¡Por fin, ya era hora!
Tomaste conciencia de que era momento de hacer el gran cambio, para mejorar, por supuesto.
Incluso pasaste ese bloqueo que hay entre lo mental y lo emocional, todo tú estás dispuesto a dar ese pasito que te separa de sentirte y estar mejor.
Solo falta un pequeño detalle, dar el pasito.
Y entonces, como de alguna parte misteriosa surge esa voz, supongo que ya la tienes oída, que te susurra o te ladra sugerencias para quedarte en tu cómoda (¿?) celdita mental, para no apurarte en dejar la zonita de confort, y la escuchas y entonces… entonces…
Te preguntas y dudas si estarás tomando la decisión correcta.
Porque siempre que abres una puerta y pasas al otro lado, estás dejando otras cosas.
¿Será esto lo mejor?
¿No habría que haber esperado un poquito más?
¿Y si en verdad esto que parece tan buena opción no deja de ser una ilusión, y en lugar de ascender me caigo al precipicio horrible?
Ahí ya estamos previendo los aspectos negativos de nuestra elección, los vemos asomarse y nos detenemos llenos de miedos.
Entonces, paralizarse parece ser la mejor alternativa… ¿no?
Porque… ¡más vale malo conocido que bueno por conocer! dicen las doñas del barrio y se quedan en el fango hasta que se hunden sin remedio.
Tal vez, si no optamos por nada, si no cambiamos, seguiremos con montón de oportunidades de las cuales escoger.
Así que, en lugar de cambiar, parece más beneficioso estar quietos, mirando la vida pasar, soñando con cambiar, imaginando una vida que pudiera ser mejor, pero sin hacer nada realmente para alcanzar el paraíso.
Porque, si no tomamos ningún camino al mantenernos en la encrucijada, seguramente que seguiremos teniendo opciones al alcance indefinidamente… ¿no? ¡NO! Las cosas se desgastan, las oportunidades se esfuman, de tanta estrechez de acción y fantasía al vuelo nos vamos encogiendo, la vida va tomando decisiones sin consultarnos y finalmente hemos perdido el tiempo, la energía, la oportunidad sagrada de estar mejor.
Por pretender controlar todo, perdemos todo.
Por soñar con las opciones, nos quedamos vacíos.
La gente también pasa, bueno… algunos se quedan como nosotros, indecisos, temerosos, idealizando el mal, esperando la magia que suceda, inventando excusas, viviendo de pretextos… y así estamos, enmohecidos, amargados, confundidos, detenidos, en la zonita de confort pero con muy poca confortabilidad.
En tanto, envejecemos y nos vamos arrugando, el mundo escoge aunque nosotros no lo hagamos… pero en verdad, cuando elegimos no dar el paso para cambiar, ya elegimos… ¿te das cuenta?
Entonces, ya estás a un segundo de dejar todo de lado, abandonarlo como haces siempre, pero de repente sientes como un impulso irrefrenable para cambiar… hasta que te das cuenta de que no conoces la nueva realidad, que habrán cosas que desconoces, que no tienes idea de hacia dónde ir realmente.
¿Cómo hacer si pasa esto o aquello?
¿Cuál será el paso siguiente al primer paso?
¡Cuánta ansiedad!
Entonces, dejemos las cosas como están que de alguna forma misteriosa se resolverán, porque… el tiempo todo lo sana… ¿no? ¡NO!
Y así hay ira, enojo, amargura, culpa, se echan culpas, se buscan culpables, se suma violencia y represión de la misma.
O te hundes en la inconsciencia, te haces adicto, te mareas con cosas cretinas, cada uno tiene su mecanismos para mentirse.
Ok, ya lo sabemos.
¿Entonces?
Yo no puedo dar el paso por ti, ni tú por mí.