La muerte es la máxima de las impotencias, es por ello que aunque no la experimentamos jamás, suele ser motivo frecuente de terrores, pesadillas, malestares, aparición del EGO dominando nuestras vidas.
Es un miedo absolutamente normal, no tenemos porqué avergonzarnos o tratar de esconderlo, por el contrario, es bueno tomar nota de su presencia, admitir nuestra impotencia, expresar nuestros sentimientos, y así hallar lo que sí está bajo nuestro dominio para fortalecernos y adquirir experiencias disfrutables.
Pero, puede ser preocupante cuando trastorna en grado frecuente las diferentes áreas de existencia. Tanto los terrores por el propio destino en manos de la mano misteriosa, como de lo que pudiera ocurrir a gente querida. Es la impotencia constante que nos mira y nunca nos abandona.
Esto es usado habitualmente por los mercaderes de la fe, los clérigos religiosos y otros mercachifles, para someter a sus ovejitas y obtener así ventajas de todo tipo.
También es instrumento en manos de todo tipo de pirata, que se aprovecha de las debilidades de sus víctimas para disfrutar de alguna clase de poder (aparente).
El exagerado miedo a la muerte termina por robar el placer de la vida, lo que hace escasear el deleite que estará a nuestra disposición en la vida luego de esta vida.
Sobre el tema ya hemos trabajado en otras ocasiones, con mucha mayor amplitud y profundidad, por eso quiero compartir ahora solo algunas pequeñas ideas para ayudarnos a mitigar un poco su sombra.
- Es la máxima impotencia, pero para nuestra realidad multidimensional, que corre en el limitado mundo material.
Sin embargo, cuando nos libramos de las restricciones materiales, cuando pasamos a ser solamente nuestra esencia, NESHAMÁ, nos encontramos en un estado donde ya no hay falta de poder y de haberlo no se experimenta la reacción del EGO. Por tanto, no se genera sufrimiento, no hay dolor, no hay reacciones negativas. Tal es la idea que se desprende de Tehilim/Salmos 146:4, porque los pensamientos del hombre durante su transcurso mortal están colmados de EGO, de impotencia, de miedo. Pero al partir su alma, al morir, al quedar solamente la NESHAMÁ, es otra la perspectiva de la existencia.
Pero claro, es un estado completamente diferente a cualquier cosa que hayamos vivido durante nuestro pasaje terrenal, algo que no se concibe realmente; por lo cual, difícilmente tengamos idea cabal de cómo se existe en esa realidad de la que YA somos parte, pero que nos es ajena y misteriosa.
- Entonces, no hay que temer a la muerte, sino a cómo llegamos a ella, Mishlei/Eclesiastés 9:6.
Si hemos sembrado bien y justicia, cosecharemos bien y justicia.
Si hemos podido hacer TESHUVÁ realmente, la misericordia del Eterno nos proveerá de consuelo y dicha aunque nuestros actos anteriores no parecieran indicar esto.
Tal vez el momento de partir de este mundo sea doloroso, pero luego ya no queda rastro del sufrimiento sino los recuerdos resguardados a través de la NESHAMÁ. Llenémonos de experiencias favorables, demos sentido a cada momento incluso a los que percibimos como negativos, entonces nuestra memoria será de placer.
- Cuando no hemos conseguido adquirir el aprendizaje del placer acorde con la otra realidad, la espiritual; ya se encarga el Eterno a través del Juicio y la Bondad de prepararnos y adecuarnos para disfrutar del mundo venidero. Si bien la imaginería creo infiernos y torturas, el Eterno no es un sanguinario sádico que escarmienta al errado con dolores insoportables, que no conllevan ninguna finalidad trascendente. Él se encarga de acomodar las partes para que sea disfrute y bienestar el reposo de los justos.
- La muerte física no es la muerte de la persona, pues queda lo más auténtico de ella y al mismo tiempo lo menos propio, como lo es la NESHAMÁ.
Pero, la conexión ya no está con esta realidad, sino que se concentra en la del otro lado.
Así mismo, nuestro sentido de vida no debiera ser dedicado a la muerte, sino a poblar de vida nuestra vida, para de esa forma poblar de vida nuestra muerte.
- Está anunciado que habrá resurrección de los muertos, en una época asociada a la venida del Mashiaj. Se lo puede comprender como una manera de completar el aprendizaje de experiencias disfrutables, cuando no se las ha conseguido adquirir durante la vida terrena anterior. También como un tiempo de disfrute más completo, puesto que el placer se experimenta corporalmente y no solamente como un dato teórico, un recuerdo, una reminiscencia pero sin sensación.