Aquellos locos en la noche

Era tan tarde que la luna se veia ocultándose detrás de la montaña, las luces de los apartamentos se encendían una a una, empezaba a oirse el ruido de la ciudad, camiones transitanto a esas horas de la madrugada; me levanté, caminé no se si por inercia o por verdadero instito fisiológico al baño para luego ir, aún limpiandome los ojos, a la cocina y tomar un vaso de agua… Pude notar que la mañana llega intempestivamente, que en un momento ves la luna y al segundo ya aparece en el dispar horizonte una luz blanca, que va degradandose hacia el azul oscuro que todavía predomina en el cenit de la bóveda celeste. Un día ha empezado, una nueva oportunidad de hacer, un nuevo tiempo en el que poseemos la libertad de construir. Salgo de casa soñando, no he olvidado la experiencia que vivi en mis pensamientos, no he salido completamente del mundo de la imaginación, capaz y no me han devuelto el alma completamente… pero no pasa mucho tiempo para que el ajetreado ruido de la ciudad y el congestionado tráfico me haga pisar suelo en todos mis sentidos, y entonces empiezo a planificar el día… ¿Cómo hacemos para lograr tantos objetivos planteados tan temprano en la mañana? tengo cita con el odontólogo, hago la columna para esperar a la secretaria del servicio público que nos dará el número para esperar, en orden, a la doctora. Al fin, media hora más tarde, cuando estaba agarrando, como se dice coloquialmente en mi país, pista para dormir nuevamente, aparece en la taquilla una mujer muy bien vestida, excesivamente maquillada (si tan solo se colocara la mitad de lo que se pone sería estupendamente bella) que comienza a llamar a los pacientes (al punto de la impaciencia), cada uno ritualisticamente hace los mismos honores a la doncella que colocada en el mostrador recuerda a la Rapunzel de trenzas doradas, y de pronto desaparecemos de la sala principal y nos vamos a sentar al pie de una puerta de madera enchapada en fórmica con un letrero de papel bond empapelado de plástico que dice, en letras de power point: "NO MOLESTE, NO TOQUE LA PUERTA, NI LA ABRA… ESTAMOS TRABAJANDO".

Son las siete y media de la mañana, llega la enfermera del servicio, atiende con displicencia a cada uno de los sentados, pidiendo las tarjetas de cita, cada uno de nosotros se desprende de tan valorado papel, aquel que custodiamos por una semana, ese al que cuidamos de que no se nos moje, al que ponemos en un lugar seguro del cual nos acordaremos para no extraviarlo, ese que algunos con más historia médica ponen en sus repletas carpetas de documentos provenientes de diversas consultas galenas… ya estamos más tranquilos, el orden ha empezado, la doctora ha llegado, la enfermera tiene todo listo y cada quien sabe a la hora que va a entrar en el consultorio.

Los que vimos en nuestra tarjeta de citas un número superior a dos nos ponemos a leer; siempre trato de llevar algún libro que este leyendo para esa época, y asi no leo los mismo artículos de revista que siempre estan ahi, polvorientas, con hojas faltantes, que ya me se de memoria y que ha veces cito en temas que surgen en las conversaciones de calle…

Salgo del servicio público de salud con el labio inferior dormido, me siento extraño, camino por el bulevard hasta la estación de metro más cercana… Allí, en el anden estan parados decenas de personas, de un lado y del otro también, de pronto se oye el ruido proveniente del túnel, un viento empieza a soplar, el olor a polvo removido ya esta en nuestra nariz y vemos la luz que alumbra las paredes del túnel casi al salir de él… un tren de muchos vagones se detiene ante nosotros, a través de sus ventanas es imposible contar cuántas personas hay dentro, por un instante dan ganas de salir corriendo, pero sabes que arriba el gentío es mucho mayor y el tráfico insoportable… subes al tren en donde tendrás que tomar el lugar menos propicio para viajar en el servicio de Metro, ahi conoces gente, tienes a veces la suerte de coincidir en el espacio-tiempo con una linda muchacha con quien compartes una amena conversación durante el corto viaje y que casualmente baja en la misma estación que tú. Se separan, van cada uno a sus obligaciones del día; probablemente no la vuelvas a ver otra vez… Ahora bien, si cuento todo el día será un artículo bastante largo… mejor que seguir es decir de una vez por qué se titula "Aquellos locos en la noche".

Bien, los que vivimos en la ciudad, en la tan codiciada cosmópolis, somos locos en la noche, ¿quién en su sano juicio se levanta tan de madrugada con el simple propósito de perder dos horas en el trayecto que te toma llegar al centro?… Mi abuela materna se levantaba tan temprano (¿o tarde?, eso es un enigma increíble aún…) pero aprovechaba toda esa jornada, pues pilaban el maiz, preparaban los desayunos, montaban en el fogón lo que iban a comer en el almuerzo y salían al conuco, a recoger lo que hubiera en la temporada. Siglos más tarde seguimos teniendo la costumbre de levantarnos a las mismas horas, fácilmente desayunamos, y nos disponemos a perder el resto de tiempo que antes nuestros abuelos usaban en beneficio tanto de ellos como de sus semejantes… Por mas que hayan autopistas, trenes, microondas, alimentos cuasi-listos para comer, siempre no aprovechamos nuestro tiempo, lo perdemos… por eso somos locos en la noche…

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