siguió su viaje por el río. Seguir leyendo Las cosas buenas

Una comunidad de Luz

Hace más de tres mil años una nave encayó encima de los Montes Ararat, y ahora vuelven a ella los descendientes perdidos en el mundanal, en la profanación, para limpiarse y reconstruir la barca que los llevará a buen puerto; ahora vuelven unos pocos, ciñendose bien de coraje para enfrentar la gran marea que se levantó en medio de su embriaguez, ahora retornan a la claridad de la sobriedad, ahora han visto su desdicha, su plan venido abajo, su buena intención llevarlos al foso de peligro, ahora regresan de un camino desolado y entran seguros por la puerta ancha en busca de la verdadera Verdad, aquella a la que hay que reverenciar, porque es Una y Única, y tiene nombre aunque no es circunstancial, y Es aunque no ha sido Creado, sino que de Él emana todo cuando existe y Él será cuando todo termine, sencillamente permanecerá (como dice el Adon Olam). Ahora vienen curados, conscientes, haciendose espacio entre sus congéneres, formando sociedad antes que ver morir a los que alrededor esperan por Luz que les guíe. El Camino Noajida está trazado, su senda es vital, la brújula es la numinosidad con la cual se actúe y el valor que se le de, el fin es la reparación, es la promesa de continuar viviendo refinadamente en un mundo más allá a este, un mundo real y no sólo uno holográfico que nos sirve temporalmente. Seguir leyendo Una comunidad de Luz

Una forma de construir Shalom: La Tolerancia

A veces nos excedemos en nuestro comportamiento para con otras personas, en varios niveles y en varios aspectos, algunos parecieran menos importantes, pero lo cierto es que nuestro influjo sobre el pensamiento de nuestros hermanos no se hace a la fuerza ni a través de la discusión torcida; sino a través de la comunicación asertiva, tolerante, respetable, donde prive más que nuestro parecer en la conversación, una verdadera conducta empática y de respeto a la percepción del otro.
¿Cuál es el fundamento del Shalom?

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La Libertad

Hay una razón para la vida, una misión que todo ser humano tiene que lograr y por la cual tiene motivo la existencia. Quienes dicen que el libre albedrio existe para hacer como el dicho: «De nuestras vidas un saco y meternos en él» puede que no estén entendiendo bien la razón de la razón, o sencillamente son presos de esas voces inconscientes que algunos llaman «Crítica de la razón pura» y que no da sino origen al nihilismo o creencia en que nada es real; lo cual visto sólo desde ese punto de vista causa males a la Voluntad que el Eterno tiene para con cada ser viviente en Este Mundo.
Por eso existe Pesaj en la historia de Israel, para que la Luz de las Naciones pueda guiar con el ejemplo al que piensa que la libertad es sencillamente librarse de «obligaciones» y ceder ante los instintos.
Un maestro filosofo venezolano suele decir:

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Guaguancó pa la vida

Óyeme tú caballero -decía un canoso cubano acerca del canto más sublime, llamado guaguancó- nosotros, no necesitamos de mucho aparataje y mucha sinfonía pa’construir una música que con cuatro palos y cuatro yerros suena como música del cielo.
Así pienso que es la vida, con pocos instrumentos, con sentimiento y conocimiento podemos hacer una gran armonía, una armonía que construya Shalom.
El Shalom es indispensable para hilar la manta del mundo, sin ese toque de sabor y saber, seguramente nuestras existencias fueran similares a la del resto de la creación, viendo todo separadamente, sintiendo separadamente, sin ver la unidad, la relación que tiene todo con el todo, y la importancia de lo que no existe, que está esperando por existir. Seguir leyendo Guaguancó pa la vida

¿Cuándo crecemos?

Dice al comienzo de la Parshá Hazinu:
“¡Escuchad, oh cielos, y hablaré; y oiga la tierra los dichos de mi boca!
Gotee como llovizna mi doctrina; caiga como el rocío mi discurso, como viento de lluvia sobre el césped y como gotas de lluvia sobre la hierba.
Cuando yo mencione el nombre del Eterno, dad grandeza a nuestro Dios.
Aunque El sea la Roca (el fuerte) perfecta es su obra, porque todos sus caminos son justicia; Dios es fiel y sin iniquidad, justo y recto es El.”
(Deuteronomio/Devarim 32: 1-4)

Moisés habla a los hijos de Israel, y pone como testigos al cielo y la tierra, para que todo lo que a continuación sigue no sea un sin sentido más, una doctrina confabulada a manera de religión para encantusar adeptos y oprimir el alma. Moisés coloca al cielo y a la tierra como garantes de la doctrina revelada en Sinaí, de la Tradición custodiada fielmente.
Moisés, pide que su doctrina permee en los corazones de un Israel novato, de un Israel creyente en la Unidad y Unicidad de D’, pero un tanto terco para asumirse como Unidad separada del resto de las naciones, con el fin superior de ser Sacerdote del Altísimo, toda una nación de lumbreras que fueran la guía del mundo, que no anduvieran detrás de caprichos nacionalistas, sino que su patria, tal como la de los levitas, no fuera específicamente geográfica, aunque los límites para su propia supervivencia humana ya hubiesen sido prometidos por Hashem a Avraham mucho tiempo antes, desde el Mar Mediterráneo, hasta más allá de los confines del Mar Muerto.
Moisés pide a los cielos y a la tierra que no sea chocante al pueblo elegido la Tradición, que sea una rica sensación de bienestar, de calma, de aceptación, que empape lentamente y con suavidad cada resquicio del alma de quienes contrayeron tamaña responsabilidad.
Moisés pide, de forma imperativa, que sólo al Eterno sea dada gloria, porque sólo aquÉl que no fue creado, que no es material, y por tanto está fuera de nuestro raciocinio, aquÉl que Es desde siempre y por los siglos de los siglos, que no tiene límites temporales, que no tiene accidentes, y por tanto es un Concepto Único y sin parangón alguno, aquÉlla Fuente Primigenia de Vidas, el Río del cual fluyen los cuatro ríos del Edén, el Árbol de Vidas, la Espada Fulgurante que guarda el Camino al Paraíso, el Rey del Universo, el Inefable Nombre, la No-Materia, el No-Creado, el Creador, Dios de las huestes, Todopoderoso, Grande, Santo y Roca Fuerte, Fortaleza de Salvación, Uno y Único, sólo Él merece el elogio de Su Creación, la alabanza constante, la alabanza con el Don que proviene de Él, La Palabra, y con nuestro propio desarrollo, La Acción.
Moisés le dice a su pueblo que quien sea justo, quien tenga dicha en su vida y dé dicha a la vida de otros, quien construya Shalom, quien haga justicia perdurable, quien camine en rectitud, quien acepte sus limitaciones, pero todos los días trate de corazón enmendarse y quien colabore en hacer de su entorno un lugar verdaderamente apacible, armónico, que sea sustentable y dé sustento está en el Camino a la Verdad. Quien reconozca que sólo hay Uno que es más que todo, quien reconozca que cualquier otra cosa no merece sino el apelativo de vanidad, quien reconozca que no hay labor más provechosa que apartar el ego y dar de sí en la construcción del Shalom, sin perder la claridad en la acción; quien haga de su propia vida la Voluntad dEl que le creó, sólo ese está haciendo méritos en el camino a reconocer la verdadera fuente de aguas vivientes, sólo ese está haciendo méritos en el sendero de la luz, sólo ese practica la Justicia.
Pero, ¿cómo se cuándo estoy siguiendo la Voluntad del Padre?
Dice en la Parashá Nitzavim:
“Porque este mandamiento que te ordeno hoy no te es encubierto ni está lejos de ti;
no está. en el cielo para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y nos lo traerá, y nos hará oírlo para que lo cumplamos”
Ni está más allá del mar para que digas: ¿Quién pasará por nosotros al otro lado del mar y nos lo traerá, y nos hará oírlo para que lo cumplamos?
sino que la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la pongas por obra.”
(Deuteronomio/Devarim 30: 11-14)
Es decir: No creas que la Justicia es una legislación para seres superiores que puedan apartarse radicalmente de este mundo material, elevándose en las esferas celestes. No está fuera de nuestro alcance, no se encuentra en los cielos ni más allá del mar. No hay que ir lejos para encontrarlos, están en nosotros mismos, en nuestra boca, en nuestro corazón. La Torah no se dirige en manera alguna a seres angelicales, divorciados totalmente de lo material. Algunas religiones sostienen que sólo matando la materia se puede servir a D’; La Torah dice que, únicamente encauzando la materia, dirigiéndola, sin matarla. Por ello la Torah no es un tratado de leyes espirituales, de ciencias ocultas o de prácticas místicas, al estilo monástico, sino de preceptos humanos dedicados al hombre y “sólo al hombre”. No hay que servir a D’ con ascetismo y tristeza, sino por el contrario, éstos constituyen faltas que denotan un desconocimiento total del espíritu de la Torah.
La Torah no depende en modo alguno de la civilización en que se halla, ni es producto de determinada cultura o función de diversas épocas y circunstancias. Es la materialización eterna de los principios espirituales que permanecen constantes a través de las edades. Guiarse por ella no significa retroceso o reacción, sino al contrario, un progreso hacia la total realización de sus fines: “el reino del Eterno en la Tierra”. La Torah exige de nosotros no concesiones parciales, sino entrega íntegra y total. No basta con que la palabra de Dios esté siempre en tus labios y las oraciones en tu lengua. No cumple el hombre toda su misión sino por intermedio de los preceptos; no puede el hombre disociar las actividades mentales de su realización práctica. También en su aspecto moral debe permanecer íntegro, pudiendo decir: la felicidad mía, de mi pueblo y de la humanidad entera, dependen de mí. Otra interpretación del Midrash sobre los mismos versículos (l1-14) dice que la ciencia sagrada no reside en las personas, cuya vanidad sube hasta los cielos y sobrepasa el océano. El verdadero sabio no conoce el orgullo; sabe que su ciencia e inteligencia no alcanzarán jamás el infinito y lo absoluto, y que el conocimiento de la Ley Sagrada sólo puede residir en las personas modestas.
Así pues se es justo, apartándose de toda creencia religiosa, alejándose de todo vínculo con deidades materiales, con objetos creados, con astros que podemos ver, que si bien determinan un arquetipo, pueden llevarnos a hacernos un estereotipo, enajenándose de asuntos místicos que no tratan lo concreto, lo que produce frutos, no estudian la eliptica ni los movimientos de recesión y precesión las plantas, sólo disponen de éstos elementos en su beneficio y en el beneficio del resto de la creación, no se angustia el león cuando no consigue qué comer, descansa y reemprende la búsqueda, no hiere la madre a los hijos, ni la nueva camada a la vieja sin que ésto tenga una razón de ser. El género humano, perfecto por ser hechos a imagen y semejanza de Él, menos que menos puede actuar de manera visceral a la hora de ser humano.
No está arriba, ni en la tierra, ni en el mar, ni en elementos que nos son útiles la Salvación/Trascendencia, está en nuestros actos, en nuestra boca, en nuestro corazón, dentro de nosotros, no llega por medio de sangre de intermediarios, ni por salidas del sol cada mañana, ni por fases lunares, ni ciclos de equinoccios, ni avances tecnológicos, ni descubrimientos arqueológicos, ni dogmas misticos y herméticos, ni fluctuantes y muy emotivos actos de culto, no está en cenas festivas ni en celebraciones, todos estos “accesorios” son lo que en el Génesis dice:
“Y dijo Dios: Haya luceros en la expansión de los cielos para apartar el día de la noche, y sean por SEÑALES, y por plazos, y por días y años;”
(Génesis/Bereshit 1: 14)
Nada más, sólo esa es su utilidad, mientras que la nuestra es inmensa, a nosotros no es propio el cultivar todo lo que D’ creó para ser cultivado, a nosotros nos es propio descubrir cada rincón del vasto universo, no para gloriarnos en nuestra ciencia, sino para dar constante reconocimiento a nuestra finitud, a nuestra pequeñez, y así sim embargo a nuestra inmensa responsabilidad de custodiar todo lo que es más grande que nosotros mismos, a nosotros nos es propio vernos como imperfectos, por no ser sujetos de un rítmico y contínuo ciclo de re-Creación, y perfectos por estar a cargo de todo aquello que hizo D’ para hacer.
En el principio, dice el Génesis:
“Y la tierra estaba vana y vacía, y (había) oscuridad sobre la faz del abismo, y un espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas.”
Éste espíritu, procedente de D’, que se “Separaba” de Él sobre la faz de las aguas, es el futuro aliento de vida que introduciría el Creador por las narinas del Adam, el primer ser humano, así pues, somos emanación de la Fuente de Vidas desde antes de la Fundación del Mundo, y luego vinimos a cumplir la única, pero valiosisima misión, de ser “pastores” del mismo, custodios y co-jueces con Él de todo lo Creado. Es Inmensa la Gloria que por esto merece el Altisimo, y es riquísima la Sabiduría que todo ésto ideó, y que cada día re-Hace.
Crecemos, entonces, cuando aprendemos que nuestro tránsito es valioso, y que no hay una vida llena de dificultades para crecer, sino que esas dificultades las hacemos nosotros, que el primer tropezadero somos nosotros y que todo cambia cuando así lo decidimos.

Best Before

Muchas veces nos proponemos al comenzar el día una cantidad de objetivos, y al final, tan sólo con la mitad de ellos, quedamos cansados, extenuados, y así nos vamos a dormir, sin recordar qué fue lo que dijimos y prometimos hacer ese día, probablemente nos lanzamos a la cama, damos un “buenas noches” general y hasta el otro día; si somos más familiares, entonces, a lo mejor nos sentamos un rato a conversar de lo que pasó en el día; la mayoría de las veces las anécdotas negativas, otros tienden a preocuparse por el día siguiente aún cuando éste no ha llegado, porque ven acumulados esos objetivos que no fueron logrados; entonces viene la depresión, el agotamiento, el desánimo, la frustración.
No está mal hacerse propósitos diarios, lo que no es conveniente es hacerse tantos propósitos que no sean materialmente posibles de hacer, hay que ser coherentes; valorar el tiempo y los agentes externos que nos permitirán ejecutar la agenda con la mayor exactitud posible. Sin hacerse expectativas, sin sueños idilicos como: “hoy, me voy a volver millonario” así como “hoy compraré un automóvil último modelo”, si tenemos en la cuenta bancaria a duras penas el remanente del sueldo que nos tiene que alcanzar hasta la próxima quincena. Podemos decir: “Hoy voy vender tanto como D’ me provea, voy a poner todo mi empeño en mostrarle a la gente los beneficios de mi mercancía” u “Hoy visitaré agencias de automóviles para hacerme un presupuesto y poder comprar mi carro nuevo con las utilidades próximas y mis ahorros”
A los seres humanos nos cuesta a veces mirar con claridad las cosas; preferimos enrollarnos la vida con mil y una explicaciones para poder hacer tal o cual cosa en vez de ver con objetividad lo que está frente a nuestros ojos; no somos, muchas veces, dueños de un criterio que nos permita hacer libremente. Desde el principio de nuestra vida hacemos como Caín, quien subió a una montaña a buscar a D’, y por supuesto, no lo encontró, pero entonces siguió enrollado y creyó que si no lo veía debía estar en el cielo, la mitad de su razonamiento tenía asidero en la verdad, porque así como D’ ocupa cada resquicio de Este Mundo, así ocupa toda la vastedad del universo, pero no sólo se quedó allí, quiso hablarle, y creyendo que D’ estaba en el cielo, entonces se complicó más la vida, tenía que buscar la manera de hacer llegar sus señales al cielo, pero era mezquino (además) y quiso hacerlo a su manera, entonces el invento quedó incompleto, haciendolo con mayor diligencia su hermano, pues a éste, probablemente, lo movía más que un sentimiento de curiosidad y era una necesidad superior de, verdaderamente, alcanzar un grado de comunicación con el Creador, aunque el método fuera el mismo empleado por Caín. Tanta fue la frustración de Caín al no conseguir su fantástico objetivo que incurrió en el pecado, tanta fue su obstinación por hacer de lo sencillo algo imposible, que terminó alejándose increíblemente de su verdadero propósito, y ésta ocasión la aprovecha el Autor para decirnos a cada uno:

“Ciertamente, si sabes soportarlo, (mejorando tus obras, serás perdonado); y si no, el pecado yacerá (contigo hasta la puerta de tu tumba). Y (hacerte pecar) es el deseo (de tu mal impulso), pero tú puedes dominarlo.”

Cuando Noaj hubo salido del Arca, lo primero que hizo fue complicarse la vida nuevamente, intentando resarcir el daño de Adam, pero no era ésto lo que D’ deseaba de Noé, pues ya lo hecho, hecho estaba, ahora era una nueva situación, un momento diferente, y por supuesto diferente habia de ser la actitud de Noaj; pero tanto se complicó Noaj que sacrificó los animales puros que D’ ordenó introducir al arca para su “supervivencia” y plantó una viña para su perjuicio; normalmente a nosotros nos pasa que no queremos repetir los errores de nuestros padres, pero tanto da el cántaro al agua hasta que se rompe, nos encasillamos en intentar no incurrir en esos errores, que nos aferramos a esas energías y terminamos haciendolo igual o peor; lo mejor es desentenderse, tener la alarma encendida, pero sin estar buscando las mismas situaciones, que nos lleven a incurrir en lo mismo que hubo pasado antes. Por eso, mejorar las obras no depende de un esfuerzo oral, sino de uno tangible, que se construya con las manos y no con la boca nada más.
Mejorar las obras es hacernos precisos objetivos de vida, basados en elementos reales, de los cuales nos sintamos seguros, y además llevarlos a cabo sin mover una tilde, si dijimos que pasaríamos por tal sitio, hagamos tal como dijimos, llueva, truene o relampaguee; si prometimos darle a fulano dinero para ahorrar, cumplamos con fulano y no malgastemos lo que servirá para nuestro beneficio; pero hay objetivos que a algunos parezcan más elevados, como consolidar una comunidad noájica, o superar algunos miedos que apresan la personalidad, para éstos aplica la misma fórmula: “Fuerza de Voluntad, Trabajo Constante y Asesoría Especializada”.
Es mejor cumplir pocos propósitos, antes de… que intentar muchos y muy engorrosos que nos consuman la vida.