Nuestra raison d’Ètre

Cuando  comencé a leer acerca del Judaísmo, me sentí fuera de lugar, como si el pueblo hebreo me excluyera. Dentro de mí sentía un gran vacío por el hecho de no contar con la gran fortuna de haber nacido judío.

 Cada vez que leía a un Rabino, recordaba aquel viejo pasquín anti-semita "Los Protocolos de los Sabios de Sión", y mi ignorancia conectaba y acomodaba las ideas de aquella pseudo-novela (inventada para justificar lo injustificable contra el pueblo Judío), con las palabras de sabiduría que destilaban de los Sabios de Israel en los artículos que leía.

Solía mal-entender la necesidad y la urgencia con la que los Rabinos y estudiosos de Torá llaman a su pueblo a la unidad, tal como es la voluntad del Eterno.

Me confundía el concepto de Primogénito…

Como si un padre solo tuviera amor para éste.

 Como si los demás hijos, que le han demandado de todo su amor para poder subsistir y desarrollarse, no fueran dignos de ser felices, sabios.

 Como si cada uno de ellos no estuviera llamado a desarrollar su potencial al máximo, para recibir toda Su enseñanza, y propagar y dar continuidad a su esencia a través de las generaciones.

 Si, lo admito, sentí celos, como alguna vez lo sintió Caín, que optó por hacer el mal…

 Así como también lo hizo Esaú, el hijo malvado de Isaac, que optó por  honrar a su padre, para obtener ventajas, y no por amor o respeto. Sólo que yo hoy, Bendito sea El Eterno, cuento con la libertad y algo de entendimiento, que me posibilita usar mi libre albedrío para construir el mundo tal como el Padre lo dispone: según mi identidad gentil, como heredero de un hombre, Noé, que fue justo en una época en que el mal era bien visto.

 El rol de los Judíos, como sacerdotes del mundo, es vital para el mundo entero y no sólo para Israel.

 Preservar la herencia es saludable e importante, no solo para el pueblo de Dios, sino para todos los seres humanos, que vemos en el hermano mayor un modelo de vida y conducta.

 Por ello es tan importante la identidad y los símbolos propios de los guías de la humanidad, para que sean distinguidos entre la muchedumbre para que se resalte su esencia.

 Muchas dudas surgen, una que a mi me costó en particular y de hecho apenas ahora la estoy "digiriendo":

 ¿Por qué ciertos privilegios a un grupo de personas?

 ¿Por qué el llamado a ser especiales?

 Yo me respondo con la analogía de un Rey, sí, un monarca: goza de ciertos privilegios, pero que   carga consigo una gran responsabilidad – la de guiar a sus hermanos con sabiduría, procurando el bienestar de todos, poniéndose a su entero servicio, tal como debe ser.

 Otro ejemplo con el que mi maestro me aclaró este punto, que admito me costó interpretar,   resulta ser bastante ilustrativo: Un bus (El mundo), requiere de pasajeros (La Humanidad), y requiere de un conductor (El Pueblo judío), para llegar a buen término, ahora bien, ni los pasajeros , ni el conductor, son el uno mas importante que el otro, los dos son importantes, pues un Bus sin pasajeros, ¿hacia donde podría ir?, igual, estos pasajeros , sin un conductor idóneo, podrían terminar en un abismo.

 Así que alegrémonos pues contamos con la mayor evidencia de la existencia de Dios: su pueblo escogido, su Primogénito con su Torá viva.

 Procuremos como hijos de Noaj, como hijos del Creador, hacer nuestra parte para que su misión sea llevada a cabo: sirviendo con humildad y compromiso a la manera gentil – escuchando atentamente lo que El tiene para nosotros, lo que El manda.

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