Vanessa* se dio cuenta de que era adicta al sexo
apenas un año después de su fiesta de quince. Lo dice con la voz firme y cálida
de una jovencita risaraldense que recién cumplió 21 años.
La suya es una historia similar a la de quien -de la
mano del alcohol o de la droga- ya visitó el infierno. Una adicción que la
aisló. La obligó a irse de su casa y la mantuvo en un régimen de placer
solitario que una vez la hizo masturbarse «cien veces el mismo día». Ella habla
de ese episodio con tristeza. Se acuerda de que el sosiego no llegaba del todo y
de que el sentimiento de culpa jamás se iba. «Tenía 16 años. Esa vez conté todos
los orgasmos. Entendí que necesitaba ayuda», relata.
Ese comportamiento sexual impulsivo, o
hipersexualidad, ha sido históricamente una de las adicciones menos conocidas
que, sin embargo, puede estar poniéndose en la mira de las entidades
psiquiátricas del mundo.
En parte, dice la Sociedad para la Promoción de la
Salud Sexual en Estados Unidos (SASH, por sus iniciales en inglés), porque las
nuevas tecnologías suponen un acercamiento con lo que precisamente debe estar
lejos de un adicto al sexo: la fantasía, la objetizacion, la anonimidad y las
imágenes sexuales.
Esa misma entidad dio a conocer hace una semana que
más de 9 millones de personas padecen la adicción en ese país. La noticia se da
cuando el mundo todavía no olvida escándalos como el de Michael Douglas, Bill
Clinton o Tiger Woods. De este último, no obstante, se ha dicho que más que una
adicción se trató de una forma de disfrazar la infidelidad y salvaguardar sus
millones.
Y es ese, precisamente, el asunto en donde radica el
debate. La hipersexualidad, de la que se habla como ‘satiriasis’ en los hombres
y ‘ninfomanía’ en las mujeres, no es considerada una enfermedad por la
Organización Mundial de la Salud (OMS).
«Tampoco por ninguno de los manuales de psiquiatría
del mundo», asegura Rodrigo Córdoba, presidente de la Asociación Colombiana de
Sociedades Científicas. Es más bien -dice el experto- un síntoma como la fiebre,
que es seña de algo más. Como sea, Vanessa no podía parar.
«Sentía la necesidad de estar mucho con mi pareja.
Tenía mucha excitación. Pero cuando estaba con él, no me saciaba totalmente
(…). Era un infierno. Entonces empecé a estar con uno y con otro», relata esta
trigueña, de ojos claros y de estatura media. Eran los días en que, junto al
labial y al espejo, cargaba en su bolso consoladores y otros juguetes sexuales.
«Si no podía saciar esa necesidad inmediatamente, quería estallar y salir
corriendo. Me volvía muy agresiva. Ahí fue cuando dejé a mi mamá (no conoció a
su padre) y me fui a vivir sola», relata.
Con el paso de los meses, e incluso de los años,
Vanessa dejó de creer en el amor. Dice, triste, que al final no le interesaba.
«Empecé a aislarme. La gente, que me veía con uno y con otro, decía que me había
vuelto prostituta. Y, la verdad, es que lo hacía no solamente por lo sexual,
sino por lo sentimental. Pero me tocaba dejarlos superrápido porque ninguno me
satisfacía lo suficiente», dice.
Cuando estaba por cumplir 18 años decidió ir al
psicólogo, que descartó un problema neurológico y empezó a tratar con
medicamentos lo que consideró un problema hormonal. Luego, le recetó un
tratamiento con fármacos para controlar la ansiedad. El problema no solo
persistió, sino que empeoró.
«Desarrollé una gran habilidad para conseguir un
orgasmo incluso con gente a mi alrededor. En los buses, por ejemplo, podía
moverme hasta tener un orgasmo solo con algún roce y sin que nadie se diera
cuenta», confiesa. Pero, ¿cómo diferenciar un apetito sexual sano de una
adicción? La SASH ha diseñado una descripción de lo que puede considerarse
enfermedad.
‘Nunca vi pornografía’
A diferencia de un puñado de casos conocidos por este
diario (todos de hombres), Vanessa nunca fue una consumidora compulsiva de
pornografía, como sí es común en otros relatos: «La pornografía, al final, ya no
era suficiente. Tenía que salir en el carro a buscar prostitutas y travestis. No
podía dormir y todo estaba fuera de control», narró Édgar Rincón, otrora
director comercial de una programadora de televisión y quien hoy, al frente de
la fundación Lugar de Encuentro, trabaja ese tipo de adicción en Barranquilla.
Pero si adictos coinciden en que el material
pornográfico, la mayoría consumido por Internet, sí es una puerta de entrada,
los expertos aseguran que la web no crea adictos, por lo menos no al
sexo.
«El uso frecuente y compulsivo de consumo de
pornografía puede -más bien- demostrar un factor de riesgo, un indicador de un
posible desarrollo de la adicción. Pero ver porno no es en sí mismo un motivo
para desarrollar ese comportamiento compulsivo», dice Constanza Londoño,
psicóloga experta en adicciones del Colegio Colombiano de Psicólogos.
Igual, el riesgo es grande e incluso se ha empezado a
hablar de una epidemia. De acuerdo con la revista Newsweek, que publicó un largo
reportaje al respecto, 40 millones de personas entran cada día a páginas web
pornográficas. La publicación estima también que el 6 por ciento de la población
del mundo es adicta al sexo y que el 2 por ciento de todos esos casos son
femeninos.
Vanessa asegura que está mejor. En una escala de
porcentaje, dice que su problema está resuelto al 50. Dice que es capaz de
mantenerse sobria sexualmente al menos día de por medio. «Lo primero fue
entender que tenía un problema y empezar a buscar soluciones», relata. Así, y
después del psicólogo, la joven asistió a reuniones de sexólicos anónimos, que,
como los alcohólicos, intentan superar la adicción a partir de 12 pasos y de
particularizar de frente al grupo cada problemática.
«No me funcionó mucho porque el hablar de sexo es
también un disparador. Lo que sí me está funcionando es el yoga. He aprendido a
relajarme y a controlarme», concluye.
Y es que las soluciones pueden ser muchas y venir de
diferentes partes, dice Ramiro Luján, fundador de la asociación Vértigo, en
España, y de la Fundación Adicciones, en Medellín. «La adicción al sexo se da
por enormes vacíos afectivos, existenciales. Tratas de llenarte de complacencia
sexual. Para salir, lo primero es autovalorarse, mejorando tu autoconcepto. No
es solo valorarse sino quererse. En la medida en que te quieres, te respetas»,
argumenta el experto.
Y añade un símil. «El adicto al sexo tiene que
entender que lo que está haciendo es buscando la olla de oro al final del arco
iris. Nunca va a tener suficiente placer, por más que lo busque. Lo que
conseguirá, sin duda, es autodestruirse», remata.
¿Cómo reconocer al adicto?
Según ‘Society for the Advancement of Sexual Health’ los comportamientos
repetitivos que pueden reflejar una adicción sexual, incluyen:
Social: tiene una fijación que puede resultar en un
distanciamiento emocional de familiares y amigos.
Emocional: es ansioso o siente una tensión permanente por el
miedo a ser descubierto. Hay aburrimiento, fatiga y desesperación. También tiene
pensamientos de autodestrucción, como el suicidio.
Física: le resta importancia a la posibilidad de adquirir
enfermedades de transmisión sexual, como sida o herpes.
Legal: muchos tipos de adicciones sexuales resultan en
violaciones, acoso sexual, incesto o exhibicionismo.
Financiero/trabajo: hay algún tipo de endeudamiento extra
por costos de prostitutas, web porno, sexo telefónico o aventuras amorosas. Hay
disminución de la productividad o incluso pérdida del trabajo.
Sentimental: hay soledad, resentimiento, autocompasión y
culpa.
Las consecuencias pueden convertirse en los instrumentos para el cambio si
son realmente reconocidas y aceptadas, en vez de ser negadas.
Los 12 pasos de sexólicos anónimos
Son los mismos que usan los alcohólicos anónimos (AA). El primero es:
‘Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol (sexo, en este caso) y que
nuestras vidas se habían vuelto ingobernables’. Según esa organización mundial,
los pasos se sugieren como programa de recuperación, pero el paciente no tiene
la obligación de aceptarlos ni de leerlos.
* Nombre cambiado
ANDRÉS ROSALES GARCÍA
REDACCIÓN Periodico el Tiempo.